Cuando aún no era tarde. 13 poemas de Jorge Emil

 

Por Jorge Emil*

Traducción del portugués al español por Leo Gonçalves

Curador de la muestra Fabrício Marques

Crédito de la foto archivo del autor

 

 

Cuando aún no era tarde.

13 poemas de Jorge Emil

 

 

Amenaza

 

La paciencia que uno pierde y que no vuelve.

Inocencia fue verde, maduró, sumió.

Muy muertos los poetas que te gustan.

Gente desaparecida, nunca más, mas-

cotas, silencios

detrás de puertas. Solo tus gritos

— a la vez lejanos y horrendos —

siguen siendo, cerrados en la azotea.

Si abro,

ellos vuelven.

 

 

 

El adicto

 

Mi yo futuro

decidió venir

en un feriado, y me sorprendió

tieso, en un rincón,

arrodillado a lo lejos, borracho

de tanto aspirar el pasado.

Se fue aturdido,

pero sé que volverá,

las manos llenas de píldoras,

de curiosidad inyectable

y láudanos de humildad

que me atraigan

a las sorpresas del fin.

 

(de El día múltiplo)

 

 

Solución por el agua

 

Están pateando la puerta

desde el inicio de los tiempos.

Baño interminable

que termina discursos

e impide que yo oiga

los menores ruidos

a milímetros de mí.

El vapor ritual

mitiga luchas internas

como la lluvia

calma la tierra

y yergue al hombre.

Agua, sin embargo, deshidrata —

reveló el dermatólogo.

Un choque para quien quería,

en el fondo, que el mundo fuera

el fondo de un lago.

 

(de Pequeño arsensal)

 

 

 

La expansión

 

El paisaje no me aguanta más.

Tampoco yo te aguanto, calor.

Con mi talento de cazador,

todavía abato el más grande animal

de esta mata donde me muero

de aburrimiento tropical; le confisco la piel

y olfateo el frío, me sumo,

de paso en el rumbo del río.

 

 

 

El motín primordial

 

Si, así que ganaron sentido,

hubieran calculado

el alarme de su destino

 

de constructores de añicos,

no habrían bajado

desde el planeta de los simios.

 

Dice el oráculo en su mensaje:

la brisa se detuvo en el origen

cuando aún no era tarde.

 

Soy un bípede cobarde.

No me sintiera yo tan débil,

volvería ahora para el árbol.

 

 

 

Mi vida es un libro abierto

 

— lo digo de modo original —,

una novela criminal abierta.

Salgo a la búsqueda de indicios

del asesino de mis ideales.

Qué grande hombre sería yo

no fuera él (o tal vez

ellos: puede que sea una Confería…)

La infancia rayada

y subrayada, marcas en las orillas,

un posible culpable a cada

página, a cada párrafo,

casi mismo a cada frase.

Continuando la lectura,

luego hay una legión,

y la lista se hace ilegible

con tantos apuntes.

¿Habrá algo escondido

en una nota al pie?

En el epílogo me resigno:

jamás sabré quién es.

Hasta que la última página

trae un espejo cristalino

y así el lector-investigador

puede mirar al asesino.

 

El poeta Jorge Emil

 

Recordatorios

 

Hola, muerte. Yo no me olvidaría de ti.

Desde la tienda donde entro — comprar el regalo, envolverlo —,

sale el cuerpo envuelto en papel color plata entre bomberos,

bajo la misma lluvia que ayudó el avión a arrojarse sobre la ciudad,

los que venían del aire mezclándose a los que en tierra laboraban.

Esos son regalos y avisos, que me das.

Tampoco hacía falta, oh pordiosera: detrás

de la comodidad transitoria, de las risas y distracciones,

sigues robando el lugar de los océanos en el corazón que estás por comer.

 

 

 

El actor-problema

 

Su última apuesta son las caderas vacías,

normalmente numerosas, para su gran suerte;

es con ellas que aun estableces algún cambio.

O está muerto o el auditorio está muerto.

