El extranjero cosmopolita. El exilio en la poesía de Pedro Salinas, por Andrea Crespo Madrid

 

 

Por: Andrea Crespo Madrid

Crédito de la foto: www.s127.photobucket.com

 

 

El extranjero cosmopolita.

Reflexiones sobre el exilio en la poesía de Pedro Salinas:

tonos líricos y satíricos

 

Yo vengo de todas partes

y hacia todas partes voy:

Arte soy entre las artes,

En los montes, monte soy.

José Martí

 

La noción de exilio

La experiencia del exilio es conocida por todos aquellos que a lo largo del tiempo han tenido que aprender ―de una manera u otra― a despegarse del suelo patrio o un terruño significante bajo la imposibilidad del regreso, durante un periodo determinado o indeterminado por diversas causas (estén justificadas o no). Se repite en numerosas ocasiones como un acontecimiento histórico que marca el ritmo de la vida humana y su progreso, en una dialéctica de rebeldía entre los poderosos y los que se niegan a ser oprimidos; voces que se resisten a callarse y mordazas que no cesan. Asimismo, las condiciones del exilio no han sido las mismas para todos los autores que escriben en y desde el exilio[1], por esto las respuestas literarias a él no lo han sido tampoco. La valoración de la experiencia varía según la época histórica y esta línea temporal se puede trazar desde la Antigüedad, por su importancia filosófica, sociológica, histórica, política y por supuesto literaria.

Durante la época grecolatina, la concepción humana sobre el exilio podía simplificarse al trazar una diferencia evidente: positiva o negativa. Los cínicos tenían una actitud en extremo positiva sobre el exilio ya que rechazaban las instituciones sociales y acuerdos culturales: exigían distanciarse de las relaciones locales porque representaban una atadura para el ser humano. El retiro de la sociedad era una condición necesaria para la realización del individuo en tanto esta era vista como una forma de libertad. No había que responder a nada más que la subversión intrínseca de rebatir toda ley y noción de patria, esto hacía a un hombre verdaderamente libre. La actitud cínica era innegablemente insolente. Se recuerda que Diógenes en una ocasión cuando alguien le echó en cara su exilio y le dijo «los de Sínope te condenaron al destierro», este filósofo le contestó: «y yo a ellos a que siguieran en su ciudad». La pertenencia de un territorio no hace al hombre libre. También, se cuenta que uno de sus discípulos, Crates de Tebas solía decir «que tenía como patria el anonimato y la pobreza». Los cínicos son exiliados por voluntad propia, siempre bajo el refugio del sol y la convicción de sentirse libres.

 

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Para Plutarco, el exilio es admirable. No se desentiende del padecimiento del exilio y el aciago que acarrea ser un desterrado al no tener conocidos y estar alejado de la familia, pero para este, un conjunto como la ausencia de política, el ocio y la libertad de una vida dedicada a la filosofía, no es más que motivo de alegría y elogio. Las vicisitudes sufridas producto del destierro solo pueden ser positivas porque se deja de vivir bajo tensiones políticas en sociedad y la recompensa de semejante desapego está en el cosmos, en su plenitud y extensión que parece infinita, como dicho una vez por él:

Es este el límite de nuestra tierra natal, y aquí ninguno es exiliado, ni forastero, ni extranjero; aquí están el mismo fuego, el agua, y el aire; los mismos magistrados y procuradores y concejales–el Sol, la Luna, la Estrella Matutina; las mismas leyes para todos, promulgadas por idéntico mando y soberanía–el solsticio de verano, el solsticio de invierno, el equinoccio (…) sigue la Justicia, que somete a castigo a quienes no acatan la ley divina, la justicia que todos nosotros observamos para con nuestros conciudadanos (601 a-b).[2]

 

Queda constatado que el ser humano no es ajeno en ningún lugar del universo, el exilio es una forma de unificación con todos los hombres, donde se tienen en común todas las cosas que forman parte de la conciencia vital de la trayectoria humana: lo verdadero que nos une se encuentra en la naturaleza regida por los astros, que dictaminan todas las leyes divinas y mueven el cosmos. Por esta razón es difícil trazar una línea divisoria tajante entre Plutarco y los estoicos.

