Por David Collazos*
Crédito de la foto archivo del autor
«Delirios de cuarentena»,
poema de David Collazos
Hay bebés en el vino de mi copa
y en tanto incendio de mi jardín
aves devoran la mañana.
Dos muslos se abren frente al candelabro matutino
y en la resaca lúgubre del día
gimen un placer expulsado por pacientes
campanarios
garúas.
Mascarillas sofocan un sentimiento abatido
y con la ineptitud de oponerse a ese dolor
se impregnan con la sangre de una rosa incandescente.
Y con variadas astillas ardiendo en los pulmones
huyen para no curar sus fuertes llagas.
Quizá por sembrar las mismas monedas
se agrieta una corteza flexible atravesada de arenales húmedos
dentro muy dentro del tórax
cerca del Estigia
al oriente amargo en lejanía.
Náufragos corales como cascos de corcel
esparcen al viento diminutas voces
voces ineluctables de un soñar
soñar con un paisaje y sus melodías.
Libre… libre en los árboles
en un cuerpo
en un instinto.
Donde no se adviertan los crujidos del mal
donde las agujas / la arena / la clepsidra y el nomon
no le teman al tiempo
donde apareció la sombra errante de mí
decadente de mí
(indagaba sobre un consuelo que llegará no se sabe cuándo)
para guiarme al talón sumergido en la gracia
y a su firmamento de bosques / ríos / lagos
en el perfil obrero de la naturaleza.
Ser vestigio de toda lengua
mezclarse con crustáceos
y sus refugios sucumbiendo en olas
deshacen a las huellas en la orilla del mar
así sucede en un círculo
de meses / años / siglos.
Mirar la Tierra conforme la mira el Sol
transformarse en brasas de moribundos colores
para asirse de un verídico oscuro.
Oscuro sufrir en orfandad se conjura en aullido
de frágil rayo de Luna trepando ramajes
bajo un baile de confinamiento acabado en cenizas.
Y así la vejez se varía en un padecer común
así en cierto momento y atados de osamenta
los cabellos se abultan
la barba se abulta
y no prevalece un lugar para ver-oír-respirar-beber.
Pero aún los dedos logran desenterrar con caricias
develan el monte donde el plenilunio brilla su disfrute ígneo
y el murciélago hambriento lame la buganvilia
y el lenguaje es un alboroto de gotas dispersas.
En seguida estoy entristecido para con la tristeza
evidencia de no ser el destino sino el viajero.
Y en un mundo donde el gentío se rinde en el aislamiento
insistiré a través de una pureza humana
liberando pelos / uñas / dientes
creando un recuerdo que nunca aprenderé a recorrer.
Y formado a cada corte de reloj
un limbo emite su grito de socorro
y al desafiarlo
penetro en la entreabierta sabiduría
para no oficiar promesas desterradas
allá lejos
en la felicidad castigada en un rincón
en el amor que deambula solitario sin amar a alguien
en la fila de fusilamiento sacando al exterior vergüenza
en las balas rascando un adagio entre cejas de alfiles buscando limosna.
Sintiendo fallecer a la vida en nuestros brazos
con la dificultad de sostener embriones / partos / infantes.
Solo es un laberinto de minuciosos hilos revelando ecos
solo se percibe un sonido de bisturí contra la carne
solo son los estrépitos del niño
solo se derrama la inocencia a golpes.
Entran pues ráfagas de una melancolía a falta de oxígeno
entran con médico condenado a la nada
entran con longevidad de una alborada tras objetar crepúsculos
entran con risas omitiendo un pozo de baja autoestima
y entreverados en la conjetura de aquella lombriz
suprimida al cabo de la jornada
por el azar del contagio.
Exhalo una honda ausencia y estoy velándola en mi cráneo
y de cara al madero ninguno entierra
las múltiples formas de matar a Jesucristo
(en ocasiones se me ha caído ese recordatorio al suelo
y lo he pisoteado sin darme cuenta).
Y con poca óptica se garabatea una pared
y el orden de tumultos rompe calles apenas reconocibles
masticando saliva para tres hambres
incluso se prueba una jeringa para cualquier enfermedad
y sin embargo detrás de las cortinas
somos ventanas.
Y el océano pide unas alas para Ícaro
a los escalofríos repitentes de fechas:
―Gélidos témpanos emergiendo como cadáveres.
Notan cómo la tráquea se disemina
del pescuezo por quelas de cangrejos:
―Festín de cánticos concibiendo dilemas.
O hachas corroídas en la espalda punzante
del quebrar de huesos rumiados por lobeznos:
―En un martirio de protestas de noche definitiva.
Llueve un banco de peces
llueve en bocas pusilánimes y que en parte besan
a los enfermos ocultos en la fronda de un haya maternal.
Tardío el aire se torna fuego
después ―en el anuncio de una aurora―
restriega un grillo aflicciones en arrullos:
―¿Cuál es el afán de embriagarse hasta morir y nadie te diga un te quiero?
Y en la puerta de la vigilia
su pensamiento corre en la cabeza para envejecer
aunque broten lágrimas de alegría
cubiertas por un hábito de horror.