Por: Antonio Ochoa
Crédito de la foto: Izq. www.hipocampoedit.blogspot.com
der. Sandra Enciso
Desde el horizonte, la marea de luz:
sobre Virtú de Roger Santiváñez
En la imagen tenemos a un hombre en el calor del verano sentado en una silla de lona a la orilla del mar, el mundo pasa frente a él. En esta imagen de relativa quietud Roger Santiváñez ubica álgido punto de concentración donde rompe la marea de la memoria que trae recuerdos desde lo profundo. Esta marea avienta a la orilla imágenes, ritmos, texturas, que van formando la imagen de los restos de un naufragio, finalmente arroja algo más: una pregunta por el sentido. Esta imagen de los restos del naufragio sobre la arena conforma una disposición de objetos en un horizonte desde el cual Santiváñez organiza su experiencia del mundo. Pero la pregunta por el sentido no es tanto una pregunta existencial sino pragmática: ¿cómo las cosas toman sentido en el lenguaje del poema? ¿Es la profundidad desde la que fueron esos objetos arrojados lo que lo otorga?
¿O es una como filtración interna desde la profundidad del sujeto lo que transforma la experiencia del lenguaje en el poema, con toda la problemática que los conceptos de sujeto, autor y lector conllevan? Me gustaría aventurar una primera respuesta en este momento y decir que en Virtú es el ritmo lo que otorga el sentido. Esta respuesta, creo, nos llevará a comprender la estructura del mundo poético de Virtú.
Aquí es el ritmo el que permite la relación entre los distintos espacios presentes en los poemas; espacios geográficos e imaginativos, culturales e históricos, internos y externos. Es el ritmo el que mantiene el horizonte abierto en el cual se establece la realidad de los poemas, que es donde, como en los Paisajes Infinitos de la Costa del Perú de Eielson, se encuentran los materiales/objetos en distintos estados de aparición y ocultación. Este horizonte abierto por el ritmo es una imagen adonde entra otro elemento esencial del libro, la luz: la luz de los extremos del día que transforma los colores y las sombras; la luz que descubre, aclara y entrega el mundo a la mirada del poeta, ya la luz del día la que permite la apropiación de lo que se ve.
En esta metáfora de la apropiación es el ritmo como el espacio donde las cosas existen y se relacionan lo que la hace posible; el ritmo de las sílabas y las aliteraciones, el ritmo de los versos y sus encabalgamientos, el ritmo de las imágenes y de los fenómenos naturales que éstas evocan. El día mismo es un ritmo. Es en la relación entre la luz y el ritmo donde veo la importancia de la cita de Pound que abre el libro —“I believe that a light from Eleusis”—pues fue él también quien escribió sobre un ritmo absoluto que pertenece al individuo en quien tuvo origen y desde donde emerge el poema[1]. Y este emerge, este ritmo, tiene una correspondencia con el ritmo del oleaje en las costas de Nueva Jersey y los recuerdos del oleaje en las costas del Perú. Este hombre sentado en la silla de lona contemplando el mar, que le recuerda al otro mar, que le recuerda otros momentos en los que estaba sentado frente a ese otro mar, al mar frente del Perú, que admira los cuerpos de las jóvenes bañistas que pasan frente a él quienes, a su vez, le recuerdan otros cuerpos amados y admirados en esas otras costas de su propia juventud.
Pero ¿quiénes son las jóvenes que encontramos en los poemas de Virtú? Son imágenes del deseo, sí. Vemos sus cuerpos húmedos en pantalones cortos y trajes de baño jugueteando al lado de la alberca, a la orilla del mar:
Marear levísimo del agua en la piscina
Subceleste & truzas rosadas en mayólica
Montículo onde resbalan húmedos muslos[2]
Pero también como dije son imágenes del recuerdo:
El verano más dulce que conoció el
Cielo de tu compita blanca labrada
Con florcitas azules dispuestas en tu
Pecho, aquel que me mostraste abrién
Dote el escote para darme su prís
Tina belleza intocada, su luz
El erotismo que encontramos en estos poemas es ambiguo pues abre el deseo hacia dos cuerpos en espacios y tiempos distintos, el presente (Nueva Jersey) y el pasado (Perú). El deseo es tanto hacia los cuerpos de las bañistas como hacia los recuerdos de otros cuerpos que estos cuerpos en la particularidad individual del presente extraen de la ausencia del olvido: “de manera que lo que no hay está con lo que hay. Bajo una imagen sombreada mientras no se la mira o se la ve, sombra en relación a la luz clara del objeto que se ve y domina la visibilidad. Lo que se intenta es imaginar lo que no hay proyectado desde lo que hay, recomponer el orden: restituir la ausencia.”[3] Esta cita del ensayo de Milán sobre la imagen poética nos ayuda a visualizar el sostenimiento de ambas cosas, el presente de lo que hay —los cuerpos en las playas de Nueva Jersey— y la ausencia de lo que ha dejado huella —los cuerpos y las costas del Perú— como si éstos se hubiesen ido caminando hacia el horizonte dejando solamente tras de sí las precarias huellas en la arena que existen bajo la amenaza constante del viento o la marea.
