Por Andrés Ajens*
Crédito de la foto (izq.) www.nubeconica.cl /
(der.) Ed. GrilloM
Dichas para Miguel Vicuña*, con yapa[1]
Y tú tienes un verbo sin palabras.
Eliana Navarro (1955)
Cuando faltan las palabras
irrumpe la poesía.
Miguel Vicuña Navarro (2009)
I.
La primera dicha fuera la dicha misma, la palabra o el término “dicha”. En Corazón de la muerte, el libro que saludamos hoy, la susodicha dicha sobreviene varias veces. En el poema 1. [de la sección: II. Dos], está desde ya asociada a la vida:
aquellas fuerzas enemigas de la vida y de la dicha (página 29).
Luego, en el poema “atra bilis” [de la sección “III. Tres”] hay un fraseo en que dicha y fatalidad parecen no estar completamente escindidas:
Límites que hacen visible una cierta banalidad de la vida, pese a su pretensa dicha inclusa en su supuesta ley subterránea, beatitud tal vez compatible con la fatalidad abismal. (p. 35)
Y hacia el final del libro, otra vez concurre la dicha, en el poema “Santísima”:
Cantan tu dicha en su dicha las mujeres (p. 48).
¿Por qué recordar estas cosas? ¿Por qué citar estas ocurrencias de un término, un trazo, sin ninguna pretensión representativa o estadísticamente confiable? Por más de un motivo o movimiento. La dicha, la palabra o el término dicha, en su ambivalencia y diseminación umbilical (desde ya como cosa pronunciada o proferida y a la vez como regocijo, felicidad o alegría) fuera un sello muy personal en la poesía de Miguel Vicuña. Al punto que la dicha fuera otro nombre para llamar al poema, a la poesía: la dicha. Desde su nombre o título nos lo advierte o sugiere su poemario dicha non desdicha (de 2009), que hay que oír en toda su plurivalencia. A la vez como dictum o palabra dicha no desmentida ni retirada. A la vez como felicidad, antes que desdicha o desgracia.
A la vez como contentamiento no desmentido. Etcétera. A todo ello habría que agregar que el “non” entre dicha y desdicha, en tal título (dicha non desdicha), al ser un término desusado en este romance (es lo que atestigua la tan real como irreal Academia de la Lengua) le añade un tono o una connotación no reductible a la negación supuestamente palmaria del «no» habitual o en uso. Por así decirlo, en dicha non desdicha, ese “non” porta, a su manera, una fuerza de suyo afirmativa: sí que no, o, si se prefiere, dicha dicha [es, sí, ya] non desdicha. En ese poemario la dicha, viene y reviene en su “cuerpo” más de una vez. Evoco sólo un par de ocurrencias, no tanto para pretender atrapar un significado preciso, ni siquiera un haz de significados contables, sino antes bien para seguirle la pista a una cierta incierta sintaxis, un cierto e incierto juego tonal en la dicha de Vicuña:
Una pena más qué importa en el océano
de la desdicha larga que aún no ha sido dicha
(en: “ay ñusta ayayay / encantamiento de la muerte en el alma”, p. 35).
Y esta otra ocurrencia:
Escondiendo mis pasos entre los adoquines
de la calle del Pez o de la Amargura,
guardando la mirada o la sonrisa en el recodo del río,
qué era lo buscado sino la dicha clave,
el punto ciego dicho.
(en: “kilómetro distancia”, p. 58; comarco).
Ahora bien, casi en los mismos momentos en que Miguel Vicuña escribe dicha non desdicha, Pablo Oyarzún (o sea, un amigo de Miguel de mil batallas) escribe el ensayo titulado Regreso y derrota. / Diálogo sobre el ‘gran poema’, el estar y el exilio, todo ello en torno al poema “El regreso” de Gabriela Mistral y su lectura por Patricio Marchant (ensayo que en su versión final aparece en el libro La letra volada, 2009).
