Por Romina Freschi*
Crédito de la foto (Izq.) la autora /
(der.) Ed. Club Hem
Cosa, sombra, barro, tal vez. Sobre El Filo del Hacha (2018),
de Ximena Espeche**
Y es que ésta es mi corteza
donde el hacha golpeará
donde el río secará para callar
L.A. Spinetta
Ojos de madera siempre bajo el hacha
André Bretón
En la negación se suspende la verdad. No es que deje de buscársela, pero queda en suspenso. Eso es francamente una interpelación, un vilo. Si algo no es algo, entonces ¿qué es? ¿existe? ¿existo yo?
La negación es también un componente del asombro. Cuando quedamos sin sombra –como los muertos, negados, sin existencia– cuando no podemos recomponer por medio de señales reconocibles una escena, allí el asombro, la sorpresa, la negación de lo conocido, la suspensión de la verdad, el entregarse a la muerte, o a la suerte. A veces al miedo. (Mayormente al miedo). O al sueño. Y al amor.
Las sombras varían con el transcurrir del tiempo –vaya que lo sabe Ximena, quien ya escribió Cosa y Sombra (2003)– sin embargo, hay momentos del día sin sombra, el pleno día, o la noche, cuando cae el sol. Sabemos que el sol no cae, claro, hace siglos, pero para nuestro cuerpo, nuestra corteza, ese farol cae como ruge el mar, como un decorado.
En esos momentos, tiempos, espacios sin sombra, es donde “asoma” la poesía de Ximena. Puesto que no hay mayor espacio para el asombro que el propio cuerpo. La poesía de Ximena es una poesía somática, poesía del asombro por ser un cuerpo, tener una identidad y una finitud, frente al cuerpo planetario y cósmico capaz de negar toda la historia humana. Es que ese espacio –el cuerpo– es un tiempo, un tiempo sobre el planeta. La conciencia de esa finitud, dicen, nos hace humanos. Pero la negación también. He allí una batalla. La batalla de la poesía.
Porque el revés de la poesía es de hecho aquí una negación asombrosa. Pone una palabra allí donde hay un cuerpo. Transmuta. Carne en sonido, conjuro. En Cosa y sombra ya aparecía esa sublimación de la carne, ese lado sanguíneo que se hace verbo, lenguaje, espíritu: “res/ guardo/ guardo una res/ una vaca / la palabra”. En El filo del hacha se trata de un ángel, cuerpo de luz, el ángel de la música en la palabra, cuya nota clave es “no menor” “un acorde, un armónico, una figura muy musical/ lo intuitivo de escuchar y moverme/ de la lucidez del cuerpo/ a la lucidez del tuyo”. Como diría Rubén Darío –a quién tanto hemos leído con Ximena– “a veces la música es solo de la idea.” Es ese ángel el que hace cantar lo triste y virulento de la historia. Y la historia del amor que se sobrepone. (“ya me estoy volviendo canción” resuena el flaco).
En esa negación entonces, la “luminaria”, el amor, el yo-tú, la duda, el “granito de arena” en el ojo, y “una palabra/que/ lo rezuma todo”, con z, es decir, que haga pasar el sudor a través del cuerpo. He allí otro tipo de verdad y de luz.
El filo del hacha nos interpela, claro. Corta. Nos va a cortar. Eso es verdad. Materialmente. Sin embargo, y a pesar de todos los finales y los hachazos confiamos el futuro a “la peor verdad de todas: el mito del amor”.
La verdad es un mito entonces. El amor es un mito. El mito es la verdad. El amor es la verdad. Vaya silogismos. En todo eso que se niega, algo se afirma y se sostiene, entre dos dedos, como una pestaña: pero es un deseo, un futuro, una heredad. En ese filo, esa falacia, “esa estupidez”, cuando dejamos de ser para ser futuro, tú, solos o herencia, en ese filo “la verdad se impone en el cuerpo/ y el tiempo por fin se para”.
En la caverna del cuerpo, las luces y las sombras componen un cine asombroso: el mar no existe. El amor no existe. La muerte no existe. La verdad no existe. La historia no existe. Lo real no existe. “Qué más hay que un despiste”, esto es también, un poema.
Empero, las pistas están (y aún bailamos). Granitos de arena, miguitas de palabra, algún que otro dato de lo real, sutilezas hay en esta poética de Espeche, que dejan traslucir una visión sin inocencia. Aún sin sentido, hay “marcas que el tiempo deja”. La historia, la de los héroes y la personal –quien huye y se hunde en medio del río– resplandecen entre las letras de Ximena. Su voz, que en una primera apariencia podría parecer medida y coloquial, desata el nudo entre lo justo y el infinito, lo mesurado y lo desmesurado, lo físico y lo volátil.
En resumen, no hay resumen, dice. La brevedad y la espora de lo esporádico (más de 16 años separan el hoy de Cosa y Sombra del de El filo del hacha) tampoco son verdades. Es “la rima de las cosas”, es su negación, la que despliega el paisaje de la poesía –la noche estrellada del naufragio en Mallarmé, la nada que nada el nadador de Viel Temperley– el reloj de sol del cuerpo en Espeche.
3 / 3 / 2018 (siempre, cerca y lejos)
*(Buenos Aires-Argentina). Poeta. Es docente de escritura y literatura en ámbitos universitarios y de creación. Fundó y dirigió la revista de poesía y crítica Plebella. Ha publicado en poesía Redondel (1998), Estremezcales (2000), El-pE-Yo (2003), Marea de Aceite de Ballenas (2012), Juntas (2014) y Libro Có(s)mico (2015), Eco del Parque (2016), Todas Cuerdas (2017) y Soslayo (inédito, 2018). Como ensayista ha realizado ediciones críticas de la obra de Néstor Perlongher y Juana Inés de la Cruz.