Vallejo & Co. presenta, en exclusiva, la introducción del reconocido poeta y ensayista Eduardo Milán al poemario Dietario (2015), publicado por Benito del Pliego en España.
Por: Eduardo Milán
Crédito de la foto: izq. Pedro Rincón / www.ladiaria.com.uy
der. Ed. Amargord
El día del Pliego
En la época de la mayor intransigencia del capital y del gran arrase con la discordancia el arte, la poesía del arte, se abre hacia una libertad sin precedente. No digo imaginación. Es difícil superar históricamente lo que en el último tramo de la modernidad -del XVIII a 1970, aproximadamente, si se siguen posicionamientos teóricos precisos- dio la imaginación formal en la figura de las vanguardias estético-históricas. Pero la libertad imaginaria de las vanguardias giraba en torno de una dialéctica todavía: la de la destrucción/construcción. Lo que entró en crisis fue la formalización. La decisión (del decir) no se tocó salvo por escamoteo -no decir, huelga mallarmeana, maldecir el decir por el silencio, deserción rimbaudiana, etc. Aparte, claro, de la gran obligación del decir que exige Paul Celan. Lo que permite decir no fue un revival ni de las subjetividades ni un soterramiento (Andrés Villalba) del dominio de la exterioridad que se confunde siempre, peligrosamente, con lo objetivo. Es posible redecir, con todos sus enredos, sus frustraciones y sus miedos, tirar la red, porque la palabra permaneció oculta ante el espectáculo del hundimiento de su soporte y de sus vías y canales. La revolución es un fenómeno de sintaxis. La palabra permaneció tan atómica y tan sola como cuando no se ve. Emerge, se trata de una emergencia, la del propio ver en el pleno dominio de la obscenidad, el fuera-de-escena donde todo se ve. Y lo que no se ve es entrado a saco por la NSA o por los violadores de secreto, profanadores de lo invisible como una tumba -y de silencio. De Beijing a México D.F., de Juan de los Palotes a Dilma Roussef, todos violados. Es el Nuevo Niño del Pueblo, la hiperproducción masacrante de la cosa y de su ver, el ver de ella que ella contrae consigo ya como prolongación de su estar ahí.
Extraer es sacar un diente, extraer es laburo tiznado de minero. Tiene que ver con el diente ya negro, con el carbón del diente negro. Extraer es librar del dolor o de la riqueza prehispánica, de las colonias de Africa. Extraer es quitarle al otro. Pero la extracción, en Benito del Pliego, más que una denuncia por dedo al diente colonialista, es un trabajo de encuentro. Un trabajo de encuentro y recorte. Encuentro y recorte en la sintaxis. Extracción (México D.F.: Tucán de Virginia, 2013) es la más reciente publicación de del Pliego que conozco antes de este Dietario. Encontrar, en términos de del Pliego, tiene algo que ver con el acontecimiento. La propia planicie textual de del Pliego señala eso. Es una superficie de escasa población, de fenómenos a ubicar en el paisaje. Y, en su grupo, son unidades de alta concentración. El hecho de la escasez afirma una condición de esa escritura: la condición de eficacia para que sea precisa. Es difícil hablar de precisión en la escritura poética. Sobre todo cuando se pone en juego la palabra. La palabra no como entidad aurática, cubierta de un oro que la protege -en su “valor”-, de tiempo, uso, manoseo y gasto. Y mucho menos como entidad comunicativa. La comunicación en del Pliego es un fenómeno particularmente interesante. Del Pliego parece partir de la base de que no hay condiciones -ya no hay- para una comunicación sobrentendida. Hay que hacer la comunicación como si fuera un paso después de la incomunicación, fabricar la comunicación con materiales ya suficientemente gastados, ya suficientemente “desconocidos”. Toda palabra lo es. Toda sintaxis lo es. Sabemos todo de la palabra y la sintaxis. No sabemos nada de la palabra y la sintaxis. Ese es el dilema planteado. De ahí que el movimiento del lenguaje de del Pliego sea una permanente búsqueda. No una búsqueda de una meta constituida, ni “allá donde los dioses”, ni donde “los hombres que hablaron de ese modo”, pero tampoco, más concretamente, ahí en el lugar ya dicho y hecho, cumplido, de ese “amor que mueve el sol y las estrellas” o en el siempre abierto de “qué tengo yo que mi amistad procuras”. No hay adónde. Se parece así a un deambular, y, en términos del juego que rehabilita del Pliego, de un deamburlar. No hay en la escritura de del Pliego ningún deseo de archivar la acción en el -en gran parte- agendario en que consiste este Dietario. La coartada de guardar la memoria de la acción cuando ya pasó la posibilidad de historia. A propósito, hay que notar con qué consciencia Benito del Pliego asume lo que yo llamaría la falsa sustitución -la pérdida de una por la conquista de la otra- de la historia pretendidamente abolida por la memoria. La memoria no como un entronque -ya quisiéramos ese plus de vida que nos regalara el Poder- con todo ese mundo abandonado que colapsa luego de los sesenta. Ya se quisiera una memoria activa en lugar de esa memoria que se regodea en su rescate. Del Pliego no ficha la micrología de esa acción recortada del día a día para levantarlo a sublime antes que desaparezca como acto. Al contrario, deja poco para seleccionar, para recapitalizar en el recuerdo. En su dieta, destruye todo lo que puede por una voluntad de enrarecimiento de esa pristinez de lo cotidiano. Estar a dieta es no poner a full la acción -la masticacción– de la mordedura. Pero, como la huelga, es un control de la acción que impide la continuidad productiva. No es posible digerir todo este mundo. La política del recorte alcanza su plenitud en el escamoteo del ritual del banquete. Gasto no es aquí el sinónimo de desposeerse. El ritual de combate ahora pasa por quebrar la identidad entre digestión -parte fundamental del proceso nutricional- y producción. Y eso es real para una poética pre-o post-comunicativa. Pocos como del Pliego para corroer, mediante el uso de una orquestación verbal pretendidamente verdadera, desde adentro -como corroe el castor a dieta del poema- los subterfugios de dicción, los salvoconductos de “lo duradero”, la certeza ya demasiado posible y aceitada de una poesía de lo posible. Todo es del archivo. Y el archivo resultó ser un archivo expiatorio, no por sacrificado: por espía, por chino, por Obama. Considerar la violencia del nombre. Considerar la violencia del nombre del Presidente de Estados Unidos en el área que se busca de una poética post-comunicativa. Vaya tarea, esa, la del Pliego, tan barroca que en su deambular alrededor del afuera trae frescuras de ciervo, aquel que sin meter por la cara cornamenta se adelantó dos pasos a Cervantes. Excelente, cualificar necesario: tal cual.