Por Sofía Nowendsztern*
Crédito de la foto www.delicatessen.uy
El exilio es un río ciego.
Estudio sobre Estado de Exilio de Cristina Peri Rossi
Contexto de Estado de Exilio
En el prólogo de Poesía Reunida[1] de Cristina Peri Rossi, ella misma dedica gran parte a explicar el gran peso que tuvo en su obra su experiencia vital tras marcharse de Uruguay. Su tristeza al abandonar su tierra natal, el dolor de no ver más a muchos de sus seres queridos, el sentimiento de desarraigo en un país nuevo y el saber que nunca se puede volver al mismo lugar del que uno se marcha, son temas frecuentes en muchos de sus escritos siendo muy elocuente su forma de plasmarlo en poesía. Estado de Exilio se trata de una colección de poemas que no se publicó hasta el año 2003 (junto con la serie titulada Correspondencia(s) con Ana María Moix), a pesar de que los había escrito velozmente en 1973, antes de marcharse a Francia para luego volver a España, donde ha residido hasta la actualidad. Aunque más tarde añadió otros poemas, mayormente reflexivos, compuestos entre 1974 y 1976, suele referirse al año 1973 como año de su creación. El hecho de que guardase sus poemas, publicando de vez en cuando alguno de esta colección, se debió, según sus propias palabras, a que “no hubieran pasado la censura franquista” y a que sentía “una especie de pudor” (2005:13).
Anteriormente, en una entrevista para la obra Cristina Peri Rossi: escritora del exilio, de Parizad Tamara Dejbord, todavía mostraba su indecisión de publicarlo algún día:
“No, no lo quise publicar porque era demasiado quejumbroso, sólo quejumbroso. Los poemas son muy buenos, y he publicado suelto alguno de ellos, pero es el llanto, la llantina del exilio. Sentí que no tenía que contribuir a la ceremonia del dolor, como si fuera lo único que se podía decir del exilio. Se pueden decir otras cosas también. Entonces lo dejé allí, quietito, y allí está” (1998:240).
Según esta entrevista, podemos entender aquel “pudor” de Peri Rossi como un sentimiento de temor a que sus poemas fueran leídos como la necesidad de recrearse en la tragedia y el dolor.
Olivera-Williams, en su artículo sobre el legado del exilio de Peri Rossi, analiza la dura situación de los escritores del Cono Sur en los años próximos a las dictaduras que azotaron estos países a lo largo de la segunda mitad del s. XX:
“La violencia política de Uruguay y el Cono Sur de esos años se alegoriza en textos que subrayan tanto el poder de las palabras como el peligro que el poder de aludir y simbolizar de las mismas presentaba para el Estado que, gobernando de manera absolutista, se había adjudicado la función de censurar todo lo que se publicaba y transmitía a la población. Esta característica marcará a una generación de escritores conosureños que vivieron la violencia de la historia que intentó marginarlos de la política, de lo social e inclusive del ámbito simbólico, tanto los que fueron forzados a abandonar la nación, como los que se quedaron dentro de las fronteras nacionales en situación de insilio” (2012:60).
En los años en que Peri Rossi escandalizó con la publicación de su poemario Evohé (1971), donde la homoerótica y la fuerza de una voz femenina sin prejuicios son centrales, la juventud de la época exigía un cambio drástico en la sociedad uruguaya:
“La juventud y su rebelión contra los valores, costumbres y moral de la hegemonía burguesa se encarnó en un año, 1968, y en las imágenes de jóvenes, estudiantes y obreros, que ocuparon los espacios públicos y tomaron las armas contra el Estado como metonimia de esa hegemonía. […] Sin embargo, la militarización y consecuente jerarquización de los cuadros revolucionarios que replicaron la organización de las Fuerzas Armadas que los reprimían, así como “la zona gris” del colaboracionismo hizo que una de las propuestas más subversivas de esa juventud quedara sin efecto” (Olivera-Williams 2012:62).
