Este breve texto del reconocido hombre de teatro Ernesto Ráez Mendiola lo publicamos en el contexto de un pequeño homenaje que Vallejo & Co. realiza al destacado dramatrugo y actor peruano Mario Delgado, a poco tiempo de su sentido fallecimiento, fundador de grupo de teatro Cuatrotablas. Fue leído originalmente en La Casona, en el Centro Cultural de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, el 17 de Julio de 2009.
Por Ernesto Ráez Mendiola*
Crédito de la foto www.cuatrotablas.net
Dialogando con la memoria de un creador
Leer la entrevista biográfica de Carlos Espinosa Domínguez a Mario Alejandro Delgado Vásquez, que él ha titulado La sabiduría del eterno discípulo y que podría llamarse también dialogando con la memoria de un creador, es embarcarse en una estimulante aventura de recuerdos que confrontados con los nuestros rescatan para siempre significativos momentos del proceso histórico del teatro peruano, latinoamericano y universal. Paralelamente, la fecunda capacidad de escuchar intensamente y en profundidad del entrevistador nos permite jalonar la vida de un artista peruano y reconocer sus fuentes de inspiración, las fuerzas subjetivas y las condiciones objetivas que permitieron arribar a su nave al puerto de los sueños realizados y, en este alto de su travesía, conocedor ahora de los escollos, de la dirección de los vientos, de las corrientes marinas, convertirse en faro de jóvenes navegantes que intentan llegar a nuevos puertos en este proceloso mar que es hacer teatro en el Perú; país donde todavía el movimiento teatral es un archipiélago de islitas e islotes que tratan de conseguir la mayor pesca para sus costas y que aún no logra convertirse en un movimiento continental.
El riesgo fue el punto de partida y en el riesgo vivió porque este Mario de todos los peruanos que, como muchos en nuestra patria llegó al teatro por casualidad y aguijoneado por Cupido, nunca midió si “el cerro Huanacaure” de sus realizaciones tenía o no un abismo, y desde el comienzo intuyó que el teatro es acción y que por tanto sólo se le alcanza con tenacidad y entrega absolutas, aunque a veces nos despeñemos. Porque otra cosa que debemos aprender pronto es a levantarnos después de la caída.
Me salgo del libro, y pesco en el río de mi memoria, que es siempre la memoria de un profesor de teatro, la imagen de un muchacho de muy pobladas cejas, alumno del INSAD, recitando el más famoso monólogo de Hamlet en contrapunto con una proyección de slides sobre sucesos de actualidad. Posiblemente, él no lo recuerde- o por lo menos, no lo mencionó en la entrevista- pero como maestro que miro a los jóvenes con ojos de futuro pude intuir en esta presentación novel, al “poeta de la escena” que, al compás de los años llegó a ser el alumno entonces conocido como “Mario cejas”. Y él sabe muy bien que siempre lo he distinguido como “el poeta de la escena”, porque, desde sus comienzos corroboró su capacidad de transformar en desafiantes imágenes las relaciones humanas, que son el medio y el instrumento del arte teatral. Sumó a estas cualidades la terquedad y empeño indesmayables que es necesario tener para producir teatro en el Perú.
Se abrió al mundo al conjuro y seducción de otro notable artista del teatro latinoamericano Carlos Giménez, tan vivo en nuestra memoria. Por mucho tiempo atribuí el nombre Cuatrotablas, que puso a su grupo en 1971 (pronto serán 40 años) a una suerte de variante del Rajatabla, venezolano de Giménez. Sin embargo nos cuenta que fue su madre, la señora Vásquez, quien le sugirió el nombre, a propósito de su semejanza con cuatro gatos, que en el Perú muchas veces son el número exacto de espectadores que asisten a las salas de teatro… o asistían. Creo que el número de gatos ha aumentado, aunque no lo suficiente para matar a la plaga de ratas que nos gobiernan. Bueno, habrá que esperar al flautista de Hamelin.
Apartémonos de la digresión y sigamos caminando del brazo de nuestro querido artista. No debe sorprendernos que al hablar del origen del nombre no se haya hecho mención a la conocida síntesis del teatro para Lope de Vega: “cuatro tablas, dos actores y una pasión”, puesto que responde a un rasgo del quehacer teatral de los setenta. Como en alguna parte de su fluir memorioso Mario señala, los jóvenes de entonces reinventaron el teatro, redescubrieron América sin enterarse de I khert Nefert ni de Colón. Tal vez porque, como decía Atahualpa del Cioppo por esos años Latinoamérica dejó de ser sólo geografía para pasar a ser historia. No más un lugar explotable en el mapa sino un ente con voz propia en el tiempo.
Y en esta cruzada por la voz propia aquí, los grupos de los años setenta buscaron ser oídos desde su imaginación. La gran empresa del teatro peruano de grupo fue intentar desde la creación colectiva responder a necesidades de esclarecimiento y confrontación; asumiendo una actitud contestataria y en esa empresa fueron buenas las guías de Atahualpa del Cioppo, a quien, cuenta Mario, perseguía a diestra y siniestra mientras estuvo en Lima. De María Escudero, a la cual contrató para que le dictara un taller; de Augusto Boal, que vino haciendo Arena cuenta Zumbi y Arena cuenta Bolívar y de quien había puesto en escena el grupo Histrión, Revolución en América del Sur.
