Por Augusto Munaro
Crédito de la foto (izq.) www.festivaldepoesiademendoza2016-ed.blogspot.com /
(der.) Ed. Deacá
“El lenguaje nos preexiste y nos define”.
Entrevista a Alejandra Mendez Bujonok*
Charlas con Cuchúa (2018), de la poeta argentina Alejandra Mendez Bujonok es un canto al campo argentino. Un poemario que, verso a verso, construye sus mediodías de sol y sus noches oscuras; sus flores y frutos silvestres; su gente; sus amaneceres y sus atardeceres. Susurros que transmutan en poesía sensible, despojada. El fulgor lírico del deseo. Son poemas de belleza sencilla, que marcan el tono de un libro donde se evita cualquier petición de fatuidad. Poemas, dijimos, precisos, que no eluden la emoción.
Entrevista
Augusto Munaro [AM]: Alejandra, podríamos iniciar hablando un poco de las diferencias acerca de Tarde abedul, tu libro anterior, con éste, tu Charlas con Cuchúa.
Augusto Méndez Bujonok [AMB]: Cada uno de ellos contiene un universo único, no solo por las búsquedas del lenguaje sino también en las formas, por lo tanto, las diferencias son notorias. En Tarde Abedul, hay un intento de genealogía, la pregunta por los orígenes, como un árbol de versos (dice en el epílogo, la querida escritora Marta Ortiz) en donde el entramado hacia el final es la palabra. Los poemas que conforman Tarde abedul fueron escritos en diferentes épocas. Hay más experimentación, diría. Por momentos son musicales, por momentos conceptuales, hay poemas de denuncias sociales junto a otros más intimistas, como si todo fuera parte del árbol de palabras y como si una pensara que nunca más va a volver a escribir, algo de eso se pone en juego, en un primer libro, ¿no? Cuchúa, me parece en ese sentido, un poco más armónico, creo que fue una búsqueda hacia lo simple, voy más hacia el despojo, los poemas aparecían en ese estado más puro.
[AM]: En Charlas con Cuchúa, entre otras cosas, tomás el habla rural desde una voz contemporánea. ¿Cuáles fueron los motivos que te impulsaron a prestar atención a ese susurro, de tierra adentro?
[AMB]: El campo siempre fue en mí una motivación, las historias personales, contadas por los familiares y aquellas historias colectivas, que atraviesan generaciones, que nos van constituyendo en el habla. El campo también como una buena excusa para adentrarse en lo que queda por fuera. Aquellas voces silenciadas u olvidadas. Un trabajo con la identificación en esos susurros en todo caso. Es cierto, mucha tierra adentro, pero no desde una mirada patriótica, estoy muy lejos de eso, es como un decirse en otras personas, es un desdoblamiento en mi padre, o en cualquier Cuchúa del mundo. Fijate que está escrito todo en masculino, porque quien habla es un él, así aparecieron las voces y así las seguí. Se escribe en soledad, pero con otres, siempre.
[AM]: La memoria dialectal aquí está trabajada con una precisión exquisita. Muchas palabras, en vías de extinción vos las rescatás, pero figuran en el poema con una transparencia, notable. Nada desentona. El registro que utilizás en tus poemas es sencillo, sin embargo, la sintaxis está visiblemente trabajada: ¿es en la sintaxis donde se logra únicamente la transparencia?
[AMB]: A mí las palabras me enamoran, tanto en su etimología, como en su sonoridad, en sus contextos o en sus soledades, y esas palabras estaban en la lengua oral de mis historias, en mis experiencias personales. Yo no soy muy consciente de lo que se va escribiendo, sólo sé que el poema se escribe. Escucho las voces del recuerdo, del sueño o de la calle. Sé que en este poemario hay mucho oído, mucho trabajo con la escucha, incluso del silencio. Ahí tal vez podemos empezar a hablar de la transparencia. Como dice la maestra Diana Bellessi: “si el corazón no los empuja no hay poema”. Eso creo que es la transparencia. Después el trabajo fue tejer esa armonía en el tono.
[AM]: Muy interesante, además, incluir al inicio del libro a Atahualpa Yupanqui, en una cita: “y al contemplar su soledad serena/ sentí que estaba como yo en el mundo/ sin más sostén que el de su propia pena”. ¿Por qué elegiste esos versos y no otros?
[AMB]: Bueno, creo que cuando se atraviesa el libro, se pasa por diferentes estados, pero siempre se insiste en esa soledad contemplativa hacia alcanzar, a modo ideal, aquel modo de vacío o de paz del que se encarga el último verso. Siempre se reflexiona en soledad, aunque se esté rodeado de gente. Y este libro podría leerse también en esa clave, un largo soliloquio.
[AM]: Un poema del libro en particular me interesa. Lo citaré íntegramente. “Polvaredas, corridas, ginebras / qué nostalgia despiertan/ esos paraísos con el viento,/ y uno no sabe si salir llorando/ o si matar todos los recuerdos” ¿Cuál es su historia?, ¿lo recordás?