Los estoicos tenían una visión cosmopolita del mundo, donde todo sitio del planeta era considerado como casa. Sostenían un sentimiento de solidaridad universal y la unión de todos los hombres, en poner en alto la concepción de que todos los seres humanos son ciudadanos del mundo. Esto mismo le ocurre a Séneca, quien fue desterrado bajo el mandato de Claudio (un destierro sin pérdida de sus derechos civiles) por ocho años. Este gran filósofo consuela a su madre al decirle que el espíritu no puede padecer el exilio[3] y sabe responder a los dolores de la vida humana. Para él, poder observar los fenómenos celestes de la naturaleza es un privilegio que se le es dado a los hombres, y a través de esta experiencia trascendental no debe importar el suelo que esté pisando.

Esta noción que aparenta ser cosmopolita no debería ser confundida nunca por el sentirse extranjero en todas partes: sentirse en casa en todos los lugares del orbe no equivale a la alienación de saberse extranjero. Esta idea cobrará relevancia más adelante.

Una postura completamente opuesta es la de Ovidio, famoso por su respuesta poética a la experiencia del exilio y para quien el destierro es la experiencia posiblemente más negativa de la vida humana. Ovidio fue apuntado por sus escritos y enviado a tierras que no compartían su lengua, su obra elegíaca de las Tristes es un profundo lamento por la pérdida de Roma, una constante comparación con el territorio donde se encuentra y una nostalgia evidente sentida por la ciudad perdida y por la patria de la propia lengua que ya se ha vuelto inhabitable. Se sitúa en el exilio para proclamar y remediar la ausencia. Al realizar este tipo de reflexiones, Ovidio, como Séneca y Plutarco, convierte al exilio en un tema literario.

Esta tradición y actitud ovidiana es debatida en la Edad Media y en el Renacimiento. Petrarca se inclinaba por una postura similar a la de Séneca, en la cual sostiene que el consuelo al exilio es el universo, la patria concebida en todos los rincones del planeta. En Dante, exiliado por sus posturas políticas, la noción cambia y el exilio es convertido en un proceso de peregrinación arduo; el andar errante por el mundo prepara al alma para su ascensión. No obstante, Dante nunca reniega las dificultades y dolencias profundas que supone el destierro.

El exilio se vuelve una experiencia repetida y recurrente conforme avanza la historia de la humanidad. El mismo Shakespeare considera que el destierro está lejos de ser un propósito noble, puesto que la pérdida del suelo patrio supone un desligamiento doloroso que deja a un poeta desvalido y roto; no valdría la pena, entonces, sufrir de semejante modo para tener un llamado acceso universal. Esta experiencia del exilio se intensifica mientras más nos acercamos a los tiempos modernos, por diversos motivos, ya sean la intolerancia religiosa o el absolutismo político que está dispuesto a alejar a miles de hombres de su patria por concebirla distinta. La circunstancia de alienación forzada se vuelve palpable y marca las respuestas literarias de cada poeta a su manera.

 

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Pedro Salinas
Crédito: http://www.diarioinca.com/

 

El exilio de Pedro Salinas y su poesía

Pedro Salinas fue un destacado poeta y crítico literario español perteneciente a la Generación del 27, conocido por poseer una voz poética propia-distintiva y renovar la lírica amorosa en la tradición poética de la literatura española. Nació en Madrid en el año 1891 y murió en Boston en 1951. Cabe aclarar en este momento que el criterio para seleccionar los detalles rescatados de su biografía dentro de este trabajo es totalmente arbitrario, puesto que las observaciones y relaciones posteriores entre su vida y obra son específicas.

Salinas fue el poeta-profesor por excelencia, el embajador de la literatura española que tenía la posibilidad de impartir lecciones y viajar a diversos lugares para repartir su sabiduría. Es importante reconocer en Salinas que no era un fanático, ni políticamente ni de ningún otro modo: se sostiene, sin embargo, que era un intelectual republicano con fe en el renacimiento de una España nueva en el siglo XX[4]. No obstante, su espíritu noble se cunde de desilusión[5] rápidamente y la trayectoria vital de Salinas se ve marcada por ese desencanto hacia la política que anuncia el detrimento de su patria, se convierten en desprecio sus sentimientos hacia cualquier discurso, declaración y pronóstico político, en una España que a partir de los años 30 comienza a verse sumergida y solo continúa su proceso destructivo hasta el fin de la Guerra Civil y toda la posguerra, que en su término no indica la suspensión de una etapa crítica. La España agonizante es la España que perdura.

