Por: Juan Manuel Roca
Crédito de las fotos: www.ecartelera.com
Charlot encuentra al Fürher en el espejo
mientras filma El Gran Dictador
Aunque no es lo mismo la sombra de mi bigote recortado de vagabundo que la mosca posada sobre el labio del criminal, al paso rápido de un diario de Berlín o de Nueva York podrían confundirnos. Fue el pequeño bigote el que me decidió, al momento de hacer el humilde papel de barbero judío, a trocarlo por el rol del gran asesino. El filme me obligó a salir de mi mudez en la pantalla: “La avaricia ha envenenado el alma de los hombres, ha levantado en el mundo barricadas de odio”. “Lo siento. No quiero ser emperador. No es lo mío. No quiero gobernar o conquistar a nadie”… Mientras ensayo en la tras-escena, el oscuro pintor de brocha gorda, el espantajo sonámbulo, planea invadir a Rusia con sus logias de llanto. Yo lo veo en el espejo del camerino a punto de regar por la Europa crispada y ruinosa, por la pérfida madrastra, la sombra de la gran podredumbre.
Veo el estentóreo paso de ganso de la muerte, a los soldados adiestrados por el imperativo mandato del olvido, batallones de muertos haciendo su lamentable simulacro. Oigo disparos en la noche emboscada en pleno día, la voz del miedo y el odio que trabaja levantando presidios, oigo la voz de la obediencia regando su sembrado de muertos. Llevo unas horas enfundado en el traje del gran dictador y me fatiga calzar su máscara de macabra opereta. Si todo fuera tan fácil como cubrir el espejo con mi estrujado saco de vagabundo, si lo fuera como poner la palabra fin en el guión de una película…