Descifrando a David Foster Wallace

Por: Alejandro Herrera*

Crédito de las fotos: www.jotdown.es

 

Descifrando a David Foster Wallace

 

Su novela más afamada: Infinite Jest (La Broma Infinta en español, aunque la palabra en ingles Jest, tiene mucha más complejidad que la palabra Broma). “Jest” es una palabra que tiene su origen en el Siglo XV, durante la era llamada: Inglés Medio; época en la que el idioma inglés se inventaba en las calles de la forma más atropellada y anárquica imaginable. Shakespeare usaría la expresión “Infinite Jest” en su tragedia Hamlet, y de hecho hay muchas similitudes entre Hamlet y Hal -el personaje principal de la novela de Wallace-. La palabra Jest, tiene su origen en el francés antiguo, significaba: geste, proveniente de las palabras en latín: gesta, gerere. El antiguo sentido de la palabra Jest -según el diccionario Oxford-: heroic deed (hechos heroicos), que a su misma vez derivaría en la expresión: idle tale (historia inútil), o sea joke (broma).

¿Por qué Wallace no eligió la simple palabra Joke en vez de Jest?  La respuesta probablemente sea: porque así era David Foster Wallace y así funcionaba su mundo, porque, pasa que toda su literatura es así, las palabras que él prefería usar eran así, su humor era así, su personalidad era así. Y otra prueba de esto es ¿por qué elegir esa palabra para escribir un libro tan profundamente triste y por qué empecinarse en aparentar una comedia?

El libro (librote, de 1200 páginas con letras tan pequeñas como las de la Biblia) empieza con la siguiente escena: el joven tenista Hal Incandenza, un joven que se había memorizado el diccionario de Oxford (que dicho sea de paso es el doble en tamaño que el de la Real Academia, puesto que los ingleses nos doblan en vocabulario) narra en primera persona una entrevista de ingreso a la Universidad de Arizona mediante una beca de tenis. En la entrevista el jurado selector cuestiona sus aptitudes académicas, pero él no es capaz de decir una palabra; todo sucede en su mente y no es capaz de abrir la boca y tampoco tiene una respuesta que dar. Está claro que algo le pasa, pero no se sabe qué. Al intentar responder, se traba, sus palabras no pueden hacerse entender y así termina la primera parte.

Segunda parte: Hal narra un recuerdo que tiene su hermano de él -Hal mismo no lo recuerda- cuando era muy pequeño. Hal le muestra a su madre (maniática de la limpieza) un trozo de algo viscoso y enmohecido y le dice: Mami me he comido esto. Su madre que al principio no le entiende, cuando lo hace, empieza a gritar enloquecida y a pedir ayuda. Luego llora y Hal se cae, se ensucia en el suelo y llora también. El hermano de Hal, recuerda que su madre le empezó a dar bofetadas mientras repetía entre lágrimas: ¡Mi hijo se ha comido esto! Hal no recuerda absolutamente nada, pero narra el hecho de una forma que dan ganas de llorar, es lo cotidiano convertido en melancolía irónica.

Tercera parte: Hal está delirando frente al jurado. Hal narra el espanto que siente el jurado al verlo, pero no explica exactamente qué le está pasando. Los miembros de este jurado se acercan a él para socorrerlo, están espantados, luego se oyen sirenas, una multitud asoma por la puerta.

Cuarta parte: Empieza con las siguientes palabras: “Los viejos lavabos de hombres son dignos de amor”. Es lo que piensa Hal mientras esta tumbado en el suelo de los baños mientras tiene a una multitud que intenta socorrerlo. Alguien alrededor piensa que ha sido un ataque de epilepsia, todos cuestionan, Hal los mira con la mirada atenta al vacío pero capaz de describir absolutamente todo con lucidez y perfección.

Quinta parte: Hal describe todo lo que ve desde la camilla de la ambulancia. Tiene el cuerpo y las extremidades atadas y habla de psiquiatras. Como en todas las veces anteriores, describe todo con una rara e infantil curiosidad y extrañeza que produce conmoción y melancolía.

Estas cinco partes, que parecen infinitas, son narradas en apenas dieciséis páginas. En las siguientes paginas empiezan a desfilar tantos personajes y de una forma tan insólita que hacen ver a Don Quijote de la mancha como un libro con mucha más lógica de lo pensado.

El 12 de septiembre de 2008 Wallace se ahorcó. Tenía 46 años. Llevaba veinte años aplacando sus severas depresiones con medicamentos. Un error de cálculos entre su doctor y él en la administración de las sustancias propició una severa recaída que desató en su suicidio. Estos medicamentos habían hecho posible su producción literaria. Había escrito tres largas novelas (la última no terminada), un total de casi 3000 densas y complejas páginas.