La Guerra Civil atrapa a Salinas en Santander, mientras ejercía como profesor. El poeta se exilia voluntariamente para impartir clases al otro lado del océano, pensando con inocencia que la guerra no duraría mucho.

La poesía de Salinas no está profusamente marcada por un tono o temática política, es bien sabido que de este poeta siempre se rescata su poesía amorosa, como el magnífico poemario La voz a ti debida (1933). No por esta razón debemos olvidar que Salinas padeció el exilio hasta su muerte y aunque en su prosa se evidencia la crítica política con más fuerza, esta no estuvo excluida por completo de su lírica, en ella también reacciona desde el destierro y en él. En el presente estudio se reflexionará sobre el exilio de Salinas, se tomarán en cuenta tres sonetos satíricos y un poema adicional, inéditos todos, presentados al público en una edición reciente[6].

A pesar de ser aconsejado de silenciarse por las consecuencias políticas que escribir suponía, Salinas no desiste de hacerlo por la necesidad imperativa de plasmar la queja durante su estancia en Wellesley (1937-1940). Este es el caso de los tres sonetos satíricos seleccionados, en contra de toda forma de dictadura fascista y arbitraria, como era el caso de Hitler (Nach München! – Hacia Múnich en la traducción), de Franco (Paca, la Franca mona) o de la actitud de Chamberlain, primer ministro inglés cómplice (A Chamberlain, en su viaje a Roma), todos escritos en 1938, a pesar de no ser publicados.

En A Chamberlain, en su viaje a Roma está clara la intención y crítica de Salinas hacia la actitud no intervencionista que tomaron los aliados ante la terrible Guerra Civil Española, descartada por completo con suma negligencia. Salinas critica, además, la complicidad del primer ministro inglés Arthur Chamberlain con las naciones fascistas, por estar dispuesto a distribuirse límites navales o territoriales y reconocer como legítimas estas viles formas totalitarias (el gobierno de Mussolini y Hitler), incluso después de haberle declarado la guerra a Alemania.

 

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Generación del 27:
primera fila Pedro Salinas, Ignacio Sánchez Mejias y Jorge Guillén. Detrás: Antonio Marichalar, José Bergamín,Vicente Alexandre, Federico García Lorca y Dámaso Alonso.
Crédito: http://pedrosalinasvidaypoesia.blogspot.pe/

 

Salinas, sin renunciar a la dificultad poética del soneto, logra componer catorce versos de denuncia y burla, respetando el endecasílabo. Sostiene la rima y la musicalidad del soneto, aun hablando de atrocidades y tratando de satirizar la figura del político inglés, tildado de cobarde, como es evidente en «Plusproxeneta y archicelestino, / corre. ¿No oyes a Adolfo, a Galeazzo[7], / mandándote que dobles tu espinazo, / ora en Bavaria, ya en el Palatino?», o la burla de las instituciones con ademanes de desprecio y desinterés: «O si no, que te lidien en el coso / de Roma

Lo mismo ocurre en los dos sonetos posteriores. En Nach München!, la sátira está también presente desde el inicio, con epítetos burlones e ironía, sin abandonar el componente lírico del poema incluso en la vulgaridad, como dos oposiciones que subsisten. Salinas es antifascista y está dispuesto a adoptar expresiones impactantes para demostrar la repugnancia que le generan los regímenes. Está claro en: «Mientras el Superchulo ira vomita / y se meinkampfenea entre respingos, / juega su dulce golf de los domingos / el camarlengo protocainita.», el poeta crea un neologismo para posicionar a Hitler como el primer asesino de sus hermanos, con la ayuda de la Iglesia Católica. La noción cainita de la guerra en España se hace tangible desde la Guerra Civil, hermanos contra hermanos. También introduce un juego de palabras, «alimaña» no solo como insulto sino también como alusión a Alemania y su bestialidad. Otra muestra de la expresión casi soez en el soneto de asco y burla pura se encuentra en el terceto final: «Y al acercarse a Adolfo, se le ensancha / el miedo tanto, que antes de que él chille / a la pata teutona ofrece el ano