No sorprende que, tras la llegada de un régimen totalitario, gran parte de esa juventud decidiese marchar convirtiéndose en la gran diáspora vivida en Uruguay, razón por la cual en algunos poemas que analizaremos se expone la situación de incertidumbre que sufren los que se quedaron. Entre ellos, Peri Rossi, ante la situación arriesgada que suponía para ella continuar en un país bajo una dictadura cívico-militar, huyó en barco rumbo a España. Sobre este viaje, dice lo siguiente:
“El viaje en barco del exilio fue el primer viaje de mi vida; yo nunca había salido de Uruguay, ni siquiera para conocer Buenos Aires, pero, como Neruda y Alberti, amaba el mar, sus barcos y sus anclas, los pecios, los restos de antiguas navegaciones hundidos en el fondo de las aguas, las viejas carcasas, los esqueletos marinos que se encuentran en las playas desiertas, en las costas sacudidas por los vientos” (2005:13).
Es este amor por el mar y los barcos lo que encontramos, no sólo en gran parte de Estado de Exilio (el exiliado es como un “pájaro acosado”, el simbolismo de los términos “vuelo”, “aves”, “mar” y “tierra”[2] están estrechamente ligados al exilio, la persecución y la búsqueda de libertad), sino en la mayor parte de su obra, a veces confundiéndose y hasta siendo la razón principal de otro de sus temas predilectos: el amor.
Estilo: La importancia del humor
Peri Rossi, en una entrevista para El Cultural, dice lo siguiente respecto al estilo que utiliza en cada una de sus obras:
“Siempre me he identificado con lo que dijo Alejandra Pizarnik de que ella no hablaba con su voz, sino con sus voces. Yo quiero que cada libro mío tenga una unidad de estilo común, pero intento que cada nuevo libro se diferencie estilísticamente del anterior” (Ojeda 2009).
Podría decirse que el estilo utilizado por Peri Rossi para este poemario destaca por su sencillez y claridad, siendo por momentos prácticamente narrativo, casi cuentístico, y sobre todo con una cualidad que caracteriza la totalidad de su obra: el humor. Se trata de una herramienta que utiliza como un resorte cuando los temas a tratar son emocionalmente duros:
“Nunca he renunciado al humor cuando escribo poesía. Estoy convencida de que reduce el ego, relativiza el dolor de vivir y ayuda a la inteligencia. En poesía, la solemnidad, la retórica, el engolamiento me parecen perniciosos, tanto como el falso lirismo, el lirismo de las mieses, la primavera, el crepúsculo, el alba y los trigales, palabras que tendrían que estar prohibidas en cualquier poemario, aun de los bucólicos” (Peri Rossi 2005:15).
Otro de los rasgos que encontramos en la poesía de Cristina Peri Rossi es el simbolismo, muy propio de la generación literaria y social a la que pertenecía:
“En este contexto, la literatura de una generación que se vio violentada por la historia, que experimentó de primera mano las desilusiones de los proyectos políticos de la militancia, los horrores de la represión estatal, las diferentes marginaciones de la globalización, que vivió los cambios tecnológicos con respecto a la escritura que los llevó de escribir a máquina, a las computadoras y a los blogs, puede ser leída como faro de posibilidades de lo simbólico” (Olivera-Williams 2012:84).
Representación de la patria, el exilio y el exiliado
Se podría decir que la centralidad del poemario se encuentra en la representación de la situación del exiliado. Sin embargo, cuando aparece la imagen de la patria, destaca por los juegos simbólicos utilizados para referirse a ella. A veces, se muestra como un lugar imaginario —“¿Existió alguna vez una ciudad llamada Montevideo?” (288)—, un lugar en el mundo de los sueños —“la ciudad que aparece en mis sueños” (337)—, o un lugar en la memoria —“Extrañan/ el ritmo de las ciudades […] y se asustan/ cuando descubren que olvidaron/ el nombre de una calle” (321)—; y otras veces, como un lugar físico dentro del exiliado, quien hace referencia a ella como lo haría un enfermo señalando su dolencia en la consulta del médico. Así, los primeros versos que encontramos en el poemario son: “Tengo un dolor aquí,/ del lado de la patria”. Sin embargo, la patria pasará a ser el “Otro Lado”, donde los seres queridos están atrapados como rehenes, exponiendo la autora de este modo también la situación política de su país. Las cartas aparecen como la dolorosa y única conexión con la patria, que no deja de cambiar en su ausencia, y es el cambio de esta patria el motivo por el que no se ha de volver —“Sueñan con volver a un país que ya no existe” (322)—.