[AMB]: No sé si una puede explicar, contar la historia atrás de un poema. Solo balbuceos: Es una mezcla entre una historia real narrada por mis tíos, restos de un sueño, pinceladas de un cuadro que había visto en esos días y algunas notas de Pájaro de rodillas de Zitarrosa.
[AM]: Alejandra, ¿cuánta ficción respira el libro?
[AMB]: La necesaria para que el verso viva. Somos ficción, somos contados permanentemente, somos decidores y somos dichos.
[AM]: ¿De qué clichés escapás cuando escribís?, ¿por qué?
[AMB]: Más allá de lo técnico, de los clichés o no clichés, yo quiero escribir, no escaparme. Digamos que me alejo, si querés, de aquello que llaman la gran literatura, de la pose de escritora, de los grandes laureles, trato de no caer en cierta búsqueda de originalidad moderna que de original no tiene nada y me parece banal, superficial. De esa división entre lo nuevo y lo viejo también me alejo, porque son criterios que nos dividen, que atrasan, y que sin embargo están y rigen.
[AM]: Se sabe que, la razón por la cual Platón recusa a los poetas, es porque no hablan por sí mismos, sino a través de la Musa. ¿Alejandra Mendez Bujonok cree en la inspiración?
[AMB]: Se me viene a la cabeza una frase de Federico García Lorca, cuando estaba trabajando la imagen poética de don Luis de Góngora, que dice: «Se vuelve de la inspiración como se vuelve de un país extranjero. El poema es la narración del viaje». No sé si es una cuestión de creer o no, aparecen ciertas ideas, ciertas imágenes o sonidos, que nos generan una especie de extrañeza o sensación a seguir, pero mientras una ya está trabajando. En ese mismo acto de escribir está la inspiración para mí.
[AM]: Tu libro me llevó, por momentos, a pensar en Ricardo Güiraldes. En Don Segundo Sombra, me refiero al tono, la atmósfera. Aparecen la estancia, los peones, el patrón… ciertos animales…. Y claro, con ciertos seres fabulosos de las leyendas orales. En ese sentido, ¿hiciste alguna investigación de fondo sobre el tema, antes de escribir el libro?
[AMB]: No, sólo las lecturas que ya se trae consigo han aportado lo suyo. Luego, como te decía antes, mucho volver a pasar por lo escuchado, lo visto, lo vivido.
[AM]: “Siempre se está volviendo. Uno se va/ para reafirmarse en ese verde/ pastizal desierto que contiene/ todo el campo personal”. Tus versos, Alejandra, tienen una música muy atenta a los sentidos. Son versos impresionistas, con olor a campo; como bien indicó en una reseña Beatriz Vignoli.
[AM]: Evidentemente los árboles siempre van a estar presentes en mi poesía…
[AM]: Haber incluido un glosario al cierre del libro, tu “Cuchuario”, es casi un manifiesto sociopolítico. Un espacio desde donde resistís ―a través de la memoria―, el olvido. Las palabras como esencia de una zona de identidad muy importante. ¿Pensaste en muchas otras palabras que quedaron, digamos, “fuera del tintero”?
[AMB]: No, las palabras que están son las que son. Me hubiera gustado que aparezcan más pájaros tal vez, aquellos que mi padre me enseñaba a diferenciar. Quizás vuelen en otro libro, o no, no lo sé.
[AM]: ¿Qué mirada común observás en tus temas?
[AMB]: Los temas son de todes. Son los mismos temas que atraviesan a cualquier ser humano. Es decir, no tengo mis temas, al menos conscientemente. Lo común en mi mirada puede ser un repliegue de complejos y anárquicos senderos interiores, quizás esos estados íntimos en diálogo constante con el afuera y viceversa. Una cosmovisión atenta al paisaje, a la gran metáfora que nos regalan las pequeñas cosas diarias.
[AM]: La poeta uruguaya Circe Maia, cierta vez escribió: “El lenguaje no cubre sino descubre”. ¿El lenguaje en sí cubriría y el poeta sería quien quita el velo?
[AMB]: Comparto lo que dice Circe, el lenguaje nos preexiste y nos define. Cuando se trabaja con la palabra, se niega y se afirma simultáneamente otro texto, parafraseando a Julia Kristeva, el texto se construye como un mosaico de citas. No creo que sea función del poeta quitar ningún velo, al contrario, colocando el velo poético es cuando tal vez algo nace, algo se descubre.
[AM]: ¿Un poema se define por el tono, es decir la voz en que se lee?
[AMB]: El poema se define por el tono y por muchas otras cosas más. Pero en un lenguaje que le es propio en sí mismo, solo de esa forma pueden ser dichas ciertas cosas. El tono poético indecible de la libertad.
[AM]: Por último, Alejandra. ¿La poesía sirve para desengañarse de la realidad?
[AMB]: En esta sociedad de consumo, la poesía no sirve para nada en el sentido utilitario, pero justamente ahí está su magia, su esencia. La poesía es un acto de resistencia, de desobediencia a lo establecido, y es un gesto de entrega, de amor. Tal vez ahí esté la puerta abierta para posibles desengaños.