Por Silvina Mercadal*
Crédito de la foto (izq.) www.imaginaria.com.ar /
(der.) Ed. Radamanto
Edith Vera: el ensueño, la modestia y la complicidad inter-reinos.
Sobre El libro de las dos versiones
En El narrador Walter Benjamin escribe: “Si el sueño es el estado supremo de distensión corporal, así el aburrimiento lo es del espíritu. El aburrimiento es el pájaro fantástico que pone el huevo de una experiencia. El rumor en las hojas del bosque lo hace desaparecer”. La cita hace referencia al estado que requiere que un relato se fije en la memoria, aunque se podría transponer a la imagen en la poesía. Y si se combinara el pájaro fantástico de la experiencia con el ensueño, quizás el huevo guardaría en su interior la escritura límpida de Edith Vera.
La escritora ―nacida en Villa María― es conocida por su poesía que circula mistérica, sin aparato editorial que la acompañe, y también por la auto-reclusión en su casa luego de padecer tres allanamientos y resultar separada del cargo de directora del Jardín de Infantes de la Escuela Normal Víctor Mercante en 1979 ―período de la dictadura militar en nuestro país―. Edith no sólo se recluyó en su casa, sino que ya no estuvo dispuesta a abrir la puerta a la visita de familiares o amigos. “Quien quiera mi amistad, debe aceptar esta situación”, decía. En la tentativa de leer de una manera diferente su poesía, ubicada en el anaquel de la literatura infantil, quizás sea buena guía la pregunta ¿Qué imágenes construye su poesía? ¿Qué ensueño transporta?
En 1998 la editorial Radamanto publicó El libro de las dos versiones, un brevísimo conjunto de poemas dobles que se ensecretan como toda miniatura. En la portada una pequeña lámina muestra una secuencia de edades que van del bebé a un adulto con sombrero de mosquetero. El libro se abre con el siguiente texto: “Dedicado con todo amor a los niños que en el regazo de María, fueron representados, allá por los albores de la pintura religiosa, con cuerpo de infante y un rostro que reúne el semblante propio de su corta edad y el del adulto por venir”. En la portada y dedicatoria se instala ya una temporalidad enredada e indefinida, una invocación de tiempos anteriores, el juego de anacronismos que, acaso, rodean a esta escritura luminosa, evanescente y tan concreta.
En el libro de poemas dobles Edith parece escamotear la experiencia profunda de la propia infancia sin rostro que busca hacerse visible de una manera imprevista y ensaya la inscripción del intervalo ―y su borradura― entre el rostro del infante y del adulto. En el poemario el ensueño, el ciclo que encierra todo día, el rumor de la tierra en primavera, la lectura y el dibujo ―núcleo de las tareas escolares―, el vuelo interrumpido de una mariposa, componen los trayectos ―leves movimientos― de una mirada cuya devoción por el mundo perdura.
Versión primera
Una hoja caída
es refugio en el jardín.
A su sombra,
todo es dormir y soñar.
Versión segunda
Debajo de una hoja
encontré una palabra:
umbría.
Y se extendió
la quieta paz
que dormía.
En los poemas hay también una atracción por la intemperie, aunque se trata de recorrer la lejanía de lo más próximo para volver al hogar. La intemperie en Edith está hecha del asombro por aquello efímero ―aunque eterno― que sucede afuera: una hoja caída, las manzanas maduras, la rama florecida, el colibrí merodeando la flor, el sol ―puro oro― duplicado en girasoles, retamas, manzanillas, o la lluvia que moja una silla en el jardín.
En esta escritura la poética del espacio se convierte en mapa de trayectos. El mundo objetual se precisa y la visión entre versiones desdobla el tiempo. Un breve paso abre una preciosa guirnalda, estampa móvil, hilito coloreado, imagen transparente, o cristal de las aventuras posibles, pues así preserva la infinita sorpresa de la mirada infantil.
“Los mapas ―escribe Deleuze― deben entenderse en extensión, respecto de un espacio constituido de trayectos. Hay también mapas de intensidad, de densidad, que se refieren a lo que llena el espacio, a lo que sustenta el trayecto”. En los mapas se trazan intensidades que cargan el espacio de afectos, relaciones con fuerzas animales y vegetales, vínculos que constituyen la imagen del cuerpo en sus transformaciones y devenires. En Edith hay una aleación entre ensueño, modestia del lenguaje, y complicidad inter-reinos.