 

La voz bate en el techo y vuelve. El gesto, por abierto

que esté no pasa de un espectro de vaga señal de náufrago

a la nave imaginaria que pasa a lo largo de la isla desierta.

Queda un subtexto: ‘Perdí el barco y el tranvía.’

 

El dibujo de la pieza se deshace

en histeria en final de fiesta de niños

donde solo se interesa por escondite

quién, ayer mismo, vivía de exhibirse.

 

(de El ojo itinerante)

 

 

Tarde

 

A lo largo de todo un día el sentirse entero

se convierte por fin en el intento primero.

No sentir nada de muy particular.

Pero los dientes ya dan trizas al triturar.

Treinta dolores se cambian de lugar.

Los recuerdos juegan de abrirse a los huecos

de memoria, se trancan. El afán de unidad que brota

se va truncando al tranco de la realidad.

Nunca fue tan nunca como en este ahora.

Nunca fue tan tarde como esta tarde.

 

 

 

El borde

 

Alma, alma, nunca estuviste así tan flaca.

Más flaquita aún, más amarga que antes.

Pronto todo se apaga, alma, la luz se niega.

Como el tigre desintegra y se lanza sobre su presa galopante,

como el fanático persigue las huellas del milagro

con toda la ferocidad de su fiebre,

levántate, alma; agarra; mastica esta alegría

— o sombra de algo alegre — que pasa célere,

ese destello de vida más ligero que la liebre.

O te despiertas, corres y muerdes o te muerde la muerte.

Agarra. Ahora. Cree. Tú puedes.

 

 

 

Homenaje

 

Me arrebatas a las alturas enfermizas.

Caes conmigo en la fantasía.

No te disipas ni de noche ni de día

y me consumes en sueño y en vigilia.

¡Saludo tu nombre, Acrofobia!, auxilio

lujoso para que yo caiga siempre en mí.

Me quedo muy agradecido, así.

 

(Tantas décadas después del ocurrido

— me pregunto aún mismo si fue en otra vida —,

todavía me lastima como un grito en el oído

el estrépito sordo de aquel suicida.)

 

El poeta Jorge Emil

 

La nueva ascesis

 

Busqué bastante el estoicismo griego

y la edificante soledad modelo.

Estaba tenso, entretanto, ese sosiego:

temía en algún momento perderlo.

Era puro recelo, apenas muro.

Lo derribé. Todo a partir de ahora

ocurrirá en la hora del recreo.

Quién sabe yo me calme y me concentre

en el ambiente por excelencia estridente,

entre polvo, sudor y tirón de pelo.

 

 

 

Despojo

 

‘Oh, melancolía: lleno de riesgo

y rico de ritmo, este legítimo

libro de poesía no será leído.’

 

‘Ay, ay, cuanto desaliento: este espectáculo,

verdadero y violento, ahuyenta

un montón de gente. Los pocos gatos

que, no sé cómo, vinieron al teatro

se van escapando como ratos

antes del final del acto, de cuatro en cuatro!’

 

‘Ah, esta música tan linda, que viene

desde afuera, de las más altas esferas,

es una perla ofertada a las fieras!

 

‘Argh, llegué a una conclusión salobre:

a las obras que no sean toscas

solo sobra esperar por las moscas.’

 

¡Pero y si hay ese libro! ¡Si existe la pieza!

Si la música se alza sobre la tiniebla

y puede al menos salvarme a mí!

Alto es el precio de seguir llorando

— el flujo de un arroyo, incesante —

el espíritu tacaño de rebaño,

la incalculable pobreza del público,

toda la miseria cultural que hace

tan abundante nuestra falta de recursos.

Oh, todos los arghs, ahs, ihs, ohs, uys y ays…

No puedo más darme ese lujo.

 

(de El grito controlado)

 

 

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(poemas en su idioma original, portugués)

 

 

Quando ainda não era tarde.

13 poemas do Jorge Emil

 

 

Ameaça

 

A paciência que se perde e que não volta.