Y ahí, aparentemente, Pablo Oyarzún afirma exactamente lo contrario que Miguel Vicuña: el poema respira en su desdicha, o, más precisamente, en su “des-decimiento” (que, aunque Oyarzún no lo explicita, no deja traducir el tan diseminante heiddegeriano término Ent-sprechung, donde el prefijo alemán “ent” habitualmente se habrá traducido por ‘des’, y Sprechung por ‘discurso’ y/o cosa dicha, aunque Entsprechung, sin guion entre medio, suela traducirse por su aparentemente contrario, ‘con’, tal ‘correspondencia’ (y todo esto está en la oreja de Miguel, de cierto, buen conocedor del Heidegger lector de Hölderlin, de Celan, etc.).
Decimos que aparentemente Pablo Oyarzú afirma exactamente lo contrario que Miguel Vicuña. Habría que demorarse en esta apariencia (pero ahora no puedo seguir en su detalle el planteamiento de uno y otro sobre este punto). Digamos brevemente que, aunque las formulaciones de Vicuña y de Oyarzún no son las mismas, difieren à la lettre, en su escucha y atildamiento confluyen y dicen, si no lo mismo, casi lo mismo: el poema (la dicha) no deja de decir, incluso producir, maniobrar, hacer y/o crear (todos elementos ligados al poein griego, como figura del Arte o Techné), y a la vez interrumpe la producción, y desde ya la producción de sentido. Es lo que Miguel Vicuña subraya, con la inestabilidad comarcada en su dicha, la dicha clave, que carece ella misma de llave o clave, guardando tal “punto ciego”, o, al decir de Oyarzún: “la palabra poética resiste su resolución en significado”. No es que no signifique nada de nada, no es que no abra innúmeros efectos de significación, mas la dicha, y la dicha de Miguel acaso por antonomasia, dejando abierta la eventual venida de otra dicha, dicha de alter, en el “quiebre del circuito estable de la significación” (Oyarzún: 246), no termina de estabilizarse, permaneciendo cada vez en movimiento — en camino a alter, decimos, con Celan (El maridiano), de camino a otra, por caso, a otra dicha. Dicha de Mistral, por caso o caída “La dichosa”, que es donde Mistral conversa avant la lettre con la dicha de Miguel Vicuña, con dicha non desdicha desde ya, y/o con Corazón de la muerte:
Nuestra dicha se parece
al panal que cela su oro […]
Y se cansa quien nos llame
por el nombre de nosotros.
Está en Lagar (1954), sección “Locas mujeres”.
II
Hay dos otras dichas, otros dos términos o vocablos que vienen en Corazón de la muerte, que quisiera saludar: vejentud y ñusta.
El primero, “vejentud” (un hallazgo cercano a la “reniñez” de Gonzalo Rojas) está meridianamente convocado en el poema titulado “edad de arcilla”, de la parte “III. Tres”. Primero alude al “tiempo de la historia”; luego da un giro y añade:
O el tiempo o los tiempos de la edad y las edades de la vida singular de cada ser humano: infancia, adolescencia, juventud, madurez, vejez o ancianidad. A esta última época de la vida me gusta llamarla vejentud, voz tal vez condenable por los puristas de una supuesta lengua nuestra que en realidad no es de nadie, pero que juzgo vocablo máximamente impajaritable. En buena parte, por lo demás, merced a su fusión y confusión fónica y semántica con la palabra juventud, con la que contrasta y se compara. Así como se puede y se suele hablar de una primera, una segunda, tercera, cuarta y hasta quinta juventud (las últimas cardinales se confunden quizás con la llamada madurez, la que según algunas viejas sabias nunca llega o, si llegara a llegar, suele hacerlo demasiado tarde), cabría con máxima plausibilidad mencionar una primera, segunda y tal vez tercera vejentud: la última). (p. 39; comarcas nuestras).
En cuanto a la dicha o dichosa ñusta, al vocablo ñusta, este viene en “inminencia”, en el siguiente fraseo:
¿Cuál es el sentido del destino? ¿Qué sentido asignar al destino? Al ocurrírseme la palabra destino me doy cuenta de que se trata de mí, de Ñusta, de mis próximos, vivos y difuntos (p. 41).
