El otro lado en la obra plástica de Jorge Eduardo Eielson
o el Tríptico como antiespectáculo
Por: Antonio Ochoa
Crédito de la foto: © Centro Studi Jorge Eielson/
Martha Canfield
Dentro de las distintas formas artísticas que manejó Jorge Eduardo Eielson[1] hay algunas constantes, como la conciencia de la materialidad, por ejemplo; ya sea del cuerpo humano, de la tela sobre el bastidor, o de la página mecanografiada. Otra, son los textiles: su historia y lugar en la cultura peruana, su significado en la historia social y económica de Occidente, su presencia cultural en el mundo contemporáneo. Una tercera constante es la búsqueda de los límites donde los géneros y los medios se cruzan, entrelazan, y disipan en formas nuevas; es decir, la relación entre espacios y objetos, y la transgresión de sus límites. En este trabajo propongo que la obra Tríptico de 1993 es una metonimia que presenta la compleja relación entre los espacios y tiempos de América y Europa, la colonia y la modernidad, y sus expresiones artísticas representadas por el textil y el cuadro respectivamente.
En una extensa conversación con Martha Canfield publicada en México como El diálogo infinito, Eielson hace un esclarecedor comentario sobre el uso de prendas de vestir en su obra: ‘[éstas] partieron de los ‘paisajes infinitos de la costa del Perú’, es decir de la arena misma, algo así como si hubieran sido desenterradas como restos arqueológicos.’[2] Tomando esta descripción como punto de partida podemos ver que la génesis de una obra como Camisa quemada tiene un vínculo directo con la geografía y el entorno, lo que da una clave para la idea de relación entre lugar y textil en el pensamiento de Eielson.[3] La camisa que parece surgir de debajo de la arena cumple una función limítrofe. La mayoría de la camisa está aún enterrada e invita a imaginar el espacio de donde viene, preguntándonos qué otras cosas pueden contenerse ahí. Sin embargo, si bien esta obra nos invita a pensar en lo profundo implícito en su estructura, Camisa quemada evoca también la continua extensión del horizonte que sobrepasaría los límites del cuadro. Vemos así un ejemplo del enlace entre los objetos y el espacio en el pensamiento de Eielson.
En su obra también encontramos una sugestiva idea de distancia que oscila entre dos polos. Por un lado tenemos la apertura de la serie de Los paisajes infinitos donde el nombre mismo nos señala hacia lo abierto del horizonte y del otro lado tenemos los quipus que forman una relación entre una concentración textil y una extensión, creando así una dialéctica de expansión y contracción. La idea de distancia está presente en otras facetas de su trabajo, por ejemplo en el poema visual ‘Esta vertical proviene de alfa centauro’,[4] que es posible enlazar visualmente con la serie de cuadros de Barnett Newman donde encontramos Onement I de 1948. De acuerdo a la lectura de John Golding, la línea en la obra de Newman significa el rayo de luz divina que creó al primer hombre.[5] La línea une a la divinidad con el espacio original de la creación y, por lo tanto, simboliza la conexión con lo transcendente. La línea en el poema visual de Eielson cruza el espacio sideral desde Alfa Centauro hasta el espacio de la página señalando así la relación entre el hombre y las estrellas. Pero a diferencia del cuadro de Newman, en Eielson la línea que baja del cielo no está considerada desde un punto de vista místico-religioso, sino, por el contrario, desde un contexto de cohetes espaciales y viajes lunares. En 1969 Eielson propuso a la NASA colocar un objeto de arte en la luna.[6] Y aunque la agencia espacial no aceptó la propuesta, la iniciativa de Eielson expone su concepción del espacio sideral, donde una obra de arte podría funcionar como vínculo entre el satélite y la tierra.[7]
Los espacios infinitos de la tela: fontana y Eielson
La forma en que Eielson piensa la relación entre espacios y materiales toma una dimensión particularmente concreta en el Tríptico (fig. 10). En esta obra el panel central muestra en su totalidad la tela y ambos ‘paneles’ laterales están divididos en dos triángulos escalenos donde una mitad de cada panel muestra la tela y la otra mitad el reverso del cuadro; es decir, el bastidor de madera cruda sobre el cual se tensa la tela. Estos triángulos irregulares están invertidos, en el panel derecho es en la mitad inferior donde se puede ver el bastidor y en la mitad superior en el panel izquierdo, de tal forma que el cuadro parece estar retorcido. Esta obra forma así un bucle entre los espacios opuestos, el anverso y el reverso del cuadro, lo visto y lo no visto. Dicho bucle sugiere un ritmo, un movimiento que circunscribe al espectador y, por lo tanto, transforma la relación entre espacio y obra. Creo que entre los artistas con los que Eielson estableció un diálogo están dos italianos cuyas trabajo nos puede ayudar a entender una obra como el Tríptico. Ellos son Lucio Fontana (Argentina, 1899--Italia 1968) y Piero Manzoni (Italia 1933--1963). Aquí me concentré en Fontana particularmente, quien transgredió las dimensiones aceptadas de la obra de arte en sus emblemáticos Hoyos y Cortes.