Inocência era verde, madurou, sumiu.

Mortinhos os poetas de que gostas.

Gente sumida, nunca mais, animais

de estimação, silêncios

atrás de portas. Só os teus gritos

— a um tempo longínquos e horrendos —                

continuam sendo, encerrados no sótão.

Se eu abrir,

eles voltam.

 

 

 

O viciado

 

Meu eu futuro

resolveu aparecer

no feriado, e me surpreendeu

hirto, num canto,

enrodilhado no longe, tonto

de tanto aspirar o passado.

Foi-se aturdido,

mas sei que voltará,

as mãos cheias de pílulas,

de curiosidade injetável

e láudanos de humildade

que me atraiam

para as surpresas do fim.

 

(do O dia múltiplo)

 

 

 

Solução pela água

 

Estão esmurrando a porta

desde o início dos tempos.

Banho infindável

que finda discursos

e impede que eu ouça

mínimos ruídos

a milímetros de mim.

O vapor ritual

mitiga lutas internas

tal como a chuva

acalma a terra

e apruma o homem.

Água, porém, desidrata —

revelou o dermatologista.

Um choque pra quem queria,

no fundo, que o mundo fosse

o fundo de um lago.

 

(do Pequeno arsenal)

 

 

A expansão

 

A paisagem não me aguenta mais.

Também já não te aguento, calor.

Com meu talento de caçador,

ainda abato o maior animal

deste mato onde morro

de tédio tropical; confisco-lhe a pele

e, farejando o frio, me sumo,

seguindo o rumo do rio.

 

 

 

O motim primordial

 

Se, assim que ganharam tino,

tivessem feito o cálculo

do alarde do seu destino

 

de construtores de cacos,

não teriam descido

do planeta de macacos.

 

Diz a mensagem do oráculo:

a aragem ficou na origem,

quando ainda não era tarde.

 

Sou um bípede covarde.

Não me sentisse tão fraco,

voltava já para a árvore.

 

 

 

Minha vida é um livro aberto

 

— digo de modo original —,

um livro policial aberto.

Então vou procurar indícios

do matador dos meus ideais.

Que grande cara eu seria

não fosse ele (ou talvez

eles: vai que é uma Confraria…).

A infância escarafunchada

e grifada, marcas na margem,

um possível culpado a cada

página, a cada parágrafo,

quase mesmo a cada frase.

Continuando a leitura,

logo existe uma legião,

e a lista fica ilegível

com tamanha anotação.

Será que se acha escondido

numa nota de rodapé?

No epílogo me resigno:

jamais saberei quem é.

Até que a última página

traz um espelho cristalino

e o leitor-investigador

pode encarar o assassino.

 

 

 

Lembretes

 

Oi, morte. Vê lá se eu me esqueceria de ti.

Da loja onde entro — comprar o presente, embrulhá-lo —,

sai o corpo embrulhado em papel prata entre bombeiros,

sob a mesma chuva que ajudou a arrojar o avião sobre a cidade,

os que vinham do ar misturando-se aos que em terra mourejavam.

Esses são presentes e avisos, que me dás.

Nem era preciso, ó carente: por detrás

do conforto transitório, dos risos e distrações,

continuas ocupando o lugar dos oceanos no coração que vais comer.

 

El poeta Jorge Emil

 

O ator-problema

 

Sua última aposta são as cadeiras vazias,

normalmente numerosas, para sua grande sorte;

é com elas que ainda estabelece alguma troca.

Ou ele morreu ou a plateia está morta.

 

A voz bate no teto e volta. O gesto, por mais aberto,

não passa do espectro de um vago sinal do náufrago

à nau imaginária que passa ao largo da ilha deserta.

Resta um subtexto: ‘Perdi o barco e o bonde.’

 

O desenho da peça se desmancha

em histeria em fim de festa de criança

onde só quer saber de esconde-esconde

quem, ainda ontem, vivia de exibir-se.