De mí, de Ñusta (con mayúscula). Ñusta es término que también sobreviene (y muchísimas veces) en dicha non desdicha. Por caso:
Salve, perdida vida recobrada,
salve, Ñusta del alma viviente.
No entro en detalles. Simplemente me interesa subrayar una serie de vocablos de proveniencia quechua (o runa simi; donde runa menta ‘gente’, ‘del común’, y simi, ‘boca’, pero también ‘habla’ o ‘lenguaje’) en la escritura poética de Vicuña: como “concho” (konchu: ‘borra, asiento, [sedimento] de toda beuida; González de Holguín 1608; lo mismo en aymara; Bertonio 1612) e incluso, es la hipótesis de Miguel, Chilly (en dicha non desdicha: “aquí, en este valle de lágrimas/ que los quichuas llamaron Chilly”).
Aunque primaveralmente Lenz, Rodolfo Lenz, en su Diccionario etimológico de las voces chilenas derivadas de lenguas indígenas americanas (1905) deja en suspenso si estamos ante una voz de proveniencia aymara, quechua o mapudungun, acaso pudiera tratarse incluso de una dicha puquina (la lengua hablada en las cercanías del Titicaca, plausiblemente emparentada con el habla tiahuanacota, que hablaban los Incas antes de aymarizarse y luego quechuizarse, pero manteniéndola como lengua hogareña, al decir de los lingüistas de nota.
Pero, independientemente de estas narrativas etimológicas o etimográficas de Chilli, Chilly o Chile, la hospitalidad de Miguel Vicuña para con los vocablos quechuas (lo mismo su prima, Cecilia, comenzando por sus Quipoems, 1987) contrasta con lo que comúnmente advertimos en la escritura poética por aquestos pagos… Tal vez Neruda sea una excepción, problemática por demás, pues, en un gesto no poco arrojado, Neruda introduce la tercera sección de Canto general con una cita supuestamente quechua, supuestamente atribuida a Túpaq Amaru poco antes de ser degollado en la plaza del Cuzco en septiembre de 1572 — aunque probablemente Neruda copió mal la frase, porque (en quechua) resulta ininteligible, correspondiendo muy poco con la frase tradicionalmente atribuida al último Inca de Vilcabamba.
III
¿Y la yapa? (Yapa fuera también quechua, también aymara). Corazón de la muerte. La expresión viene escrita cinco veces en el libro que firma Miguel. Viene en la portada, como título; en la portadilla interna, otra vez como título; en el primer poema, o casi poema (porque precede a las tres secciones que configuran el poemario), y que se titula, en una suerte de doble vínculo sabroso: “léeme” (p. 7); ahí viene escrito Corazón de la muerte con un tipo de letra especial, un poco más grande que el resto, justo antes del verso (¿socarrón?): “¿Qué significa corazón?”; y luego dos veces en el poema “Corazón de la muerte” (p. 21), tanto en su encabezamiento como en su “cuerpo”. Cinco veces escrito, este Corazón de la muerte fuera, entonces, un corazón escrito. Como acaso saben, Corazón escrito es también el nombre de un poemario de Rosamel del Valle (1960). Si lo recuerdo es también porque en El sol ciego, libro de Humberto Díaz Casanueva (1966), en la hora de la muerte del amigo (El sol ciego trae como subtítulo: “En la muerte de Rosamel del Valle”), viene inscrito, a modo de epígrafe general, el poema XVII de El corazón escrito. El libro está, por demás, saludado, en un texto que se distribuye entre ambas solapas, por el entonces presidente del Grupo Fuego de la Poesía, que presidió por años José Miguel Vicuña, el padre de Miguel, pero que esta vez, en la solapa del libro de Díaz Casanueva (que fue muy cercano al Grupo Fuego), esta vez, digo, aparece presidido por René Correa. Ahora bien, en una de las primeras reseñas de El sol ciego, publicada por el premio nacional de literatura (1968) Hernán del Solar, este alude literalmente al Corazón de la muerte, como un canto estremecido:
Entrelazados ambos acentos [el de Humberto Díaz Casanueva y el de Rosamel del Valle], sin que se pierda la fuerza y la gracia de cada uno, se obtiene un canto como de lenguas de fuego estremecidas sobre la frente de la vida, sobre el corazón de la muerte[2] (comarcas nuestras).
