Conversación con la poeta María Ángeles Pérez López

 

La conversación que Vallejo & Co. reproduce ahora, fue publicada originalmente en Adiós Cultural, N° 161, julio-agosto de 2023.

 

 

Por Javier Gil Martín*

Crédito de la foto (izq.) Ed. Pre-Textos /

(der.) www.elnortedecastilla.es

 

 

La larga losa que silencia el agua.

Conversación con la poeta María Ángeles Pérez López**

sobre Libro mediterráneo de los muertos (2023)

 

 

Una de las mayores tragedias que nos sacuden desde hace años es la constante desaparición de personas devoradas por el Mediterráneo, que, lejos de ser un goteo, es una sangría continuada; las víctimas de esta emergencia humanitaria se cuentan por miles. Según datos de la OIM (Organización Internacional para las Migraciones, de la ONU), en 2022 fallecieron al menos 2365 personas. Son, claro, datos estimados, siendo la cifra real imposible de saber. Pero a pesar de ser una cantidad terrible (y partiendo de que es en sí injusto reducir las vidas individuales a números de un conteo), se encuentra lejos de los 5136 contabilizados en 2016.

Mar testigo, entre otras cosas, del inicio de la civilización occidental, bañando como baña las islas griegas, presencia ahora cómo la ignominiosa desigualdad entre el norte y el sur abre una brecha abismal, que lleva a tantas personas desesperadas a huir de la guerra y del hambre. Lesbos, por ejemplo, que fue testigo de la composición de los poemas de la gran Safo, hace más de 25 siglos, recibe ahora un flujo continuo de personas que intentan cruzar a Europa desde Turquía, a solo unos pocos kilómetros, y que tantas veces se dejan la vida en ello.

 

La poeta María Ángeles Pérez López, leyendo.

 

Los migrantes provenientes de África y Asia se enfrentan a un futuro incierto, pero a pesar de ello merece la pena correr tantos riesgos (que no se circunscriben solo al de cruzar el Mediterráneo). Y es muy grave que en los países a los que arriban los supervivientes son tantas veces recibidos (y percibidos) como una amenaza. Un mar promesa de tanto que se ha convertido en un muro más de los que separan a las personas según su pasaporte (entre los que hay de primera y de segunda clase, como todos sabemos).

Al trabajo de hablar con, desde y para estas personas atravesadas por estos conflictos se ha puesto la poeta María Ángeles Pérez López (Valladolid, 1967), “como si escribir fuese poner en pie parcelas sedientas de humanidad”, con su Libro mediterráneo de los muertos (2023), recientemente premiado con el IV Premio Internacional de Poesía Margarita Hierro. Con ella hablamos sobre este libro de lacerante actualidad.

 

 

Entrevista

 

 

Javier Gil Martín [JGM]: Muy buenas, María Ángeles. Tu Libro mediterráneo de los muertos parece una tentativa de luchar contra la indiferencia que a veces nos aqueja ante tanto desastre y tanta persona sufriente: “Diez mil niños perdidos atravesando Europa. Como quien pierde un paraguas o las gafas de cerca”, ¿de qué forma crees que opera la poesía como herramienta de concienciación? Y más teniendo en cuenta que en un momento del libro te preguntas: “¿y si el lenguaje fuera una enfermedad autoinmune?”.

María Ángeles Pérez López [MAPL]: No tengo respuesta a esas preguntas que me arden en la boca, pero sí la convicción de que formularlas es caminar hacia alguna de las formas de conciencia que puedo abrir en mí. No sé si en los demás, ni siquiera si el término “herramienta” sería el que brota de lo que puedo escribir porque intento evitar esa visión instrumental y sus respuestas a veces complacientes ante problemas tan complejos, pero imaginar otros mundos es caminar hacia ellos y en el recelo ante el propio lenguaje se afila una mirada que necesita hacerse cargo de esa inmensa herida del presente que es el mar Mediterráneo: la mayor tumba a cielo abierto del mundo. Una inmensa fosa que necesito contemplar para pedir que cada nombre brote de su herida, que no olvidemos ningún nombre, sus historias individuales, la condición humana de cada uno de esos rostros olvidados por esta Europa que me avergüenza, ante la que siento una gran vergüenza de mí misma.

 

María Ángeles Pérez López y Javier Gil Martín.
Trujillo-España (marzo, 2023)

 

[JGM]: El libro tiene una peculiar estructura; dividido en ocho partes, cada una acaba con un inventario final de notas, ¿qué función tienen estas, teniendo en cuenta que se encuentran lejos de ser tan solo aclaraciones o puntualizaciones?

