Dos poemas de Guy Davenport
Traducción y nota: León Félix Batista
Crédito de las fotos: der. http://www.amazon.com/
Cydonia-Florentia-Signed-Limited-Printing/dp/B00L31NGHE
Izq. Jonathan Williams
http://jacketmagazine.com/38/jwb01-davenport.shtml
Guy Davenport nació en 1927, en Carolina del Sur, Estados Unidos y murió el 4 de enero de 2005. Conocido sobre todo como ensayista de renombre y crítico literario, fue también poeta, pintor, ilustrador y notable traductor (por ejemplo, su libro de traducciones de poetas y filósofos griegos de la antigüedad 7 Greeks, 1995, obtuvo los premios del PEN y de la Academia Americana de Poetas), además de ser un reconocido cuentista (su libro ¡Tatlin!, es incluido en “El canon occidental” de Harold Bloom). En 1961 obtuvo su Doctorado por Harvard con un estudio sobre Pound.
Los ensayos de Davenport han sido feliz y abundantemente traducidos al español, sobre todo por el poeta y editor mexicano Gabriel Bernal Granados: El museo en sí (Aldus, 1999); La sonata Concord (Libros Magenta, 2012); La muerte de Picasso (Verdehalago, 2000); Objetos sobre una mesa (Turner y FCE, 2002); Cuaderno de Balthus (Umbral, 2005) y ¿Qué son las revoluciones? (Libros Magenta, 2008).
Sus libros de poesía son Cydonia Florentia (The Lowell-Adams House Printers/Laurence Scott, 1966) Flowers and Leaves: Poema vel Sonata, Carmina Autumni Primaeque Veris Transformationem (Nantahala Foundation/Jonathan Williams, 1966; Bamberger Books, 1991), con ilustraciones suyas; The Resurrection in Cookham Churchyard (Jordan Davies, 1982); Goldfinch Thistle Star (Red Ozier Press, 1983); Thasos and Ohio: Poems and Translations, 1950–1980 (North Point Press, 1986) (incluye gran parte de Flowers and Leaves, así como traducciones de 6 de los «7 Griegos» y de Rainer Maria Rilke y Harold Schimmel). Hasta donde sé, ninguno ha sido traducido al castellano.
Poemas del estadounidense Guy Davenport
En Maratón
Marianne Moore saludó el campo de batalla.
Su endeble mano al borde del sombrero
redondo como un plato, de pie en pose de atención
en su mejor estilo Astilleros de Brooklyn
o como años antes Jim Thorpe y ella
izaron la bandera escolar en Carlisle.
Aquí en largas capas escarlata las hileras
avanzaron con escudos sillados, entonando
a los tambores azotados y el pífano chillando
el himno despiadado de Apolo el Lobo,
lanzas remitiendo, colas de caballo fluyendo
de cascos enmascarados con ojos de ultratumba.
Los sableros próximos y los jabalinistas
Más capas rojas, Ares salvaje en sus filos.
Las jabalinas silbaron como perdices
parejas en un monte y cayeron cual nevisca.
Los persas penetraron, barrena de avispones.
Los griegos lanzaron su estocada como el fuego
engulle un palo. Mañosamente sabios
los persas se retiraron hacia el mar
y navegaron fuertemente hasta Atenas,
la cual, el ejército griego en la llanura,
se arrodilló a sus pies, victoria de mañana.
Pero los griegos estaban allí el día siguiente
para reducirlos. Habían corrido toda la distancia
desde Maratón, veinte millas, en bronce.
Hace dos mil cuatrocientos cincuenta y cinco
años. Hay cosas que uno nunca debe
dejar incompletas, como venir de Brooklyn
durante la vejez para saludar al ejército
en Maratón. ¿Qué son los años?
La Medusa
es Juno de las Cintas en gelatina,
poco más, como Lyman dijo a Agassiz,
que agua organizada, el cerebro de Hegel,
en un chal de encaje, luz de luna tejida,
su cúpula de cristal líquido
sellada por suturas invisibles,
sus bolsas de espora disfrazadas de ojos
alternadas con ojos, ojo testículo,
ojo testículo, pétalo brillante,
seis sexos que florecen en seis ojos
orlados con pliegues delgados como el vino
descendiendo por la copa
cosido a la cúpula con telaraña.
Su confeti de cuarenta patas cuelga,
raíz de orquídea malar,
página de punto en plata de Da Vinci
en el murmullo y meandro de los ríos
que remolinean, espiral contra espiral,
como el pelo de Isabella de’Este.
Esta anatomía de agua
con su cuenco de cristal de sombrero
colgado con ojos sexuales y sexos ópticos
es nombrada Medusa por las amas
de la denominación, Arethusa y Ariadna,
señoras cuya suerte estaba en laberintos.
Es el Hombre Portugués de Guerra,
la ortiga marina, la medusa punzante.
Constructores con cestos de átomos
en los siete días, uniendo protozoarios
llamaron a estas jibas de légamo
barbadas con helecho transparente
La Señora Eléctrica, Venus Quintaesencial,
Jezebel en Panoplia, Hera de las Borlas.