En 1946 durante una estancia en Argentina se publica el Manifiesto Blanco, que aunque no firmado por Fontana es un producto de sus enseñanzas en la academia Altamira que fundó junto a Jorge Romero Brest y Jorge Larco. Aquí encontramos una clara conciencia del estado de un mundo donde[8] ‘todas las cosas surgen por necesidad y son valor de su época. Las transformaciones de los medios materiales de vida determinan los estados psíquicos del hombre a través de la historia.’[9] Esto es un posicionamiento del individuo dentro de una compleja red de conexiones donde deviene punto nodal de coordenadas y relaciones en el espacio socio-cultural y físico. El individuo es parte de la red de objetos y sujetos que interacuan entre sí, transformándose los unos a los otros. Para Fontana la experiencia del individuo que observa y percibe en el espacio fue una piedra angular en su trabajo. La relación del hombre con los ‘medios materiales de la época’ condiciona la percepción de la realidad, algo así fue lo que planteó Merleau-Ponty en su introducción a la Fenomenología de la percepción: ‘no hay hombre interior, el hombre es en el mundo, es en el mundo donde se conoce.’[10] Es esta relación con la exterioridad es lo que condiciona, entonces, la necesidad de crear nuevos objetos de arte que conceptualicen la nueva realidad.
La intención de Fontana era la de alejarse de la expresión de un yo interior haciendo cortes y perforaciones en sus telas que lo aproximaran al procedimiento de la maquinaria industrial. En el Tríptico tampoco se busca un gesto de artista, no hay presencia ‘creativa’. Tal llamado de atención a la materialidad de la tela en Eielson y en Fontana puede ser relacionado con Out of the Web de Pollock.[11] En este cuadro Pollock corta la tela pintada para revelar lo que está debajo, el soporte del cuadro; no lo perfora, sino sólo muestra lo que hay bajo la tela. Así como en Out of the Web en el Tríptico no hay una intención de irrumpir o interrumpir el cuadro, sino de mostrar sus límites. En ambas obras se muestra lo que normalmente queda fuera del campo de visión. Sin embargo, a diferencia de la obra de Pollock en el Tríptico no hay gesto figurativo, como habíamos dicho; no hay presencia del artista. Eielson adopta una anonimidad más próxima a los textiles y quipus precolombinos con los que intentaba crear un enlace. Eielson coloca la obra como un objeto con el cual el espectador establece un vínculo mediante una asociación doble, ambiental y conceptual. Ya que lo que sucede en Tríptico es la llamada de atención al volumen —es decir, al cuerpo, la presencia—del cuadro, de la tela enmarcada, y del bastidor mismo. Si pensamos en Fontana y los cortes y hoyos de sus obras tenemos en esta primera experiencia también una llamada de atención hacia lo que está más allá de la tela, ese espacio vacío que nos remite a lo no visto, lo oculto: el vacío. Pero en el Tríptico hay un regreso hacia el objeto, hacia la tridimensionalidad de la obra. Y este regreso se manifiesta en la estructura torcida del cuadro que gira sobre sí misma envolviéndose. El reverso simultáneo al anverso encaja al observador dentro de esa movilidad dimensional. Y se podría concluir entonces que el espacio circundante es parte del cuadro ya que la llamada de atención es a la expansión dimensional de un objeto sobreentendido como bidimensional.
El Anti–espectáculo
Conceptualmente el Tríptico puede ser visto como un nudo que se enlaza tanto con la tradición textil andina como con la pintura de caballete europea. El Tríptico anuda ambos tiempos y espacios. El nudo tiene una función doble. Por un lado —cerca de Fontana— está la presentación de la obra en el espacio y la relación que establece con el ambiente. Por el otro, está el enlace entre espacios/lugares: el europeo y el americano-productos/mercancía: el cuadro y los textiles. El Tríptico así desdoblaría la consideración de la presencia como cosa de la obra y se extendería espacio-temporalmente creando una tensión literal y metonímica representada por el nudo. Propongo aquí considerar algunas implicaciones de esta obra colocando a La sociedad del espectáculo de Guy Debord como marco referencial. Me parece que esto ayudará a percibir algunas connotaciones y alcances del Tríptico. Estoy pensando particularmente en la sección 168 que dice (fig. 20):
«Subproducto de la circulación de mercancías, la circulación humana considerada como consumo, el turismo, se reduce fundamentalmente al ocio de ir a ver aquello que ha llegado a ser banal. La organización económica de la frecuentación de lugares diferentes es ya por sí misma la garantía de su equivalencia. La misma modernización que ha retirado del viaje el tiempo ha retirado también la realidad del espacio» .[12]
Todavía más que en la época en la que estaba escribiendo Debord, el turista que se mueve solamente entre las imágenes de los lugares que visita es un ejemplo claro de la debilitación de la diferenciación de los espacios-lugares geográficos y culturales. Es decir, lo particular se ha procesado a tal grado que no hay experiencia de viaje, es decir el encuentro de dos mundos —el viajero y el lugar visitado— que llevaría necesariamente a una transformación. La sustracción de realidad conlleva una equiparación de lugares y, por lo tanto, incorpora esa cancelación de lo particular. Y la globalización ha hecho esto aún más palpable. El Tríptico busca escapar a la falsificación del espacio y el tiempo, con un doble juego. Por un lado, como presencia de una obra auto-referencial que llama la atención a su ser objeto y al espacio de esta experiencia. Contexto y lectura que lo colocarían del lado del arte experimental post-vanguardista donde también colocaríamos a Lucio Fontana.
