El paisaje de la memoria. Entrevista a Ana Claudia Díaz

 

Por Augusto Munaro

Crédito de la foto (izq.) Micaela Paszco /

(der.) Baltasara Ed.

 

 

El paisaje de la memoria.

Entrevista a Ana Claudia Díaz

 

 

El hemisferio del lado en que quedamos (2018), reúne poemas de escritura tersa y despojados. Registra, entre otros logros, los tiempos de la evocación, allí donde todo se diluye en textura íntima; memoria sensorial. Formas vivas de revelación que trazan los recuerdos. Poesía que se ancla en lo real, cala hondo y vuela alto.

 

Entrevista

 

Augusto Munaro [AM]: El hemisferio del lado en que quedamos es un libro atravesado por un tono profundamente elegíaco.

Ana Claudia Díaz [ACD]: El hemisferio… es un libro de hace algunos años: la primera parte lo escribí en el 2013, y el resto se fue construyendo con poemas sueltos; en aquel momento hacía muy poquito que me había mudado a Capital, y fue en ese pasaje de la localidad balnearia a la ciudad cuando empezaron a aparecer los primeros poemas. Recordaba aquel cotidiano –el de la playa– con añoranza, comencé a pensar con cierta profundidad o desmesura en algún fragmento o ángulo de la velocidad del tiempo, su transcurrir, su contemplación.

Entonces este libro se construye como un umbral de aquel “túnel” por el que me trasladaba de un lugar a otro. La idea de la “pérdida”, no real ni física, sino temporal, o la sensación de alienación en relación a eso ocupa bastante espacio en estos textos. Por otro lado, también retomo el imaginario de algunos cuentos y poemas –líricos– asociados con la infancia o la adolescencia, y creo que sumados a la propia percepción logran, finalmente, ese tono elegíaco que mencionás.

 

 

[AM]: ¿De qué modo pensás que dialoga con tus libros anteriores?

[ACD]: Generalmente tiendo a una escritura un poco más recargada o que perdure en ese intento, este libro está bastante limpio de eso: hay juegos de sonidos y encabalgamientos, las palabras se rozan entre sí incluso en varios sentidos, pero no hay demasiados excesos, no es el camino de escritura por el que venía. Quizás sea un registro de la voz poética, suspendida en algún lugar, tomada a veces, cuando el decir quiere ser más genuino. Sí se le puede encontrar un eje conductor en cuanto a la presencia del paisaje y cierto desenlace en eso, como una seguidilla de sucesos desprendidos desde el imaginario: un limbo que se va transformando en una conspiración, una conspiración esbozada que toma forma de cartografía, y finalmente se convierte en pasaje, en la huella transitada y terrenal. Retomando la idea del “túnel” podría decir “del limbo al lado del hemisferio en que quedamos”. Me gusta pensar la transición como una ruta, una guía, un dibujo.

 

 

[AM]: Asimismo es un poemario horadado por los recuerdos. Memoria que nos lleva a tierras de la infancia. Escribís: “la memoria es solo una bruma que flota/ sin desvanecerse ahora”. ¿Por qué hacia esas zonas remotas a las que alguna vez pertenecieron?

[ACD]: De alguna forma es un juego, hay algo de ficción en esa intención. El pasado no es tan lejano (quizá sí, cierta parte de la niñez –no toda–) y esas tierras oriundas y protagonistas las sigo transitando a menudo, pero sí hay un extrañar o recordar con cierta vehemencia algunas imágenes; texturas que fueron quizás ignoradas en su momento como parte de un cotidiano instalado, asimiladas por naturaleza, y que se vuelven extraordinarias al evocarlas; ese “día a día” toma otra dimensión al ser observado con distancia, con cierta lejanía y con el crecimiento que nos fue otorgando el tiempo y el habitar. Como si un polvo mágico, de pronto, hubiese cubierto esos recuerdos para volverlos fascinantes, dorados, casi de cuento; pero no el típico cuento de artificios sino de lo completamente surrealista y bello que puede llegar a ser el lugar en donde estamos –o quedamos–.

 

La poeta Ana Claudia Díaz.

 

[AM]: La presencia del paisaje marítimo se funde con la voz del yo. Ambas cosas se tornan indiscernibles. El paisaje y sus marcas. Poéticamente hablando, ¿qué denota para vos ese espacio?

[ACD]: El paisaje –el mar específicamente– en mi escritura funciona como poética y como estructura del lenguaje. En ese contemplar que mencionaba antes siempre está presente el habitar: habitar el espacio, la palabra, el verso. Habitar el mar desde todas las perspectivas que se pueda, teniendo en cuenta su majestuosidad, su ferocidad, su grandeza y belleza, ante todo.

Entonces, mirarlo desde el balcón, desde la orilla, desde la costanera, desde una lancha, desde un avión; transitarlo dentro de todo lo que se pueda –y también fuera– y en todas las épocas del año. Y un poco es, en simultáneo, lo que me interesa hacer con el lenguaje. Incluso, pensando en el lenguaje como un lugar de pertenencia o una casa, así también el mar: su mecanismo, el movimiento de las olas que suele parecer el mismo pero que en cada vez es distinto; así la escritura, una experiencia que se regenera una y otra vez y en cada una de esas veces es diferente.

