Por Claudia Posadas*
Crédito de la foto www.mundo.sputniknews.com
Colapso global
(The upcoming collapse)
Grabaron el hipnótico esplendor de nuestros paraísos artificiales en esa Espada de Damocles que desde el inicio del verbo pende sobre el eje del mundo
y que no vemos;
aquel ángel de exterminio orbitando sobre aquellas certidumbres que pensamos nuestras:
respirar, fagocitar, extasiarse ante la luz, multiplicarse ad infinitum;
ese gravitar siniestro reflejando, en su imparable y descendente ondulación,
como un monstruoso péndulo de Focault,
no el paso de ningún sol,
sino el infestar de una sombra cuya densidad nos ahoga.
Escuchamos su afilar segando el aire sobre nosotros, aquel maldito The Hum,
sin saber qué es ni de dónde proviene
aunque deje su miedo vibrante en la distorsión del paisaje o se oculte en la desesperante mudez
de las cosas;
a veces logramos percibirlo en una breve tensión de la atmósfera
o en algún repentino crujir de nuestras casas o en un desmoronamiento lejano.
Hierve, asciende en los hornos crematorios que unos cuántos, los instaladores de la muerte,
nos han preparado con minuciosidad
y que avivan con nuestras propias cenizas,
mientras nosotros reímos, envueltos en gasas,
bajo el haz protector de nuestros veranos y fogatas eléctricas;
mientras flotamos rodeados de incontables prismas replicando el exacto escenario erigido para nosotros
(what a beautiful world…),
mientras seguimos erigiendo, en nuestras conversaciones,
en el sueño,
en la obscena imposición de nuestras voluntades,
la Maquinaria Deseante que nos han hecho creer, nos llevará a la felicidad.
Por ello nos es imposible mirar las señales del caos y hacemos a un lado toda sospecha,
prefiriendo negar las germinaciones del colapso:
las curvaturas bursátiles son fluidos-turbulencias demasiado inescrutables,
la insaciable invasión de élitros o las turbadoras máscaras de la peste o las guerras imperiales son historias demasiado antiguas,
o ese espectro que recorre el mundo nos es demasiado ajeno para que habite siquiera en nuestros sótanos;
el calentamiento de las aguas y la desintegración de los peces y de nuestras conciencias se cumplirán en millones de años;
las desamparadas revelaciones de los locos, los suicidas, los sin casa,
son blasfemias de esas mentes derrotadas;
las llamas solares vienen de muy lejos y el presente es una cárcel eterna y fugitiva
y el espectáculo civilizatorio, sus mensajes luminosos, la perfección de sus ensambles,
nos enloquecen nos marean como si estuviésemos atados a una noria sin tregua.
Pero algo estallará en la abundancia engañosa de nuestros grandes invernaderos,
en el cruel domesticar de sus carnes de cultivo, de sus formas vegetales y sus plasmas transgénicos creados para nuestra devoración;
algo en los gritos de esa carne, de esas nervaduras, su dolor indecible, lo desollado, lo triturado, lo atrapado en la fría inmensidad de aquella arquitectura de reproducción y exterminio.
Algo que han forjado ellos, los sostenedores del filo,
algo que han erigido en sus construcciones clandestinas mientras dormimos,
el martilleo, el golpe seco el grito de alguien que cae desde muy alto,
la cascada de huesos derramándose,
las maquinarias gigantescas que se escuchan y de lo cual no queda vestigio al despertarnos.
Algo se trama, se concreta, alguna sentencia que no puede esperar y que es llevada en vehículos negros que transitan bajo la madrugada o en helicópteros que trazan sus conspiraciones en su ir y venir de un rascacielos a otro.
Algo estallará,
lo saben ellos,
los segadores de nuestras cabezas;
han calculado por milenios la precariedad de sus monedas de cambio,
lo inestable de sus leyes de mercado,
lo saben y en sigilo almacenan, acumulan, mantienen a salvo su genética,
sus bancos de semillas y esos dictum que alguien, no sabemos quién, talló siniestramente en las Piedras Guía de Georgia,
algo,
mientras forjan, han forjado, forjarán a sus estirpes bajo esa extraña dictadura,
la aniquilación de quien esté de más en sus reinos.
Pero los años las luces las construcciones las estirpes caen y se levantan otras
y los prismas continúan reflejando la ilusoria beatitud mientras la sombra respira y el péndulo sigue su curso:
se acerca, se aleja, nos hiere levemente, cortando alguno de nuestros cabellos,
decapita a unos cuantos millones que no queremos ver,
aunque caminemos abriéndonos paso con dificultado sobre un cementerio de cráneos que pronto desaparece y es sustituido por campos de lavanda.
Y los años pasan y las catástrofes y predicciones no se cumplen o sus signos son eliminados o se debilitan los argumentos los cuerpos en resistencia
y cada vez son más fastidiosos los viejos vaticinios de los locos, los suicidas,
los sin casa
hasta que ocurre: the crash,
la caída,
el calentamiento global debido a la saturación de las antenas HAARP,
a la excesiva trama de los chemtrails en el cielo,
la guerra de los Drones contra nosotros,
los infaltables hongos atómicos alrededor del planeta,
los virus cibernéticos y/o biológicos desatados por los ingenieros del sistema
o por los sindicatos de hackers o por bioejércitos terroristas
o por nadie,
o por error o divertimento de no sabemos qué perversos dioses,
o por hastío.
Y al final nadie se salva, ni ellos, los ejecutores, pese a sus bunkers levantados en cimas o abismos inaccesibles;
nada se libra de ese torbellino gigantesco triturando cuerpos y drones y arrojando el amasijo a
un interminable vacío,
y al final todo reinicia y el péndulo comienza a trazar su eterno uroboro
surgido
de la célula más infinitesimal de nuestros restos.
*(México). Poeta. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, Fonca-Secretaría de Cultura (2011 y 2016). De la misma instancia ha sido becaria en el Programa de Intercambio de Residencias Artísticas para Chile (2008), en Jóvenes Creadores en Poesía (2000-2005), y en el Programa de Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales con una investigación sobre literatura iberoamericana contemporánea (2002). Ha publicado La memoria blanca de los muros (1997) y Liber Scivias (2010), Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2009, reeditado por la UNAM (2016).