[MAPL]: Las notas eran parte de ese cuerpo vivo que es cada poema. El pelo que le sigue creciendo, las uñas que crecen y al hacerlo se desplazan a la misma velocidad de los continentes. Un modo de expansión que el poema pedía y al que me resistí muy fuertemente al principio hasta que me di por (con)vencida: las notas eran parte del poema que no se había dicho en su cuerpo central y seguía ramificándose como brote o yema ante la promesa de otro tiempo, de diálogos que hubieran de compartirse (porque necesariamente han de compartirse): nada es posible en el feroz individualismo de hoy, nada es en el afuera de lo otro y los otros.

 

 

[JGM]: En una de estas notas, de la primera parte, apuntas lo que parecen unas consignas de escritura para ti misma: “Sumergirse. Anotar cada nombre. No ser red”. ¿Podrías hablarnos de ellas?

[MAPL]: No podía hablar en nombre de nadie, no puedo hacerlo, a veces ni siquiera en mi propio nombre porque sé que choco contra las convenciones fosilizadas de eso que llamamos “identidad” y que tan complejo me parece (tuve que explorar en “Incendio mineral” qué significaba apellidarse Pérez —hijo de Pedro, hijo de piedra— o López —hijo de Lope, hijo de lobo— para acercarme a una genealogía que siempre me lleva hacia el afuera: lo animal, lo vegetal, lo mineral, que late y dice su nombre aunque no conozcamos en qué idioma).

Así que necesité entrar en Libro mediterráneo de los muertos intentando no asumirme como voz autorizada (autorial), sabiendo que deseaba evitar toda impostura y solo podía descender hacia una profundidad asfixiada de la que no quería ser red sino solo quien se ahoga en ese dolor por la inhumanidad del presente, quien sintió la obligación ética de intentar sumergirse para acercarse al nombre, cada nombre (la historia, la vida humana, su dignidad inmensa que es constantemente devaluada), el lugar de la escucha.

 

 

[JGM]: Tu libro tiene un precedente excelso en Libro centroamericano de los muertos, de Balam Rodrigo, y la última dedicatoria del libro es para él y para “los libros precedentes de los tantos muertos”. Cabría pensar, de hecho, viendo los tantos conflictos que asolan el mundo, que hay muchos otros potenciales “libros de los muertos”. Háblanos, si te parece, de la relación entre ambos.

[MAPL]: Cuando comienzo a escribir el libro no soy consciente de hasta qué punto estaban pesando en mí otros libros: los libros tibetano y egipcio de los muertos y, muy especialmente, el libro de Balam Rodrigo, que en su título completo ya establece el diálogo con otros libros anteriores, en particular con fray Bartolomé de las Casas: “El libro centroamericano de los muertos. Brevísima relación de la destrucción de los migrantes de Centroamérica, colegiada por el autor, de la orden de los escribanos de poesía año de MMXIV” (2018). Balam Rodrigo realiza intervenciones, actualizaciones, incorporaciones y reapropiaciones, como él mismo indica, a manera de palimpsesto (en este fragmento que selecciono, también con Pedro Páramo):

Aquí migraremos, estableceremos la muerte antigua/ y la muerte nueva, el origen del horror, el origen del holocausto,/ el origen de todo lo acontecido a los pueblos de Centroamérica,/ naciones de la gente que migra.// Vine a este lugar porque me dijeron que acá murió mi padre/ en su camino hacia Estados Unidos,/ sin llegar a ver los dólares ni los granos de arena en el desierto.

 

Aunque mi propuesta dispositiva es muy diferente y no incluye aspectos documentales, pesó fuertemente la percepción de que el tajo abierto entre Centroamérica, México y Estados Unidos iluminaba poéticamente la relación sur-norte (en términos geográficos, económicos, políticos), lo que me permitía mirar con intensidad y asfixia el tajo en que se ha convertido el mar Mediterráneo. De ahí las notas, transformadas poéticamente en brazos (de mar, de lenguaje, de una metonimia necesaria que implicase lo humano).

 

 

[JGM]: Son muchos los convocados en este libro coral, poliédrico; Gertrude Stein, Mónica Ojeda, Eunice Odio, Jaime Sáenz, Mercedes Sosa, el mendigo y su perro, que habitan la intemperie… Y por supuesto infinidad de personas anónimas que sufren a diario las injusticias de un mundo del que son excluidas, ¿cómo ha sido abrirte a todas estas voces y darles cabida en tus poemas?

[MAPL]: Cada una de esas voces entra en el texto a decirse, me entusiasma tu reflexión sobre lo coral porque justamente pensé al escribir el libro que no podía ser monológico, que nada sé decir o puedo decir que no esté habitado por otras voces. Un poema de Vallejo me acompaña siempre: el dedicado a Pedro Rojas, en el “Himno a los voluntarios de la República”. Termina diciendo: “Su cadáver estaba lleno de mundo”. Esa plenitud en el cadáver, en el “cada cadáver”, que no está solo porque lo acompañan “los compañeros pronto”, es la que aspiro a escuchar cuando estoy escribiendo. Así el perro semihundido de Goya, que ladraba junto a las habitaciones y la sordera del pintor, es acariciado por un vagabundo en la noche más fría. Al entrar voces que siento tan necesarias y cercanas (a pesar de la distancia objetiva), se hace menor la intemperie.