El último soneto va dirigido al general Francisco Franco, causante de tanto dolor español. En Paca, la Franca mona, Salinas muestra con libertad su desprecio hacia el dictador, utilizando adjetivos para su propósito: «Católico-apostólica alimaña, / itálico-teutónica-marrueca, / hijo, ya de la Loba o la clueca, que un traidor con su propia madre ensaña.» Es clara la alusión. Este último soneto quizás sea el que posea los tonos líricos y satíricos más poderosos, cuya rima adorna y musicalidad resalta, es la crítica que nunca se detiene, sin llegar a ser en ningún momento tan vulgar como en el resto de los sonetos contrastados: la crítica no es exclusiva hacia Franco, también hacia la alianza de países que mantienen a España hundida. Es con claridad la burla más inteligente, con usos creativos («se falangea») donde Franco es una pobre imitación ciega que en su condición rebajada resulta ser el más peligroso, pues es quien manda en el suelo del poeta y este debe escribirle a la altura de su bajeza: «Se falangea, inflado de patraña, / a Benito imitándole la mueca, y al eje Berlín, Roma, Burgos, Meca / entrega el cuerpo claro de mi España.» Salinas, por último, no abandona la ironía de la unión entre la Iglesia y el régimen franquista, juntándola con el componente popular en el último verso del segundo terceto: «No hay camarlengo[8] que por bien no venga».

Estos tres sonetos se alimentan de la sátira y su ironía para poder existir, dejando un tanto atrás el tono lírico, permitiendo que este se apoye más que todo en el ritmo del poema ―su forma como tal. Sin embargo, en la antología recogida de poesía inédita, encontramos un poema eminentemente lírico que abandona la sátira y la crítica política; este poema de Salinas se centra por completo en la noción de exilio y reflexiona sobre él.

En el poema El extranjero, con aspecto de versolibrismo y escrito durante su estadía en Boston y Baltimore, prevalece la sensación de sentirse diferente de los demás, la soledad perenne y la incapacidad de comunicación[9]. El exilio no debe ser visto como un acontecimiento aislado, hay numerosos factores que influyen en la respuesta literaria de manera bidireccional. No es solo el poeta quien habla a los demás, el poeta también recoge de su entorno vivencias que marcarán y moldearán su voz poética. El estilo de Salinas confía en la repetición y la naturalidad de sus versos, reposando en una naturaleza espontánea que provoca en el lector una identificación y un sentimiento de empatía por el yo lírico.

En El extranjero, Salinas «une la extrañeza del exiliado al desarraigo metafísico». La barrera comunicativa lo hace sentir extranjero y no logra reconocerse en el carácter y en el habla de los otros que no son los suyos, aunque recuerde a España en la manera tradicional que tiene de desenvolverse su ambiente. Lo realmente curioso del poema es cómo percibe Salinas a los otros: los ve como extranjeros, aunque en realidad él lo sea. Hay un extrañamiento por todo lo que le rodea, la ausencia de España ―fundamentalmente de la patria que se consolida a través de la lengua española en este caso― lo aliena. Sin embargo, este anhelo permanece mudo ante la imposibilidad del retorno y la certeza de que su país es uno perdido, irrecuperable.

No se es menos patriótico por haber salido de la patria. El exilio de Salinas parte del desconocimiento de un país que ya no es el suyo: el poeta es extranjero incluso en su propia tierra. No puede reconocerse en unas ruinas heridas ni verse en muros caídos que tampoco pueden verlo. Un espíritu subversivo aunque silente prefiere marcharse antes de silenciarse. ¿Es posible considerar entonces al exilio de Salinas como voluntario? La España de la época, desfigurada y anémica, indica todo lo contrario. Un suelo es capaz de expulsar a sus poetas si son incapaces de adecuarse a él y a sus cambios.

