Vallejo & Co. presenta esta interesante entrevista al reconocido narrador y poeta chileno, Alejandro Zambra, quien participará en la Semana Internacional de Las Letras en Español – Benengeli 2023, organizada por el Instituto Cervantes, y que se realizará entre el 12 y el 16 de junio próximo en cinco ciudades (Sidney, Manila, Tokio, Bruselas, Toulouse, Mánchester, Tánger y Los Angeles) de los cinco continentes y que será reproducido por diversos medios de comunicación e instituciones en ciudades como Buenos Aires, Lima, La Paz, Bogotá, Caracas, San Juan de Puerto Rico, San José de Costa Rica, Ciudad de Panamá, Las Palmas de Gran Canaria y Madrid.
Desde Vallejo & Co. los invitamos a participar en tan importante evento.
Por Mario Pera
Crédito de la foto (izq.) www.llegim.ara.cat /
(der.) Benengeli 2023
Chile ha sido más y mejor “narrado” por los poetas que por los narradores.
Entrevista a Alejandro Zambra*
Mario Pera [MP]: Alejandro, quisiera comenzar evocando el origen de tu vocación literaria. ¿Cómo empieza tu vínculo con la literatura? Estudiaste Literatura hispánica en la universidad pero, ¿de dónde surge ese interés? ¿Algún evento en especial en tu niñez o adolescencia; alguna figura familiar o amical que te llevó a descubrir el placer o el hábito de la lectura? ¿Y cómo fue el tránsito, luego, a escribir literatura, pues no todo el que lee decide escribir, al menos profesionalmente?
Alejandro Zambra [AZ]: El personaje central de mi infancia fue mi abuela materna, Josefina. Ella me volvió escritor o me regaló el hábito de escribir. Nunca la vi con un libro en las manos, pero escribía cuentos y poemas y cantaba todo el día. Cuando veo musicales, cosa que no sucede con frecuencia, porque no me gustan, igual asocio a mi abuela esa sensación de canción permanente e inminente. Porque realmente podía lanzarse a cantar en cualquier momento. También era una extraordinaria narradora oral. De repente, en medio de un relato, se acordaba de algún detalle y se echaba a llorar y mi hermana y yo teníamos que consolarla. O le entraban unos ingobernables ataques de risa. Escribía unos poemas muy tristes, su gran trauma era el terremoto de Chillán del 39 en el que había perdido a casi toda su familia, un hermano la había rescatado a ella de entre los escombros. Escribir era sobre todo imitar a mi abuela.
Luego me gustó leer pero como por extensión, era el mismo mundo, lo sentía familiar. Nunca perdí el deseo de juego, pero cuando estaba en los últimos años del colegio y en los primeros de universidad empecé a jugar más en serio, tal vez demasiado en serio, y creo que entonces anduve medio a la deriva. O sea, escribía, participaba, eso siempre me gustó, participar, en el fondo todo tenía que ver con esa dimensión colectiva que iba apareciendo, pero mi relación con la escritura se había vuelto más cerebral, más estratégica, yo la sentía un poco viciada, fallida.
Y luego, como a los veintitrés o veinticuatro, cuando algunos sueños se fueron a la mierda, ahí estaba la escritura de verdad, la escritura como ejercicio, como hábito, como fuente de energía, de alegría, para salvarme. Y me aferré a la literatura y ahí me quedé. Quería que me leyeran los que no leían y eso era muy difícil. Pero de esa dificultad fue saliendo un estilo o algo parecido a un estilo.
[MP]: Muchos lectores te conocen como novelista o ensayista, y no pocos se sorprenden al saber que comenzaste publicando con 23 años, el poemario Bahía inútil, al que luego le siguió otro, Mudanzas, en 2003. Tengo entendido que tras ello no has vuelto al género, al menos de manera formal. Muchos escritores comienzan narrando y luego apelan al género poético, en tu caso es al contrario. Si bien un autor no sabe por qué caminos lo llevará su obra, ¿cómo surge que el primer género en el que te das a conocer en el ámbito literario sea el poético? ¿Quizás, al ser un registro más personal o íntimo, te hacía sentir más cómodo para expresar las primeras cosas que querías decir, lo más urgente para ti por aquel tiempo? Se suele decir que en literatura un autor primero dice “lo que puede” y no “lo que quiere”; eso primigenio que querías decir, ¿sólo podía expresarse en poesía?
