Construcción de una voz propia. Sobre «Ejes cardinales» de Carlos Alcorta

Construcción de una voz propia.

Sobre Ejes Cardinales

 

 

Por: Ana García Negrete*

Crédito de la foto:

 
 
 
Esta antología del poeta Carlos Alcorta que ahora publica Renacimiento, una de las editoriales españolas más activas y con mayor dedicación a la poesía, permitirá asomarnos a vista de pájaro a una obra que sigue en marcha todavía, pero que ya ha hablado en abundantes libros publicados. Si lo seleccionado aquí, de por sí una difícil cirugía, es una forma de  disección sobre lo propio, será porque Carlos nos propone escuchar estas particulares voces que él ha ido sembrando a lo largo de sus libros, y que ha seleccionado en Ejes Cardinales,  manteniendo  un hilo conductor y un discurso  coherentes.

 

En el prólogo que acompaña los «Poemas escogidos», se encuentra sintetizado cuál es su universo poético y las líneas que lo rigen. Trataré de acompañarlo, de la mano y la visión de lo que yo intuyo, mostrando de antemano conformidad con lo que resume muy bien, Leopoldo Sánchez Torre.

 

Empezaremos aclarando, por mucho que sea evidente, algo que  le he oído comentar a él mismo. Los personajes variados, contradictorios o taciturnos, disconformes, o pacificados,  y poco dados a la rendición a los que Carlos da expresión en sus poemas, no son necesariamente el reflejo de lo que el poeta es, el poeta real, el que vive aquí y ahora. Pero podríamos inmediatamente añadir: ¿acaso no lo es la voz que nos habla en el poema? Lo real y lo imaginado,  lo pensado, es un yo  que al tiempo se manifiesta en otro distinto.

¿Quién puede asegurar quién es y quien no es,  el yo que piensa haciendo uso de la  imaginación, de la libertad que consiente en reelaborar el mundo, o el yo que reacciona  ante la realidad más acuciante, ese yo activo?

 

Estos personajes o voces de Carlos Alcorta, reflexionan, navegan entre la oscuridad y la sorpresa, el descubrimiento y la interpelación, en un torrente verbal que la madurez poética y la edad han ido sosegando. La necesidad de saber y conocerse, de afirmarse también, han sido la espoleta de su conciencia.

«Mi fuente de problemas soy yo mismo», escribe al principio en Corriente Subterránea.  Pero ya  hacia el final del libro levanta esta condena, a priori: «Este es tu tiempo./ Estas aquí. Son tuyas las palabras…»

 

Si yo pudiera animarles a leer este libro, a los que aún no conocen la poesía de Carlos Alcorta, o a los que hace tiempo que no lo leen, les diré que su poesía les hablará de sí mismos desde su intimidad. El poeta se sirve de lo próximo, de su existir cotidiano, de sus lecturas, origen de su propio pensamiento y de los objetos que traslada a distintos escenarios, o a situaciones a veces insólitas que pueden aisladamente funcionar como propulsores de un pensamiento que se desarrolla críticamente, fustigándose casi, desconfiando, buscando una conciencia que pueda resolver los conflictos, conciencia que nos ayuda a respirar cuando el sufrimiento lastra nuestras virtudes y exagera nuestros defectos.

 

Sentía gran curiosidad por la última parte de esta colección de poemas  Ahora es la noche al tratarse de inéditos del 2012. He podido comprobar que  permanece  el tono indagatorio de su poesía, casi nunca relajada,  aunque su manera de estar se atempere en un tono más sosegado y contemplativo, intercalado de digresiones existenciales o morales; poemas que describen un mundo algo menos agónico que en libros anteriores.

 

Suele animarnos, ver en la voz del poeta su propio existir. La necesidad de reconocer el personaje como si fuera un yo real, es un error sumamente reduccionista.  Sentencia Carlos en el poema «Didáctica»: «el mundo que construyo con palabras/ es tan veraz como un autorretrato».

Hay en cada voz de Carlos una sed de reflexión en torno a las cosas que circundan todo lo humano. La imagen que proyectamos, lo que somos y lo que no somos, lo que no se es capaz de pronunciar por temor o desconocimiento.

En el poema «Man on wire» sobre el funambulista Phipippe Petit,  (en su libro Lusitania, del año 1988, ya acude a esa figura tan inestable y no será la única vez),  recrea una alegoría del mundo moderno encaramado, a la imagen, el riesgo, el público, los medios, la televisión, el espectáculo de este tiempo nuestro. Al tiempo vuelve hacia sí las reflexiones que le suscitan lo  contemplado, uniendo la acción que mira en ese instante, a un pensamiento que se desarrolla internamente y que se manifiesta en el poema.

En esta poesía todo se somete a escrutinio, lo que él ve, su apariencia tramposa, lo que actúa influyendo o sorprendiendo, las propias regiones obscuras, para saber a través de todo ello, quién es el mismo y qué significa estar en el mundo. Mirar para ver.

