El 3 de julio del 2013 el poeta español Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, León, España, 1957) presentó en Lima (en la Sala Juan Mejía Baca de la Biblioteca Nacional) su antología «La poesía no es una misa cantada (Lustra, 2013), estas fueron las palabras de presentación del poeta Bruno Pólack.
Por: Bruno Pólack
Pasaba el año 2007, yo vivía de trabajos ocasionales en Madrid y con una chica cuyo nombre preferiremos no recordar nos aventuramos a hacer a nuestra manera el Camino de Santiago. La llegada estaba programada a la ciudad de León pero por cosas del destino después de horas de sueño, con los primeros destellos del día, varamos en Villafranca del Bierzo.
Una señora muy mayor intentaba insertar un hilo en una aguja. Relamía el hilo negro y levantaba el pequeño instrumento, entrecerrando un ojo, como si se tratara de un astrolabio. Ese pueblo, me enteré preguntando a los pocos pasajeros que bajaban del bus, se llamaba Villafranca del Bierzo, ya lo dije, y en ese momento parecía una villa bastante normal, pero hoy, en mi recuerdo, es la capital de la Vía Láctea.
Esto que voy a decir, es seguro bastante discutible para los científicos de la poesía, pero creo que cuando un lector se adentra en la biografía de algunos autores, incluso y mejor aún, en la geografía del autor, lo puede llegar a entender de otra manera; por ejemplo, aquel que entiende el mundo andino, el peculiar clima, la peculiar cadencia, quizá pueda llegar entender en otro plano a César Vallejo cuando nos dice “Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita de junco y capulí”, o tocar otras fibras cuando se oyen algunos de sus poemas familiares más íntimos; o cuando empecé a querer más a García Lorca (si es que eso se puede) cuando entré a un soleado patio sevillano, cuando bebes del agua andaluza, cuando escuchas las coplas gitanas. Es cierto que un autor debe ser Universal partiendo de lo Particular, y no deben importar para nada estas cosas en una obra sólida. Pero también es cierto que vuelven al escritor más cercano; se estrecha la parentela, definitivamente.
Su pueblo y la gente de su pueblo, es el punto de partida y la columna vertebral en la obra de Juan Carlos Mestre. Tiene una gama de poemas notoriamente familiares los cuales Carlos Ordóñez ha tenido la inteligencia de agrupar en la primera sección del libro “Un poema no es una misa cantada”, una de las antologías que presentamos esta noche.
El Villafranca del Bierzo que nos presenta Mestre como punto de partida de su poesía es en principio un pueblo pobre, de gente muy humilde, “nadie por aquí ha oído hablar de Heráclito” y “los pescadores regresan del río con las cestas vacías”, es en un principio como nos dijo el poeta Antonio Gamoneda acerca de su obra al recibir el premio Cervantes; nos explicaba aquella vez que su labor de poeta partía de la “cultura de la pobreza”. Me atrevo a decir que también la de Juan Carlos Mestre nace de esta misma “cultura de la pobreza”. El niño Mestre ve todo este panorama, estos arenales, y profundamente los acepta, pero los conjuga además con el amoroso ambiente familiar, se deslumbra con los vecinos, con las profesiones y los hechos más simples y más hermosos del ser humano. Desde su poemario “Antífona del Otoño en el valle del Bierzo” donde crea con el espíritu de sus antepasados un ambiente onírico, que recuerda su primera patria, que son su familia y su villa, hasta la actualidad con el homenaje Universal que realiza a su padre con el libro “la bicicleta del panadero”, donde despliega todas las armas del poeta, donde todos, absolutamente todos, estamos invitados a este sentido homenaje.
Quisiera hacer mención a un elemento que es recurrente en estos poemas familiares de Juan Carlos Mestre y que de alguna manera me hizo recordar al poeta peruano Jorge Eduardo Eielson: la leche. El tarro de leche, la Vía Láctea. Como algo primario, como un recuerdo familiar, materno, pero a la vez como algo universal, algo que la da sentido tanto a la vida como a los astros luminosos.
