Reproducimos la nota que sobre Christopher Colville escribió Juan Pablo Torres Muñiz. Este texto fue publicado en el blog Anábasis (http://laanabasis.blogspot.com/), y lo reproducimos gracias a su cortesía.
Por: Juan Pablo Torres Muñiz
Crédito de la foto: ©christophercolville.com
Cuestión de enfoque:
Sobre la propuesta de Christopher Colville
Accidentes. Circunstancias… Pero el mundo sigue girando.
Ciertas imágenes… Fenómenos congelados, que nos dicen más y son más que elocuentes manifestaciones de las leyes de la naturaleza.
En lo natural, no hay piedad, y nada se detiene.
Pero…
(Y con este pero, notas:)
En el ámbito humano, el de la posibilidad de la compasión, padecer por otro, sabemos, contamos con… la tragedia, que paraliza. Representa para nosotros una distorsión. En efecto, podríamos afirmar que la tragedia corresponde a la parálisis del sujeto ante el flujo de lo inevitable: la impotencia en múltiples escalas…
El hombre ante y contra la química, la física, lo llamado inerte y el ser minúsculo que nos sobrevive por millones de años; en última instancia, el instinto ciego de aquel otro, inhumano, que juega a fuerza misma de la naturaleza sin saberse apenas medio, accidente…
Si, por el contrario, solo contemplamos…
Bien, depende. Depende de la distancia a que se observe el fenómeno. Impresiona. Conmueve. Depende de la escala. Tiempo y espacio. Más que circunstancias del objeto, el paisaje, el personaje. Tiene que ver con el foco, el origen de la luz…, y no me refiero a técnica de fotografía. Interviene también nuestro propio estado anímico, sí, pero es a partir del modo en que se combinan los elementos y actúan los factores de la propuesta, que se alcanza a cuestionar la realidad, que no solo su representación.
Insisto, cuestión de distancia y escala.
Christopher Colville. Y el acercamiento.
Asomo como de niño, abstracción…
Distancia suficiente para la meditación, en otros momentos.
Cosa del enfoque -y sigo sin aludir a ninguna técnica-…
Los grandes paisajes están ahí. Su contemplación nos aparta de los ciclos que nos corresponden y nos reducen ante nuestros propios ojos, junto con el significado que de común atribuimos a nuestra propia muerte.
Nuestros pasos…
Un hombre en una fotografía al pie de un cañón, un risco o una cascada no es si no el grano de nuestra medida, puesto ahí para contrastar el tiempo de la mole, para que podamos medirla en respiros humanos de este lado de la realidad, de nuestra vida…
Respiros: Aire limpio…, aire viciado…; ciclos breves con que podemos contar sobre el rumor de los cadáveres, sobre su infinito acorde.
Los fenómenos también están ahí y la presencia de un hombre registrada en fotografía o video, cerca del lugar de su desarrollo, sorprende siempre… No suponemos que dichos fenómenos puedan -quizá inclusive, deban-, por lo general, ser grabados.
Coincidencias…
Los «intrépidos» cazadores de tornados o los exploradores de zonas de erupción de volcanes no inspiran una admiración reflexiva respecto de su -evidentemente falso- valor o coraje. Ni siquiera lo hacen quienes, a salvo sobre un tejado, han logrado filmar el paso de un tsunami por una ciudad costera. En ninguno de estos casos cabe hablar de desafío; no se lucha contra los elementos, apenas puede uno escabullirse de sus efectos, soportarlos siendo flexibles a su inevitable paso, y siempre con limitaciones…
Se trate de grandes paisajes o fenómenos naturales, su contemplación provoca vértigo, y puede hacerle a uno obviar el espanto de la propia mortalidad a costa de hacérnosla creer insignificante, como si nuestros fueran los ciclos de los astros, como si pudiéramos soportar por más de una billonésima parte del tiempo que le toma a una estrella formarse, la idea de nuestra propia extinción, valorándola en proporción a la vida del universo…
Células. Ni siquiera eso…, fluidos -aparentemente- inertes…
Auténticos portadores de la clave mayor…
Quienes reconocemos la ilusión, a menudo nos volvemos a lo inmediato, frágil, perecible: nuestros monumentos, y si por un instante nos hacemos sabios, al esfuerzo de vivir. Los que no, se consuelan en creer su propia visión posible y la atribuyen a un pequeño gran dios, diciendo que él sí puede verlo todo, más allá de adonde llega la propia imaginación, que se ve sobrepasada por la evidencia de nuestra finitud, de lo incomparable, el vértigo y el desmayo.
Vida.
Cuestión de distancias, de escalas. De enfoque.