En segundo lugar, en el juego de los espacios cuya distancia según Debord ha sido cancelada, el Tríptico es un enlace entre dos realidades espacio-culturales: primero, con la pintura de caballete que tomó vital importancia durante el Renacimiento como mercancía y símbolo de estatus social para la nueva creciente clase burguesa, sobre todo en la forma del retrato. Y dentro de este punto no podemos dejar de observar que al mostrar el bastidor Eielson está haciendo una referencia a la historia y posición del marco mismo como un agregado precioso que aumentaría la presentación del cuadro. Mostrar el bastidor, que es lo opuesto a un marco, es una indicación hacia lo que no debe de ser visto, aunque se sepa que está ahí. Se expone así lo interior, no en el sentido de lo íntimo, sino en el sentido de lo inacabado, de la materia prima. Esto a su vez es una seña a la explotación de las colonias como proveedoras de materias primas para los mercados europeos. En segundo lugar, el uso del textil en la obra de Eielson nos lleva a una dimensión opuesta a lo superficial de la mercancía en la sociedad de consumo, lo cual sí formaba parte de la idea detrás de los Hoyos y Cortes de Fontana.
En su ensayo Luz y transparencia en los tejidos del antiguo Perú, Eielson habla sobre la paradoja entre la densidad simbólica y lo ingrávido de los tejidos: ‘es la riqueza interior del artista la que se manifiesta en todo su esplendor, en abierto contraste con la precariedad de los instrumentos y la materia utilizada.’[13] En este texto Eielson escribe sobre el desarrollo e importancia de los textiles en las culturas precolombinas entre otras cosas como receptáculo mitos y forma de comunicación: ‘un largo tiempo de texto/tejido, a través de los siglos, aparece aquí acumulado, convertido en encaje, tal como el lenguaje verbal se acumula, se filtra y se vuelve poema.’[14] El uso de las telas en Eielson tiene una carga simbólica casi opuesta al uso de la tela como medio de presentación de una imagen pictórica. El uso de telas en Eielson, desde su materialidad y conciencia de obra de arte moderna, incorpora la historia de los textiles en el Perú. La densidad y profundidad contenidas en su uso, ejemplificado en el Tríptico, nos ayuda a concluir que aunque no se tuviera a la sociedad del espectáculo en mente, puede ser entendido como una resistencia a la banalización y equiparación de tiempos y lugares presentando en un objeto la historia de la modernidad y la colonia. Que Eielson busque traspasar y comunicar los géneros y los espacios artísticos, no es semejante a la equiparación de los lugares de la que habla Debord. Eielson no busca equiparación, ni la cancelación de las particularidades de cada uno, sino la existencia en los límites entre ellos. Mantenerse en las fronteras implica que los espacios circundantes no dejen de existir, pues de lo contrario la frontera perdería su propio ser.
El hecho de que los quipus sean un producto cultural que haya escapado a la apropiación occidental dada su complejidad e ilegibilidad en el sentido occidental del término, les permitió permanecer como elemento cultural acotado. La pintura de caballete, por otro lado, tiene un lugar esencial en la historia del desarrollo social y económico europeo. El cuadro forma parte de la narrativa de la historia, una versión documentada de los ‘hechos’ ocurridos a lo largo del tiempo en un espacio y una sociedad determinados. Los quipus, por otro lado, cumplen un papel opuesto dentro de la expansión y desarrollo de esas sociedades de consumo, fungiendo como resistencia a los esfuerzos de colonización; pero al mismo tiempo funcionan simbólica y matemáticamente como registros de la historia de las culturas andinas colonizadas. Esta resistencia está opuesta a la forma de la burguesía de relacionarse con la historia, o sea, la ‘reducción a la historia económica de las cosas.’[15] La expresión del triunfo del individuo burgués se puede apreciar en la importancia de los retratos como por ejemplo en el El matrimonio Arnolfini de Van Eyck que presenta al mercader con su esposa en una lujosa habitación.[16] En contraste con el valor del retrato representado por el cuadro los quipus impugnan la exaltación del logro económico personal con el registro de elementos de una sociedad, y al artista europeo convertido en el ‘maestro’, con una colectividad anónima que registra su propio devenir. La ausencia de gesto personal-figurativo en el Tríptico nos presenta entonces con una mirada a ambos lados de la historia del arte: América y Europa.
