El agua porta una pena. Sobre «Oscuros ríos» (2018), de Juan Carlos Villavicencio

 

El presente texto fue leído por su autora en la presentación del poemario Oscuros Ríos organizada por Vallejo & Co. y Descontexto Ediciones en el Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica del Perú, en Lima el 26 de septiembre de 2019.

 

 

Por Marcela Rivera Hutinel*

Crédito de la foto Descontexto Ed.

 

 

El agua porta una pena.

Notas de presentación a Oscuros ríos (2018),

de Juan Carlos Villavicencio**

 

 

“El ser humano tiene el destino del agua que corre (…)

El ser consagrado al agua es un ser en el vértigo”

(Gaston Bachelard)[1]

 

“Escribir es escuchar la voz perdida”

(Pascal Quignard)[2]

 

 

Se dice que Demócrito reía todo el tiempo y que, por el contrario, Heráclito lloraba. Así los retrata Rubens: uno frente al otro, distinguiendo por sus gestos y sus vestiduras al filósofo que ríe y al filósofo que llora. En el cuadro de 1603[3], el atuendo del primero es de un rojo brillante, la luz acentúa la jovialidad de su rostro, y sus manos vigorosas se balancean ligeras animando la conversación. Heráclito, en cambio, viste de oscuro, un manto de tintes luctuosos cubre su cabeza, sus manos entrecruzadas parecen amasar la desolación. La pesadez de sus ojos, los inclementes pliegues de su rostro, todo en él nos ofrece la imagen misma del desconsuelo. Intuimos en su cuerpo “pasos envejecidos”, advertimos una “cabeza desgastándose”, como aquella que asoma en los versos de “Sagrada Emilia”, el poema de Gertrude Stein del que Oscuros ríos extrae la espina de la rosa que dispone como exergo. “Una rosa es una rosa es una rosa…”.[4] Podría pensarse que la melancolía de Heráclito se hermana con este deshojarse de la rosa, con lo que en ella se marchita en el tiempo de su invocación. En la repetición de la rosa de Stein, en lo que ella tensa en el lenguaje, se escucha como el ser se desvanece, se atisba como la esencia se niega. Esa rosa, la que se nombra, se nos escapa. Todas las cosas pasan, afirma desde su vera el solitario de Efeso, en una lengua con resonancias oraculares en la que se enrevesa la relación entre pensamiento y poema.  “Nos embarcamos y no nos embarcamos en los mismos ríos, somos y no somos”, afirma uno de sus más bellos fragmentos fluviales.[5] Quizás, las lágrimas de Heráclito espejean una pena que él mismo vislumbra en el agua, como la nota también Bachelard, refiriéndose a los seres cuya existencia se trama a este elemento transitorio: “El agua corre siempre, el agua cae siempre, siempre concluye en su muerte horizontal (…) La pena del agua es infinita”.[6] El agua ―como advierte una imagen justa del poema XXXIV de Oscuros Ríos― porta “la nostalgia de las piedras que no fueron lanzadas por los niños hacia el mar”.

 

El poeta Juan Carlos Villavicencio.
Lima-Perú, 2019.

 

Panta rei: nada permanece, no hay detención para este flujo. El cosmos es fuego, la realidad es un río, lo que parece más estable está tejido de discordia y fugacidad en su interior. ¿Cómo dar a oír las palpitaciones de la vida, cada una de los síncopes que constituyen la forma intrínseca de la materia? ¿Cómo decir, no el ser, sino su tránsito? ¿Cómo “escuchar la voz perdida” (Quignard)? Acometer, como lo hace Heráclito, una investigación acerca de la naturaleza de las cosas atendiendo al movimiento como principio resulta, en su caso, inseparable de la tarea de ensayar una poética que acompase su lenguaje con el ritmo oscilante de sus formas. En cada una de sus frases, el flujo de la palabra parece liberarse de las constricciones identitarias de la gramática (“El dios [es] día noche, invierno verano, guerra paz, saciedad hambre”, dice el fragmento 67)[7]; en sus manos, el lenguaje se vuelve soplo, rayo o desligadura, aventurando formas que puedan componerse con el principio mismo de ese movimiento. Buscar “una física que sea una poética, una poética que sea una física”[8], “hacer que se respondan, en la escritura, la oscuridad del lenguaje y la claridad de las cosas”[9]: en este arco tensado entre escritura y pensamiento se traza la figura de aquel que fue llamado, acaso erradamente, el Oscuro. “Difícilmente ―dice Nietzsche sobre Heráclito, poniendo en entredicho esa opacidad― ha escrito nunca alguien con semejante luminosidad y lucidez”.[10] El problema es otro. La voluntad de aclarar, de establecer ideas de forma clara y distinta, no puede domesticar a aquel que piensa en la intemperie. Traducir a Heráclito como filósofo, entenderlo únicamente desde la economía de las razones, sería traicionarlo, sofocar la potencia poética que hace respirar a las fuerzas disyuntivas que vertebran su inédita comprensión del mundo. Entonces, ante el desafío de leerlo, soportando los efectos más o menos violentos, desestructurantes, que su escritura fragmentaria ejerce sobre nosotros, tal vez no sea el filósofo, sino el poeta, el que tiene más chance, el que mejor se dispone a la escucha. Si “al poeta ―como dice Machado― no le es dado pensar fuera del tiempo”[11], quizás sea este el que mejor puede mostrarnos lo que, desde la infancia del mundo, hace ese tiempo-niño que Heráclito retrata jugando con los dados. Todo cambia a partir de Heráclito, porque todo comienza con él, “desde tan antes” nos llega. “Desde tan antes”, dice Carlos Cociña, en una expresión certera que desliza en su prólogo a Oscuros Ríos, para indicarnos con ella que la vida que juega en el tablero ha hecho posible este “nuevo antes” que germina en este libro de Villavicencio. Otras aguas, hermanas de otras aguas, vuelven a nacer. A veinticinco siglos de distancia, Villavicencio abraza a Heráclito y sus lágrimas, hermanándose con él en la contemplación de los combates y dolores que el tiempo ha ido arremolinando en el curso de los afluentes.

