Por Gian Pierre Codarlupo*
Crédito de la foto el autor
Cuando el sol fractura los sentidos.
5 poemas de Gian Pierre Codarlupo
Un poema paramar
Dime, mar,
¿Quiénes somos ante nosotros?
¿Quién nos espera
cuando el temblor de las paredes
desciende a la palabra,
y quién nos abandona
cuando somos un país lejano
o una letra dividida?
¿Acaso solo soy el hombre
que nunca dice nada,
aquel que se devasta con el agua,
y que perdió la mitad del cuerpo
intentando sostener una galaxia?
Dime quién soy, mar.
Tú
que has visto la caída de mis párpados
sobre una piedra.
Tú
que has visto la sequía de mis labios
sobre una ciudad
que poco a poco me olvida.
Búscame. Ve a cualquier lugar que lleve mi nombre
y me haya sepultado.
Dame al menos una calle, una rosa,
o algo en donde pueda reposar mi existencia.
Dime quién eres, mar,
cuando el sol fractura tus sentidos
y tácitamente acordamos
que a veces es mejor destruir una sombra
que derribar una palabra.
La caída de un pájaro
Espero que puedas escucharme
cuando ya no tenga nada que decir,
cuando ya no tenga manos,
cuando esta piel ya no pueda sostener
mi voz en tu mirada,
cuando solo sea
un viento sobre el mar,
y mi corazón
la caída de un pájaro
que dejó sus alas.
Pero ahora
apenas estoy naufragando sobre un beso
y son mis labios los que cierran el mundo.
Y aquí, en Paita,
al parecer nada está pasando: un niño se incendia al seguir un rostro.
Pero ya no hay rostros. Somos rastros, puntos inmóviles del tiempo.
Mientras avanzo
recuerdo que tu respiración
solía posarse en mi habitación
en donde ahora ya nadie hace el amor,
en donde somos un solo sonido,
una sola especie que se despedaza.
El otro
Con los meses
esta casa
ha olvidado tu voz,
tu figura de nostalgia
atada a un paso
que ya no tiene sombra.
Sobre ti mismo edificaste una herida
y tus ojos
nunca percibieron el tiempo,
aquel estrecho margen
por donde siempre pasabas
sin despedir a nadie.
Y la verdad es que nada te detuvo.
Ya nada podía detenerte.
Las paredes dejaron de nombrarte,
y solo entonces tu soledad
dejó de ser
un enorme cuerpo devastado.
Ahora,
son otras calles las que aguardan tu regreso,
es otro el mar que te señala,
y es otro
el hombre que te habita.
La noche
Yo también
seré la noche
sobre tu vientre
cuando descalzo
deambule por el Perú
y no me quede otro camino
sino el que he inventado.
Díganme si a esto
le puedo llamar olvido:
trasnochar en una celda
donde solo se escucha
la violencia
de un pórtico,
que sabes,
que no volverá a abrirse.
Pero qué sabemos
nosotros de estas cosas
si en nuestro hogar
las luces
siempre estaban prendidas
y no tuvimos
que dormir
alrededor de una pared
con aberturas
ni en un colchón
donde entraban
los sueños
de toda una familia.
Este es
un largo recorrido,
y al final,
cuando tu mano
insista
en detener
mi marcha,
y ya no pueda
sostener el aire,
déjame morir
como se mueren
los náufragos:
cubierto de heridas
por la soledad.
Animal herido
Durante
cuatro días
me hospedé en tu casa.
Por entonces
recogía vestigios
de mi ciudad,
y al volver
supe que ya no encontraría
tu voz
entre las calles
o en los balcones,
esperándome.
En vano fue
golpear desesperadamente
las puertas,
o anunciar
tu desaparición
en los periódicos.
Ya te habías marchado,
y de mí
solo conociste
una facción oscura.
Huyendo de mi propia lejanía
fui un animal herido
en la intemperie
y nadie
me alcanzó un vaso de agua
o una libreta
para escribir mi historia.