Esta esfera graciosa cercada
y vestida en pelo de Isolda,
cangrejo tímido, improbablemente intrincado,
y por la palabra de cualquier artesano virtuoso
imposible, es cincuenta libras de agua
y cuatro onzas de carne,
es electricidad de volantes replegados,
y es transparente. Puedes ver
a su través lo que hay detrás, un pez
curvo como en un espejo con urdimbre,
o coral oprimido y estirado
por esta lente de agua gorda. Lía
para copular un estilo de engranaje
alrededor de otra que a su vez
está rodando alrededor de otra, ojo
viendo en otro ojo, semental entre la cuenca.
Es un hermafrodita y puede,
si la urgencia es grande, acoplarse con seis
al mismo tiempo y es sabido
que, con la mar picada y él tan diestro,
dispara de entre sus compañeros
dos pies en el aire.
No empolla bebés Circes sino
anémonas, flores carnívoras,
granadas del océano que
se mezclan, como sus titanes
padres Venus y Mercurio.
Acéfalas, no son seres
sino semillas de los seres,
padre, huevo e infante en uno,
huesos de agua, carne de película.
Su progenie es el pulpo fantasma
con piernas de humo, la dormida-
bifurcada-y-ojeada Medusa Cyanea,
disparo en el azul, rápido aguijón,
una ferocidad de luz
en la fría oscuridad de los mares.
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(versión original de estos poemas en inglés)
At Marathon
Marianne Moore saluted the battlefield.
Her frail hand at the brim of her hat
round as a platter, she stood at attention
in her best Brooklyn Navy Yard manner,
or as years before she and Jim Thorpe
raised the school flag at Carlisle.
Here in long scarlet cloaks the ranks
advanced with ashlares shields, singing
to the thrashed drums and squealing fife
the pitiless hymn of Apollo the Wolf,
spears forward, horsetails streaming
from the masked helmets with unearthly eyes.
The swordline next and the javelineers,
More red cloaks, Ares wild in their blades.
The javelins whistled up like partridges
flushed in a brake and fell like sleet.
The Persians bored in, an auger of hornets.
The Greeks flowed around their thrust
as fire eats a stick. Wise to the ruse,
the Persians pulled back to the sea
and made hard in their ships for Athens,
wich, the Greek army there on the plain,
lay naked to their will, tomorrow’s victory.
But the Greeks were there on the morrow
to cut them back. They had run all the way
from Marathon, twenty miles, in bronze.
Two thousand, four hundred and fifty-five
years ago. There are things one must not
leave undone, such as coming from Brooklyn
in one’s old age to salute the army
at Marathon. What are years?
The Medusa
is Juno of the Ribbons in gelatin,
little more, as Lyman said to Agassiz,
than organized water, Hegel’s brain
in a lace shawl, knit moonlight,
its dome of liquid glass
sealed by invisible sutures,
its spore sacs disguised as eyes
alternate with eyes, testicle eye,
testicle eye, petalwise radiant,
six sexes flowering in six eyes
fringed with pleats thin as wine
down the side of a glass
stitched to the dome with cobweb.
Its confetti of forty legs
hang bellow, mylar orchid roots,
a silverpoint page of da Vinci
on the purl and meander of rivers
that eddy, curl in countercurl,
like Isabella de’Este’s hair.
This anatomy of water
with its crystal bowl of a hat
hung with sexual eyes and optical sexes
is named Medusa by the masters
of naming, Arethusa and Ariadne,
ladies whose fate was in mazes.
It is the Portuguese Man of War,
the sea nettle, the stinging jellyfish.
Builders with baskets of atoms
in the seven days, sticking the protozoa
together, called these humps of slime
bearded with transparent fern
The Electric Lady, Quintessential Venus,
Jezebel in Panoply, Hera of the Tassels.
This gracefullest sphere ringed
and dressed in Isolde hair,
crawfish-shy, improbably intricate,
and by any virtuoso craftsman’s word
impossible, is fifty pounds of water
and four ounces of flesh,
is an electricity of convolute frills,
and is transparent. You may see
through it what’s behind, a fish
rippled as in a mirror with a warp,
or coral squeezed and stretched
by this lens of fat water. To
copulate it rolls cogwheel fashion
around another which in turn
is rolling around another, eye
looking into eye, seeder into socket.
It is an hermaphrodite and can
if the press is great mate with six
at once and has been known,
what with the sea unsteady and itself so slick,
to shoot from among its fellows
two feet into the air.
It hatches not baby Circes but
anemones, carnivorous flowers,
pomegranates of the ocean which
like their titan parents are
Venus and Mercury blended.
Headless, they are not beings
but the seeds of beings,
parent, egg, and, and infant in one,
bones of water, flesh of film.
Their progeny is the ghost octopus
with legs of smoke, the dozen-crotched-
and-eyed Medusa Cyanea,
fire in azure, quick to sting,
a ferociousness of light
in the cold dark of the seas.