En febrero del año 2001 Edith tenía 76 años. Me reuní con ella en el café de la esquina frente al correo ―muy próximo a su casa― para hacerle una entrevista. Luego me entregó unas notas con una selección de poemas para su publicación en un periódico provincial, donde aparecen de manera aleatoria pero significativa elementos indicativos de su ars poética.
Las notas de Edith
Puesta a hablar del personaje que perdura dominantemente en mi obra, puedo decir que son diversos: el niño, los vegetales, los animales, el equilibrio social. Una literatura dedicada a los niños que están casi siempre presentes con su lenguaje, quehacer. Es el recuerdo de mis años de niñez no feliz, y un deseo que hubiera sido como la sueño.
Debajo de mi almohada
duerme el sueño.
Cuando me acuesto,
despierta,
y se acurruca como un perro
entre mis ojos.
Hay una energía poderosa, aparentemente débil en el mundo vegetal que a veces asimilo a lo humano. Me atrapan los verdes, los morados, los rojos, la frescura que exhalan los perfumes, los sabores de los vegetales.
En este mundo, un misterio, una clara verdad lo equipara al hombre. Puedo andar descalza entre ellos, pisando la tierra sin ser herida. Ya que son sólo agresivos si yo agredo. No avanzan o sólo lo hacen cuando buscan el sol.
La modestia de la palabra musgo
no le permite
ni bañarse en agua florecida
ni retener entre sus hebras al sol
ni siquiera asomarse al ritmo
de los cuatro vientos.
Un despliegue misterioso de inteligencia animal, emocional, cargan en sus alas, en sus patas, los pájaros, perros, gatos, caballos, ovejas, vacas, gallinas, cantados en mis escritos. Así digo:
Blanca dalia exagerada
una vaca se ha instalado en mi biblioteca
yo leo a Ronsard.
Desde que la visitante decide quedarse
alzo la voz para que las palabras de amor
del poeta
penetren por esas orejas
peludas, nerviosas.
La vaca me mira como miran las vacas
sabias descubridoras del trébol entre el gramón,
antiguas olvidadoras de ojos en trenes, nubes y aguas.
Seguramente algo del siglo XVI
queda en su lomo, en sus ubres
porque celebra agitando la cola
desde el Petrarca a Anacreonte
mientras deja caer de sus belfos
una baba cristalina.
Traspasada por el mundo técnico, no le temo, sino que todo lo que tiene uso positivo, lo asimilo con sumo agrado por un mundo mejor.
En todas esas vidas que transcurren a mi alrededor, las siento como una catarsis, veo los espejos de mis motivos, de los temas a trasmitir.
Muchas veces hago de un gorjeo, de un relincho, aparentes medios para decir unas palabras a mis congéneres que, tal vez, están distraídos.
Desde esos mundos que a veces pinto austeros, a veces con oropeles, no dejo de ver en ningún momento que hay que luchar contra la ceguera del poder, y es necesario trasmitir una memoria positiva, un entorno lleno de esperanza, con alto valor de la vida.
Edith Vera
Coda
¿Qué vienen a decirnos estas imágenes y las notas que las acompañan? Hablan de una profunda ética ―una ética de la modestia―, un yo que se acomoda al mundo sin imponerse, y aparece como una presencia benéfica ―y aún en medio de su propia catástrofe― cuida con imágenes diáfanas el delicado equilibrio que sostiene la vida.
*(Córdoba-Argentina, 1971). Poeta y docente en la Universidad Nacional de Villa María (Argentina). Ha publicado en poesía Nupciario (2007), Acuario de la morsa (2009), Un bosque oriental (2010), Las aventuras de la piña monstruo (2013), La cautiva, alucina (2016), La esquina del fresno (2016), Orange (2017) y Célibes liebres y Aurora o la flor de oro (2019).
**(Córdoba-Argentina, 1925). Poeta y narradora. Obtuvo el Premio Fondo Nacional de las Artes y el Premio de la Campaña para una buena literatura para niños. Ha publicado Las dos naranjas (1969), Ratita gris y ratita azul (1977), De pata en pata, de pico en pico, de ala en ala (1977), Tres cuentos en tres nidos (1995), Pajarito de agua (1997), El libro de las dos versiones (1998) y La casa azul (2001), varios de sus libros de poesía y cuento permanecen inéditos.