Otro aspecto importante que se destaca en esta entrevista biográfica es la apertura internacional y los contactos. Alguna vez Alfonso La Torre, el más profundo crítico que hemos tenido, dijo que Cuatrotablas había puesto al teatro peruano en el mapa mundial. Y es que estas salidas de los Cuatrotablas que les permitieron crecer como grupo inspirados por los montajes que veían y que los vinculó con Eugenio Barba y con Jerzy Grotowsky fueron el punto de partida de la salida de otros grupos peruanos al extranjero. No lo dice en la entrevista, pero sabemos que fue Mario quien propició el viaje de artistas del teatro peruano al ISTA, de Eugenio Barba. Y así como él reconoce la generosidad de Carlos Giménez, podríamos hablar de la generosidad de Mario Delgado, a quien más que un comentario in extenso del libro que presentamos, quisiera rendir el homenaje que merece como maestro del teatro peruano y latinoamericano, con aleccionadores ecos de su labor en Europa.
Hoy Mario puede hablar del método Cuatrotablas y de su permanente adhesión al grupo y al laboratorio teatral, al experimento y a la innovación. Como todo maestro sabe que los maestros son para olvidar y que pronto la negación de sus hallazgos inaugurará la afirmación de nuevos caminos. Carlos Espinosa que, desde sus albores en la revista Conjunto, llegó al Perú con la delegación artística cubana que, merced a los esfuerzos de Myriam Reátegui, participó en el Primer Festival Internacional de Teatro para la Infancia y la Juventud, y que desde entonces. Enamorado del Perú, ha puesto su seriedad profesional al servicio de la difusión reflexiva de nuestros esfuerzos artísticos, logra en esta entrevista ejemplar un retrato integral de Mario Delgado en el camino, antes de la cuarta reedición de sus históricos Encuentros del Tercer Teatro, en Ayacucho. Porque estoy seguro que en los próximos años, sus experiencias le darán material para un segundo tomo.
Y hablando de experiencias olvidadas. Hace ya más de dos décadas Mario Delgado anunció una que en la entrevista no menciona pero que yo recuerdo de manera especial porque sintetiza su capacidad de soñar y realizar más allá de sus intenciones. La denominó En la montaña, un árbol. Plantar en las alturas escarpadas, en la cumbre misma un símbolo de vida abierto al sol y a los vientos, a la luna y a las estrellas, abierto al cosmos infinito desde la fecunda mortalidad de sus ramas regularmente fructificadas. Esperaba él que luego de más de veinte años, que ya transcurrieron, se volverían a reunir los Cuatrotablas de la primera y segunda generaciones, cargados de las experiencias acumuladas en la diáspora, para crear juntos nuevamente. Y esta experiencia se ha realizado, no como él lo imaginó. Posiblemente Luis Ramírez, Malco Oliveros, Carlos Cueva, Ricardo Santa Cruz, Pilar Núñez, Maritza Gutti (que no ha muerto en nuestro recuerdo) no se reúnan como él lo pensó. Pero Carlos Cueva desde La otra orilla, cosecha la experiencia japonesa a la que Cuatrotablas lo acercó, lo mismo que Malco Oliveros en Dinamarca, como lo hizo Ricardo Santa Cruz en Raíces, lo hace Pilar Núñez en sus unipersonales y Lucho Ramírez con su docencia permanente.
Sí, Mario has logrado que el árbol en la montaña fructifique, tú que eres un eterno discípulo porque muy pronto aprendiste a escuchar a tu maestro interior, puedes estar seguro que el herrero divino aquél que en la última escena de Peer Gynt de Enrique Ibsen declara que el alma del protagonista es rescatable y que puede ser fundido nuevamente porque amó la vida, rescatará tu alma y la volverá a fundir porque la poesía que plasmaste y seguirás plasmando en la efímera existencia del teatro continuará vibrando en la memoria de quienes somos testigos privilegiados de tu trayectoria y, en las páginas de la historia que, aunque no siempre justas, no creo que en tu caso puedan olvidarte.
Así, en este alto de tu travesía en el agitado mar del teatro peruano, conocedor ya de los escollos de la producción, de la dirección de los vientos de la inspiración, de las corrientes marinas de la oposición, que has sabido sortear con talento y sensibilidad, ya eres un faro para los jóvenes navegantes que intentan llegar a nuevos puertos haciendo teatro en el Perú. Como buen maestro sabes que los maestros son para olvidar y que pronto la negación de tus hallazgos inaugurará la afirmación de nuevos caminos que ojalá logren convertir en un movimiento continental este amotinado archipiélago de islitas e islotes que tratan de conseguir la mayor pesca para sus costas, que es el quehacer teatral en el Perú.
Para quien como tú ha fundido su vida con el teatro podríamos transformar el aforismo latino y decir: Honorum est pro teatro mori.