Por Arturo Borra*
Crédito de la foto (izq.) Ed. Candaya /
(izq.) www.poetassigloveintiuno.blogspot.com
El deseo enjaulado: apuntes sobre Sulfuro (2022),
de Fernanda García Lao**
Sumergirse en Sulfuro de Fernanda García Lao bien podría ser una manera propicia para seguir explorando en la dimensión perturbadora de lo espectral. Publicada por Candaya en 2022, el relato está precedido por un epígrafe de la poeta chilena Teresa Wilms Montt: “Mi corazón es un pájaro de mal agüero”. No es difícil advertir que desde el inicio del relato —tan breve como punzante— somos arrojados al vacío para sobrevolar el presagio de un suceso terrible a la vez que imprevisible, como si la protagonista fuera lanzada a habitar entre fantasmas tras un duelo materno que no termina de elaborarse a pesar de su voluntad de sostenerse recurriendo a una presunta «normalidad» no menos enfermiza. En efecto, Sulfuro narra la historia de una mujer —de la que ni siquiera sabemos su nombre— anclada a un modelo familiar tradicional quizás como último recurso para intentar ponerse a salvo de su propio abismo y eludir la experiencia de los límites que, como una sombra, sobrevuela su existencia.
Estructurada a partir de fragmentos elípticos, titulados cada vez con los personajes que participan en ellos, la novela constituye un puzzle enigmático que nunca termina de cerrar. Como si los títulos, en su repetición diferencial de quienes participan en la trama, no hicieran más que intensificar el extrañamiento que produce la lectura. Las piezas no se ajustan, ante todo, porque la propia temporalidad está alterada y porque la misma perspectiva de la protagonista opera más por saltos que por continuidades causales.
Ya en uno de los primeros fragmentos de Sulfuro nos topamos con una protagonista asediada por el miedo y una soledad que ninguna compañía parece poder conjurar, pese a la promesa efímera de un otro que la revoque: “Tu soledad, ese ladrillo, podía revertirse”, dice la protagonista con belleza en uno de los pocos momentos donde el relato deja respirar. Sin embargo, lo sospechamos casi desde el principio, ese amor prometido no cesa de frustrarse para devolvernos a una orfandad indesterrable, a un muro que no cesa de crecer: duelen los ojos de tanto mirar lo divino sin poder compartirlo, el padre ensimismado, el deseo suicida de la madre y su muerte accidental (“una fatalidad con suerte”), la compañía de sus parejas —el consejal, el escribano— que no hace más que hundirla en una rutina de obligaciones familiares en las que el deseo (femenino en este caso) no puede encarnar más que como un poderoso deseo de fuga. No por azar los personajes masculinos adultos son nombrados a partir de sus profesiones: además del habitual privilegio de sus carreras por sobre sus afectos, esta sinécdoque bien podría dar cuenta del ejercicio de poder simbólico que se practica a partir del prestigio de lo profesional. No es solo que estos personajes sean indiferentes al mundo singular de la protagonista: ni siquiera parecen estar interesados en revertir esa indiferencia que condena a la soledad más radical, incluso si es una soledad que, como una maldición, se manifiesta como imposibilidad de estar sola. No obstante, esa imposibilidad, la protagonista deambula como un fantasma añorando quizás un otro que deje aflorar un erotismo más bien acorralado.
Como una aparecida que anticipa el devenir del relato, la protagonista pregunta: “De qué sirve un fantasma si no tiene espectador”. En efecto, la hija-mujer se mueve entre dos lejanías, en la mitad de la vida y la muerte, queriendo hacer algo tras el duelo: ayudar a los demás, ocuparse del alma, practicar el silencio, aspirar a la pureza, entregarse a la devoción singular de “santos menos pretenciosos” que Dios, esa “idea llena de prohibiciones”… Pero ahí están “los de enfrente” poblando de espectros la casa vacía a pesar de los chicos, del escribano y del propio deseo asfixiado por la culpa frente al gran ojo divino que todo lo ve.
Los fantasmas aparecen pronto y lo alteran todo, comenzando por la destitución del Gran Voyeur divino, el efímero paso de la protagonista por un grupo esotérico y la creciente actividad del cementerio, ese “lugar perfecto para que la desdicha sea invisible”. Si en un plano filosófico la «espectrología» (Jaques Derrida) o la «hauntología» (Mark Fisher) resultan aquí pertinentes, en un plano literario la escritura de Fernanda García Lao recuerda a algunos pasajes de Pedro Páramo de Juan Rulfo o a Zama de Antonio Di Benedetto, a pesar de las distancias epocales y espaciales que se plantean entre estas obras.
