Comentario crítico y selección por Aleyda Quevedo Rojas
Crédito de la foto la autora
El goce de escribir en Ana María Shua
Aleyda Quevedo Rojas [AQR]: ¿Cuando, en qué época y momento llega a tu vida la literatura, el don de moldear palabras y estructurar emociones y misterios, trabajar con el lenguaje, y cuando decides entregarle tu vida al arte literario?
Ana María Shua [AMS]: Yo nací con el don de la palabra escrita. Tuve que aprender a narrar, pero no tuve que aprender a escribir bien: en mis cuadernos de la escuela primaria se lee ya una escritura impecable y muy consciente de sí misma. Fui una lectora apasionada, una adicta a los libros, desde que aprendí a leer, a los cuatro años. Y las adicciones suelen traer consecuencias. En mi caso, las primeras consecuencias fueron en verso. A los diez años mi fama de poeta se había extendido por toda la escuela y ya era demasiado tarde para retroceder.
Pero, por supuesto, de chica llegar a ser escritora “de verdad” me parecía un sueño lejano. Cuando terminé el secundario, empecé a estudiar Letras y al mismo tiempo a trabajar en publicidad. Durante quince años fui redactora creativa en agencias, mientras iba publicando mis primeros libros. No fue de pronto: poco a poco comprendí que sí, que lo había logrado, que ya era, para siempre, una verdadera escritora. ¿Por qué quise ser escritora? ¡Pero si yo no quise! ¿Por qué sigo siéndolo? Porque no sé, ni puedo hacer otra cosa. En parte por vanidad: tantos años después insisto, avergonzada, en esa búsqueda infantil de aprobación y aplauso. Y en parte por puro placer: el de dominar un material, doblegar el caos de la palabra para organizarlo en un cierto cosmos privado. Gozosamente trabajar las uniones hasta obtener una forma de la realidad nueva, lisa, perfecta, sin costuras. Como un árbol. Alguna vez lo he conseguido: siempre vale la pena intentarlo.
[AQR]: ¿Cómo es tu proceso de creación, hay una revelación, un deslumbramiento, tienes rituales, dibujas una hoja de ruta, investigas y estudias, vas directo al papel o al computador?, ¿cuéntame el tejido de ese proceso de la creación en ti?
[AMS]: Lo que hace la imaginación del autor es muy poquito: con trozos de su experiencia, moldeados por sus lecturas, construye un pequeño cosmos artificial. Nadie inventa nada: como las iglesias de los conquistadores del Nuevo Mundo, construidas con las piedras de los antiguos templos paganos, así desmonta y vuelve a montar la realidad el modesto trabajo de la imaginación. La inspiración existe, lamentablemente, y no es posible convocarla a voluntad. Pero sí es posible prepararse para recibirla. Es muy simple: hay que estar trabajando para aprovechar sus imprevisibles, esporádicas visitas. A veces muchos días de trabajo lento, penoso y esforzado pueden imitar, para el lector, el efecto de una hora de inspiración. A veces no.
En cada etapa de proceso de escritura, desde la concepción de la idea central hasta el pulido final, inspiración y oficio se entretejen en porcentajes variables que no podría establecer con precisión. Escribo a la mañana, es la mejor hora para mí. Tengo que estar en una habitación donde pueda cerrar la puerta, y ahora necesito una computadora. Nunca escribo a mano. Pero para contestar tu pregunta en forma más directa, te diré que mi proceso de creación es muy diferente según el género que esté escribiendo. El microrrelato es un poco como la poesía, depende más de un momento de revelación, de un deslumbramiento, que sin embargo puedo buscar o no. De hecho, paso muchos años entre un libro de microrrelatos y otro y en ese período ninguna revelación me acosa.
Tengo que salir de caza con mi red de atrapar palabras para darle la oportunidad de que me atrape a mí. Cuando estoy escribiendo un cuento y sobre todo una novela, dependo más de la investigación, pero también hay un momento mágico, inexplicable, en la decisión sobre el tema, los personajes, la dirección general de la escritura.
[AQR]: ¿Cuáles son tus libros favoritos, esos indispensables y de cabecera, a los que vuelves siempre y cada vez…?
[AMS]: Desde los cuatro años soy una lectora voraz y desde entonces, creo, siempre tuve la misma respuesta en cuanto a mi texto favorito: no es uno, no es un cuento, no es un libro, es la literatura en su tremenda maravilla. Mis libros favoritos están en el futuro. Sigo leyendo para encontrarlos.
Entretanto, tengo una larguísima lista de cientos de títulos que son “el mejor libro”. Los escritores de mi edad, cuando se les pregunta por sus lecturas, suelen asegurar que están “releyendo a los clásicos”. Yo no podría “releer” a los clásicos porque hay tantísimos que todavía nunca leí (y con cierta frecuencia incluyo alguno entre mis lecturas cotidianas). Pero sobre todo, ahora entiendo mejor esa respuesta: yo leo también, y mucho, a los autores jóvenes. Los admiro y los envidio y más de una vez quisiera poder imitar esa sensibilidad todavía inexplorada, dejarme influir por las nuevas generaciones como en su momento me influyeron mis mayores (ay, qué pena, no es tan sencillo). Leo, decía, a los autores jóvenes: ¡pero ya no me acuerdo de sus nombres! Por eso es que entiendo mejor esa respuesta que pronto haré mía: estoy releyendo a los clásicos.
