Por Juan Pablo Pereira*
Crédito de la foto (izq.) www.paniko.cl /
(der.) Ed. Komorebi
El mismo viejo ladeo axial:
notas sobre Inclinación (2018), de Jean Sprackland
La poesía de Jean Sprackland parece corresponder a un intento de dar cuenta de la acción; en especial de la acción inopinada, sorprendente, de los materiales comportándose de manera no trivial, o bien la indagación en lo en absoluto trivial detrás de esa apariencia. Sus poemas apuntan, en un sentido no religioso pero quizá ritual, a un animismo implícito de la naturaleza, en la que ésta tiene pies y manos, rostro y ojos, por oposición a cualquier mecanicismo que le reste entidad en pos, por ejemplo, de hacerla comprensible. No continuadora, pero sí heredera de cierta tradición inglesa ―aventuro, en sus disparidades, a Ted Hughes y Kathleen Raine― Sprackland no parece oponerse, pero sí desviarse de la pulverización cientificista de las cosas, si bien tomando con cierto asombro sus descubrimientos ―suyos y de la ciencia― y entendiéndolos ―encendiéndolos― en su condición de signos de una realidad poetizable, del recurrente poema implícito en la realidad.
Así, en el mundo de Sprackland el mundo tiene sentido, siquiera como descripción; es decir, es escribible; o bien, el mundo se escribe a sí mismo, describiéndose en su acción otra o no evidente antes del poema, como caso que la captura. Un dispositivo de estos poemas es señalarnos continuamente, como una obviedad, el plan de los acontecimientos, en su doble sentido de propósito y mapa, ambos discernibles: los poemas de Sprackland dan continuamente la sensación de recorrido o trayecto, no de la hablante sino de lo hablado, que se mueve, estaciona, titila o muta ante nuestros ojos. En ese sentido, el nombre de este libro, Tilt, resulta extremadamente decidor: como bien traduce Manuel Naranjo Igartiburu, significa efectivamente “inclinación”, pero esa palabra no da suficiente cuenta del sentido exacto del término original. Esta falencia no es de Manuel ―cuyo trabajo ha sido básicamente excelente― sino de una inexistente correspondencia exacta en español: tilt es una inclinación específica, que presupone una posición del objeto enhiesta o firme, estable, que la inclinación altera y pone en peligro, implicando por tanto un movimiento ―trastabilleo, tropiezo, caída― encerrado o en potencia.
Hay tal vez un optimismo en Sprackland, cierta alegría, y por cierto un amor un tanto perplejo. Pero también está la arista negativa del tránsito: el tránsito es muerte y viceversa. Las cosas ―en cuanto golpeadas, abiertas, cubiertas, halladas, calladas, cerradas, desenredadas, desenrolladas, observadas o dejadas de observar― suponen muerte, siquiera la muerte del momento anterior, de la potencia que pasa a la acción o de la acción que vuelve a ella. En ese sentido, y si es que la poesía es a lo menos una desviación de la trivialidad del lenguaje de uso, de pronto podemos comprender que en la poesía de Sprackland hay una equivalencia repetidas veces señalada, si no declamada, entre lo que ocurre en y las cosas y lo que ocurre en el poema. De pronto, la poesía “de la naturaleza” de Sprackland no es tal, o no es tal simple o solamente.
Es que en el caso los poemas que componen Inclinación, esto se trasunta que en varios textos el poema se convierte en la propia reflexión del poema sobre sí. Esto es para mí muy patente, por ejemplo, en “Poema de cumpleaños”, en el que el desenvolvimiento de la cinta remite a lo que el poema desenvuelve ―este o cualquier otro― antes de terminar en el piso de la mente del lector. La inclinación termina por deshilvanar: las cosas, el poema. La tilt de Sprackland opera también en un sentido, si se quiere, más profundo: el del peligro oculto en toda seguridad, precisamente por ser tal. Las inútiles rejas para el mono de zoológico capturado por un gato callejero; el anillo de matrimonio de la recién casada desprendido por el mar; el eufemismo que recalifica el derrame de petróleo como incidente; en todos, Sprackland expone los cerrojos mal cerrados, siempre vulnerables a pesar de cualquier intento de clausura o aseguramiento definitivos.
Y esto, en cierto sentido, es celebrado, o al menos esperado. La continua sensación que otorga la poesía de Sprackland es la del anhelo del acontecimiento, a pesar de la conciencia de que este pueda ser desastre, trizadura o destrucción, coherente con una aceptación de la libertad de las cosas ―a esta altura, claramente algo más que meras y cartesianas “cosas”― de todo control que intentemos sobre ellas; correlativo, claro, con el desenvolvimiento del poema en sus términos, no los nuestros. La lectura de estos poemas requiere ese respeto, de generosidad bastante como para que el hielo se convierta en agua, las locomotoras se olviden de nosotros, la tormenta estalle sobre nosotros: Sprackland parece haber comprendido que el protagonismo, si de poesía se trata, es otro y es de otros.