 

 

[AM]: En tu poética, ¿cómo construís las evocaciones?

[ACD]: Hay dos formas (o por lo menos dos formas conscientes). Una es evocando a unx autxr o cierto registro de su escritura, a través del influjo oral de las lecturas: alguien lee y anoto, o yo leo y voy anotando a la vez; me gusta mucho eso, partir escribiendo de los resabios de las resonancias o ecos de unx otrx. La otra, funciona en cuanto a arrastrar algo a la memoria o a la imaginación y en consecuencia a la escritura. Generalmente se desprende de alguna palabra, de alguna imagen, de algo que evoca por sí solo, y lo que hago es tratar de congelarlo, de narrarlo –en algunas ocasiones– lo más fiel que se pueda; y en otras, re inaugurar el recuerdo, agregarle algo, reflexionarlo, investigarlo, darlo vuelta incluso, re estrenarlo.

 

 

[AM]: El estilo, la temperatura con que trabajás tus palabras, se plantea como una lucha contra el cliché. Es decir, lo prosaico. ¿Sos muy crítica con tus poemas a medida que vas elaborando cada libro?

[ACD]: Sí, de a ratos sí; pero también, por momentos, trato de agarrar el cliché y hacerlo propio, es algo que nos roza a todxs ¿Qué hacer con eso? Todo el tiempo es una posibilidad nueva, un desafío. Armar un libro siempre requiere de un plus de dedicación, de dejar macerar (el orden, los textos, los sentidos) y volver sobre ello para ver si sigue surtiendo efecto, es un proceso muy hermoso y creo que en cada vez es distinto: es el texto el que instala el termómetro de rigurosidad o flexibilidad, de enajenarse con las palabras que insisten en girar sin punto fijo o, como si fuésemos orfebres, tener la certeza de que las pudimos ubicar exactamente en el lugar que correspondía, como el eslabón de una cadena, que solo y únicamente, puede encajar ahí.

 

 

[AM]: ¿Pensás que el mundo del poeta se limita pura y exclusivamente a la palabra?

[ACD]: Creo que no, que el mundo del poeta justamente no tiene límites de ningún tipo y eso lo hace apasionante.

 

 

[AM]: ¿Por qué?

[ACD]: Reynaldo Jiménez en algún pasaje de “El cóncavo” hace alusión a la idea de vivir poéticamente, y sí, creo que el mundo del poeta es la vida propia y la ajena, es lo real, a veces tamizado o filtrado, a veces crudo. Es el cotidiano atravesado por palabras, por una canción, por una charla, por un amanecer, por una imagen, por un sonido, por una convicción, por un ideal, por el chirrido del viento de mañana en invierno, por el sol o la lluvia sobre la ventana, y así. Múltiples variantes, de lado a lado, depende desde qué perspectiva focalicemos la mirada. No hay límites, y eso es lo maravilloso.

 

 

[AM]: ¿Con la palabra y por ella, se puede recuperar lo silenciado?

[ACD]: Poner palabra es poner voz, es romper lo silenciado. Poner palabra también es hacerse cargo. Quebrar el vestigio del silencio, es poder. La palabra es poder. La palabra siempre es una herramienta; la palabra “recuperar” tiene un poco de ambigüedad, no sé si se puede recuperar lo silenciado, creo que se puede hacer algo distinto con eso, traerlo de otra forma, visibilizarlo.

 

 

[AM]: A la hora de corregir mucho los versos, ¿eso puede restarle intensidad al poema?

[ACD]: Sí, puede restarle intensidad e intención. Puede correrse demasiado de la idea inicial, si bien a veces es necesario que el poema vaya mutando, reconvirtiéndose, también corre el riesgo de perder la esencia, la frescura o cierto tinte de espontaneidad. Creo que así como hay que saber corregir y ajustar los versos, también hay que saber soltar a tiempo antes de que se vuelva demasiado alejado de lo que queríamos decir.

 

 

[AM]: ¿Pensás que la poesía es un intento de adentrarse al “territorio de lo inasible”?, ¿por qué?

[ACD]: No creo que la poesía sea, literalmente, un intento de eso; o sea, creo que también podría ser eso, por su condición de hechicera, maga, o de arena que se escure. De a ratos puede jugar o simular ser un territorio inasible, pero realmente no creo que lo sea siempre, sino solo cuando es su intención o su fin, me refiero a fin como finalidad.

 

 

[AM]: ¿Qué lugar ocupa, para una poeta como vos, la lectura en vivo?