[AZ]: Yo era un mal poeta tal vez porque me aprovechaba de la “ilegibilidad” de la poesía; quería hablar sin hablar, simular que decía algo. Era como alguien que asegura que sabe tocar la guitarra para que lo inviten a una banda y no tiene más remedio que faltar a los ensayos mientras aprende un poco, a escondidas, con la pasión intacta y el ánimo hecho pedazos. Siempre fui mejor contando historias que escribiendo versos, pero aspiraba a la poesía. Luego todo cambió, con Mudanza, que es un poema “relatado”, y luego con Bonsái, un libro de poemas que estuve años intentando hasta que me decidí a narrar, más bien, algunas zonas de esa obsesión.
Ahora, la verdad, siento que mis libros siempre los voy traduciendo y parten así, más vinculados a una imagen que a una idea o que a una historia y de a poco voy traduciendo esa imagen hasta que quizás paso de largo y las traduzco demasiado y me sale todo muy narrativo y novelesco.
[MP]: Bahía inútil, es un poemario en el que describes historias breves, casi estampas, trabajadas muy al detalle para que no sobre ninguna palabra. Se vislumbra una voz propia, un observar desde otro ángulo al general pero, también, se entrevé un estilo en estructura, que luego desarrollas más claramente en Mudanzas, donde las historias se entrelazan y el estilo, además, adquiere una nueva característica, la aliteración, que algunos describen para tu obra como un “lenguaje circular” muy propio. Un estilo de poema narrativo sobre situaciones: la espera, una despedida, el silencio; o espacios: un viaje, la penumbra, etc. Lo más difícil para un poeta es lograr su estilo, entre el mar de influencias y estilos exitosos del ambiente poético chileno, ¿cómo lograste ver o intuir tu estilo? Sobre todo, captarlo desde tu inicio. ¿El peso de la tradición poética de tu país no te intimidó o, por el contrario, te alentó a desmarcarte?
[AZ]: Ahora, todo eso del peso literario de la tradición: puede que haya una edad en que importe, pero si la angustia de las influencias dura demasiado y te provoca alguna clase de sufrimiento, yo la llamaría simplemente angustia y la enfrentaría con terapia y medicamentos.
Realmente no me creo esas trayectorias tan estratégicas, tan competitivas, tan titanes del ring. Eso ya pasó hace décadas, si es que alguna vez de verdad existió. Quizás nunca existió y fueron más bien maneras que tenían los poetas de hacerse notar. Escribes porque no puedes evitarlo y ya está. Porque buscas algo. Y cómo va a desalentarte que haya una tradición de gente rara que se dedicó a escribir poemas: al contrario, te hace sentir acompañado y menos raro. Claro, quizás justamente por eso el deseo literario estaba, en mi caso, más ligado a la poesía que a la narrativa. Igual, nunca he dejado de escribir poesía, no te creas. Y no las separo tanto, la verdad. Chile ha sido más y mejor “narrado” por los poetas que por los narradores, pero tampoco creo que se trate de mundos diferentes o antagónicos. Por suerte hoy son cada vez más naturales los saltos de la poesía a la prosa y viceversa, ni siquiera suenan ya noticiosos, son más como cambios de ritmo o de instrumentos o de estilo.
En Poeta chileno, sin embargo, predominan los poetas-que-no-leen-novelas y que las desprecian, cuyo padre putativo es el Chico Molina, autor de esa frase tan arrogante que siempre me hace tanta gracia: “la novela es la poesía de los tontos”. Los personajes de mi novela se alinearían con Molina y por lo tanto no perderían el tiempo leyendo novelas como la mía, lo que de algún modo extraño me entristece un poco.