[AQR]: ¿Crees que la literatura posee una especie de poder transformador?
[AMS]: En algún momento del siglo pasado, los escritores tuvimos una vaga pero confortable noción de participación. Se era parte actuante de un movimiento general, que incluía lo político, un movimiento de transformación que iba a modificar indudablemente nuestra sociedad, nuestra mentalidad, el mundo entero. Los escritores que estamos produciendo ahora somos, lamentablemente, mucho más modestos. Hasta los más jóvenes, hasta los inéditos, se sienten más sabios, más tristes y más viejos. Desarrollamos nuestra tarea con un tesón y una melancolía parecida a la de los copistas medievales, esperando confusamente un futuro en el que nuestra obra, indiferente a nuestro entorno actual, vuelva a ser importante para los hombres. Pero al menos, sin duda, la literatura transforma al que lee: la buena literatura. Nadie sale indemne de un gran libro.
[AQR]: ¿Qué peso le concedes a la crítica y a la academia?, ¿cuán importantes crees que son los críticos y los docentes y académicos a la hora de formar lectores o de motivar a la lectura?
[AMS]: En los últimos años, en mi país, el rol de la academia creció desmesuradamente. Hay escritores que escriben para ser analizados, ajustándose a ciertas preceptivas críticas que un tiempo después pasan de moda y los abandonan al costado del camino. Las vanguardias, que en su momento fueron escandalosas y revolucionarias, hoy se volvieron académicas.
Sin embargo, también hay que considerar que los escritores y los críticos nos miramos con recelo pero nos necesitamos mutuamente. Si no fuera por la crítica, los autores estaríamos sometidos implacablemente a las leyes del mercado, que son mucho más duras, más injustas y más crueles que las de la academia. ¡Viva la crítica! De hecho, el desarrollo y crecimiento del microrrelato en todo el mundo de habla española se debe, al menos en parte, al trabajo de la crítica académica.
Los críticos redescubrieron lo que hasta entonces se llamaba cuento brevísimo, lo designaron como un género distinto del cuento y contribuyeron de todas las formas posibles a su difusión. Hay que recordar que los críticos suelen ser también profesores y su prédica persuade a los estudiantes, que también son buenos lectores, provocando un efecto de derrame.
[AQR]: ¿Qué estás escribiendo ahora mismo?…
[AMS]: Acabo de comenzar un libro de microrrelatos sobre la guerra. Todas las guerras y la guerra toda. Será un trabajo de varios años. Y también siempre estoy escribiendo literatura infantil, por amor y por dinero.
[AQR]: ¿Cómo miras la Argentina actual en el ámbito del arte y la cultura?
[AMS]: Tengo la suerte de vivir en un país en el que el arte y la cultura fueron siempre importantes y respetados, donde la literatura y los libros son un ideal deseable incluso para la gente que no lee. No sé exactamente que sucede en otros ámbitos de la cultura, pero puedo decir que en literatura hoy tenemos un semillero de jóvenes autores como nunca antes había sucedido. Desde que yo recuerde, nunca hubo tanta gente de menos de cuarenta y cinco años publicando alta literatura. Es asombroso, reconfortante y es imposible para una sola persona tener una idea general de lo que se está escribiendo, cada uno de nosotros tiene una visión sesgada, parcial, de la nueva narrativa, que es inabarcable. Esos escritores están acompañados y apoyados por un movimiento de pequeñas editoriales que se ha dado en todo el mundo, (en buena parte a partir de la reducción de los costos de edición) pero que en Argentina es particularmente fuerte.
Muchas de estas nuevas editoriales son cooperativas formadas por los mismos autores y de alguna manera obtienen distribución y presencia en librerías, con el apoyo de los suplementos literarios. Entiendo que lo mismo está pasando con el teatro, que pasa por una etapa de florecimiento comparable a la que hubo en los años 60 del siglo pasado.
Los jóvenes escritores son tantos… ¡creo que cuando yo empecé a publicar era muchísimo más fácil destacarse que ahora! En medio de nuestras crisis políticas y económicas, es una buena noticia que el movimiento cultural siga tan intenso y saludable.
*(Buenos Aires-Argentina, 1951). Publicó sus primeros poemas reunidos en El sol y yo con 16 años. Ha recibido la Beca Guggehnheim, el premio de la editorial Losada (1980) con la novela Soy Paciente, el Premio Konex de Platino y el Premio Nacional de Literatura (2014); además publicó en novela Los amores de Laurita, El libro de los recuerdos (Beca Guggenheim) y La muerte como efecto secundario. Su última novela es El peso de la tentación; en microrrelato ha publicado La sueñera, Casa de Geishas, Botánica del Caos, Temporada de Fantasmas (reunidos en el volumen Cazadores de Letras) y Fenómenos de circo; y, en cuento, Los días de pesca, Viajando se conoce gente y Como una buena madre.