 

 

Es así como el poeta de Oscuros ríos retoma las imágenes heracliteanas de esta contienda en la que se fragua la frágil materia del mundo, haciendo venir hasta nosotros resonancias no atendidas respirando en esos textos resquebrajados. Leemos en el canto XXX de estos Oscuros Ríos: “Es el cosmos todo aquello/ que sin calma nace siempre / i siempre muere, /que también ha sido / es / i será / un castigo fiero, una delicia inabarcable sin final”. Acaso debemos a Oscuros ríos, a sus cantos entrelazados a la memoria de Heráclito, la posibilidad de volver a escuchar esta inquietud, una que parece ya inaudible para la estirpe de seres sordos y enceguecidos que, como temía el filósofo-poeta, caminan adormecidos, “presentes-ausentes”, “incapaces de comprender” la ofrenda, la trama de ardor y circulación, que el torrente de la vida les tiende ante sus ojos embotados. “Es culpa de su miopía, no de la naturaleza de las cosas, si usted cree ver tierra en algún lugar del océano del venir-a-ser y dejar-de-ser”.[12] Así exclamaba Heráclito, dice Nietzsche, rescatando su voz. Lo hace en un pasaje de La filosofía en la época trágica de los griegos que traduce, en su lengua y en su tiempo, el pensamiento-río cuyo impulso fue también el suyo, experimentando un compromiso sin fisuras por Heráclito y su “crítica celebración de lo vivo”. El fuego de la vida arde, se consume y se dispersa en estos fragmentos oscuros cuya “lucidez y luminosidad” la historia nos ha devuelto a retazos. Lo hace también, de manera enteramente nueva, en Oscuros Ríos. El texto poético que Villavicencio nos tiende no es otro que el texto de la vida, expandido, trabajado por el ritmo de los elementos, erosionado, fragmentario en algunos lugares, dejando aparecer signos más antiguos para espejear un dolor que ha ido enturbiando las aguas donde antaño los hombres de ayer podían reflejarse. “Los hombres no han advertido/ sus ojos atados a mástiles sin canto”, “Han olvidado adónde las naves/ i hasta dónde el viento arrastra”, dicen los versos de sus primeros cantos.

 

¿A dónde nos llevan estos ríos oscuros? “Si uno no espera lo inesperado nunca lo encontrará, pues es imposible de encontrar e impenetrable”, dice Heráclito en el fragmento 18.[13] Oscuros ríos abre, sin duda, ese pasaje a lo inesperado, refrendando lo que decía Borges del que fue también uno de sus escritores amados: “También el texto es el cambiante río de Heráclito”.[14] No se lee dos veces el mismo libro, no somos los mismos tras sumergirnos en él. Flujo en el flujo, soplo en el soplo, Oscuros ríos se entrega a la tarea de insuflar más intensamente sobre las «brasas del ser» que Heráclito veía encarnecerse en cada uno de los seres. Leemos en el canto XLIXa: “Oscuros ríos del cosmos, la palabra, del respiro. Panta rei, un oscuro río que no termina de nacer ni de sangrar, que no deja de doler ni de morir”. Sangre, sudor, vino, esas mixturas de fuego y agua, son los elementos que constituyen su propio cauce, la cantera donde se fragua la frágil esperanza de que advengan aguas más claras, fuegos más vivos. Queda aún para el poeta la fe, que atraviesa su libro como un sutil arroyo. “La fe ―dice el canto XIV― en los que deambulan las noches i el sudor, /en los que respiran los bosques / i en los que ven el grito del cosmos en cada hoja”. Estos seres de la intemperie pueden no tener nada: “carecer del oro i de la tierra”. Pero estos, como se desliza en el poema XXIII, “ajenos a la soledad i al mar del frío”, viven “siendo justos”, porque “han visto las cartas de retorno a las cenizas”. Solamente los justos son capaces de ver el fuego en el agua, “la sangre de nuestra propia oscuridad” (VII). Gracias a Oscuros Ríos aquel incesante fuego antiguo atraviesa ahora, como un “nuevo antes”, nuestras quebradas tierras.

