El cuerpo de la escritura. Entrevista a María Malusardi

 

Por Augusto Munaro

Crédito de la foto (izq.) Marco Zanger /

(der.) Ed. buenos aires poetry

 

 

El cuerpo de la escritura.

Entrevista a María Malusardi

 

 

El desvío y el daño (2017) de María Malusardi* continúa desarrollando una obra expansiva, rica en digresiones y que, a pesar de ello, no deja de regresar a su eje: el lenguaje. De ese modo, sus libros construyen en perfecta consonancia, ese afán por explorar lo decible. Para ello encontró en el fragmento, un procedimiento para expresar su singular sensibilidad donde se “avanza y se corta, se continúa y se pierde y que deja espacio para el porvenir”, como afirma la poeta. Malusardi trabaja cada fragmento “como si fuera una piedra en bruto”. Una voz que es siempre búsqueda. Sin perder su calidad de hondura lírica, el desvío y el daño indaga los límites del lenguaje ante los impulsos del amor y el dolor. La cuota de reflexión, como acontece en Roberto Juarroz, o Antonio Porchia, está siempre presente.

 

 

Entrevista

 

Augusto Munaro [AM]: Desde el plano escritural y tu atento desarrollo por un lenguaje íntimo, ¿en qué difirió el desvío y el daño en relación a tus libros anteriores?

María Malusardi [MM]: No diría que difiere. Diría que continúa a mis libros anteriores, en cuanto a cierta línea de escritura que propone una continuidad expansiva, plagada de digresiones pero también de regresos al eje, que es el lenguaje, cierto tratamiento del lenguaje. Temáticamente –si en poesía podemos hablar en estos términos- quizás escapa del nudo de lo familiar –que es constante en mi poesía- y se mete más con el tema del deseo, complementando un libro anterior, la música.

 

 

[AM]: En el desvío y el daño, ¿qué relación se da entre poesía y cuerpo, es decir, escritura y deseo?

[MM]: La escritura se  concreta por el deseo. El deseo está en el cuerpo de la escritura. La palabra está en el cuerpo, en mi cuerpo, y el deseo la materializa. Cuerpo y escritura se requieren, se amortiguan, se acompañan, se funden. Y arremeten contra el mundo.

 

Malusardi leyendo.
Malusardi leyendo.

 

[AM]: Como cierta vez afirmó Henri Meschonnic, que citás en otro libro tuyo, ¿en el lenguaje, es siempre la guerra?, ¿por qué?

[MM]: Porque el lenguaje poético es guerrero, debe enfrentarse a sus propios estallidos, a sus quiebres, a sus laceraciones, debe confrontarse a sí mismo todo el tiempo. La escritura poética es un campo minado. Si no hubiera explosiones no habría rupturas, cambios. Sería monocorde. La guerra es una metáfora extraña para hablar del lenguaje, puesto que concretamente es algo devastador. Pero la guerra en el lenguaje devasta para regenerar, para erigirse en la pura creación. En verdad, la cita está descontextualizada. No recuerdo exactamente por qué lo dice Meschonnic en su magnífico libro La poética como crítica del sentido, pero a mí me vino bien para la música. Encajó como un guante. Porque la música habla de la devastación, la guerra humana que se pone de manifiesto en una guerra del lenguaje, de los quiebres, de las laceraciones necesarias para regenerar. La presencia de la música –y el eros y el amor- es la presencia del lenguaje restaurándose.

 

 

[AM]: Leí recientemente que todos tus libros son largos poemas construidos y sostenidos en el fragmento. Ahora bien, ¿qué los impulsa a querer ser?

[MM]: Se me impone esa forma. Una forma que intenté torcer precisamente porque debía corroborar que lo que el poema me dicta sea verdadero para sí mismo y determinante.  Encontré en ese modo que no empieza ni termina un procedimiento que me permite expresar lo que necesito expresar. Un fluir zigzagueante que avanza y se corta, que se continúa y se pierde y que deja espacio para el porvenir.

 

 

[AM]: Uno de tus poemas dice: “son palabras las heridas que nombro para que te vayas” ¿Qué posibilidades te brinda el concepto de ausencia en tu poética?

[MM]: La ausencia es el lugar propicio para la poesía. Desde la falta y la ausencia el poema reclama su porvenir. Es fundamental. En concreto, diré algo prosaico: si uno se come una tira de asado entera con una abundante ensalada ya no puede comer más. No hay cabida para más. Por lo tanto, la poesía, para ser, necesita del vacío; si hay saturación no hay poesía. El poema surge desde la ausencia de sí, desde su propia imposibilidad. En esto están Blanchot, Derrida, Deleuze, Bataille y yo me sumo no a lo que dicen sino a lo que soy y encuentro en ellos como parte de mí. Leerlos es una corroboración, un hallazgo de mi propia interioridad.

 

Tapa

 

[AM]: Suprimir comas no es novedad, ya lo hacía Gertrud Stein, también e. e. cummings. Pero en tu caso, tus fragmentos tienen un poder y ritmo propios. La elipsis y lo subliminal, tal vez sea la puntuación en tu apuesta poética. ¿Lo ves así?

[MM]: Sí, absolutamente. Lo decís con precisión. Nada que agregar.

 

 

[AM]: ¿Qué nos podrías contar sobre el tono, la temperatura de esa voz que atraviesa el libro?

