Ciudad y tinta. Sobre «Ciudad del niño» (2023), de José del Carmen

 

Por Mario Pera

Crédito de la foto (izq.) www.edicionescontrabando.com /

(der.) Eds. Contrabando

 

 

Ciudad y tinta.

Sobre Ciudad del niño (2023),

de José del Carmen

 

 

“La orfandad es para toda la vida”, dice uno de los versos de José del Carmen* en su poemario Ciudad del niño. Y es cierto, las cicatrices, experiencias, golpes físicos y, más aún los psicológicos, que recibimos cuando niños son lo que más nos marcan. Son heridas que nunca cierran y cada tanto, al recordarlas, supuran una verdad que muchos prefieren olvidar.

Tras leer este poemario, uno entiende que hay quienes desde muy jóvenes aprendieron a caminar sin sombra, a crecer sin garantías, huérfanos de seguridades… como se camina en la poesía; y es que la poesía como desamparo u orfandad, como plantea la obra de José, es una metáfora que define bien el oficio del poeta. Tomar la palabra y las carencias propias para crear y resistir desde lo incierto como única certeza, y así aprender a remediar las grietas en nuestro existir, es decir, aquello que nos lleva a escribir y, aún más, a poetizar.

 

 

En Ciudad del niño encontramos las cicatrices de un abandono familiar, estás supuran dolor, pero también resiliencia a través de la tinta con la que su autor escribe los poemas, bien enhebrados entre dos estilos: verso y prosa, que componen un libro en donde el yo poético describe con crudeza las verdades incómodas que muchas familias prefieren barrer bajo la alfombra, así como desafía el arquetipo de la infancia idílica que no pocos aún conservan. Y es que la infancia puede ser eso, un paraíso momentáneo o, en el mayor de los casos por lástima, un infierno o zona minada de la que se puede salir muy herido. Como pocos poemarios, Ciudad del niño ofrece una visión sin edulcorar y sin remilgos de las experiencias de un niño como tantos otros niños y adolescentes sobrevivientes al abandono o abuso por parte de quienes deberían cuidarlos, sean familiares o instituciones públicas, la perspectiva de quienes crecen cargando en la espalda el silencio y teniendo a la rebeldía como mayor opción para subsistir.

En este libro, que podría funcionar como una autobiografía poética, no cesan los recuerdos familiares y emociones personales en una yuxtaposición de historias narradas por un autor omnipresente, en la que se nos enfrenta como lectores a las consecuencias de las conductas de diversos personajes, cada uno con sus desgracias propias y que, al interactuar entre sí, componen una tragedia familiar mayor que gira en torno a la pobreza económica, soledad, culpa y silencios repetidos generacionalmente como los embarazos adolescentes, todo lo que forja en el yo poético una identidad trunca ante la imposibilidad de sentir una pertenencia a algo, incluso a una familia nuclear, lo que es un paisaje más común de lo que solemos creer.

El otro gran personaje del poemario es La Ciudad del Niño, esa institución creada por el gobierno de Chile en 1943 y que por 60 años fue la encargada de acoger a niños y adolescentes en riesgo social y vulnerabilidad o con dificultades dentro de sus familias, un establecimiento que en su momento acogió a 1100 menores, por el que pasaron al menos 2 generaciones de chilenos y en el que los internos e internas, así como encontraron buenos profesionales dedicados a su cuidado y enseñanza (las llamadas tías por ejemplo), también encontraron quienes desde su posición de dominio o poder les hicieron vivir los pasajes más duros que una infancia puede tener, abandono, desatención, violaciones, violencia sistémica e institucional. No por nada el Sename, institución mayor a la que se adscribió la Ciudad del Niño, fue muy criticada la década pasada en Chile cuando se conoció que entre 2005 y 2016 fallecieron, en el conjunto de sus centros de acogida, al menos 1300 niños y niñas. En ese contexto se hicieron adultos una parte de los ciudadanos chilenos de hoy.

Pero, volviendo al poemario, ¿qué palabra me viene, entonces, a la mente tras leer este libro? Coraje. Coraje no sólo para sobrevivir a la abundancia de recuerdos y experiencias, la mayoría no gratos, sino más aún, para hacer de la poesía el medio para enfrentarse a esas memorias (que muchos preferirían no mencionar) reviviendo el dolor que causaron, plantándole cara y exponiéndose para que la poesía drene y, de algún modo, ayude a amortiguar los pesares. Sin duda, la poesía es también una orfandad, pero una que te aloja, que te arropa y te defiende cuando todo está perdido. Como le pasa al huacho o huérfano, la única salida para subsistir es sublevarse ante la mayor amenaza (que no viene desde afuera sino desde dentro) y que es el dejar de creer en uno mismo. La poesía nos hace creer en nosotros, en nuestras capacidades, nos lleva a hacer de nuestros escombros nuestra verdad y fortaleza y desde ahí recrear nuestro existir.

 

El poeta José del Carmen

 

En medio de la orfandad, del pasado arrebatado, de una identidad vacía y violencia generalizada, la poesía es pues un árbol grande, de raíces profundas y seguras al que nos podemos aferrar para enfrentar el huracán que suele ser para muchos la vida.

Nací en una familia tradicional, con carencias, pero constituida. Por ello, este poemario me llevó a ponerme en la piel de quienes no tuvieron o no tienen ese privilegio, desde el plano de la empatía, pero más importante desde un plano en el que todos somos iguales: el artístico, porque ahí nuestra capacidad de sentir es igual. Y José del Carmen con su poesía no sólo logra narrarnos una historia, bien contada por cierto, sino que nos mete en la carne de quien la vivió, creciendo entre espinas, para sentir aquel dolor que poetiza.

No conformarse con la tristeza, asumir el desafío de vivir sin desafíos ni metas al saber que nuestra existencia en realidad no tiene un propósito más que el que nosotros mismos queramos darle, ese podría ser el mensaje esencial de “Ciudad del niño” y de José del Carmen con su poesía y, en el mundo actual, lo encuentro revolucionario. Y cierro con uno de sus versos “Para hacer vida en un orfanato hay que apostar a perdedor” y lo parafraseo: “para escribir poesía que valga la pena hay que apostar a perdedor”.

 

 

 

 

 

*(Santiago de Chile-Chile, 1988). Poeta. Pasó gran parte de su infancia internado en el hogar de menores Ciudad del Niño, institución integrante del Servicio Nacional de Menores (SENAME), organismo central cuestionado de manera permanente a causa de la vulneración de los derechos del niño. Cursó el taller literario en dependencias de Balmaceda Arte joven (2017), del que se publicó Memorias de un pájaro asustado (2010) de Paz Molina junto con quince escritores. Obtuvo el Premio Nacional Pablo de Rokha (2014) y los Juegos Literarios Gabriela Mistral (2011). Ha publicado en poesía Ciudad del niño (2023).

 

 

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