De esta forma, pasamos a la visión del país que se ha dejado atrás, aquel que no sólo el individuo abandona, sino que a su vez, como una reacción mutua, también abandona al individuo —“Al país abandonado—al país perdido—” (318) —. Por lo tanto el volver es solamente posible a través de la fantasía y el recuerdo. El exiliado, atrapado entre el nuevo país que le causa extrañamiento y su país natal que ha dejado de ser el mismo, vive como en una especie de “ensoñación”, o incluso, como en una pesadilla de la que nunca despierta. Hay un miedo constante por acabar en algún lugar peor del que se ha ido, ante la idea de que no se cumpla lo que Brodsky consideraba la primera posible verdad sobre el exilio[3], el cual es uno de los mayores miedos del que huye: “soñé que me llevaban de aquí/ a un lugar peor todavía” (290).
El hecho de que cada exiliado viva sus circunstancia de un modo diferente es una característica que aprovecha la autora para jugar con la persona del “yo” y adentrarse en el mundo de diferentes exiliados, jugando así con el género y la situación. Todas las figuras en las que “se encarna” a través de la poesía viven ante la misma confrontación entre su identidad (comprendida desde un modo hegeliano como aquella vida elegida por el individuo) y la imposición del destino, es decir, en aquello que se ha transformado a través del exilio y que lo empuja a vivir en países a los que ni siquiera quería viajar, y a trabajar en algo que nunca quiso hacer —“Aquel viejo que limpiaba platos/ […] era un matemático uruguayo/ que nunca había querido viajar a Europa” (308)—. Es decir, expone el Exilio como una imposición del destino frente aquellos deseos individuales.
Luego están, las diferentes decisiones tomadas por los exiliados: aquellos que no pueden dormir, aquellos que duermen todo el rato, aquellos que vuelven a un país que ya no es el mismo y aquellos que vuelven sólo a través de la memoria. Lo único que los identifica como grupo homogéneo es “el acento” y “la tristeza de la mirada” (318).
La identidad fragmentada: “Partir es siempre partirse en dos”
En el poemario, vemos cómo la identidad del exiliado se fragmenta desde el primer día de su marcha, marcando su propio ser entre contraposiciones: el país de origen y el nuevo país —“la ciudad donde nací” y “la nueva ciudad” (333)—, la soledad en el nuevo país y el horror vivido por multitudes en el país de origen, y la incapacidad de desarrollarse desarraigado —“la ciudad de la cual no podemos despegar/ como despegan los barcos, los aviones” (339)—.
El exilio es su primer viaje, realizado en barco —“quince días de mar/ sin parar/ la mar constante” (328)—, y es el evento que la fragmenta, que divide su identidad en dos: “Desde entonces/ tengo el trauma del viajero/ si me quedo en la ciudad me angustio/ si me voy/ tengo miedo de no poder volver […] Partir/es siempre partirse en dos”. En este poemario no encontraremos el regreso de esa identidad perdida, borrosa, a la que hace referencia constantemente, quizá por ello, la propia Peri Rossi, como antes mencionaba, consideraba este poemario “el llanto, la llantina del exilio”.
El exiliado que observamos en el poemario es, por lo tanto, un ser que necesita el mundo del sueño y la simbología para poder establecerse, puesto que su identidad no está anclada al país en el que está sino que más bien viene y va entre recuerdos, noticias, sueños y una triste cotidianeidad.
Lo onírico: El exiliado unido a su patria a través del sueño
La voz del exiliado se pregunta si de verdad existió el país en el que nació —“¿Existió alguna vez una ciudad llamada Montevideo?” (288)—, puesto que los recuerdos positivos que mantiene se contradicen con las noticias que le llegan de allí, y es por ello que el regreso a su patria se presenta como algo deseado y a la vez temido, es decir, como una fantasía y a la vez una pesadilla —“Soñé que volvía/ pero una vez allí/ tenía miedo/ y quería irme/ a cualquier otro lado” (292)—. El exiliado corre peligro al volver y la tierra abandonada, que tanta nostalgia y amor despierta, empieza a difuminarse. Es prácticamente imposible volver a ella, salvo a través de la memoria —“la ciudad que aparece en mis sueños/ accesible y lejana al mismo tiempo” (337)— y los sueños —“Mi ajenidad/ —soy la extranjera, la de paso—/ es la ciudadanía universal de los sueños” (334)—. Es por ello que la realidad y el sueño se mezclan entre los versos, puesto que hay un deseo real pero también una imposibilidad. La imagen de los barcos y el mar sirven para intensificar esta sensación de fantasía, de geografía en movimiento ante la quietud del individuo, ya que permite unir la realidad física del exiliado con sus recuerdos.
