Texto y selección de poemas por Aleyda Quevedo Rojas
Poemas por Amarú Vanegas*
Crédito de la foto la autora
El ejercicio amoroso y multidisciplinar de la poesía
Conocí el placer/ y libre habité la copa del árbol./ Me llamaron bruja, /arrojaron la sal/ y,/ prometiendo la hoguera,/ temieron mi risa.
Un aire guerrero de palabras milenarias sostiene y despeina el cabello, cuando leo estos versos en voz alta. Pertenecen a la escritora, actriz, productora teatral, ingeniera y editora venezolana radicada en Mérida, Amarú Vanegas, que nos arroja estos versos contenidos en uno de sus 5 libros de poesía escritos hasta ahora, exactamente en Añil, con prólogo del poeta venezolano Ernesto Román Orozco, para revelarnos una de las capas de su universo poético y dramatúrgico, sobre las que más ha escrito y reflexionado: las mujeres, el amor y el cuerpo. Los tres temas son una sola capa en su universo poético, donde también ocupan un lugar vital: la soledad, la muerte, el dolor y las injusticias.
Vanegas ha privilegiado sus poemas con un ambiente o paisaje habitado por ella: poemas con un ritmo interno para sus presentaciones declamatorias, teatrales y, sobre todo, donde el Olimpo —su Olimpo— aun abre las puertas para enseñarnos una especie de dioses felices. Es decir, cuenta con un núcleo o premisa discursiva que condensa niveles de comunicación mítica, porque la poeta habla en demasía: sean doce o cincuenta líneas lo que conformen un poema, su capacidad discursiva excede la suficiencia. Estamos ante una naturaleza poética que germina en el cuerpo, que signa la carne y define el sudor como decir. Y es que escribir poemas, habitar ese gimnasio espiritual, promueve infinitos postulados y apuntes que nos definen desde aciertos y contradicciones a través de los cuales afloran sentimientos. Escribe Ernesto Román Orozco sobre el potentísimo Añil.
Una rabia mía,
absolutamente mía,
erótica,
blasfema.
Esa rabia irreverente y corporal, esa rabia creativa y sonora, la misma rabia de sus deseos y verdaderos principios dentro de dos lenguajes afines como el teatro y la poesía, hacen de Amarú Vanegas una interesantísima voz de la poesía actual que se escribe en el continente. Esta selección que he preparado para los lectores de Vallejo & Co., toma poemas de sus cinco libros como si se tratara de guardarse piedritas de cada lugar que una ha visitado y respirado, durante el viaje. De este viaje por la poesía de Amarú, me quedo plácidamente enganchada con Añil y con el intuitivo, erótico y sabio Cándido cuerpo mío. Allí, en ese flexible y gozoso poemario publicado en España con prólogo de la gran poeta Carmen Verde Arocha, el cuerpo se vuelve un elemento plástico y la mirada la protagonista de toda la posible e imposible sensualidad que se alcanza cuando se logran visitar todas y cada una de las habitaciones internas de nuestro cuerpo, y todos y cada uno de los pasajes de nuestra mente, que, con cierta luz, desnudan cada poro de la piel. Cándido cuerpo mío conjura con las palabras, como vehículos de la imaginación, la celebración irreverente del cuerpo, de la sexualidad y el deseo profano y divino. Un libro repleto de ecos clásicos: griegos, andinos, hindúes…
Carmen Verde Arocha escribe sobre este precioso libro: Poesía esta de Amarú Vanegas que nos recuerda a la gran poeta venezolana María Calcaño, y que además nos devuelve a las voces, no eróticas sino aisladas, de Enriqueta Arvelo Larriva con sus poemas que bordean con cierto pudor ese furor ilusorio que conquista nuestro lenguaje, y seduce como la palabra de Vanegas. En Cándido cuerpo mío, el amante no ve a su amado, lo sueña, como se lee en los primeros versos del libro: «Vienes del sueño,/ un incendio tamiza sus carbones./ Purificas celosamente / los filamentos del cuerpo.»
La poesía no aprehende lo real. Se abre paso hacia la ilusión. En este intenso poemario el erotismo y la poesía tienen en común los fantasmas que abrazan, como diría Octavio Paz. En estos poemas cargados de pasión se niega al amante, se niega al mundo para luego construirlo desde la experiencia interior. La lectura de Cándido cuerpo mío emerge de una búsqueda psicológica personal y subjetiva. La posesión de sus versos es absoluta.