Nació en Nueva York, en un lugar llamado -curiosamente- Ithaca. Hijo de dos catedráticos. Al terminar la universidad convirtió su tesis en su primera novela: La escoba del sistema (The Broom of the System) “Con la escritura siento que uso el 97% de mi”, afirmaría, cosa curiosa y tal vez discordante con sus afirmaciones de que las matemáticas, la lógica y la semántica eran sus mayores intereses durante sus años universitarios. Luego fue aceptado en la Universidad de Harvard, pero no duró mucho tiempo, nunca se sintió cómodo. En cambio, empezó a enseñar literatura en la universidad de Illinois, y pocos años más tarde publicó su gran novela: La Broma infinita, que lo consagró definitivamente, convirtiéndose de inmediato en una novela de culto. Sin embargo, él ya se había convertido en un raro espécimen misántropo. Vivía solo en un pueblo desolado -uno de esos como el de la película Fargo-. Vivía en compañía de su perro Werner (dramático personaje de una de las obras de Lord Byron). Lo cierto que era un niño genio, erudito, solitario, tímido, depresivo, con la apariencia de un músico de rock fracasado. Raro espécimen misántropo, digo otra vez; Wallace era el genio que constantemente necesitaba reafirmar su genio en público. Le preocupaba mucho la imagen intelectual que tenía que reflejar en cada entrevista. Era tan visible que muchos entrevistadores incluso se lo hicieron ver, provocando una incomodidad abrupta por parte de Wallace, que incluso empezaba a balbucear, gesticular exageradamente y perder el norte de su discurso. En cierta forma, parece que hacía lo mismo en sus libros, demostrar lo culto e inteligente que era, aunque eso no le quite lo genio, ni el calificativo de obra maestra a su Broma infinita.

David Foster Wallace (jotdown.es)

Él mismo afirmó que empezó a escribir para recibir atención de la gente, y que luego que recibiera esa atención, no le satisfacía y fue entonces cuando se empezó a preguntar por qué escribía. “Todavía me impresiona todo el tiempo, cuando cualquier persona que no sea mi familia, me dice que ha leído mi libro y lo ha disfrutado. Realmente tengo que intentar convencerme a mí mismo todo el tiempo -repetitivamente- que tengo algo que vale la pena decir”. Todo en él era contradictorio, vivía dentro de una gran paradoja que no sabía resolver y que le atormentaba día a día. “Si pudiera gozar de un año sabático, probablemente me pasaría escribiendo una hora y comiéndome las uñas el resto de tiempo preocupado porque no escribo” “Parte de mi es un tímido ratón de biblioteca, que quiere leer todo el día y que no lo molesten, por otro lado, soy un actor estúpido que le dice a su público: mírenme, mírenme, mírenme”

La revista Times eligió La broma infinita entre los 100 mejores libros de los últimos 100 años. En la lista también están libros como El guardián entre el centeno, por su puesto, pero existe una gran diferencia entre la cantidad de lectores de estos dos libros. El guardián entre el centeno ha vendido 44 millones de libros por todo el mundo y sus ventas siguen siendo constantes año a año, mientras que La broma infinita ha vendido un millón de ejemplares y año a año se va afianzando firmemente como una novela con el síndrome de Ulises de Joyce, tanto así que el periódico Independent la incluyó entre los diez libros más vendidos que la gente no lee. Un periodista norteamericano calculaba que solo un diez por ciento de los libros vendidos -de La broma infinita- terminaban siendo leídos.  Eso nos da con el numero de 100 000 libros leídos en todo el mundo. No es mucho para un libro de culto de un escritor de culto a nivel mundial, y que además está envuelto con la marketera marca del suicidio a temprana edad pudiendo convertirlo fácilmente en un escritor con la etiqueta de maldito.

¿Por qué tan pocos lectores? ¿Por qué muchos de sus seguidores prefieren alimentarse de artículos, cuentos, o en general, de textos pequeños para admirarlo? ¿si todos sabemos que su genio reside en su obra maestra La broma infinita? La verdad es que el libro requiere un monumental esfuerzo, requiere una lectura lenta y atenta y Wallace te obliga a prácticamente leerlo sin pestañear. Wallace posee un lenguaje demasiado complejo, demasiado denso, demasiado filosófico, o es demasiado erudito o está demasiado loco. El libro empieza introduciendo al lector abruptamente a un complejo mundo y Wallace no se da el trabajo de presentar a sus personajes ni nos advierte del tipo de mundo en el que nos ha metido. Después de la lectura de la mitad del libro recién nos damos cuenta de donde realmente estamos, recién entendemos -o sospechamos- qué es lo que Wallace nos estaba queriendo decir, de un momento a otro vemos a los personajes con otros ojos, ya se han introducido en nuestro interior de una forma dramática -un drama que está cubierto de un humor que a estas alturas nos damos cuenta de que solo ha sido creado para despistar-. El lector es un ser desesperado, lleno de dolor y de pena, poseedor de un gran drama único, con una vida quebrada constantemente, resultado del drama familiar que no comprendemos; exactamente como todos los personajes del libro y exactamente como todos los seres de este mundo. Wallace nos dice que la vida es así, pero llegar a descubrirlo nos ha costado un descomunal esfuerzo a base de perseverancia, quemarse las pestañas y prácticamente entregar tu alma y tus cinco sentidos al libro.

Sin embargo, también debemos tomar nota que Harold Bloom, probablemente el crítico literario más afamado de nuestro tiempo dice lo siguiente: No quiero ser ofensivo, pero La broma infinita es un libro terrible. Parece ridículo tener que decirlo. Wallace no puede pensar, no puede escribir. No hay un talento discernible en él. Stephen King es Cervantes comparado con Foster Wallace.

Entonces, ¿sí vale la pena leerlo? Para mí, sí; y mucho.

 

 

*(Ancash, 1978) Estudió en la Facultad de Arte de la Universidad Católica del Perú y en la Universidad Complutense de Madrid. Ha escrito las novelas Bienvenido a mi vida, dictador (2012) y El mundo en que vivimos (2013). Actualmente reside en Londres.

 

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