César Moro era un príncipe en la poesía y en la vida

 

Vallejo & Co. presenta un recuerdo al poeta peruano César Moro en las voces de la argentina Olga Orozco, el francés Paul Eluard, Mario Vargas Llosa, entre otros, al cumplirse los 65 años de su desaparición física. Esta nota fue publicada, originalmente, en el diario La República.

 

 

Por John Martínez Gonzales*

Crédito de la foto www.teatenerife.es

 

 

 

César Moro era un príncipe

en la poesía y en la vida

 

 

César Moro**, seudónimo de Alfredo Quispez-Asín (Lima-Perú, 19 de agosto 1903 – 10 de enero 1956), a quien ya no se le incluye en los libros de Literatura Peruana, es uno de los poetas más importantes de nuestra historia y eso la “educación oficial” no lo detiene. Los primeros 50 años, tras su muerte, su obra se difundió de manera casi subterránea pero el nuevo milenio le ha traído una reivindicación editorial merecida. Ahora podemos acceder a su poesía y conocer otros detalles de su vida como su influencia en algunos autores famosos, muchos de los cuales dejarían importantes testimonios sobre el poeta peruano.

 

El Poeta César Moro.
París, 1926.

 

Algunos recuerdos

Al comienzo de la década del veinte del siglo pasado, cuando decide viajar a Europa, en Perú era más conocido como artista plástico. Instalado en Paris entabla contacto con el grupo surrealista liderado por André Breton. Inmediatamente su actitud congenia con el Nuevo Espíritu del que tanto hablaban los surrealistas. Comienza a escribir poesía en francés y comparte sus textos con otros poetas. En una carta Paul Eluard nos narra el momento:

Mi querido Moro, estas líneas solo para manifestarle con qué placer estoy leyendo sus admirables poemas, del primer cuaderno que usted me ha confiado –Breton se ha quedado con el otro– son la poesía lo que me gusta por encima de todo, sus versos siempre sorprendentes, pocas cosas son las que pueden unirme tanto con lo que conservo de mi juventud. Me daría la mayor alegría que en caso de tenerlos, me mandara más.

 

Su amigo y albacea literario André Coyné ha contado que, entre las cosas de Moro, encontró cartas de varios poetas y pintores surrealistas. Su paso por el movimiento ―en el esplendor del mismo— no fue un momento pasajero. Muchas de esas amistades las conservaría hasta el fin de su vida.

Luego de unos años, en 1934, Moro vuelve al Perú, donde rápidamente entabla amistad con Emilio Adolfo Westphalen. Al año siguiente organiza lo que sería la primera exposición surrealista en esta parte del mundo. Por esos días tiene una discusión con el chileno Vicente Huidobro, a quien Moro acusa de ser un reciclador de la poesía de Pierre Reverdy y del cine de Luis Buñuel. Tras publicar un boletín a contra el fascismo que se apoderaba de España, la policía entra a su casa confiscando los ejemplares que allí encuentra. Entonces decide viajar a México. La segunda Guerra Mundial se avecinaba y sus amigos europeos viajaban también, allí se reúne con ellos, conoce a nuevos amigos y encuentra el amor. Pese a que la poesía de Moro fue escrita en su mayor parte en francés, en la capital mexicana escribe La Tortuga Ecuestre íntegramente en castellano, quizá para que Antonio —el amor de su vida— pudiera leer esos textos. Pasaría una década en México, saldría de ese país con el corazón roto, peleado con su amigo Breton, con un baúl lleno de pinturas que nunca llegaría al Callao y con los rezagos de una extraña enfermedad que lo aquejó durante algún tiempo.

 

(De izq. a der.) Cesar Moro, Frida Kahlo, Jaqueline Lamba, Andre Bretón, Lupe Marin, Diego Rivera y Lola Álvarez Bravo (México, 24 o 25 de abril de 1938)

 

En Lima, decide vivir en Barranco, en una casita que da hacia el mar. Trabajaba —para ganarse la vida— dictando clases de francés. El testimonio del Premio Nobel, Mario Vargas Llosa, es memorable:

Recuerdo imprecisamente a César Moro, lo veo, entre nieblas dictando sus clases en el colegio Leoncio Prado, (…) Alguien había corrido el rumor de que era homosexual y poeta: eso levantó a su alrededor una curiosidad maligna y un odio, agresivo que lo asediaba sin descanso desde que atravesaba la puerta del colegio. Acosado por una lluvia de invectivas, carcajadas insolentes, bromas monstruosas, desarrollaba sus explicaciones y trazaba cuadros sinópticos en la pizarra, sin detenerse un momento, como si, junto al desaforado auditorio que formaban los cadetes, hubiera otro, invisible y atento.