Hay una similitud con Luis Cernuda, poeta del exilio por antonomasia, y su poema El peregrino: el camino del regreso ya no existe para ninguno de los dos. Tanto Salinas como Cernuda exponen que volver ya no es posible. Salinas dice: «Pero a esos sitios, ¿cómo se puede ir si ya no hay camino? / Sí lo hubo, sí lo hubo. Pero las olas, que iban avanzando / ya lo taparon. Preguntar, inútil.» Cernuda, en su poema, también expresa una idea similar: «Mas ¿tú? ¿volver? Regresar no piensas, / sino seguir adelante, / disponible por siempre, mozo o viejo, / sin hijo que te busque, como a Ulises, / sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.» Así, el poeta, aunque tenga una ficha en el bolsillo con un lugar de nacimiento, es siempre paseante, siempre está de paso.

 

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De izq. a der. Federico García Lorca, Pedro Salinas y Rafael Alberti.
Miembros de la Generación del ’27.
Crédito: http://www.huertadesanvicente.com/

 

El poeta exiliado será un extranjero incomprendido en cualquiera de las calles sin consuelo: «Nadie me entendería. Por algo / todos tenemos lengua, y las hablamos. / Nadie me entendería, por la noche, cuando todo se acerca en el oído.» Lo tentador de la incomprensión va de la mano con el exilio y su carácter universal. El exilio puede ser de todos. Por más que sintamos una pertenencia de hogar en la mera concepción de lo alienado, poco a poco entendemos que este no-lugar es de todos. Y es lo único que puede serlo. Lo exclusivamente común es no estar en ninguna parte.

La noción cosmopolita que podría haber tenido Salinas al llevar una vida más que amena en el exterior, como fue mencionado anteriormente, no equivale a la noción de saberse extranjero: en la primera estás en casa siempre, en la segunda, nunca. En su obra, Salinas pacta una estabilidad con el lugar que lo recibe, es celebrado y consigue imponerse con su brillantez en numerosos países. Sin embargo, poemas como El extranjero guardan en sí la segunda noción de no encajar, presentada como intrínseca al hecho poético. Y es precisamente ese el encanto de Salinas: hacer confluir dos sentimientos con aparente facilidad en su poesía, como son la alienación y la pertenencia, en una convivencia casi clandestina sobre versos perpetuos. Se encuentra en esta coexistencia la mismísima descripción de toda la vivencia humana.

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Bibliografía

Barrera López, J. M. El azar impecable (vida y obra de Pedro Salinas). Editorial Guadalmena. Sevilla, 1993.

Cross Newman, J. Pedro Salinas y su circunstancia. Biografía. Páginas de Espuma. Madrid, 2004.

Gómez Toré, J. L. Pedro Salinas. Editorial Eneida. Madrid, 2009.

Guillén, C. El sol de los desterrados: literatura y exilio. Quaderns Crema, Biblioteca General. Barcelona, 1995.

Salinas, P. Poesía inédita. Edición de Montserrat Escartín Gual. Editorial Cátedra. Madrid, 2013.

 

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El poeta Pedro Salinas, Margarita Bonmatí y sus hijos Solita Salinas y Jaime Salinas. Madrid
Crédito: http://pedrosalinasvidaypoesia.blogspot.pe/

 

Apéndice – textos estudiados

Tres sonetos políticos-satíricos: A Chamberlain, en su viaje a Roma (1); Nach München! (2); Paca, la Franca mona (3).

El extranjero (4)

 

 4 poemas de Pedro Salinas

 

1

A Chamberlain, en su viaje a Roma

PLUSPROXENETA y archicelestino,

corre. ¿No oyes a Adolfo, a Galeazzo,

mandándote que dobles tu espinazo,

ora en Bavaria, ya en el Palatino.

No vuelvas, alquilón, viceasesino,

sota de pactos y as del navajazo;

quédate en Capri, supercaprinazo,

o vete, con tus tories, a Torino.

O si no, que te lidien en el coso

de Roma, por Nevillo y embolado,

al alimón, la Italia y la Alimaña.

Acudirás al trapo, codicioso,
si el trapo es una infamia o un tratado,
¡oh insigne pruto de la Gran Prutaña!

2

Nach München!

MIENTRAS el Superchulo ira vomita,
y se meinkampfanea entre respingos,
juega su dulce golf de los domingos
el camarlengo protocainita.