Los que se quedaron: Noticias del “Otro Lado”
Cada noticia que llega desde “el Otro Lado” influye en el exiliado, que siente cómo, el que hasta entonces era su mundo, cambia y se deforma. Los seres queridos viven preocupados y muchos conocidos y amigos son torturados y asesinados por la dictadura. Mientras, el exiliado siente la responsabilidad de comunicar lo que pasa, y a la vez siente una extraña culpabilidad al haberse salvado de todo aquello.
En las cartas de mamá (“Carta de mamá” y “Carta de mamá II”) se refleja la preocupación de los habitantes de un país del que cada día huye más gente (“¿Qué vamos a hacer los que nos quedamos?”), y a su vez, el vacío de los exiliados al observar desde lejos los cambios que se producen ante la ausencia de uno y la distancia en el tiempo (“a veces cuento las horas de diferencia”), al vivir en diferentes franjas horarias.
Por otro lado, la autora aprovecha para realizar una crítica abierta a los males producidos por una dictadura: la gente pasa hambre, es violada, torturada, secuestrada, asesinada, etc. Aun así, Cristina Peri Rossi es capaz de añadir una pizca de humor a su crítica, jugando con la ironía de la figura de un verdugo famoso por sus sádicas formas de matar, que no come pescado ya que le da miedo clavarse alguna espina y que le duela (319). Frente a la represión imperante en el país de origen, la “venganza” será el amar en libertad. Como un canto de amor en medio de la opresión, el poema “XVI” comienza diciendo: “Nuestra venganza es el amor, Veronique”. El hecho de que dos mujeres huyan de una dictadura donde impera la heteronormatividad y la misoginia, y consigan amarse en otro país, tras todo lo sufrido, es la venganza: “Es seguro que nuestra venganza será el amor/ poder amar, todavía/ poder amar, a pesar de todo/ a pesar de según sin dónde cómo cuándo”.
La importancia de la palabra
La palabra o su ausencia tiene un gran valor a lo largo del poemario, transmitiendo la necesidad del exiliado de ser escuchado y a la vez la imposibilidad de hablar ante lo inefable del dolor que experimenta, ya sea por la añoranza de su país y sus seres queridos, como por el conocimiento de las noticias trágicas que le llegan. En pocas palabras, Peri Rossi lo resume así en el prólogo: “Las pérdidas, el desarraigo del exilio tienen siempre una fantasía de castración, de silencio” (2005:13). A esto, ha de sumarse la extrañeza de vivir en otro idioma —“Hablamos lenguas que no son las nuestras”, “Take your hands / me enseñó a decir/ en el lenguaje oscuro/ de un pájaro inglés” (306-307)—. Las calles y las palabras son diferentes a todo aquello que había compuesto hasta entonces la identidad de uno, lo cual lo lleva a un estado de desorientación en el que no sabe dónde dormirá ni sabe cómo pedir ayuda para cambiar su situación —“sin hablar una jota de francés/ perdido entre los metros […]/ muerto de hambre y de frío/ sin saber una jota de francés” (315)—. La necesidad de expresar las experiencias vividas, todo aquel horror del que uno ha escapado, y a la vez la impotencia de no poder hacerlo al no hablar el mismo idioma es una cuestión que ronda en varios poemas —“a la primera ráfaga vi volar la cabeza de Santiago,/ agarrando todavía la lata que tenía en la mano,/ ¿cómo quiere que le cuente eso en francés/ a una compañera?” (316)—. La palabra es entonces una necesidad y a la vez un impedimento, es necesario la comprensión del idioma materno.