 

Iniciamos Ejes Cardinales con un personaje agostado, taciturno, al que la infancia,  no sirve para remontar la tensión existencial del adulto.  El pasado es nunca, el futuro es incierto  y el presente no aparece tranquilizador.

Desde la construcción, en ese ir haciendo,  el poema es el que dicta su verdad, aunque sabe que podría ser distinta, puesto que él se aparece ante sí como  un dios que crea o destruye la idea, una hipótesis, un final, una conclusión. Sin embargo, al llegar a Sol de Resurrección, ese título rotundo y hermoso, nos resarciremos, solo en parte, de los tiempos de más duro conflicto,  para llegar a poemas como los que inician el libro, un remanso de paz en medio de la tormenta. «El viento de las panojas», dedicado a Juan Manuel Puente es un buen ejemplo, hermoso además, «…conformes, sí, con ser presencia».

 

La sombra que penetra sus poemas no siempre significará lo mismo,  presente en un buen número de ellos de principio a fin: el sentimiento instalado, la luz que lo alumbra, lo que permanece oculto, lo que es pasado, lo que se entrevé. «Esta lluvia de sombras» dirá en «Visión de la realidad».

Y junto a la sombra, la noche que protege cual si fuere, cúpula secreta, o hace zozobrar el espíritu invadido de dudas y remordimientos, o es avance de la luz.

Una pequeña dosis de felicidad se consigue fugazmente, es inalcanzable a menudo y  a costa de un sufrimiento existencial  insoportable. Es luz acuciada por las sombras. Un círculo continuo en el que se mueven los poemas, que terminan por reencontrar su sentido en el inicio. «no fue resignación, sino perseverancia», del poema «Regreso» de Compás de espera.

El diálogo entre alma y paisaje, conciencia y naturaleza, es una forma de decir que Carlos utiliza en un buen número de poemas.

La relación entre, realidad, pensamiento, construcción, acto de escribir, recrean un universo formal intenso. El conflicto se revela en el papel mientras se escribe, como ocurre en «Imitatio» y «Punto de fuga»: «Solo detenida en la escritura te pensaba».  El poema detrás del señuelo que es la mano que lo escribe. Lo dice él.

Carlos reivindica de forma insolente la legitimidad de su acto creador. Dueño de su mundo, se impulsa como el dios que rige sus aspiraciones y sus dolores.

En «Guerra Sucia» de Compás de espera del 2001 dirá:

«Con un golpe de suerte o con los dados/ trucados lograré romper la banca,/ hacerte mía o desvalijarte».

 

El amor, que tantas veces se nombra en estos poemas, no funciona como una retórica de la celebración aunque se deje ver en los guiños de algún verso. Es una parte más de la reflexión que va de la mano de los demás conflictos morales o estéticos, del recuerdo.

El bello poema «Amante Infiel», el juego que este pérfido se trae narcotizando a su amante, entra de nuevo en la construcción del poema del que solo él es ejecutor.

«…Entonces seré dueño/ no solo del futuro/ sino de la manera de contarlo».

 

En estos años, vemos unos personajes bajo la piel del poeta con un devenir desengañado que no alcanza salidas luminosas, sino incertidumbre, desasosiego, donde la adversidad se presenta a menudo trágica en lo existencial, con la necesidad manifiesta de apresar las palabras, y como el creador de imágines que es, manipularlas a su voluntad. Más tarde acudirá humildemente al lector, no uno cualquiera,  para sentirse rescatado en esa lectura que le recupera y le cauteriza.  El dedicado a Rafael Fombellida, «Último deseo»  habla por él:

«Tal vez por eso, en la hora /final que se avecina, / repudie mi torpeza, mi ceguera perpetua /y recurra a ti, lector generoso/ y fiel, recurra a la hospitalidad/ del futuro…»

 

Creo que es una suerte que ustedes no vayan a encontrar poemas previsibles ni de una sola lectura en este libro. Todos ellos mantienen su tensión,  a veces entrecortada y violenta al principio, más calma al final, que salta entre el mundo del pensar y el límite de lo vivido, entre un yo que es adverso y origen del conflicto, y el yo que reconoce la emoción de las cosas y las sitúa en el  impacto que causan en el pensamiento. Nuestro deseo es que lo disfruten  cuando se reconozcan en algunos de estos versos.
 
 
 
 

*ANA GARCÍA NEGRETE (Cantabria. España 1961), autora de Algo tendrán que decir las estaciones. La Sirena del Pisueña. 2005 y Memoria para seguir un rastro. La Grúa de Piedra (2010). Fue incluida en antologías como Nueve novísimos de la poesía en Cantabria (1998), Con tu piedra (2006), 25 Años de Creación Poética en Cantabria (2006), Aliendos. Haikus para un mundo sostenible (2007) y Haz de rectas (2009).

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