En cualquier caso, entre la madre muerta y otros personajes espectrales que reaparecen como dobles, Sulfuro bien podría ser el diario de un naufragio, de una vida en la que “no hay buenas noticias”. «Diario» no como referencia a un registro autobiográfico más o menos realista sino como aquella escritura que se dirige a sí misma, que construye a la narradora como su primera destinataria. De ahí que, en términos formales, la novela se estructura como un soliloquio donde la protagonista mediante un desdoblamiento enunciativo (como los poetas o los locos) habla sola, consigo misma, como si el relato fuera un modo de sostenerse todavía en este mundo. No por azar se trata de un relato con una fuerte impronta poética que, mediante la propia forma, interroga los ordenamientos diurnos que llamamos «normalidad» e incursionan en esa zona nocturna que nos acerca al límite de toda racionalidad.
Por lo demás, como una ventana abierta a lo imaginario, Sulfuro es elocuente en su referencia. Es Petra quien señala que las almas buenas anuncian con su olor repentino su presencia y lo putrefacto o el azufre “delata a los desventurados”. Una desventura que, antes que metafísica, remite a la historia concreta de la protagonista; en particular, a las violencias que se ejercen sobre ella, los abortos sufridos, las relaciones de pareja opresivas, la incomunicación paterna, la transcomunicación con la madre y un deseo enjaulado que se reitera como frustración. Desventura, entonces, que condena a merodear “en dirección a ningún lado”, aun si en este camino a ninguna parte un potencial de destrucción que asociamos a la locura termina confundiéndose con la necesidad imperiosa de una ruptura que permita, a nivel subjetivo, renacer. En este punto, antes que una historia de terror, con lo que nos topamos es con una crítica plausible a ciertas identidades normativas —estructuradas alrededor de la familia tradicional— que no dejan de tener un lado patológico e incluso siniestro, tal como lo testifican las consecuencias devastadoras que produce en la subjetividad de la protagonista.
Mediante un ambiente enrarecido, casi irreal, Sulfuro vuelve a interrogar la oscuridad de nuestra condición, pero más específicamente unos imperativos sociales de orden que producen más estragos que encuentros. Quizás por eso las preguntas sobrevuelan en su lectura: ¿qué lazos se plantean entre los vivos y los muertos y más en general entre vida y muerte? ¿Por qué solo los fantasmas tienen nombre, a diferencia de los personajes vivos? ¿Qué significación adquieren esas presencias espectrales de “los de enfrente”? ¿Cómo opera el cristianismo y más en general la religiosidad en el devenir de la protagonista como sujeto deseante? ¿Qué precipita el desequilibrio: lo fantasmático o una realidad asfixiante en la que el deseo permanece enjaulado en la rutina de una sexualidad más bien desesperada? En medio de tanta zozobra, ¿qué otro goce posible queda para la protagonista que no sea la transgresión de la norma? Y, finalmente, ¿hasta qué punto ciertas normas sociales dominantes pueden hacer inhabitables nuestras vidas? Aunque las preguntas se multiplican, como ocurre con aquellas escrituras que suscitan un profundo interés en nosotros, alcanzan para dimensionar lo que Fernanda García Lao pone en juego con maestría en una historia que conmueve en su extrema indefensión vital.
*(Argentina, 1972). Poeta y ensayista. Reside en Valencia (España). Licenciado en Comunicación social por la UNER y doctor en Estudios Interdisciplinarios de la Comunicación por la Universidad de Valencia (España). Colabora en diferentes revistas hispanoamericanas y dirige el blog www.arturoborra.blogspot.com. Ha publicado el libro de prosa Anotaciones en el margen (2008 y 2014) y El azar de la historia (2020); las plaquettes Cielo Partido (2009), La vigilia del deseo (2013), Esplendor Saqueado (2015); los poemarios Umbrales Del Naufragio (2010), Figuras de la asfixia. El libro de los otros (2012 y 2014), Para trazar lo (im)posible (2013), Todo Tanto (2016), Desde Lejos (2020); y en ensayo Poesía como exilio. En los límites de la comunicación (2017).
**(Mendoza-Argentina). Narradora, dramaturga y poeta. Residió en España entre 1976 y 1993 y, en la actualidad, en Praga (República Checa). Ha obtenido el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes. Ha colaborado para revistas como Babelia, Quimera, Letras Libres, El Buensalvaje, Página/12 y Ñ. Desde 2010 es coordinadora de talleres de lectura y escritura. Ha publicado en novela Muerta de hambre, La perfecta otra cosa, La piel dura, Vagabundas, Fuera de la jaula, la novela erótica Amor invertido (junto a Guillermo Saccomanno) y Nación Vacuna (2020); en cuento Cómo usar un cuchillo, Los que vienen de la noche (junto a Guillermo Saccomanno) y El tormento más puro; en poesía Carnívora, Dolorosa y Autobiografía con objetos.