 

 

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[1] Bachelard, Gastón (2003). El agua y los sueños: ensayo sobre la imaginación de la materia. México: Fondo de Cultura Económica, p.15.

[2] Quignard, Pascal (1993). Le nom sur le bout de la langue. Paris: Gallimard, p. 94.

[3] El cuadro de Rubens, titulado “Demócrito y Heráclito”, se encuentra en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid, España.

[4]Cito los versos de Stein en la traducción de  Benito del Pliego
y Andrés Fisher, publicada por Vallejo & Co. el 13 de febrero de 2014.  Disponible en <https://www.vallejoandcompany.com/sacred-emily-poema-de-gertrude-stein/>

[5] Cito la traducción de Enrique Hülsz de los fragmentos de El discurso sobre la naturaleza de Heráclito, incluida en su tesis doctoral Lógos: Heráclito y los orígenes de la filosofía. Universidad Nacional Autónoma de México (2001). El fragmento citado se encuentra en la p.329.

[6] Bachelard, Gastón (2003). El agua y los sueños: ensayo sobre la imaginación de la materia, p.15.

[7] Heráclito en Hülsz (2001), op.cit., p.343.

[8] Proust, Bernard (2000). “Traduire Heráclite”. En Traduire les philosophes. Paris: Éditions de la Sorbonne. Disponible en <http://books.openedition.org/psorbonne/16067>

[9] Blanchot, Maurice (1993). “Heráclito”. En El diálogo inconcluso. Caracas: Monte Ávila, 151.

[10] Nietzsche, Friedrich (2006). Philosophy in the Tragic Age of the Greeks (en The Nietzsche Reader). Malden (MA): Blackwell Publishing, p. 112.

[11] Machado, Antonio (1999). Antología comentada. II. Prosa. Madrid: Ediciones de la Torre, p.109.

[12] Nietzsche, Friedrich (2006). Philosophy in the Tragic Age of the Greeks, op. cit., p. 107.

[13] Heráclito en Hülsz (2001), op.cit., p.309. Versión ligeramente modificada.

[14] Borges, Jorge Luis. Obras completas 3. Barcelona: Emecé, p.254.

 

 

 

 

 

*(Chile). Licenciada en Psicología y Filosofía, y doctora en Filosofía con mención en Estética y Teoría del arte. Profesora asociada del Departamento de Filosofía de la UMCE. Editora, junto a Pablo Oyarzun, de Escepticismo, literatura y visualidad (2016). En la actualidad, prepara el libro Figuras anómalas de la lectura, publicado por Ed. Macul.

 

 

 

**(Puerto Montt-Chile, 1976). Licenciado en Lengua y Literatura Hispánica y Magíster(c) en Literatura General, por la Universidad de Chile. Poeta, traductor y editor de Descontexto Editores. Figura en antologías y revistas en Chile, España, Italia, EE.UU., México, Perú, Argentina y Grecia. Editor de la antología crítica «Nostalgia de la Tierra» (2013) y de la antología «Libro de homenajes» (2015), ambas de Jorge Teillier. Editor, junto a Carlos Almonte, de las antologías «El viajero de las lluvias» (2015), de Rolando Cárdenas; de «Una casa junto al río» (2016), de Clemente Riedemann; de «Del arco iris y el relámpago» (2016), de Víctor Rodríguez Núñez; de «Poesía cero» (2017), de Carlos Cociña; y de «La línea recta» (2019), de Teófilo Cid. Traductor de «Grodek» (2014), antología de Georg Trakl; de «The waste land» (2017), de T. S. Eliot; de «El guardador de rebaños» (2018), de Fernando Pessoa/Alberto Caeiro; de «La arquitectura de la luz», de Antoni Clapés; y de «Llegarán suaves lluvias» (2018), antología de Sara Teasdale. Ha publicado en poesía «The Hours» (2012), «Breaking Glass» (con Carlos Almonte, 2013) y «Oscuros ríos» (2018).

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