Como anteriormente se había mencionado, la división en la persona entre su lengua materna y la lengua que ha de hablar cada día en el nuevo país acentúa el estado de fragmentación en la identidad del individuo —“pedazos de un lenguaje otro/ distinto al que se habla” (320)—, por lo que la lengua materna recobra una gran importancia, siendo necesaria como el cobijo de una madre —“Me di cuenta de que estaba enganchada a una lengua/ como a una madre” (335)—. Por otro lado, la autora observa, que la palabra, y la literatura como su máxima expresión, que tanto necesitamos utilizar para expiar la angustia por el daño sufrido, a su vez nunca ha podido evitar la llegada de dictaduras ni de procesos históricos que causan tanta masacre y dolor —“Ninguna palabra nunca/ ningún discurso […]/ sirvió para detener la mano/ la máquina/ del torturador” (300)—.
La miseria, el caos y el dolor
Posiblemente los temas centrales de los poemas que se recogen en Estado de Exilio son la miseria, el caos y el dolor que supone el refugiarte en otro país, donde, como se ha mencionado anteriormente, uno se encuentra “perdido”, cargando a veces con la culpabilidad de sentirse “superviviente” —“Sobrevivientes/ supervivientes/ y a veces eso nos hace sentir culpables” (306)—.
Incluso, la autora aprovecha el sentimiento trágico del estado de exilio para colocarlo en paralelo con la fatalidad que suponía el exilio en la cultura griega: “Lo mejor es no nacer,/ pero en caso de nacer,/ lo mejor es no ser exiliado” es el poema que titula “A los pesimistas griegos”, donde relaciona el exilio vivido con el exilio de la Antigüedad, cuando el exilio suponía la mayor desgracia, una agonía apartada de cualquier lugar de subsistencia.
El tema de la inadaptación es muy recurrente y es analizada por partes, poema tras poema, de diversas maneras: el no saber hacia dónde se va, el no conocer la lengua del país al que se llega y la eternidad en la tragedia —“el exilio/ es un río/ ciego/ […] no aprendieron todavía el idioma/ […] un año/ les parece/ mucho tiempo” (295)—, llegando hasta un hartazgo, que resume en palabras sueltas: “harta/ agotada/ irritada/ triste de todos los lugares de este mundo” (296). A este estado de agotamiento y extrañeza se suma la añoranza por todas las pequeñas cosas que componían su día a día, desde aquellas cosas que se encuentran en todos los países hasta llegar a la mayor añoranza: la de la madre —“el sonido del mar/ perdidos,/ pesan tanto como la ausencia de mamá” (297)—. La soledad aumenta ante el extrañamiento, la sensación de no conocer o comprender las costumbres del nuevo país —“En cuanto a mí/ podría pasar el resto de mi vida/ sólo mirando/ envuelta en la nube de la soledad, de la diferencia” (334)—.
El caos y el desorden, se convierten, por lo tanto, en el estado mental del recién llegado al nuevo país. Peri Rossi consigue transmitir estos sentimientos a partir de la utilización de palabras desordenadas que en sí guardan una gran carga simbólica, para así, expresar la dificultad de encontrar una razón, de razonar estos sentimientos. El “estado de exilio” es por lo tanto un estado de desorden —“dificultad palabras furiosa largo” (299)—, un estado en el que la persona, perdida e invisible, se encuentra como un “fantasma” que sólo puede vivir en la memoria —“hasta que alguien les dice/ que las sombras/ los pasos las voces/ son un truco del inconsciente” (305)—.
Un rasgo de la gran capacidad de Peri Rossi para aunar diferentes géneros literarios, es el uso que realiza del yo para comprender no solamente su situación como exiliada, sino además, las historias de otros tantos exiliados, como la de “un matemático uruguayo/ que nunca había querido viajar a Europa” y que vive entre la miseria, “en un octavo piso/ sin ascensor sin baño/ ni instalaciones sanitarias” (308). Así entendemos también cómo el exilio se presenta como un destino impuesto, en contra de la elección del individuo. Por un lado está las decisiones del individuo, que forman su identidad, y por el otro lado, está la imposición del Exilio, ante la cual el individuo pierde su identidad, y el hecho de que sea un “matemático uruguayo que nunca había querido viajar a Europa” es anecdótico dentro de la persona que ha sido transformada por el exilio y que limpia platos y vive en medio de la precariedad.