 

(do O olho itinerante)

 

 

 

Tarde

 

Sentir-se inteiro durante um dia inteiro

se transforma por fim no intuito primeiro.

Não sentir nada muito particular.

Mas os dentes já dão trinca ao triturar.

Trinta dores vão trocando de lugar.

As lembranças brincam de se abrir aos brancos,

se trancam. A ânsia de unidade que aflora

vai se truncando ao tranco da realidade.

Nunca foi tão nunca quanto neste agora.

Nunca foi tão tarde quanto nesta tarde.

 

 

 

A tábua da beirada

 

Alma, alma, você nunca esteve assim tão magra.

Mais mirrada ainda, mais amarga do que antes.

Daqui a pouco tudo se apaga, alma, a luz se nega.

Como o tigre abocanha e desintegra sua presa galopante,

como o fanático persegue as pegadas do milagre

com toda a ferocidade da sua febre,

levante-se, alma; pegue; mastigue já essa alegria

— ou sombra de coisa alegre — que passa célere,

esse lampejo de vida mais lépido que a lebre.

Ou você acorda, corre e morde ou te morde a morte.

Agarre. Agora. Acredite. Você consegue.

 

 

 

Homenagem

 

Me arrebatas às alturas doentias.

Cais comigo na minha fantasia.

Não somes nem de noite nem de dia

e me consomes em sonho e vigília.

Louvo teu nome, Acrofobia!, auxílio

luxuoso pra que eu caia sempre em mim.

Me quedo muito agradecido, assim.

 

(Tantas décadas depois do ocorrido

— me pergunto até se foi noutra vida —,

ainda agride como um grito no ouvido

o baque surdo daquele suicida.)

 

 

A nova ascese

 

Procurei bastante o estoicismo grego

e a edificante solidão modelo.

Era tenso, no entanto, esse sossego:

temia a qualquer instante perdê-lo.

Era puro receio, mero muro.

Derrubei-o. Tudo a partir de agora

vai se passar na hora do recreio.

Quem sabe eu me acalme e até me concentre

no ambiente por excelência estridente,

entre pó, suor e puxão de cabelo.

 

 

 

Despojamento

 

‘Oh, melancolia: cheio de risco

e rico de ritmo, este legítimo

livro de poesia não será lido!’

 

‘Ai, ai, que desalento: este espetáculo,

verdadeiro e violento, afugenta

uma pá de gente. Os gatos-pingados

que, não sei como, vieram ao teatro

vão escapulindo que nem uns ratos

antes do fim do ato, de quatro em quatro!’

 

‘Ah, esta música tão linda, vinda

de fora, das altíssimas esferas,

é uma pérola oferecida às feras!’

 

‘Argh, tirei uma conclusão salobra:

a qualquer obra que não seja tosca

não sobra nem mesmo contar com as moscas!’

 

Mas se esse livro! Se existe a peça!

Se a música se eleva sobre a treva

e pode ao menos me salvar a mim!

Alto é o custo de continuar chorando

— um fluxo de regato, ininterrupto —

o espírito tacanho de rebanho,

a incalculável pobreza do público,

toda a miséria cultural que faz

tão farta nossa falta de recursos.

Oh, todos os arghs, ahs, ihs, ohs, uis e ais…

Não dá mais pra eu me dar a esse luxo.

 

(do O grito controlado)

 

 

 

 

 

*(Minas Gerais-Brasil, 1970). Poeta. Reside en São Paulo (Brasil). Es actor desde 1984, habiendo participado en mas de 30 espectáculos. Ha publicado em poesía O dia múltiplo (2000), Pequeno arsenal (2004), O olho itinerante (2012) y el infantojuvenil A volta do garoto (2014).

 

 

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*(Minas Gerais-Brasil, 1970). Poeta. Reside em São Paulo (SP). Também é ator desde 1984, tendo participado de mais de 30 espetáculos. Na poesia, publicou O dia múltiplo (2000), Pequeno arsenal (2004), O olho itinerante (2012) y o infantojuvenil A volta do garoto (2014).

 

 

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