Por Yulino Dávila*
Crédito de la foto (izq.) Ed. Amargord/
(der.) Irene Tourné
Cueva de sopresas. Sobre Plétora (2017),
de Arantxa Romero
Hablar de poesía es meterse en la cueva de las sorpresas. El problema es que la poesía es un asunto tan personal y, existen tantas magnitudes para abordarla como observadores inmiscuidos haya en su atmósfera. Otro problema es que la «poesía» no se explica o mejor aún, no debe de explicarse, y cuando se hace, deja de ser poesía y empieza otro derrotero, que puede terminar, en el mejor de los casos, en un ensayo o en una banalidad, como la autoayuda por ejemplo.
Decía un amigo: «la poesía son idiomas que uno habla o no habla. Es por ello difícil emitir juicios definitivos como los que uno se atreve a hacer cuando acaba de leer una novela, o un cuento».
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Cuando leía Plétora, el contundente libro de Arantxa Romero, que hoy damos la bienvenida, como es mi costumbre, empecé a tomar apuntes, esos que a uno se le pasan por la cabeza; no con la intención de un ejercicio crítico (pues no lo soy), sino más bien para tener al día las ideas que la lectura me procuraba.
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Estos son algunos de los apuntes: están hechos a medida que avanzaba la lectura de Plétora. No tiene que ver con el desarrollo del texto, pero sí, con el desarrollo que el texto alimentaba y me evocaba, ideas y un cosquilleo en la imaginación.
Antes que todo, aclaro. Yo no soy religioso y tampoco creo en dios, pero al nombrarlo, me permite utilizar las distintas metáforas que contiene su mención.
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¡El sexo de dios! está en la naturaleza y en la relación que tiene la naturaleza con los seres vivos: La tierra y la fecundidad de ésta, es una prueba contundente.
La mirada de uno en el otro, y lo que encierre el acto de mirar y ser mirado. Se mira también con el tacto y el aliento, se mira con el pensamiento y con las inflexiones de todos los lenguajes.
El camino del deseo. La carnalidad de la palabra. Los interrogantes y la ausencia, como caras de la misma moneda, nos acercan con distancia. / El «amor» universal en lo particular. El «amor» como un rito en el existir. El sentido de la vida está en el futuro que está sucediendo.
El lenguaje
La palabra que germina, que se hace pensamiento, ¡ah! o se hace poema.
El cuerpo es el lugar del Caos… y también de la armonía; ¿No somos acaso siempre una contradicción? La gramática de lo desconocido y la muerte, tejen los silencios como un extraño miedo mudo.
El amor y la palabra justa o ajustada hacen el equilibrio… y ¡la verdad como concepto se reaviva! / Vale la pena buscarla a pesar de la soledad.
La soledad y la boca se revolucionan en el beso. El beso se enfrenta a la muerte, o en todo caso… la pospone momentáneamente, por eso existe esa manera entrañable de sensación en querer que sea perdurable la armonía.
La voz
Los labios —— ¡la herida! / Todas las hendiduras del cuerpo derraman algo. Las hendiduras del alma, sólo la música del dolor. La ausencia nunca es remedio, sólo desconocimiento. Pliegue que nos interroga.
La boca como grieta encierra al cosmos porque en ella mora la palabra… y el silencio; / la lengua del beso es la lengua de la palabra. / Es por aquí por donde respira el poema. El Tiempo, abre otra galería en los espejos.
El fulgor–luz y camino hacia el otro / o el otro que no nos encuentra para redimirse del Caos.
¿Y si hubiésemos enhebrado al cierre? nos dice Arantxa Romero. / Un clamor–reflexivo que interroga. Algo así.
Si le hubiéramos dado a la muerte con la puerta en las narices, qué sería del nosotros en este cuerpo.
El ser humano es un animal deseante, capaz de inventar necesidades; (además) inventa a Dios y sus consecuencias terrenales. Pero también inventa lenguajes ¡se defiende de sus propios inventos! Obra la poesía.
Es el espíritu de la carne la que se expresa en el texto. / De la misma forma como se habla del espíritu del vino, / la poesía de Plétora de Arantxa Romero habla su estremecimiento / en nosotros. El otro que «ella» busca y nos busca en la palabra.
Mayo 2017 (Barcelona).