El caudal de José Kozer, por León Félix Batista

 

Por León Félix Batista

Crédito de la foto www.vimeo.com/167318346

 

 

El caudal de José Kozer

 

Maquinaria, eso es: la noción de elaboración, de manufactura se extiende, aquí, hasta la de escritura. Kozer escribe siempre, bajo toda circunstancia, en cubículos, durante horas académicas, en los respaldos de las cartas. La palabra pasa así a ocupar cada mínimo intervalo del tiempo y del espacio, suplantando sus coordenadas: Logos como Cronos como Cosmos.

Por eso ilimitada: una tapicería, un manto que se teje en las elongaciones de las líneas, en la innumerabilidad. Dilatación indefinida para dilucidar: una experiencia en núcleo se disgrega y disemina en mil detalles a través de un engrosamiento del decir. Unidad, expansión, fraccionamiento; son sus elementos y acciones de batalla.

En Kozer el poema deja de ser sistema y tampoco funciona como historia (la que es siempre relatada a ras del margen), lo que impulsa a pensar en el triunfo del caos más que en lo opuesto. Su base es el continuo cuestionamiento de las formas, pese al hecho inédito y extremo de un verso que se desarrolla en páginas y páginas y a las cordilleras de declaraciones que se imbrican obsesivas sobre el sujeto-objeto del poema, curiosamente sin agotarlo ni llegar a precisarlo.

 

El poeta Jozé Kozer
El poeta Jozé Kozer

 

Hay un desmembramiento, eso es verdad (me lanzo a una idea esencialmente especular: las abejas, los enjambres –a los que tanto se refiere nuestro autor– serían el modelo primigenio de sus textos: compuesto celular, sólido que es muchos átomos), pero este se nos da por intermedio de despojos: como una especie de descarnamiento, descortezamiento. El poeta mira, se mira o se mira mirarse, y no como el voyeur (oculto) sino como el testigo, al modo del pintor o como el espectador, para quienes lo visto es rescatable en la inmediata (o consiguiente) referencia.

Son aquella imprecisión y este desmembramiento las fuentes del caudal, cuya mecánica es (concretamente) transgresiva: la impugnación del sentido por su abundancia. Quiero decir que, pese a las temáticas de orden incomplejo, subsiste algún residuo de irracionalidad, pero a nivel formal, disuelto entre las estructuras. Esta inscripción escénica, anecdótica, narrativa si uno quiere, implica (empero, o quizás por ello mismo) todo un pensamiento y, simultáneamente, una ética del texto.

Pero es cosa del lector conducirse por esta experiencia límite, con poquísimos salientes a los que asirse en la caída, pues todo cuando diga será aproximativo: los caudales no se dejan definir sino en su tránsito y fluidez.

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