El presente en el que está escrito el libro y el cual leemos nos da los recuerdos también en ese mismo tiempo presente como si fuesen círculos concéntricos en el espacio imaginario donde cobran realidad poética. Así como los espacios del recuerdo y del presente son contemporáneos, el mundo de Virtú vive en el balanceo de un delgado límite que re-une lo interior y lo exterior. Éstos se mueven en un equilibrio de claroscuros, unos dejando paso a otros en un ritmo que nos es constantemente evocado por las imágenes como las del agua y la luz:
Porción acuosa emite su son solar
[…]
Movimientos seguidos avanzan mágicos ali
Sios redoblan ah ah ah revolotean en
Diablada blancura entremezclándose unas
A otras se comen se relajan ahora sólo
Ondulan splash revientan & en su canto
En este juego el agua, la luz, y las jóvenes forman una clave armónica que, con variaciones, se mantiene constante a lo largo de Virtú. Esto deja en el lector una clara familiaridad con los lugares que evoca el poeta —Nueva Jersey y Lima, la playa y las albercas— así como un espacio emocional donde no sólo habitan los recuerdos sino desde el cual el poeta se relaciona con el mundo. Es ahí donde encuentro el epicentro emotivo del libro: el deseo de los cuerpos desdoblado en más que deseo y aquéllos en más que cuerpos, a su vez desdoblados en un horizonte melancólico por otros tiempos y otros cuerpos que sin embargo no niega ni abandona el presente. Precisamente por ello hay resonancia con otros los momentos de la existencia cotidiana en la que se engancha la experiencia del instante a una cadena de momentos singulares que demarcan y re-significan el presente.
Virtú explora estos espacios en el ritmo de su aparecer y desaparecer, como presencia, como imagen. El cuerpo de una joven en Nueva Jersey queda inevitablemente vinculado a otros cuerpos del pasado en el Perú sin por ello perder su particularidad. Si bien esta es una operación habitual y a partir de la cual los momentos y experiencias de nuestras vidas van tomando densidad y significado, en Virtú esta operación es sólo un punto entre otros en el horizonte donde se despliega la búsqueda por el significado. Las bañistas se desdoblan también hacia una mitología:
Frágiles fragancias refrescan
La mañana splendor surcan
El límpido cielo en Cytheria citado
Allí donde nació la diosa augusta
Convertida en rosa por el río Rímac
Para ser de sí la nube inalcanzable
No sólo por la aliteración tiene sentido el uso de uno de los menos conocidos nombres de Afrodita, la isla de Citera es uno de los sitios donde se piensa nació la diosa. Tengamos en cuenta esta referencia directa al lugar frente al cual salió Afrodita del mar: el horizonte, la playa, son límites frente a los cuales ese hombre está sentado. Cytheria además tiene un paralelismo con la dinámica de la presencia y de la ausencia entre los cuerpos de las bañistas de Nueva Jersey y del Perú, pues la diosa fue otra antes —Hathor— en Egipto y sería otra después —Venus— en Roma y encarnaría otras individualidades tanto en Perú, como en Nueva Jersey. Pero la apropiación de la diosa para el poema no sería significativa sin la re-contextualización: “convertida en rosa por el río Rímac”. Sin esta re-contextualización Cytheria permanecería solamente como una referencia académica.
En el segundo ensayo de La literatura y los dioses, Roberto Calasso habla de las ninfas en su doble significado de “mujer en edad de casarse” y de “manantial”.[4] Ellas pertenecen al lugar, y son las protectoras de un tipo de conocimiento al que ese está relacionado: el fluir del agua desde lo oculto. Y lo oculto, lo secreto, es otra constante, aunque menor, en Virtú —“Nadie sabrá qué hiciste en Roma” o “De Lima a la divina & secreta relación”. Este fluir desde lo oculto, que es un conocimiento —el amor secreto— en el poema se encausa en la música de las palabras, y así en parte hace un gesto hacia los principios de la tradición poética clásica. Pero no como aquél que intenta impregnar su lenguaje con un significado desde afuera del poema. Es más bien desde la imagen, desde la relación directa del poeta con las imágenes tanto de las bañistas que pasan casualmente frente a él, con los recuerdos de su juventud en el Perú, como con algunas imágenes que parecen tomadas de la tradición pictórica occidental, ejemplo de esto último lo vemos en los colores y texturas por las que me es fácil pensar en Fragonard:
Amor más sano como si fuera cierto
El río de tu risa en la ribera rubi
Cunda columpiada en el swing
O en las imágenes móviles del cine de Eric Rohmer:
Borde de muslos flota un agua purísima
Los chiquillos le ponían los cabellos en la
Frente mientras uno a uno la punteaban
Ligeros jugueteando en el fondo del jardín
& ella sonreía a mi visión llena de jacintos
La grama más clara hacia el atardecer
Las bañistas son así mismo una conexión con el ritmo de la memoria y la imaginación, las aguas mentales a las que Porfirio hace referencia en El antro de las ninfas. Como un oleaje los versos de Virtú establecen el vínculo entre el agua, el lugar y las jóvenes. Y en este ritmo, en esta relación, el lector encuentra no sólo una imagen del mundo poético sino la compleja relación de un individuo con el mundo al cual está tratando de dar sentido.
