Reproducimos la presente nota periodística que publicó Sebastián Salazar Bondy en la revista peruana Oiga, n°75, del día 14 de mayo de 1964, p.6, en respuesta a las críticas que recibió tras la publicación de su célebre y esclarecedor ensayo Lima la horrible (1964)
El horror a la vuelta de la esquina
Por: Sebastián Salazar Bondy
© Irma Lostaunau y
Ximena Salazar Lostaunau
Crédito de la foto: Izq. © Archivo Mario Pera
Der. © Ximena Salazar Lostaunau
Lamento sinceramente que la crítica ―salvo excepciones, por cierto― haya comentado parcialmente mi libro “Lima la Horrible”. Hubo quien sólo atinó a precisar conceptos sobre Ricardo Palma, al cual el libro dedica unas pocas líneas, y quien únicamente hizo referencias a las alusiones al pasado.
Bastante interpretaron ―sin leer el libro o quizá tras de leerlo mal― la palabra “horrible” como un adjetivo en función estética, cuando en mi ensayo aparece fundamentalmente con valor moral. Pero a la crítica no hay que contestarle, pues quien la suscribe ejerce un derecho inalienable y respetabilísimo, salvo cuando entraña mala fe o lleva implícito un propósito malevolente. Tal es el caso de la nota que en el quincenario “Caretas” ha publicado el señor Carlos Neuhaus Rizo Patrón. Pido disculpas a los lectores de OIGA por ocupar esta columna con un asunto exclusivamente personal.
Mi libro tiene un capítulo titulado “De la tapada de Miss Perú”. Se ocupa de la mujer limeña, de su fama y de su papel en la sociedad urbana, pero ese capítulo tiene sentido en el contexto general. Denuncio en las cien páginas de “Lima la Horrible” la existencia de una ideología basada en un mito (el mito de la colonia feliz, arcádica), que ha servido para sostener un sistema social y económico injusto, que infortunadamente perdura y tiende a prolongarse. El mito es total y envuelve también a la mujer, eje social, centro de la familia y, por ende, raíz de toda la constelación comunitaria. Expongo antecedentes, cito fuentes, aludo al prestigio de belleza y encanto que rodea a la limeña y que, por supuesto, no contradigo sino que defiendo. Señalo, como pocos antes y hoy mismo, sus cualidades intelectuales, y opino que la cultura y la liberación la convertirán mañana en un factor decisivo ―como acontece en muchos países del orbe― del progreso y la justicia. Deploro que el mito y el sistema la tengan reducida a la mera tarea doméstica, no obstante la emergencia femenina que actualmente se advierte en los medios profesionales y técnicos. La tesis se imbrica en el conjunto, pertenece a una secuencia. Es tramposo extraerla de esa totalidad, citarla truncada, ironizar con lo serio (que es lo más fácil y que yo mismo podría usar aquí) y dárselas de galante con lo que nada tiene que ver con la galantería. En un juicio, mi detractor se pone a hacer chistes. Es él quien hace el ridículo.
Soy limeño. MI madre, mi mujer, mi hija, son limeñas. ¿Las habría insultado? He escrito lo que creo es la verdad (no soy dueño de ella, por supuesto, pero deseo poseerla, y por eso persigo el esclarecimiento libre, sin ofender ni temer). El señor Neuhaus Rizo Patrón, que parece conocer mi obra puesto que cita un cuento y una comedia, no ha entendido mis libros, ni el primero ni el último. Tiene afán de notoriedad ―cosa que yo desconozco― y entonces se agarra de lo que cree que es más eficaz para que lo congratulen en un cóctel de “high-life”. Tampoco me molesta esto último. Que él prefiera esas felicitaciones a la verdad es algo que me parece indigno en un hombre que ha tenido y tiene una cátedra, que aspira a ser intelectual y que, además, postula al gobierno. Cuando cita el refrán ―mal citado, de otra parte― de que “cada uno habla de la feria como le fue en ella” emplea el típico argumento “ad homine”. La sentencia aludida está puesta de un modo tan equívoco que merece interpretaciones. Opto por la que me parece injuriosa, pero emplazo a que el autor del artículo de “Caretas” explique la intención que tiene, para que, de acuerdo a esa explicación, yo deje a un lado mi máquina de escribir y, de hombre a hombre, lo invite a retirar ese insulto que envuelve a la excepcional mujer que es mi esposa.
Tengo conciencia de que para el lector y para OIGA todo esto es anecdótico y que los periodistas y escritores no tenemos las páginas de la prensa y los libros para ocuparnos de cada uno de los incidentes a que da lugar la incomprensión, el resentimiento, la carencia de una orientación o lo que fuere de nuestros gratuitos adversarios. Creo en la crítica, la considero indispensable, si es rigurosa, en medios como el nuestro, pero considero también que la animosidad subjetiva revestida de crítica es una prueba de nuestra pobreza cultural y de nuestra crisis moral. Es decir, de eso que, apropiándome de un verso de César Moro, he llamado “Lima la Horrible”. Es para ayudar a que la ciudad rompa por fin tal atadura que he escrito el libro. Yo sabía que el horror enemigo me saldría al encuentro a la vuelta de cualquier esquina.