El niño Mestre, el lúcido hijo del panadero del pueblo, debe haber visto a la altura de las mismas llantas como estas giraban calle abajo para iniciar el reparto de los panes, del mismo modo como giran los planetas, como gira la rueda del tiempo. Y vemos al ciudadano Mestre llegar a las puertas de nuestro pueblo con su acordeón al hombro tan igual como hace casi un siglo, Leonardo Mestre, su abuelo, llegaría a las puertas de La Habana empuñando su clarinete.
Y algo me dice que todos los personajes de Villafranca del Bierzo, los verdaderos y los imaginarios, están dentro de este Gran Teatro del Mundo que es la obra de Mestre. No solo su padre recorriendo las calles llevando el oficio más noble y esperado a las mesas del pueblo, también el linotipista, los pescadores que regresan de los dos ríos con las sestas vacías, los campesinos que cruzan la Plazuela de Campeiro, José el carpintero, las madres que no se cansan de esperar, a la entrada del pueblo, el regreso de sus hijos de la guerra, su familia, sus ancestros. Personajes que mientras avanza la obra del poeta se juntan con sus pares, con la gente humilde del mundo, con la gente pobre de la estación ferroviaria, con los viejos camaradas, con los metafísicos. Pero la luminosidad de la obra de Juan Carlos Mestre radica en que no nos los muestra dolientes ni indignados ante la vida, nos los muestra dignos y triunfantes; vitales. Desfilan por las páginas mostrándonos un mundo justo. Y sumado a esto, el poeta no deja a estos desposeídos solos a la deriva, los hermana en un constante diálogo con las mentes más lúcidas, con los grandes intelectuales, los grandes artistas. La soñada unión de artistas y proletarios. Excluidos de este hermoso sueño están los agiotistas, los banqueros, los gerentes de las transnacionales, los futbolistas millonarios.
Pero sin duda, si algo hay que une y da vida a todos los personajes que hemos mencionando es la música y la magia que Mestre sabe conjugar preciosamente, como dos caras de una misma moneda que siempre gira en el viento; los versos largos y polifónicos que pueden contener tantas imágenes como sueños entran en una idea. La música que despierta y se alza por el aire como una serpiente encantada saliendo del canasto, esa serpiente es la poesía que se muestra entre los lectores y la audiencia que de seguro sentiremos cuando yo deje de mortificarlos con estas divagaciones y el ciudadano Mestre haga sonar la primeras notas de sus voz: “Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Ledo Ivo”.
Pero además, también es cierto que Mestre hace de la poesía una ceremonia arcaica, donde suenan los instrumentos primigenios y asistimos a las llanuras castellanas vagamente iluminadas con tan solo la luz de las luciérnagas, y el “humo y (el) silencio de los dialectos del monte”. Como adelantamos, su familia y sus antepasados son sombras chinescas tan vívidas entre sus poemas, pero también lo es la naturaleza, su pueblo y sus alrededores, los animales que habitan estos alrededores, los dos ríos, los robledales y las vastas llanuras, los lugares que sirven de escenarios melancólicos y que siempre regresan, como un sueño recurrente, para acompañar al poeta entre sus nuevos y luminosos escenario. “Llueve, esa gente que soy y que conozco ha salido a la calle, al céfiro suave de los dialectos del monte. La noche ha puesto lámparas apagadas en los nidos vacíos, solitarios pastores en las tristes cañadas del otoño”
Por eso mi agradecimiento más profundo al ciudadano Mestre por demostrarnos que la poesía no ha caído del todo en desgracia, que no son estos tiempos realmente tan malos para la lírica. Que la palabra y la idea de la palabra en solo segundos de poesía se pueden convertir en un profundo grito de esperanza. Por levantar de una manera tan digna la voz de las almas más humildes.
Yo pasé algunas horas, por pura casualidad en este pueblo mágico llamado Villafranca del Bierzo, Capital de la Vía Láctea, “yo te he amado pequeño pueblo entre dos ríos/ donde supo mi corazón el don de la palabra y las alondras”, podría creerse que es un pueblo como cualquiera en los amplios Campos de Castilla, y en parte lo es, pero hace ya varios años salió un mago por el pequeño sendero que baja hacia los ríos, y estos que presentamos hoy, son dos de sus más hermosos libros de conjuros.
Bruno Polack (Lima, 1978), ha publicado los libros (alegorías hiperbólicas) o las ruedas del beso de Reinaldo Arenas (2003), El pequeño y mugroso pólack (2007) y Poemas médicos (2007).