Vuelve a Londres. Maletas solicita,
donde este pingo llevará otros pingos.
¡Qué importa que Eden siga con distingos
si hasta el más, se le duerme, laborita!

Ya ha pasado el canal de Manga Ancha.
Tiembla de pacifismo el gran Neville
cruzando el alpe, con las nieves cano.

Y al acercarse a Adolfo, se le ensancha
el miedo tanto, que antes de que él chille
a la pata teutona ofrece el ano.

3

Paca, la Franca mona

CATÓLICO-APOSTÓLICA alimaña,
itálico-teutónica-marrueca,
hijo, ya de la Loba o de la clueca,
que un traidor con su propia madre ensaña.

Se falangea, inflado de patraña,
a Benito imitándole la mueca,
y al eje Berlín, Roma, Burgos, Meca
entrega el cuerpo claro de mi España.

Mas aún no basta. Es menester que ayude
al crimen otro. Raudo inglés acude.
Ordénanle el tudesco y el romano

que por detrás sujeta la sostenga.
Y un rifeño, murmura, vaticano:
«No hay camarlengo que por bien no venga».

4

El extranjero

Si yo le preguntara a este hombre
a este, o a aquel, a esa mujer, a aquella,
dos, tres, de los tantísimos.
La población creció como la espuma.
Espuma hay turbia, hay sucia. Hace cien años
trescientos mil, y a saltos, cuatrocientos,
quinientos, un millón, y dos y tres. Asfixia.

Y están todos cercándome. Si yo les preguntara,
a alguno del millón, a este, o a aquella,
por donde ir a donde voy… ¿Me entendería?.
No, no me entendería. Por milagro
sólo me entendería, pero entonces…
Él, con mucha sonrisa y reverencias,
quizá me preguntara. Él a mí, no yo a él,
entre autobuses, que van y vienen con letreros
ciertos, con números, por vías inflexibles,
bajo pájaros,
que tienen cerca respectivos nidos,
él quizá me preguntara adónde voy.
Y entonces, ¿qué le voy a decir?
Hay varios sitios. ¿Dónde podría ir a pensar despacio
lo que voy a decir, si me pregunta? Sombras de losas
frescas, hombros tibios, arenas,
donde pasar pensando lo que voy a decir si me
pregunta cuando yo le pregunte, si me entiende.
Pero a esos sitios, ¿cómo se puede ir ya si no hay camino?
Sí lo hubo, sí lo hubo. Pero las olas, que iban avanzando
ya lo taparon. Preguntar, inútil.
Nadie me entendería. Por algo
todos tenemos lengua, y las hablamos.
Nadie me entendería, por la noche,
cuando todo se acerca en el oído.



[1] Guillén, C. El sol de los desterrados: literatura y exilio. Quaderns Crema, Biblioteca General. Barcelona, 1995. Libro fundamental para la realización de este trabajo. La distinción de literatura en el exilio se remonta en las experiencias del poeta durante el exilio, situándose en él anecdóticamente, mientras que la literatura desde el exilio es el distanciamiento del poeta y su reacción al mismo.

[2] Tomada de la referencia hecha en un libro utilizado en el presente estudio («El sol de los desterrados: Literatura y exilio»), es parte de los Loeb Classics y la traducción es de Diego Gracián de Alderete, incluida en la Tercera Parte de sus Morales de Plutarco, Salamanca, 1571, fol.129.

[3] Se encuentra en «Consolación a la madre Helvia». Séneca, Obras completas. Aguilar. Madrid, 1966.

[4] Cross Newman, J. Pedro Salinas y su circunstancia. Biografía. Páginas de Espuma. Madrid, 2004.

[5] Carta a Guillén escrita en el verano (2 de julio) de 1931, gran amigo y colega del poeta.

[6] Salinas, P. Poesía inédita. Edición de Montserrat Escartín Gual. Editorial Cátedra. Madrid, 2013.

[7] Conde Galeazzo Ciano, Ministro de Asuntos Exteriores italiano en 1936.

[8] Título de dignidad entre los cardenales en la Santa Iglesia Romana (DRAE).

[9] Barrera López, J. M. El azar impecable (vida y obra de Pedro Salinas). Editorial Guadalmena. Sevilla, 1993. Se relata la angustia lingüística de Salinas.

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