Una de las aspiraciones de Eielson era alcanzar
«Una creatividad sin fronteras, huérfana de toda escuela o movimiento, tránsfuga del espacio y del tiempo, más allá, pero también más acá, de la sociedad y del individuo, en una suerte de Gesamtkunslwerk profundamente mestizo y desesperado«.[17]
Esta disolución de fronteras es un mestizaje que implica una transmisión, una comunicación, es decir, un comercio que transformaría las estructuras básicas de la sociedad y el individuo. En este sentido el Tríptico es un objeto en el que los dos tiempos de los que habla Debord —el tiempo de la producción de productos de calidad y el de la producción mercantil—están ligados en el nudo que la obra concreta.
Para concluir, la capacidad de condensación y representación del Tríptico, la creación del espacio que directamente confronta e incluye al espectador, el diálogo que establece entre tiempos, culturas y tradiciones, lo coloca como una de las obras más singulares de la producción eielsoniana. Para Debord el barroco fue el momento en el que comenzó la conciencia de la historia en el arte.[18] Ese es el momento del nacimiento del arte mestizo en los estados modernos de América Latina y, por lo tanto, el comienzo de la fusión entre esos espacios, esas sociedades, esas culturas. Para cerrar con Debord, la sociedad del espectáculo que ‘suprime la distancia geográfica acoge interiormente la distancia en tanto que separación espectacular,’[19] separación que el nudo del Tríptico busca cerrar.
[1] Lima, 1924 – Roma, 2006.
[2] Eielson, El diálogo infinito, p. 37; Luis Felipe Fabre, ‘Retomando los hilos’, in Espéculo: revista de estudios literarios de la Universidad Complutense de Madrid, 28 (2004) <http://www.ucm.es/info/especulo/numero28/hilos.html> [accedido el 1o de octubre de 2013].
[3] Esta obra es parte de una serie es una serie de cuadros abstractos de medios mixtos como la arena, pintura, madera y otras materias orgánicas titulada Paisajes infinitos de la costa del Perú. Eielson comenzó a trabajar en esta serie en 1957 e indicó que tenía la intención de continuar trabajando en ella a lo largo de su vida ya que él la veía como un viaje constante: ‘el ‘paisaje infinito’ es también para el autor —y seguirá siendo hasta sus extremas consecuencias— una exploración que se prolongará sin cesar’, en ‘El paisaje infinito de la cosa del Perú’, in Nu/do, p. 268.
[4] Eielson, Arte poética, p. 615.
[5] John Golding, Paths to the Absolute (London: Thames & Hudson, 2000), pp. 195-197.
[6] Eielson, Arte poética, p. 650.
[7] Jorge Fernández Granados, ‘La arqueología celeste de Jorge Eduardo Eielson’, in Espéculo: Revista de estudios literarios de la Universidad Complutense de Madrid, 28 <www.ucm.es/info/especulo/numero28/arqueolo.html> [accedido el 2 de octubre de 2013]
[8] Donde fundó la academia Altamira junto a Jorge Romero Brest y Jorge Larco.
[9] Manifiesto Blanco, <http://www.buenosaires.gob.ar/areas/cultura/arteargentino/02dossiers/concretos/03docs_13.php> [accedido 5 de octubre 2013]
[10] Maurice Merleau-Ponty, Phénoménologie de la perception (Paris: Gallimard, 1945), p. v. Mi trad.
[11] Seguimos aquí a White.
[12] Guy Debord, La Société du Spectacle, 3rd. edn. (Paris: Gallimard, 1992), p. 104. Traducción del Archivo Situacionista Hispano.
[13] Jorge Eduardo Eielson, ‘Luz y transparencia en los tejidos del antiguo Perú’, en Nudo: homenaje a J. E. Eielson, ed. por José Ignacio Padilla (Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 2002), pp. 317--321 (p. 320).
[14] Eielson, Luz y transparencia en los tejidos del antiguo Perú, p. 320.
[15] Debord, La Société du Spectacle, p. 51.
[16] Margaret D. Carroll, ‘In the Name of God and Profit: Jan Van Eyck’s Arnolfini Portrait’, Representations, 44 (1993), 96--132.
[17] Eielson, ‘Situación del arte’, p. 573.
[18] Debodrd, La sociéte, pp. 114--115.
[19] Debodrd, La sociéte, p. 103.