Fuera un saludo avant la lettre a Corazón de la muerte, el libro de Miguel Vicuña que presentamos hoy, y tal vez, también, una paráfrasis de unos versos de Corazón escrito, de Rosamel del Valle, que hablan del “corazón [escrito, corazón] de la noche”, estos:
Al ciego un sol, al mudo un fuego, una cuerda al paralítico,
Un paraíso al ahorcado, una flor al mendigo, una almohada al
sonámbulo,
Un mar a la mujer que viene nadando desde el corazón de la noche.
Ahora bien, para ir provisoriamente terminando, esta mujer viene asociada en la dicha de Miguel Vicuña, en Corazón de la muerte y, especialmente, en un pasaje de nota de dicha non desdicha llamado no por nada “es decir”, donde literalmente una poética sin escritura hace obra (o al menos, lejos de la acepción habitual de escritura). Es decir: sin escritura y sin decir, sin dicha ni desdicha y, a la vez, pura dicha o dicha en su máxima intensidad — una increíble, una tan sabrosa como amorosa poética del beso: beso con labios y lengua acaso, y a la vez sin lengua, sin habla. “Es decir”, donde sobreviene esta dicha sin decir, es un extenso diálogo a dos voces, suerte de co-dicha y/o con-dicha, que en su tramo final dice y a la vez, dándose (se la doy), deshabla[3]:
– Dígame más palabras, esa no basta.
– Entre las mil y una palabras que hablamos
hay una palabra muy linda
que la quiero decir a usted.
– No me mienta.
– Sí, es más que una palabra.
– Dígala por favor.
– No sé cómo decírselo, [¿ñusta y/o palla?] señorita.
– Diga nomás.
– Es que esta palabra tiene forma de beso
y no se puede pronunciar.2424aa
– Entonces no la diga.
– Bueno, señorita, se la doy.
Aquí ahora.
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[1] Leído en la presentación de Corazón de la muerte, de Miguel Vicuña, Grillom, Santiago, 19 de abril de 2024.
[2] Cit. in Urzúa, Macarena, “El sol ciego / en la muerte de Rosamel Del Valle. Afecto, amistad y colaboración entre Humberto Díaz-Casanueva y Rosamel Del Valle”, Estudios Avanzados, nº 28, 2018, p. 91.
[3] Cf. “Inca o data. / Mudez, habla y deshabla en un poema de Paul Celan”, Mar con soroche nº 21, pp. 106-126.
*(Concepción-Chile). Poeta, ensayista y traductor. Desde 2006 coordina la revista de poesía Mar con soroche (Santiago/La Paz). Ha publicado en poesía y ensayo Cúmulo Lúcumo (2016), Bolivian Sea (2015), Æ (2015); La flor del exterminio (2011), El entrevero (2008), Más íntimas mistura (1998 y 2014) y La última carta de Rimbaud (1995), entre otros. A su vez, ha traducido del portugués Poemas inconjuntos y otros poemas, de Alberto Caeiro/ Fernando Pessoa (1996) y, de Raul Bopp, Cobra Norato (2016). En colaboración con el lingüista quechua boliviano Diether F. Chumacero ha traducido el Ataw Wallpap P’uchukakuyninpa Wankan (‘Cantar del fin de Atahualpa’).
**(Santiago de Chile-Chile, 1948 – Santiago de Chile-Chile, 2023). Poeta, traductor, editor, ensayista. Fue profesor de filosofía y literatura. Fue director-editor de la revista de crítica cultural Número Quebrado (Chile, 1988-1990). Publicó en poesía Levadura del Azar (1980), Lengua de Cordero con Piel de Oveja (1986), Parábola Reversa (2004), Dicha Non Desdicha (2009), Suerte Sortija (2015) y NUN (2019); El Accidente Pinochet (junto a Armando Uribe Arce, 1999), Conversaciones en Privado (junto a Eduardo Vassallo y Armando Uribe, 2004), Contingencia de Chile (2017).