Cercado cuerpo iluminado:
Textura del lenguaje poético en Rafael-José Díaz*
Por: Iván Méndez González
Crédito de la foto: Izq. © Rafael-José Díaz
der. www.lagarua.net
Pasa algo inexplicable del todo en el lenguaje habitado de un poeta cercado por un espacio insular. Al descubrir la textura de la luz, se anhela encontrar la palabra precisa, cortante, como un cuerpo atravesando el ámbito del poema.
Rafael-José Díaz no podía menos que abandonarse al asombro cotidiano de nombrar el cuerpo iluminado en el poema, paisaje erotizado donde la palabra busca un nuevo hábitat, vislumbrar los límites de lo decible. Procura cercar el sentido y sonríe al ver cómo se escapa nuevamente. El lenguaje, el cuerpo, la luz. Los iguala que sean todos inasibles. Dejarse cautivar, preservar la mirada bajo el párpado.
El poeta construye una ficción de la voz lírica a partir de ciertos recursos e imágenes: cuerpo y luz enfrentados a la experiencia del lenguaje, a una radical exposición al mundo. Esta presencia del yo poético corre pareja con una mostración esencial del ser en el poema, que se suele edificar a partir de los elementos que la propia experiencia vital le proporciona. Para ello, ubica su “canto en el umbral” de forma deliberada, para ver menos y sentir más.
Todos anhelamos un viraje, un regreso al hogar, una quietud de la incertidumbre, ponerle un cerco a la llama de la significación a la deriva, que es el poema. Acerca de la necesidad de la construcción ficcional de un personaje lírico, un espacio y un tiempo, creo que Díaz logra como pocos en la poesía española reciente mostrarnos que sus versos están con-formando un hábitat lirico.
Lo que hace que un poema forme parte de una experiencia compartida es que el lector es incluido en el mundo delimitado, como si alguien no necesariamente identificable nos llamara “desde la primera nieve”. El espacio lírico resulta edificado con un paradigma de entendimiento alternativo, pero no inverosímil ni imposible, que lo convierte en un mundo simbólico asumible, pues el protagonista ?muchas veces se confunde con el poeta, de una manera más o menos inevitable? “se desnuda” para convencer al lector de la semejanza referencial en el mundo de las emociones compartidas en el poema. El poema, la “morada del insomne”.
Parece preguntarse el poeta a lo largo de su obra: y si todo fuera esperar el eclipse detrás del nombre.
Selección de poemas
La crepitación. Poesía reunida (1991-2006) (2012)
IV.
CUERPO FÓSIL, durmiente
en la lava invisible de los tiempos.
despierta, el sol te toca.
El sol
vuelve a quemar el aire
que guardan tus pulmones, el sudor
petrificado entre tus poros,
el semen que conservan
tus resecos testículos, las luz fosilizada
de tus ojos.
Despierta, el sol
esparce sus semillas por tu piel.
V. LA CREPITACIÓN
Una letra que desconozco crepita en la boca de mi hermano muerto. Quién ha hecho de tu cuerpo una hoguera. Descendí a tus labios para ver de cerca las llamas, para leer la letra que se escapó del libro y conoció la faz de los mundos. Ahora es ceniza de tu boca. Ahora es el pájaro que está detrás de tu muerte. Desde aquí oigo las voces apagadas del fuego, las alas que retumban en el aire vacío. Tu cuerpo extendido como un libro sin páginas. Los restos de la hoguera. ¿He de beber del río de cenizas que pasa por tu boca?
De Detrás de tu nombre [1991-1994]
EL UMBRAL
IX
La danza de un cuerpo vacío en el umbral. Giran las manos, ligeras, para las circunvoluciones de la muerte. Gravitan las baldosas alrededor de la ausencia, en el espacio ilimitado que se repliega y consume en un punto de oscura ignición. No hay sombra del cuerpo danzante en el umbral. No hay casa ni mundo más allá del umbral. Un cuerpo danza vacío. Sin sombra. Sin cuerpo. Para la muerte. En el umbral.
PARA LA SED DE UN DIOS
El mediodía de verano.
Las islas,
deriva de los mundos.
Un templo
en la colina soleada.
Las huellas, una mano suplicante
junto al ara, columnas
de sacra levedad.
Pasos
por caminos que ascienden desde el agua.
Allá, la reconciliación
de sed y sol: el centelleo.
Y el abrazo sagrado de los cuerpos,
sin verse, enlazados los dedos
sobre la piedra, o en el aire, o en la arena
que contiene un fragmento de la muerte.
Y el fuego, al fin,
en el centro del fuego de la hora
incendiada, en el centro
de un ara, al mediodía,
blanco como la médula del fuego,
el templo, sobre el rostro de los mundos,
las aguas,
todo,
hasta esta espuma,
para la sed de un dios.
De El canto en el umbral [1994-1995]
II
Nada
detiene la llegada de las hojas
desde el vacío.
Rumor de ramas enlazadas,
ya en lo oscuro,
como un cuerpo de luz que tocara los bordes.
IV
Las manos alongadas
podrían tocar las copas de los árboles
que se agitan cuando un pájaro pasa
a su través.