[ACD]: La oralidad es fundamental, para corregir, para pensar la propia escritura, para darle continuidad o no a un verso o a un texto, es la esencia. Ahora, la lectura en vivo es un tema complejo, para mí tiene que aportar algo a quien la escucha. No repetir patrones de voces instalados sino construir la propia voz. Hay poetas que hacen algo mucho más performático o de rito, eso me parece fascinante y lo admiro. El secreto está en la cadencia, muchas veces me pasa que reparo en alguien que lee solo por la forma en la que emana las palabras, casi como que va construyendo los versos en el aire, esa sensación no pasa a menudo, pero cuando pasa, justamente, no hay que dejarla pasar. Por mi parte, la lectura en vivo es más tranquila, no la pienso como una pose o algo forzado, a veces leo más rápido a veces más lento, tengo que reconocer que me gusta mucho la velocidad en la lectura: imantar las palabras y especular un poco con esos juegos al mejor estilo “dado mágico” de los versos: depende de cómo escuches el sentido que vas a encontrar, el sonido se dispara y juega.

 

 

[AM]: Un buen poema, en general, ¿qué tiene que generar al leerlo?

[ACD]: Interpelación. Considero un buen poema a aquel que me deja pasmada, con ganas de re leerlo urgentemente, aquel que me fragmenta las sensaciones, que atraviesa lo racional, que va más allá. Creo que tanto Ashbery como Haroldo de Campos, en mí, lo logran con facilidad.

 

La poeta Ana Claudia Díaz

 

[AM]: Susana Thénon alguna vez escribió que la poesía era una venturosa incursión por lo ignorado. ¿Cómo te situás vos en relación a esa idea sobre la poesía?

[ACD]: Que genial es Thénon… Coincido en que puede ser así algunas veces, sin embargo la palabra “ignorado” me resulta un poco fuerte.. yo creo que la poesía nos atraviesa consciente o inconscientemente aunque no siempre es por lo ignorado, creo que lo ignorado, a veces, no se puede asir, agarrar, aprehender, pero el poema ¡sin dudas es una venturosa incursión!

 

 

[AM]: ¿Creés que el poeta “evoluciona” en su escritura?

[ACD]: Sí, sin dudas. La escritura es un río de piedritas que se sostienen, lugares donde ir pisando con certeza para llegar más lejos o a caminos nuevos. En la escritura unx se expone mucho, porque la obra, el proceso, queda expuesto, a la vista, como si fuesen las migas de Hansel y Gretel. Hay un camino que vamos haciendo y eso va a dejando rastro. Si bien a veces, con el tiempo, pensamos que si tuviéramos que editar de vuelta alguno de los libros cambiaríamos tal o cual cosa, o lo reduciríamos, etc.; pienso que en verdad eso fue lo que hizo que llegáramos hasta acá –hasta el presente de la propia escritura– y en consecuencia hay que hacerse cargo también de aquello que nos permitió alcanzar este lugar. Un bosquejo desde dónde partimos y en dónde estamos. Creo que se pueden explorar zonas nuevas y distintas y puede funcionar o no para lxs lectorxs y para unx, pero si pensamos la “evolución”, como el movimiento, el cambio, la transformación gradual de algo, no hay dudas de que eso sucede, la escritura nunca podría ser estática, esa es otra de sus cualidades que la vuelven apasionante.

 

 

[AM]: Por último ,Ana Claudia, ¿pensás como Pessoa, que la patria de uno es su lengua?

[ACD]: Sí, claro. La lengua es algo que nos fue designado, en primera instancia, y luego es lo que, quizás, elegimos transformar. Los lenguajes como nos son dados, vienen con un montón de historia acarreada, con bagaje, como las oraciones que son poderosas por que traen con ellas todas las intenciones puestas a lo largo del tiempo. La lengua es nuestra identidad, pero la podemos ir construyendo sobre la marcha, sin ir más lejos, Wilson Bueno o Paulo Leminski, son el ejemplo perfecto para lo que digo, se permiten escribir en varios idiomas paralelamente, cruzando esas estéticas y todo el linaje de palabras que vienen con ellas. Es fascinante barajar las posibilidades de la lengua, del significado y el significante e ir armando un propio lenguaje, levantar una bandera. Hay escritorxs que llevan al límite el lenguaje y, mientras lo hacen, arman su lengua, única e imposible de que pase desapercibida. Celebro eso, la lengua que no es la instalada, la que todavía no se descubrió o aquella que nos deja relamiéndonos. Para terminar dejo estos versos de Perlongher, que desde hace algunos años me vienen resonando (y que son los disparadores de mis próximos proyectos): “La historia, es un lenguaje?/ Tiene que ver este lenguaje con el lenguaje de la historia/ o con la historia del lenguaje (…)”.

 

 

 

 

 

 

*(Santa Teresita-Argentina, 1983). Poeta. Desde 2014 coordina talleres de poesía y clínicas de obra. Formó parte del equipo de la revista latinoamericana Transtierros, colaboró con reseñas para sitios como Plebella, Op. Cit., No-Retornable, entre otros. Actualmente, escribe para Jámpster y trabaja en su proyecto “Yacer en el Tuyú”, que en el 2018 fue seleccionado para la beca de creación por el Fondo Nacional de las Artes. Ha publicado en poesía Limbo (2010 y 2012), Conspiración de perlas que trasmigran (2013), Una cartografía de la insolación (2015) y El hemisferio del lado en que quedamos (2018); las plaquetas de poesía Vuelto Vudú (2009), La ecología de las poblaciones (2010) y Al antojo de las anémonas (2011).

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