Su humor sobre lo paradójico acerca del estudio del exilio (el buscar estudiar hechos tan personales e independientes entre sí) y la situación real de un exiliado (para quien, como hemos dicho, le es difícil encontrar palabras) se encuentra en su poema “XV”, a través de la contraposición entre la curiosidad periodística sobre el exilio y el sufrimiento que verdaderamente supone para quien lo padece. El periodista pregunta “qué es el exilio”, mientras la entrevistada, en un cuarto “húmedo” y “frío”, recuerda a la gente que ha sido torturada por una dictadura que se empeña en justificar sus actos en base a lo que es correcto moralmente. De ahí su respuesta “El exilio es comer moral, compañero” (309). De este poema también se destaca la referencia al país del que se ha exiliado como “el Otro Lado”. El nombre del país de origen es, por lo tanto, la perspectiva desde donde se observa. Es un ente cuya única comprensión es la de ser lejano, distante, extraño.
La poeta se cuestiona, a partir de las preguntas del periodista, qué es acaso el exilio, respondiendo a la misma cuestión en diferentes poemas (“Cabina telefónica 1975” y “Barcelona 1976”): “El exilio es tener un franco en el bolsillo/ y que el teléfono se trague la moneda/ y no la suelte/ —ni moneda, ni llamada—”; “El exilio es gastarnos nuestras últimas/ cuatro pesetas en un billete de metro para ir/ a una entrevista por un empleo que después/ no nos darán”. Es decir, el exilio como dependencia a un dinero que es escaso, como una búsqueda de reconexión y como una constante inversión de lo poco que se tiene en algo que no dará fruto.
La miseria también se encuentra en el hecho de no haberse podido llevar todo aquello que hubiese deseado. El haberse tenido que marchar rápidamente implica no poder ni siquiera elegir qué merece estar siempre con uno, abandonando aquellas cosas que más tarde se desearía haber traído al lugar al que se ha expatriado —“no tuve tiempo de mirar las cosas/ para ver qué me traía” (313)—, como si hubiera sido empujado o arrastrado, como un río, sin tiempo para la reflexión.
En el poema “XIX”, volviendo a utilizar la ironía, retrata la vergüenza del exiliado en un hombre uruguayo (“sin empleo y muy nervioso”), que al encontrarse con un turista también uruguayo, pero de clase alta (“elegante bien vestido/ ropa cara ropa fina”), finge ser francés.
El no retorno: todo cambia y nada es igual
Para referirse al regreso, Peri Rossi rechaza la negación, presente en muchos exiliados, y acepta el hecho de que todo cambia. Es así como realiza una autopsia del exilio, consciente de todo, hasta de lo que ha quedado cuando ella se ha ido. En un verso que resume el ineludible proceso del tiempo, declara: “nadie puede permanecer fiel” (298). El país del que se ha marchado es cambiante, no seguirá igual, y el exiliado lo ha de saber porque él también está cambiando. Esto supone una enorme añoranza para el exiliado por todo aquello que ya no existe, por un país que inevitablemente ha cambiado en su ausencia —“Sueñan con volver a un país que ya no existe […]/ Si volvieran/ no reconocerían el lugar/ la calle, la casa/ dudarían en las esquinas/ creerían estar en otro lado” (322)—, donde hasta su mundo sentimental ha sido desestructurado, y ya no puede, siquiera, volver a aquellas personas que había amado como si no hubiera pasado nada, ya que ellas también han sido condenadas al cambio producido por las dictaduras y el exilio —“Me gustaría poder decirte/ Esta mañana llueve/ te estaré esperando/ como si nada hubiera pasado nunca/ como si Pinochet no hubiera asaltado la Casa de la Moneda” (324)—.
El regreso, por lo tanto, se presenta como “la contraodisea” —“Su regreso sería/ el viaje hacia las fuentes/ la contraodisea” (323)—, ya que el exilio en sí es identificado como una revelación de la que no se puede volver impoluto, ha sido la verdadera “odisea”. El país que uno ha dejado atrás perdura solamente en la memoria, siendo así una “Ítaca” a la que no se ha de regresar, porque el encuentro con la realidad podría suponer la destrucción de aquella fantasía individual largamente atesorada —“Ítaca existe/ a condición de no recuperarla” (331)—.