[MP]: Entras a la narrativa con la novela Bonsái, 2006, al que le siguen dos novelas más con las que conformas una exitosa trilogía. En esta fase de tu narrativa, el estudiante de literatura es el protagonista, una autorreferencia en parte desde la memoria de la violencia vivida por la dictadura en tu país. Creciste en medio de esa violencia, siendo consciente o no, habiéndola vivido de modo directo o no, estuvo a tu alrededor y en la mente de un niño se mezcla, como en tus novelas, realidad y ficción. ¿Hasta qué punto consideras que es necesario, si es que lo haces, que la ficción se nutra de la realidad? La escritura y la literatura son refugio, también ante la violencia sistémica del Estado o de la sociedad. ¿Crees que te fue y es más fácil escribir de lo personal, de lo biográfico, acercándote a la memoria o recuerdos desde la ficción o teniéndola como herramienta?
[AZ]: Bueno, hubo un tiempo en que me resultaba verdaderamente muy fácil no escribir. Y después no escribir comenzó a parecerme considerablemente difícil. Eso es todo. Pero si entiendo el espíritu de tu pregunta, o lo adapto un poquitito, diría más bien que había, entre nosotros, es decir, entre la gente de mi edad, una parálisis que a menudo se expresaba en que incluso cuando escribíamos buscábamos la amable elipsis de la tercera persona. O una tercera persona “pura”, si cabe, decimonónica. Y que a la altura quizás no de los veinte sino de los veinticinco algo explotó y esa primera persona que había sido tan reacia se repartió coralmente. Y apareció un nosotros abigarrado, emitido por varios yoes simultáneamente, pero no sincronizado, no tan afinado, no tan deliberado.
[MP]: En relación a lo anterior, parte de tu narrativa ocupa como elemento la violencia de la dictadura pinochetista. Es difícil adivinar pero, ¿crees que tu obra narrativa hubiese sido más ficcional si no hubieses crecido en ese contexto?
[AZ]: Quién sabe. Tampoco sé bien a qué te refieres con “más ficcional”. O lo entiendo, pero poco. La infancia siempre es ficción y siempre es también, de algún modo, una dictadura de los padres. En el caso nuestro era una dictadura dentro de la dictadura. Y era muy difícil desasociar la autoridad del padre de la autoridad del dictador. Justo a mí me interesaba hablar de la dictadura porque no podía distinguirla de la infancia. Sucedieron a la vez, y en la memoria están entremezcladas, una parece que está ligada a lo personal y la otra a lo colectivo, pero lo personal y lo colectivo están en constante tensión, sobre todo al intentar un relato retrospectivo preciso. La infancia siempre aparece como ficción porque no la recuerdas bien y porque tus recuerdos están intervenidos por documentos que otros, generalmente tus padres, interpretaron para ti.
*(Santiago de Chile-Chile, 1975). Poeta, narrador y ensayista. Licenciado en Literatura hispánica por la Universidad de Chile, con posgrado en Filología hispánica por el Instituto de la Lengua Española (España) y doctor en Literatura por la Universidad Católica (Chile). Se desempeñó como docente en la Facultad de Comunicación y Letras en la Universidad Diego Portales (Chile) y, a la par, junto con Andrés Anwandter fue coeditor de la revista Humo; y la revista Dossier junto con Andrea Insunza. También se desempeñó como crítico en diversos periódicos, en el suplemento literario “Babelia” de El País, así como la revista Turia o Letras Libres. Obtuvo el Premio de la Crítica a la mejor novela (2007), el Premio Altazor (2012), el Premio de la Crítica a la mejor novela de (2020), el Premio Academia (2021), entre otros. Ha publicado en poesía Bahía inútil (1998) y Mudanza (2003); en novela Bonsái (2006), La vida privada de los árboles (2007), Formas de volver a casa (2011), Facsímil (2014), Poeta chileno (2020) y Literatura infantil (2023); en cuento Mis documentos (2013) y Fantasía (2016); en ensayo No leer (2010) y Tema libre (2018); en guion Vida de familia (2016) y La hierba de los caminos (2018); y en narrativa infantil Mi opinión sobre las ardillas (2022).