Por Mario Arteca*
Crédito de la foto (izq.) el autor /
(der.) Club Hem Ed.
El que camina solo.
Sobre La casa de playa (2018),
de Mario Nosotti
Este libro de Mario Nosotti** podría tratarse de un texto contemplativo, reflexivo, sobre las formas en las que el ocio se nos coloca delante nuestro sin que lo llamemos, sin que haya de por medio una convocatoria. La casa de la playa, sin intervención narrativa, me recuerda algunos pasajes de Tres poemas, de John Ashbery, en donde el microclima de unas vacaciones deriva en un estado mental asociativo que reasegura llegar a complejas mutaciones del pensamiento, sean filosóficas, experimentales, introspectivas, etc. Pero el libro de Mario arriba a otras conquistas desde una misma deriva. En uno de sus poemas (ninguno tiene título, sino que se trata de series determinadas por los meses donde el receso se vuelve eficacia de la observación), en uno de sus poemas, decíamos, se afirma que hay “una nueva alegría de estar entre las cosas, / moverse entre los nombres, / sin tener que buscar la conjunción.”, y ese “moverse entre los nombres” es circular sin destino seguro en el lenguaje, despreocuparse de la mitología del sentido, ya que el objetivo de mirar no es ser observado sino fabricar un propio estado de propagación de los efectos que la lengua va provocando.
Lo que surge también, en esa microscopía de los escenarios del descanso que propone Nosotti, es encontrarnos con paisajes deshabitados de una ciudad cuyo turismo parece destinado a pocas personas, y que a lo largo de los textos incorporará desde el improvisado vacío un tono interno que inocula la voz del poeta. También se escucha o lee una voz púdica donde se envuelven estos poemas de La casa de la playa, como si los gobernaran esos tonos bajos con que la intimidad reproduce su mecanismo de atracción. Sin embargo, los escritos de Nosotti parecen avanzar hacia una escenografía sin coreógrafo y donde da la impresión que abunda una melancolía controlada. Algo ha sucedido, o está por ocurrir, sobre todo en ese poema donde se afirma, con un lirismo desarmante que “En este caminito está su despedida / eso que raspa o duele y pronto es la añoranza / de un ardor que hace meses no existe.” La finísima percepción del autor nos intima a obedecer las reglas de los climas que propone, y esa es la condición, el estatuto invisible que comercian estos textos a medida que avanza el libro, como si camináramos sin rumbo fijo en una ciudad que no siempre nos contiene ni nos reconoce. ¿Qué otra cosa es el ocio, incluso el ocio creador?
Por otra parte circula por esta obra de Mario Nosotti la noción de pérdida, y no cualquier pérdida, sino una que se transforme en los distintos cuerpos familiares: una hija, una amante, que por sí mismas son el peso del mundo del autor pero también el paso de un tiempo donde la reflexión y el relax semejan sinónimos posibles de un encuentro con el cuerpo propio. Supongo que era Foucault quien aseguraba que “las personas, en los momentos de ocio, reproducen más que nunca la institución familiar”, salvo que aquí la literatura de Nosotti está encriptada en la dinámica de los vaivenes de las olas (y otra vez Ashbery, en este caso su poema Una ola), y por consiguiente marcan el procedimiento de las necesidades de acción del reducto de cualquier enmienda implosiva: lo que baja hacia lo íntimo más tarde sobresale (en este caso la escritura), como una cuña labrada por las marcas tardías que dejan los cuerpos de los otros, los propios y ajenos, donde lo sensible es elevado al nivel de la apariencia, y no apunta ya a sí mismo sino a una realidad, nacida de los reconocidos y casuales encuentros fortuitos del lenguaje. Lo dicho emparenta en superficie algo hegeliano, pero no lo es, porque los conceptos no se repiten, y en este caso, en La casa de la playa los mismos se desmarcan por interpósita construcción.
En la última sección de este libro de Nosotti (que rompe con la enumeración estructural del libro donde programa los meses de ocio como capítulos, y se dirige enseguida y sin escala a la combustión de los elementos más cercanos, esos “rescoldos” que son la purificación de todo sentimiento) se inscribe un epígrafe del gran poeta Héctor Viel Temperley. El mismo dice: “Hablo de todas las horas y de todos los días / y de todas las estaciones y de todos los años”. Salvando las distancias (no muchas) replica con su distorsión algún segmento, sobre todo del comienzo, de los Cuatro cuartetos, de T.S. Eliot, esa espiral temporal que implica todo un tiempo y además todos los tempos en un mismo criterio de continuidad. En ese paso del movimiento del pensamiento de Nosotti está la paráfrasis del libro: no es “el hombre que nada”, sino “el hombre que camina solo”.
¿Quién dijo que nadar implica una posible sumersión, si se puede hacer lo mismo desde lugares insospechados?
*(La Plata-Argentina, 1960). Poeta y periodista. Miembro de la Generación del 90 argentina y cofundador de Ediciones El Broche. Ha publicado en poesía Guatambú (2003), La impresión de un folleto (2003), Bestiario búlgaro (2004), Cinco por uno (2008), Cuando salí de La Plata (2009), La orquesta de bronces. Poemas ex-yugoeslavos (2010), El pekinés (2011), Vinilo (2012), Arteca + Yrigoyen (libro compartido, 2012), Irish Republican Army (2013), País imaginario. Escrituras y transtextos: 1960-1979 (2014, en coautoría con Maurizio Medo y Benito del Pliego), Hotel Babel. Primera versión (2015), Nevermore (2016), Tres impresiones (2017), entre otros.