[MM]: Antes, hace unos años, te hubiera dicho que hablar de la propia poética es imposible para el poeta. Hoy te digo lo contrario: creo que entender mi poética (que no es planificada sino que surge de la piedra en bruto, va surgiendo y yo voy identificándola) me permite avanzar y madurar una voz, hacer de la escritura un trabajo artístico, constante. Y que va hacia algún lugar que aún desconozco pero que es tentador. Creo que de alguna manera en cada una de las respuestas se aporta algún dato para completar esta pregunta. Esa voz es siempre una búsqueda. Es la voz del sueño que relampaguea en el lenguaje.

 

 

[AM]: Por momentos, el libro se presenta como un breviario en torno a la idea religiosa del dolor. En términos poéticos. ¿Hay pureza en el dolor?, ¿grados de sinceridad en el suplicio?

[MM]: El dolor es una de las experiencias de la vida más complejas, excitantes e insoportables. No diría que hay pureza. Es más bien turbio, neblinoso. No sé qué hacer a veces con el dolor, con el dolor concreto, con el dolor de existir, con el dolor de los otros. El dolor es imposible, como la poesía. Es demasiado, como la poesía. Es necesario para la poesía. Es contrapartida de la belleza. En ocasiones la resignifica. También estorba. La poesía se vale del dolor para alcanzar la luz. Entonces se produce una transformación. Suplicio me resulta muy cristiano. No me encuentro en esa palabra.

 

 

[AM]: Pensando en tu obra. ¿Encontrás alguna relación directa entre poesía y memoria? Si es así, ¿podrías explicarla?

[MM]: Habría que precisar: la memoria es necesaria para la escritura. La memoria nos aporta la materia de la experiencia procesada y subjetivada. Pero la memoria, hay que admitirlo, es una ficción. Es una reconstrucción infiel; es creativa, es creadora. Me gustaría focalizarme en la infancia. La memoria de ciertos momentos, hechos, sensaciones de mi propia infancia nutren mi escritura. Algunos aparecen una y otra vez y se tornan constantes. La memoria y los sueños se entraman y potencian en la arquitectura del poema.

 

 

[AM]: ¿Antonio Porchia o Roberto Juarroz?

[MM]: Hace unos días, con mi amigo y colega Javier Galarza discutíamos al respecto. Javier dice que en los aforismos de Porchia hay una fractura, se rompe el sentido, y que Juarroz ha extendido esos aforismos, dice que los poemas de Juarroz son extensiones de los aforismos de Porchia. Veo esto como una manera de encontrarse, de dialogar poéticamente. Tuvimos con Javier un intercambio al respecto y prometí releer observando este detalle al que nunca presté atención. Javier es muy lúcido como lector, tiene un ojo crítico asombroso y además es erudito. Considero a Juarroz muy importante y me fascinan sus resoluciones. Muchos de sus poemas son piezas filosóficas y de gran belleza poética. Porchia, al ser aforístico, tiene una contundencia que es como un hachazo. Porchia es horizontal y Juarroz vertical. Conforman una cruz. Es una rara forma de considerar su vínculo.

 

La poeta María Malusardi. Crédito Marco Zanger
La poeta María Malusardi.
Crédito Marco Zanger

 

[AM]: Te dedicás a la docencia y al periodismo cultural. ¿Cómo hiciste para mantener el equilibrio entre la creatividad y la obligación laboral que impone el trajín periodístico?

[MM]: En este mundo, en esta vida el tiempo laboral roba siempre el tiempo para el ocio, para el cultivo interior, para la escritura. Pero no es tan así. Es un lamento mentiroso. Necesito de todo esto para escribir. Del periodismo aprendí mucho,  pero eran otros tiempos, ahora sólo escribo sobre poesía. La docencia demanda una gran energía emocional, intelectual y física. La retribución económica, ya sabemos, es poca. Pero es una de las experiencias más maravillosas de mi vida. Me gusta la palabra transmisión. La gente joven me ayuda a soportar esta vida y este mundo. Me ayuda a mirar lo contemporáneo con más benevolencia. Me ayuda a comprenderme a mí en este mundo a través de ellos. La docencia no es lo que doy sino lo que recibo. Creo en la construcción conjunta, creo en la mayéutica socrática.

 

 

[AM]: Por último, María. ¿La poesía nos brinda algún tipo de perpetuidad?,

[MM]: Perpetuidad… Qué palabra, Augusto. Para siempre. Si fuera Quignard haría un texto histórico y filosófico a partir de esta palabra, su etimología, su origen. Yo no sé qué decir. Bella palabra. Me gusta la idea de perpetuarse en el lenguaje.  Pero creo que a la larga las historias se van trenzando, confundiendo y lo único que se perpetúa es lo esencial, que ya está en la Odisea, en Don quijote, en Antígona, en Hamlet, por nombrar algunas de aquellas obras perpetuas. Diría que la poesía nos brinda un tránsito por esta vida más amable, menos tóxico, más hondo. Es una defensa contra las ofensas de la vida, como decía Pavese.

 

 

 

 

*(Buenos Aires – Argentina, 1966). Poeta, docente y periodista. Ha publicado en poesía El accidente (2001), la carta de vermeer (2002), variaciones en la niebla (2005), diálogo con pescadores (2007), museo de postales (2008), trilogía de la tristeza (2009), el orfanato (2010), la música (2013), artista del trapecio (2014), el sastre (2014) y El desvío y el daño (2017).

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