 

Su vida en Lima, pasaba casi desapercibida. Pero la poesía siempre tiende puentes invisibles. Por esa época comenzaban a visitarlo algunos poetas jóvenes y comienza su amistad con la narradora Carlota Carvallo de Núñez, con quien compartiría las rutinas del diarias como ir al mercado o conversar en la plaza. Además, vendrían a verlo unos jóvenes poetas argentinos. El primero fue Enrique Molina, quien coincidió con Moro en la pasión por la poesía. Se volvieron amigos y ese lazo se prolongaría hasta el fin. En un poema titulado “No hay sombras allí”, el argentino hace un despliegue de su alucinante memoria:

César Moro en su atmósfera carnívora de las constelaciones/ de otro cielo de aorta confundida con las algas/ al pie de su gran dolmen de la luna peruana/ el suyo/ un grito de adiós/ el salvaje testimonio de una aventura de los absolutos.

 

Pero Molina no había llegado solo, la joven poeta Olga Orozco vino con él y aunque ella casi no salió de su cuarto en la azotea de un edificio del centro de la ciudad, tuvo tiempo de conocer a Moro, lo había leído y admiraba su poesía. En una entrevista realizada por el poeta y periodista Antonio Requeni, cuando este le pregunta quiénes eran los poetas que la habían impresionado, Orozco comenzaría nombrando al poeta peruano: “Moro era un príncipe en la poesía y en la vida”, sentenció. Sobre este tiempo, la poeta Raquel Jodorowsky (Chile, 1927 – Perú, 2011), confirmó la visita de Orozco y nos contó que le ayudó durante días “era una chiquilla y Enrique se desapareció con Moro, al final la tuvimos que ayudar a volver a su país”. Impresionante que pese al contexto la argentina haya reconocido el linaje del peruano.

 

 

Los adioses

Los últimos años Moro la pasó escribiendo y pintando en una ciudad cada vez más lejana para él, y aunque en vida nunca se reconcilió con André Breton, cuando en enero de 1956 Moro fallecía, Breton le rendiría homenaje en su revista Le Surréalisme Même, publicando un dibujo y un texto titulado “Notre ami César Moro”. Dice el francés sobre el peruano:

Nuestro amigo César Moro que acaba de morir en Lima, fue parte del movimiento Surrealista y publicó tres libros de poemas. Editó en Lima, antes de la última guerra, una revista, El uso de la palabra que propagaba el pensamiento surrealista en América del Sur. Publicando el dibujo que nos envía su amigo Luis Gayoso (siendo la tortuga el “animal” totémico de Moro) nos sumamos al homenaje que él le otorga.

 

 

 

 

 

*(Lima-Perú, 1981). Poeta, editor y gestor cultural. Dirige el sello editorial Hanan Harawi Ed. Ha publicado en poesía Collage de viaje (2009 y 2013), Doblando (2010 y 2014), El Elegido (2011) y Campanas bajo el mar (2019). Además, ha realizado los video-poemas Extremedidades/Raíces y Cuerpo tallado a Verbos.

 

 

 

**(Lima-Perú, 1903 – Lima-Perú, 1956). Su nombre original fue Alfredo Quíspez-Asín Mas. Poeta y artista plástico. Escribió gran parte de su obra en francés y fue miembro del movimiento surrealista francés. Residió por una temporada en París y en México. Coorganizó, junto con el Poeta Emilio A. Westphalen la primera exposición surrealista de Latinoamérica en 1935 en Lima. En 1940, coorganiza con el pintor Wolfgang Paalen y André Bretón la Cuarta Exposición Internacional del Surrealismo en México. Publicó en poesía Cartas (1939), Lettre d’amour (1939), El castillo de Grisú (1941), L’homme du paradisier et autres textes (1944), Trafalgar Square (1954), Amour à mort (1955) y La tortuga ecuestre (escrito en 1938 pero publicada en 1957, póstumo).

 

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