En el poema “Gotan”, Cristina Peri Rossi utiliza de nuevo un toque de humor como resorte frente a la tragedia, profundizando, a través del célebre tango “Volver”, de Carlos Gardel y Alfredo Le Pera, en la idea de no poder regresar nunca a la tierra de la que uno se ha marchado, puesto que ésta ha cambiado (“No hay retorno:/ el espacio cambia/ el tiempo vuela”), ya que nadie espera a tu regreso porque todos han seguido con su vida o se han ido.
Lo positivo: El exilio como aprendizaje
Entre los últimos poemas entrevemos un destello de optimismo, a partir del cual señala las enseñanzas del Exilio. En “El arte de la pérdida”, de forma irónica señala cómo aprendió a ser “poco posesiva”, “dadivosa”, dando todo lo que tiene sin depender de ningún objeto puesto que se ha visto desprovista de todo al marcharse (“Despojada/ desposeída”), ya nada la sujeta (“Quedé flotando —barco perdido en altamar—/ con las raíces al aire/ como un clavel sin tronco donde enlazarse”), y ni los buenos momentos ni los seres queridos, le son “imprescindibles” (330). A partir de esta observación, son los nuevos objetos “triviales” (332), del día a día, los que se transforman en su nuevo hogar, como la “geografía” creada por uno.
Conclusión
El tratamiento del tema del exilio por Cristina Peri Rossi resulta intimista, confesional, narrativo y profundo. Abarca, como hemos visto, cada situación o detalle que puede formar parte de la vida de un exiliado. La fragmentación de la identidad del individuo; sus miserias y dolores; lo onírico como proyección de sus deseos y miedos; la conexión y desconexión con su tierra natal, su lengua y las personas que figuraban su entorno; y la imposibilidad de un retorno verdadero son temas diversos, complejos en sí mismos, que adquieren una identidad flexible, líquida (como el mar que tanto atrae a la autora), para poderse entremezclar en los poemas como ocurre en la propia realidad del exiliado. Estos rasgos no solamente nos ayudan a comprender lo que puede significar el exilio como experiencia vital en una persona, sino que además nos demuestra la gran capacidad narrativa y poética que simultáneamente se estimulan en la escritura de Peri Rossi.
Bibliografía
Brodsky, Joseph (2015), “La condición a la que llamamos exilio” (para el Congreso Wheatland, celebrado en Viena en 1987), Del dolor y la razón, Ed. Siruela, pp. 28-28.
Dejbord, Parizad Tamara (1998), Cristina Peri Rossi: escritora del exilio, Galerna S.R.L., Buenos Aires.
Ojeda, Alberto (2009), “Cristina Peri Rossi: Los poetas debemos escribir lo que la gente dice bajito”, El Cultural. Recuperado de: http://www.elcultural.com/noticias/letras/Cristina-Peri-Rossi-Los-poetas-debemos-escribir-lo-que-la-gente-dice-bajito/504036
Olivera-Williams, María Rosa (2012), “El legado del exilio de Cristina Peri Rossi: un mapa para géneros e identidades”, A Contracorriente: una revista de estudios latinoamericanos, vol. 10, No. 1, University of Notre Dame, pp. 59-87.
Peri Rossi, Cristina (2005), Poesía Reunida, Lumen, Barcelona.
Popea, Marina (2015), “Exilio, sujeto lírico y lenguaje en la poesía de Cristina Peri Rossi”, Meridional Revista Chilena de Estudios Latinoamericanos, No. 5, pp. 179-206.
Rodríguez, Milena (2012), Entre el cacharro doméstico y la Vía Láctea: Poetas cubanas e hispanoamericanas, Editorial Renacimiento, España.
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[1] La numeración ubicada tras cada verso citado hace referencia a la página en la que se encuentra el poema recogido en la edición de Lumen.
[2] Peri Rossi 2005:293,294.
[3] “Y lo que nuestro escritor exiliado tiene en común con un Gastarbeiter o con un refugiado político es que en ambos casos se trata de un ser humano que huye de algo peor hacia algo mejor” (Brodsky 1987).