 

La poeta María Ángeles Pérez López, leyendo.
Crédito de la foto: José Amador Martín

 

[PARTITURA DE LOS DESPLAZAMIENTOS]

 

Las uñas se desplazan como los continentes. Atraviesan el aire y lo deshilan, crecen sin cesar ni preguntarse. Su velocidad es la de las placas sobre el manto rocoso: se empujan y presionan entre sí, se separan o acercan, se cautivan. Parecen estar danzando, incorregibles, sobre una línea imaginaria. ¡Pero cutícula y océano no son imaginarios! El cuerpo bajo el mar nunca es imaginario.

Cuando las uñas se desplazan, como los continentes, invitan al afuera, son afuera. ¿Qué significa afuera si eres agua? El océano todo lo vuelve de sí. Arrecife y caparazón vacío, como cuando decimos caballito de mar, pero desaparecen las praderas, la velocidad respirada en el belfo, la cualidad carnal de lo indomable. El caballito, en su diminutivo, se entrega sin cerviz, sin desamparo. Una miniatura de juguete para que el océano no sea tan bronco. Y córneas que parecen de juguete en personas cautivas bajo el agua.

Porque el océano todo lo vuelve de sí. Cada coral disuelve su alboroto, entrega el nombre apresurado de su propio color como si no hubiera al menos diez pigmentos mezclándose, como si todo no fuera mezcla en todo, como si la conciencia misma del color no fuera un modo extremo del idioma. Amor en el azul, verde, violeta. Fluorescencia que atrae al plancton entre la oscuridad, pero no sabe llamar a los ahogados.

Porque el océano ―ya lo he dicho pero he de repetirme como la ola que se afirma y retrae sin perder nunca su espacio de visión― todo lo vuelve de sí. La toalla descalza ante la espuma, la canción inasible del ahogado. A cien metros de profundidad se disuelve la gama de colores: no llega el amarillo, el naranja o el rojo. Hay personas sumergidas en silencio que repiten su nombre sin cansarse. ¿Cómo es que esos nombres no logran emerger? ¿Es también por sus ondas, su color? Si la estructura feliz del arrecife segrega nombre propio entre tanto factor de simetría, ¿cómo es que esos nombres no logran emerger? Los cuerpos se han hundido, arrastran los pulmones abrasados, voluminosos, heridos por la asfixia y el pavor pero ¿y sus nombres? ¿Se han vuelto parte misma del océano? ¿No logran desprenderse y emerger?

(fragmento de Libro mediterráneo de los muertos 2023)

 

 

 

 

 

*(Madrid-España, 1981). Licenciado en Filología española, Se dedica al subtitulado de series y películas y la corrección de libros. edita (junto a Víktor Gómez y Miguel Fernández) las colecciones de poesía “Instrucciones para abrir una caja fuerte” y “Señales de vida”, los pliegos “Manuales de instrucciones” y la segunda serie de los “Cuadernos caudales”. También junto a Víktor Gómez y Enrique Cabezón coordina la colección Once de poesía y ensayo para Amargord Ediciones. Es el corrector de pruebas de la colección “Nuevos mapas del siglo XXI” para la editorial Grupo5. Desde 2006 lleva la sección “Versos para el adiós” de la revista Adiós Cultural. Ha escrito los poemarios Motivos para después de la muerte y Propiedades del pájaro solitario (ambos inéditos), el librito artesanal Lento naufragio, en 2015 publicó Poemas de la bancarrota y, en 2018, Poemas de la bancarrota y otros poemas, Una versión aumentada y Reestructurada del anterior.

 

 

 

**(Valladolid-España, 1967). Poeta y profesora de Literatura hispanoamericana de la Universidad de Salamanca (España). Obtuvo Los premios Tardor (1998) y XVIII Ciudad de Badajoz (1999). Entre el 2008 y 2012, ha coordinado el Ciclo de Poesía “Intersecciones” de la Universidad de Salamanca. Es miembro correspondiente de La Academia Norteamericana de la Lengua Española. Ha publicado en poesía Tratado sobre la geografía del desastre (1997), La sola materia (1998), Carnalidad del frío (2000), La ausente (2004), Atavío y puñal (2012), Fiebre y compasión de los metales (2016), Diecisiete alfiles, Interferencias y Libro mediterráneo de los muertos (2023); así como las plaquettes El ángel de la ira (1999) y Pasión vertical (2007).

 

 

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