Vallejo & Co., presenta un poema inédito del músico Leonardo Barbuy, quien recientemente ha publicado su primer libro de poemas, Malinterpretaciones (2016).
Por Leonardo Barbuy*
Crédito de la foto Mariano Zuzunaga/
www.limasocialdiary.com
“El Mar en el mar”
Alguien dijo:
<<Hoy el mar está en el mar>>,
mientras yo pensaba,
emocionado, en la muerte
como en cualquier otra cosa.
Escuchar decir <<hoy el mar está en el mar>>
supo a engaño
más que a error o acertijo;
percibir pronunciar otra mentira.
Al margen de juicios,
no hice otra cosa que agradecerle.
Quizá por eso que decidí
buscar al niño amnésico:
<<¿Dónde está el mar?>>, le pregunté.
<<Ahí>>, respondió, tocando con el dedo índice
un punto en el aire que hizo girar
mi cabeza hacia los límites
de algún volumen tan impenetrable
como el cielo.
E intuí la conformación de una imagen,
como lo impenetrable en el volumen,
como el cielo en mi cabeza, al presentir:
<<el mar no está en el mar>>,
y lograr así conservar algunas valoraciones acerca de lo verídico.
Aún sin claridad, ensayé palabras en arena sucia:
<<oí articular hoy el mar
está
en el mar yo
en la muerte
cualquier cosa sabe
a engaño
argucia>>
Imaginé, entonces,
la ceguera degenerativa
como ausencia frágil
acumulándose
dentro del cuerpo sordo,
junto al que simulé proponiendo una síntesis:
<<El mar en el mar>>.
Y si era posible <<el mar en el mar>>, busqué consecuencias:
La arena en la arena o el agua en el agua, por ejemplo.
Sin embargo, ya no las nubes en el cielo,
como tampoco los pájaros en el aire.
Del mismo modo, concluí que no sería posible lo siguiente:
El tacto en la piel, la mirada en el ojo ni el beso en la boca.
No más la sangre en la vena ni el hueso en el cuerpo.
Ya no la metáfora en el poema, la imagen en la fotografía,
el recuerdo en la memoria ni la comprobación en el experimento.
Pero tampoco, de ninguna manera, sería posible:
La sangre en el cielo, el pájaro en la boca ni el recuerdo en el agua.
Todos, ejemplos.
Jugar ejercitar fundir
nombre con entidad o representación con presencia
supuso lugares bellos y macabros,
aunque también atrajo acciones categóricas y obtusas.
Organicé un grupo de estudio
y conversamos alrededor del tema.
Finalmente, propusimos:
Una negativa frente a la teorización lingüística.
Una evidencia a partir de la existencia como capacidad derivada
de lo parcial e impreciso.
Luego nos disgregamos
propiciando caminatas a la deriva
y no catálogos mnemotécnicos.
Aún, dentro del recinto colectivo, tuvo lugar un eco:
<<No se puede no ser palabra>>.
Mis ojos hicieron lo suyo,
mis oídos hicieron lo suyo,
mi piel hizo lo suyo,
etcétera.
Nada garantizó más la realidad
que la sombra polimórfica.
Ningún enunciado fue más verdadero
que los residuos protegidos en cajas desconocidas.
Nadie tuvo una presencia más incuestionable
que quien se sostuvo su recuerdo
frente a su latencia.
Supongo que pasaron días.
Volví a morder un durazno
sin comentar al respecto.
Otra noche escuché decir:
<<El anticuario está doblando la esquina>>,
y supo a error.
Celebré con saltos desequilibrados esta nueva concatenación equívoca,
siendo virtuoso.