El texto que presentamos a continuación, es el prólogo que escribió el poeta José Kozer al poemario Como el agua (2016) de Keiselim Montás.
Por: José Kozer
Crédito de la foto: Izq. Ed. Zompopos
Der. www.otrolunes.com
Como el agua: una vasta concisión.
Sobre Como el agua (2016),
de Keiselim Montás
Agua al comienzo y al final: dos puertas que se abren y cierran a lo largo de este libro de poemas de Keiselim A. Montás, forjando una vasta concatenación, guirnaldas de agua que acaban siendo un eterno retorno, visión cíclica de la naturaleza, la vida y la escritura por la vía del agua. Título que funciona a la vez como símil (o sea, como escritura y aliciente de continuidad en la escritura) y como fundamento de entendimiento y retención de uno de los cuatro elementos (agua) que conforman la realidad desde la perspectiva de la tradición occidental: agua que “como el agua”, entre sus diferentes momentos, tiene tres que este libro privilegia: su fluir (donde fluir implica modulación y cambio heraclitiano, implica obstrucción y desvío), su estancamiento (y aquí la naturaleza, detenida, puede reflejarse en acto autorreflexivo y de contemplación) y su momento último de desembocadura (que es a la vez hecho natural, concepto filosófico y personal narración del poeta ante lo irremediable: “nuestras vidas son los ríos / que van a dar a la mar / que es el morir”).
El agua tiende a desbordarse, el diluvio universal (catastrófico) es una de sus posibilidades cotidianas, recurrentes, a la vez históricamente mitificada, universalmente contada y recontada en numerosas tradiciones, y asimismo interiorizada en toda la poesía universal como signo de devastación y muerte: y de resurrección y continuidad. El poeta tiene la opción del desbordamiento, o la ocasión (escogida por el estro de Montás) del comedimiento: el haiku, que no se utiliza sistemáticamente a través de esta obra por capricho, sino como arma de corrección que rectifica la realidad y modera el lenguaje, es el mecanismo poético, para nada gratuito, que en este caso se propone coordinar los abruptos cambios a los que el agua nos somete. Agua que se desborda tiene en el haiku su dique, no tramoya sino límite, no enredijo sino limpidez, y desde esa nitidez escueta y rápida de esta forma de expresión poética, un fulcro que une y reúne los elementos diversos de la naturaleza, de la viva realidad y su escritura, en un espacio acogedor en que las criaturas tienen su obligado sitio (la función del poeta estriba en descubrirlo y revelarlo) sitio donde persiste, a través de todo el poemario, una relación armoniosa entre sujeto y objeto, entre naturaleza y escritura, entre vida y sensación de vida.
La premura de la existencia lleva a la separación entre sujeto y objeto, más la instantaneidad que caracteriza el haiku (pincel, papel, intuición, gesto y acto de inscripción, entronque y raudo final) le devuelve a la existencia la unión del sujeto con el objeto, de modo que mientras todo fluye, se desvía y busca su camino (de perfección) todo a la vez se vuelve unidad, mutua participación, viva relación. Así, “Hombre es caña / sobre la barca —lombriz— / el pez es agua”. La lombriz no es símbolo de nada, no es signo de dolor humano, ni transferencia alguna, la lombriz es la lombriz, y en este caso su función es la del cebo, función natural que tiene su propia lógica, vehículo de conjunción entre poeta y poema, entre necesidad de expresión, que es necesidad de comprensión, y un resultado, el haiku de un libro que como el agua brota, se mueve, se detiene, continúa, forja realidades, establece ajustes y reajustes, como sucede con todo camino, y termina desembocando: no es casualidad que el título contenga agua, ni que el primero y último poema del libro terminen, con sentido diverso, en agua.
Libro referencial que exige del lector un conocimiento y una búsqueda de puntos de apoyo para la mejor comprensión del texto. Donde se cruza por un brazo de agua al otro lado tenemos, por ejemplo, una oculta y válida referencia al Sutra del corazón y su gate gate paragate parasangate bodhi swaja. En el haiku donde “Corren las aguas”, el yo poético se ve abocado al cambio, dándole al poema su sentido heraclitiano, uno de los signos fuertes del pensamiento histórico, entreverado de tonalidad occidental y oriental, de modo que Heráclito sirve de puente, de torii, a dos culturas que siempre hemos tendido a separar y contrastar como opuestas, y que ahora por fin intentamos comprender como parte de una misma visión compleja y plural de la Humanidad. O unas luciérnagas que bailotean en la noche oscura y despiden propia luz, pueden referirse tanto a Noche oscura de San Juan de la Cruz como a la naturaleza que utiliza la poesía de Basho.
Como el agua es un delicado tapiz verbal y de imágenes, una fronda que verdece, se seca, muere y reaparece en cuanto estaciones naturales y lenguaje diestro y breve, centrado en un ojo fisiológico y mental que busca, sin exasperación ni desespero, la mayor comprensión posible de lo que a la vista, día a día, se nos presenta. Poema a poema, página a página, los elementos se concatenan, se entrecruzan e intercambian sus fundamentos, para romper compartimentos estancos y círculos viciosos, y crear en su lugar ese hermoso “vaivén de rocas” de uno de los primeros poemas del libro. Estamos ante una obra donde todo, en armonía, es secuencia, consecuencia, continuidad: Heráclito se da la mano con Parménides, lo que fluye acoge a lo que permanece. No hay enemistad sino comprensión, no hay daño sino suave cauterio y reparación. Carpintería, arquitectura, visión. Las estaciones centradas, una a una, se hermanan en la concentrada atención del ojo y la mano del poeta. Agua retenida y agua que fluye, agua que es agua y que es como el agua. Todo conecta y puede darse el lujo de ser vapor, niebla y nebulosa, ascenso y descenso, caída y sacudida, y recuperación.
Y en todo este proceso, fugaz e interminable, espejo y espejismo de la naturaleza, el lenguaje está al servicio de la creación poética, y fluye como fluye el agua para desembocar en un hermoso libro de poemas de la mano del poeta dominicano Keiselim A. Montás, que a la vez ha sabido conjugar escritura con pintura, alfabeto propio con alfabeto ajeno, belleza ulterior desde la cercanía del momento, su chisporroteo primero y su largo camino a la luz más quieta y límpida de una geografía de arenas congeladas, y una arquitectura personal y universal, donde, desde la humildad, un “Árbol desnudo, / sueña en febrero con / la primavera”.