Donde la gran luna se abre paso entre humos. 5 poemas de Georg Heym

 

Por: Georg Heym

Nota y traducción: Montserrat Armas*

Crédito de la foto: www.misanthrope.blogger.de

 

 

Georg Heym (1887-1912)

Estos poemas, representativos del Expresionismo romántico, forman parte del libro de Georg Heym Der ewige Tag. Los he seleccionado a partir de las obras completas editadas por Karl Ludwig Schneider: Georg Heym, Dichtungen und Schriften. Band 1. Lyrik, Heinrich Ellermann Verlag, Hamburg und München, 1964.

 

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Uno de los poemarios de Heym, «Umbra Vitae»

 

Donde la gran luna se abre paso entre humos.

5 poemas de Georg Heym

 

 

 

El suburbio (septiembre, 1910)

 

En su arrabal, en el fango de las callejas,

Donde la gran luna se abre paso entre humos,

Y cuelga hundiéndose en el cielo bajo,

Como una inmensa calavera, blanca y muerta.

 

Allí, en la calurosa noche de verano ante

el negro inframundo de sus guaridas, se sientan

en sus harapos, que desechos por el polvo

muestran sus cuerpos hinchados.

 

Aquí una boca, hendida, que sin dientes se abre.

Aquí los muñones negros de dos brazos que se alzan.

Ronco balbucea un loco canciones vacías,

Donde se acurruca un viejo, y le blanquea la lepra del cráneo.

 

Juegan niños, con sus pequeños miembros precozmente

quebrados. Como pulgas, dan grandes saltos

con sus muletas y llenos de entusiasmo cojean

Tras el pfennig de un extraño.

 

Desde un sótano llega un olor a pescado,

Con malicia, los mendigos miran fijos las espinas.

Alimentan a un ciego con asaduras,

Y él, sobre la tela negra de su camisa, las vomita.

 

Con viejas mujeres sacian su lujuria los ancianos

Allí abajo, sombrío en la tenue luz de las lámparas.

Desde carcomidas cunas resuena interminable el grito

De flacas criaturas tras el pecho marchito.

 

Sobre una cama grande y negra, un ciego hace girar

Un organillo tocando la Carmagnole,

Que baila un tullido con las plantas vendadas.

Una castañuela en su mano castañetea sonora.

 

Gente vetusta se tambalea desde profundos agujeros,

Con linternas atadas a la frente.

Igual que mineros, los viejos vagabundos.

Sus manos, secas y huesudas agarran un bastón.

 

Se acerca la mañana. Campanillas sonoras gimen

Tocando a maitines por los condenados a través de la noche.

Se abre un portón. En su oscuridad resplandecen

Cabezas de eunucos, arrugadas y cansadas.

 

Ante escalones inclinados oscila la bandera del tabernero,

Una calavera con dos huesos en cruz.

Se ve a los durmientes descansar, y a su alrededor

quebrantados los arcanos del infierno.

 

En el portón del muro, con la vanidad de un lisiado

Y chaqueta de seda roja, se pavonea un enano,

Mira hacia arriba a la verde campana del cielo,

Donde en silencio los meteoritos a lo lejos pasan.

 

 

 

El árbol (mayo/junio, 1910)

 

Junto a la acequia, en la pradera

Se halla un roble, viejo y desgarrado,

Hueco por el rayo, y partido a mordiscos por la tempestad.

Ortigas y espinos lo envuelven en una pared negra.

 

Hacia el anochecer se cierne una tormenta.

En el calor sofocante, él se eleva, azul, inmóvil.

Atado por coronas de rayos vacíos,

Que mudos resplandecen en el cielo.

 

Baja revolotea a su alrededor una bandada de golondrinas.

Y los murciélagos con su vuelo rápido,

En torno a la rama desnuda, que de lo más alto crecía

quemada por el rayo, como el brazo de una horca.

 

¿En qué piensas, árbol, en las horas de tormenta

A orillas de la noche? ¿En el parloteo de los segadores,

En su reposo del mediodía, cuando se comparte el botijo

Y las guadañas en la hierba alrededor descansan?

 

¿O piensas cómo en otro tiempo

ahorcaron a un hombre en tu copa,

cómo, con la soga al cuello, retorcía sus piernas,

y la lengua, azulada, colgaba ancha de su boca?

 

Cómo colgó allí durante años, y soportó el invierno,

En el viento helado bailaba como de broma,

Y como un badajo, que el óxido corroía,

golpeaba en el cielo de estaño.

 

 

 

Robespierre (junio, 1910)

 

Gruñe para sí. Sus ojos miran fijos

La paja del carro. Su boca masca una flema blanca,

Que absorbe y traga por los carrillos.

Desnudo cuelga su pie por fuera entre dos cabríos.

 

Cada sacudida del carro lo lanza hacia arriba.

Como cascabeles suenan las cadenas de sus brazos.

Se oye resonar las alegres risas de los niños,

A quienes sus madres alzaban sobre la multitud.

 

Le hacen cosquillas en la pierna, él no lo nota.

Entonces se detiene el carro. Alza la vista y

Mira, negro, el patíbulo al final de la calle.

 

La frente gris ceniza, cubierta de sudor.

La boca se tuerce horrible en su rostro.

Se espera el grito. Pero nada se oye.

 

 

 

Abril  (abril, 1910)

 

El primer verdor de los sembrados, húmedos de lluvia,

Se extiende lejos en la fuga de colinas bajas.

Dos grandes cornejas revolotean sobresaltadas

Por el zarzal oscuro en el barranco verde.

 

Igual que una nubecilla sobre el mar sereno,

Así reposan las montañas tras el azul,

Cae sobre ellas una lluvia tenue,

Como un velo de plata, fino y de un trémulo gris.

 

 

 

Los indolentes (Última versión, mayo, 1910)

 

Dedicado a Ernst Balcke

 

Una vieja barca, que en el puerto en calma

Al atardecer amarrada se mece.

Los amantes, que tras los besos duermen.

Una piedra, que profunda se halla en el pozo verde.

 

El descanso de la Pitia, como el reposo

De los grandes dioses tras un largo banquete.

El cirio blanco, que al muerto empalidece.

Las cabezas leoninas de las nubes en torno a un valle.

 

La sonrisa de un tonto convertida en piedra.

Jarrones polvorientos donde pervive la fragancia.

Violines rotos en el desorden de los suelos.

Antes del ímpetu de la tormenta, el aire inmóvil.

 

Una vela, que en el horizonte brilla.

La fragancia de los brezos, que a las abejas guía.

El dorado del otoño, que corona hojas y tallos.

El poeta, que percibe la maldad del necio.

 

 

 

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El poeta George Heym

 

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(versión original en alemán)

 

 5 poemas de George Heym

 

El Suburbio (1)1

 

El Suburbio (2)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El árbol

 

 

Robespierre

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Abril

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los indolentes

 

*(España, 1969). Doctora en Filosofía con interés creciente por la cultura alemana. Sus estudios sobre Friedrich Nietzsche, Arthur Schopenhauer y Richard Wagner dieron como resultado varios artículos publicados en diversas revistas de Filosofía. Ha publicado como traductora El mundo como voluntad y representación (2005) de Arthur Schopenhauer y En mitad de la vida. Poesía completa (2007) de Hermann Broch. Actualmente se interesa en el Expresionismo alemán, tanto en su dimensión literaria como artística.

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