A propósito de la entrega del Oscar mañana domingo, aquí una reseña sobre The Post, lo último de Steven Spielberg, una alegoría fílmica a la ética del periodismo. Basada en el caso los “Papeles del Pentágono” y en las memorias de Katherine Graham, directora de The Washington post, llega a la ceremonia con dos nominaciones: mejor película y mejor actriz para Meryl Streep.
Por ¡Mucha Mierda!*
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De cuando el periodismo ejercía poder
«El periodismo debe servir a los gobernados, no a los gobernantes». Esta es la máxima con la que prácticamente cierra The post, película que para nada es la mejor de Steven Spielberg pero que no deja de ser una pieza admirable dentro de su filmografía –incluso distinta–, lograda gracias a la seguridad de más de cuarenta años experimentando en el cine.
Y nada nuevo digo cuando afirmo que la dupla Streep-Hanks es la película entera: todas las escenas que tienen juntos son brillantes. De diálogos cortos, se convierten casi en lecciones sobre construcción de personajes y dramaturgia del actor.
La película, a pesar de su estructura narrativa típica y lineal, de ritmo mesurado, resalta porque el director sostiene los giros del argumento en su dominio de la tensión, la cual se soporta en la ágil edición que, a su vez, sabe alargar ciertas tomas, grabadas en ángulos que rompen el esquema de la película y que cumplen su función de impresión antes que de goce visual pues suceden diligentes. Así, consigue cambiar el compás en escenas determinadas en las que el espectador es presa de la misma angustia e incertidumbre que los personajes.
Pero, probablemente, es la nostalgia de la sociedad analógica a la que nunca retornaremos su verdadera protagonista. Sucede que la historia se monta durante la primera quincena de junio de 1971, entre los pasillos de redacción del “Washington post”: el tecleo de decenas de máquinas de escribir trabajando a la vez y el giro de los teléfonos de discado giratorio componen la atmósfera.
Para ese entonces, el “Post”, aunque de emisión matutina y vespertina, era un diario de “segunda liga” como lo definieron sus mismos editores. Ganados siempre en las primicias por otros medios de comunicación, la película inicia con la publicación que hizo el New York Times sobre un estudio infiltrado que detallaba, en más de tres mil páginas, cómo los diferentes gobiernos estadounidenses habían mantenido la Guerra de Vietnam. El documento, que fue encargado por Robert McNamara, un antiguo Secretario de Defensa, responde oficialmente al nombre “Historia del proceso de toma de decisiones en Estados Unidos sobre la política relacionada con Vietnam” pero fueron conocidos como los “Papeles del Pentágono” (algo así los ‘wikileaks’ de ese entonces). Valga resaltar que este episodio vendría a ser el prólogo de “Watergate” y ‘Garganta Profunda’, donde el “Post” sería el informativo protagonista.
El escándalo político era inevitable y, por supuesto, no hubo diario que no replicara lo que el Times publicaba. Así fue que la Fiscalía General le exigió al mencionado diario que suspendiera toda divulgación respecto del caso por tratarse no solo de un asunto confidencial sino que –alegaban– ponía en riesgo la seguridad del país y, por tanto, de aquellos que estaban en el frente de batalla. El Times se negó así que, mandato judicial de por medio, el asunto fue inmediatamente al juez. Resumiendo: debido a que el litigio duraría tres días, al Times no les queda más que acatar. Sin embargo, Ben Bagdikian, redactor-jefe del Post, consigue los documentos en cuestión, generando una discusión ética entre sus colegas sobre si deben o no publicarlos.
Reivindicación
“Era la primera vez que había una restricción de este tipo para la prensa en Estados Unidos”, recuerda Katharine Graham en su libro de memorias Una historia personal (1997). Meryl Streep, quien la recrea, vuelve a presentarnos un personaje nutrido y complejo, que va desde la inseguridad ante la situación que enfrenta (Graham asumió la presidencia de la compañía en 1969 tras el suicidio de su marido seis años antes. No fue hasta 1969 que se convirtió en la editora), la falta de experiencia para resolver con prontitud y desfachatez las urgencias periodísticas, o la presión de sus asociados empresariales (esa misma semana el diario entraba a la Bolsa de Valores: la posibilidad del desacato judicial ponía en riesgo la maniobra). Hasta el subrepticio menosprecio que recibía al moverse en un entorno netamente masculino, su desenvoltura como socialité y su elegancia que no se contraponía a su humildad –entendida como sinónimo de modestia. Sin embargo, su principal dicotomía reside en ser una de las mejores amigas de Robert McNamara (Bruce Greenwood), factótum de los documentos en disputa.
Como es de imaginarse, quien encarna las cualidades opuestas es Tom Hanks, Ben Bradlee en la ficción (sí, el mismo personaje que Jason Robards interpretó en Todos los hombres del presidente), célebre director de noticias del Post. Rebosante de astucia y con lo mejor de su equipo de periodistas regados en el piso de la sala de su casa, sumó al personal legal del diario consiguiendo convencer a Katharine de continuar publicando el resto del informe, aún a sabiendas de que la misma querella les caería.
Es en el último cuarto donde la película consigue una progresión que trepida por emotiva. Es medianoche y se está sobre la hora de cierre de edición. El tic-tac de relojes es remplazado por el convulso tecleo de máquinas de escribir, marcando el conteo regresivo. Sin internet ni aulas virtuales de redacción, no hay espacio para errores. Asegurar las plantillas offset a la maleta de cuero, trepar al auto, olvidar abrocharse el cinturón de seguridad y emprender hacia las rotativas detenidas. Aquí resulta imposible no emocionarse viendo la imprenta de tipos móviles armar la portada, transformar las fotografías de positivo a negativo, esperar con expectativa la orden de impresión. Es que el mismo orgullo les generaba lo conseguido en el papel como sentados en el banquillo de los acusados al lado de los directivos del New York times. Nadie eludiría el capítulo que en la historia del periodismo firmaban ambos medios.
Pero hay otra imagen que no pasa desapercibida: al salir de la corte, las cámaras de televisión y periodistas radiales se acumulan intentando conseguir declaraciones de las cabezas del Times. Del lado opuesto, Graham baja las escaleras sin mayores aspavientos, circundada solo por mujeres que le sonríen en clara alusión de respeto y admiración. No vamos a decir que la reivindicación femenina está en boga y que el director la aprovechó para marcar su cuota de género. En absoluto. Pero sí le faltó hacer la apología menos evidente, convertirla en un guiño para que no raye con lo cursi. Así con todo, la película presenta una clara posición ideológica, algo poco frecuente en el cine de Spielberg y que se agradece.
Transpolándola a la corrupta realidad peruana, ¿será posible volver a una sociedad de medios de comunicación objetivos, cuyo único leit motiv sea la búsqueda apremiante de la verdad?, ¿volver a periodistas íntegros, capaces de declinar años de amistad para contar un hecho que afecta al país entero y que, por tanto, se saben tan engañados y decepcionados como cualquier otro ciudadano?, ¿será posible volver a pensar el periodismo en, por y para la democracia?