Sostener una feroz e ingeniosa erótica del cuerpo, tensar un discurso sobre los amantes, iluminar un campo del que tanto se ha sembrado y cultivado como el del amor, exige sin dudarlo, mucho talento y valentía, mucha astucia y libertad. Amarú Vanegas ejerce la poesía desde esa transdisciplinariedad artística que la lleva a comerse, con gracia auténtica, la fruta de la poesía, tanto como a beber el vino de los gestos y la voz que requiere la dramaturgia. En cualquier escena con su atmósfera, esta poesía de Amarú ha llegado para quedarse. Esta poesía es cuerpo abierto y tierra fértil. Lengua que se hunde en el corazón amado.
9 poemas de Amarú Vanegas
Palabra…
Sí, mi lengua está desnuda
en ella habita un animal acuático,
se riegan las mieles de su esperma
brota la raza que habla.
Gestos…
Nos han traído la palabra,
la miseria de los exóticos ídolos.
Esa voz que pone hierros
para que el canto negro
muera prematuro en la garganta,
deja compases vacíos
y cueros solitarios.
Pero el ciclo del mar es sabio,
marchará en sentido contrario
devolviendo las rodillas
y los gestos a su origen;
no en la muerte,
sólo en la libertad.
Limbo…
Déjame que sueñe sola
ese limbo de voces blandas y heridas.
No menciones las palabras de la muerte
donde las bocas se borran
como un puñado de polvo sin forma.
Déjame en el árbol
de rayos dormidos
hasta librar sus fantasmas,
en la fiebre,
donde no muerde el hambre
ni pesa la ausencia de los dioses.
La pira
Después de los temblores vino la fiebre.
La pira inflamó las cabezas
con su hacha de sabiduría.
Los ciudadanos poseídos,
en el hilo de una conciencia colectiva,
enfrentaron el golpe. Todo era misterio.
Fue necesario bordear
el camino del último círculo infernal,
arrastrarse en la pornografía del dolor
donde la belleza y el horror se dan la mano.
No fue fácil llegar al puente y cruzarlo,
pero solo así
podrían alcanzar el resplandor.
El mismo ruido
Mi sueño inicial es la noche,
visión dionisiaca
que tiene todos sus hijos enmarañados.
Escucho su tormenta.
Viene por mí,
es la única fuerza que entiende mi alma.
Somos el mismo ruido.
La suerte de los muertos
Un trébol
Cuchillo
No he de explicar el reflejo del cuchillo original,
sus orillas dentadas.
Los cuervos igual acompañan mis oraciones
seriamente comprometidos
en la profundidad de la abstracción.
El caso es despegarse
de la culpa. Sin embargo,
reconocer los arpegios y el inicio de la fragilidad.
Deslizarnos hacia la superficie
y fingir una fórmula que ahuyente el cansancio
que nutre la escritura.
Hemos de morir periódicamente,
–mis aves y yo–
antes de conocer los secretos de la herida.
Así el amor
Le invito seriamente:
¡Aire y placer para todos!
Elfriede Jelinek
Monstruo el deseo
convirtiendo al amante en propio verdugo.
Sumisión,
vestimenta plástica sobre el hierro ganado;
la mordida
jugosa,
expectante cicatriz
moreteada al borde de la vergüenza.
Bienvenida la huella hirviendo sobre la carne,
un trozo delirante
engrasando los goznes de las puertas prohibidas,
sus cerraduras.
Valemos lo abyecto,
la perversión,
los nuevos fracasos.
Así el amor.
Sueño
Creo que si me tocasen me tornaría polvo.
Polvo azul.
Así terminamos las mariposas.
Clemencia Tariffa
Vienes del sueño,
un incendio tamiza sus carbones.
Purificas celosamente
los filamentos del cuerpo.
Erguido, altivo,
hermoso como una isla,
diligente
en el entusiasmo creacionista.
Crepita la feliz herida
que has abierto en mi corazón.
Despiertas dentro del polvo.
Manjares
Ofreces manjares,
figuras en reposo
después de la contienda.
Así prometes,
mirando con intensidad.
Pero nuestras bocas
aún no cruzan la primera palabra.