Si bien hay una clara correspondencia entre el ritmo poético y el ritmo del oleaje, hay, así también, un ritmo que se establece por la repetición de elementos como texturas y colores, que, además, dan gran eficacia al uso de las imágenes. En todos los poemas están presentes uno o ambos elementos, a veces como foco de atención, otras sólo como detalles en la escena. Desde el primer verso del libro hasta la última estrofa nos encontramos con una viva gama: “manto verde”, “seda sonora silencio sólo sale”, “Regia en blue-jean”, “Negra lycra”, “seda marrón perfecta”, “su rico short de nylon”,
Hi, Me dijo una sirena niña
Echada en su tabla roja deslizan
Dose sonriente on the silk screen
Los detalles textiles están las más de las veces relacionados con la ropa que ligeramente esconden los cuerpos deseados. El detalle del cuerpo bajo la ropa o la piel que se contrasta con el textil como imagen erótica fue explorada por Barthes en El placer del texto.[5] Este esconderse de los cuerpos bajo la ropa armoniza con los claroscuros que encontramos también a lo largo del libro, ya sean como juegos de sombras en las colinas o los tonos que los atardeceres traen consigo, y así, lúdicamente, con la dinámica de lo presente y lo ausente. Pero las texturas y el uso de los textiles se extiende más allá de su relación con los cuerpos. Santiváñez los usa también para visualizar el paisaje:
Manto verde o pardo iluminado pes
Puntean fugaces chicharras diamantes
Levísimas ondas mueren de brillo ol
Vidan su rizo platino desaparecido otra
Vez resaltan & se esconden piel flagrante
El color y el textil se unen con el ritmo para dar una textura específica a la imagen del paisaje de Sea Isle en la costa de Nueva Jersey, geografía de este poema citado arriba y cuyo nombre le da título. El pespunteo es una técnica de costura que oculta parte del hilado, dejando otra al descubierto, “desapareciendo otra/ vez resaltan & se esconden”. En el poema la imagen del pespunteo es polisémica, se abre tanto hacia el textil, y por lo tanto, la ropa, como también hacia el paisaje y los juegos de la luz sobre éste; y por otro lado la imagen se abre hacia una equivalencia con el ritmo, con la música del poema. El subir y bajar de las olas, de las colinas, las ondas, el rizo, son imágenes que evocan tanto el ritmo del mar —que es tanto sonoro como visual— así como el ritmo del poema y del lenguaje. Y esto puede ser así también relacionado con la memoria, con esas aguas mentales de las que habló Porfirio: los ritmos con los que surgen y desaparecen los recuerdos en el horizonte.
Así la marea interna de esas aguas mentales y los ritmos hacen un juego como en una cámara de ecos. Estos ecos llevan hasta la escritura misma, hasta la consciencia del poema, como espacio donde se concentra la existencia del poeta en el mundo.
En Virtú la auto-consciencia de la escritura poética no es solamente el paradigma que refleja el derrumbe de una utopía, sino una forma de contrarrestarlo al nivel del individuo llevando a cabo un asistemático proceso de significación. Es decir, Roger Santiváñez nos indica cómo, para él, adquiere el mundo significado; cómo desde el deseo voyeurístico de los cuerpos y los recuerdos que éstos disparan en la memoria en un ritmo que hace eco en distintos niveles del libro, desde su relación con la tradición clásica y los Siglos de Oro a Ezra Pound y el neobarroco, hasta la exposición de su poética Santiváñez nos presenta un condensado entramado como un muestra los distintos niveles de su universo humano en el cual las palabras se levantan desde lo oscuro buscando la claridad de la luz como diría en un momento su compatriota Eielson.
[1] Ezra Pound, A Retrospect en The Literary Essays of Ezra Pound ed. by TS Eliot (Nueva York: New Directions, 1968), pp. 3-14 (p. 9).
[2] Todos los versos citados son de Roger Santiváñez, Virtú (Lima: Hipocampo, 2013).
[3] Eduardo Milán, Visiones de cuatro poemas y el poema que no está (Cuenca, Ecuador: Casa de la Cultura Núcleo del Azuay, 2013), p. 7.
[4] Roberto Calasso, Mental Waters en Literature and the Gods (Londres: Vintage, 2001), pp. 27-49 (p. 31).
[5] Roland Barthes, El placer del texto (México: Siglo XXI, 1974), p. 19.