VIII
Había, hubo
un palomar: repisas contra un muro
donde cada paloma descansaba
de un vuelo imaginado tan solo
por los ojos del niño
que escuchaba el zureo, cada día,
y alimentaba con sus manos
los picos hambrientos.
XIII
Pero el pico de un pájaro toca aún nuestra mano,
la misma que pasa las páginas de un libro
sin principio ni fin.
Cada dedo
conserva hasta la muerte la memoria del roce.
De La azotea – Réquiem [1996]
CANCIÓN DE LA TIERRA
… und das Aug entflieht
Verlangen nach den Reizen der Erde mir
Hölderlin. Der Neckar
III
Ramas contra los rostros, el azote
del viento o de la sed,
mientras giraba
la paz nupcial del aire en lo más alto.
Tan solo las palabras pronunciadas
protegían los cuerpos.
Había nevado.
Tierra ya sin nombres,
renacidos arbustos en la herida
de lo indistinto, en la avidez
oscura de la nieve.
Seguimos
un camino invisible, dibujado
por el deseo de los ojos
sobre la tierra blanca.
Se hundían nuestros pies.
Dejaban huellas
en la memoria de otras huellas.
Nos detuvimos.
Sellado, el cielo.
Una voz nos cegó,
la mirada del tránsito, que ardía
en los seres ausentes.
Supimos
que la nieve era la carne de la luz,
luz abismada
en el tormento de la carne.
A lo lejos, de pronto,
cruzó al ras luminoso de la tierra,
en el borde de lo todo lo visible,
una raposa. ¿Huía
del espacio? Su cola
parecía ser signo de otra luz,
o de la luz antigua recobrada.
Signo
del ser sobre el silencio de la tierra.
LLAMADA EN LA PRIMERA NIEVE
Primera nieve
sobre la tierra abierta como una ánfora.
Mírala descender,
mira las briznas blancas,
las escalas tejidas en lo oscuro,
las cuerdas que unos dedos delicados
pulsan para el silencio.
Podríamos salir, ahora, y nuestros cuerpos
sabrían de un ropaje
ligero para el viaje de la noche,
acaso ningún rastro
dejarían los pies sobre la nieve,
ningún signo
para un regreso al día y a la casa.
Ánfora sin fondo, la tierra,
para la nieve inagotable.
Ven, apoya tu rostro
en la ventana, aquí, junto a mi rostro,
mientras afuera la ventisca
borra las huellas de unos pasos
en la nieve.
Acércate, mi rostro te ha llamado
desde otro silencio,
pues solo en esta casa, junto al fuego
que nace entre los rostros, y los suelda,
solo en la unidad
de las manos que tiemblan como llama,
solo por las bocas
que son un solo rostro en el cristal,
podríamos salir
a la noche infinita de los cuerpos,
a la nieve
que brilla para la única mirada.
De Llamada en la primera nieve [1996-1998]
I. LLAMADA DE LA OTRA LUZ
ÉL, INSTANTE
Hace un instante
dibujé sobre un rostro
los signos del amor.
Lamí sus párpados
como si preguntara a los ojos secretos
la verdad de ese instante.
Las mejillas brillaban
poseídas e intactas como nidos
del dolor, de la dicha.
Los dedos sobre el labio estremecido
tocaron la palabra
que la voz no conoce.
Hace un instante
el rostro del amor
dijo el centro del tiempo.
IV. LOS OJOS DE LA LUZ
UNA VENTANA
Ardía la ventana en la memoria
de una luz sobre un rostro.
Luz, extravío
del tiempo, custodia
de rostros frente al sol de la mañana.
Cada surco, cada inscripción
del tiempo en la luz única
se refleja en el rostro sin memoria
que engendraran el fuego, la brisa, la mañana.
De Los párpados cautivos [1998-2000]
CENIZA
Ahora que has muerto,
tus palabras
morderán tu ceniza,
pasarán sobre ella como un soplo
o el anuncio de un nuevo
latido.
Tu boca es ahora un sol
enterrado en la noche.
Ya posees
el secreto de la luz,
lo que buscaste en los cuerpos
amados del día y de la noche
es ahora tu reino, tu latido, tu órbita:
la anhelante impresencia.
(En la muerte de José Ángel Valente)
ÚLTIMA MORADA
La luz crujía como si quisiera
rasgarse, engullir sombra o espesarse,
y era sólo el sonido de su vientre
que empezaba a entreabrirse para acoger mi cuerpo.
De Moradas del insomne [2000-2003]
IV
DESPIERTO. UN sol de pus
sobre los ojos que se esconden tras los párpados
igual que el cuerpo entre las sábanas.
Si pudiera no ver,
atravesar dormido en esta barca inmóvil
la luz, la pus, la muerte hasta los brazos
del principio.
Pero he abierto los ojos
y ya la claridad
muerde mi sueño.
V
LA LUZ
¿La luz? Está muy lejos,
perdida en el pasado, entre unos árboles,
o en castillos de arena en una playa,
como el pez abisal que nunca has visto.
De Antes del eclipse [2003-2005]
UNA ANCIANA HUIDIZA
o casi sorda o autista
o trastornada por la alianza
tiránica de riscos y montañas
apenas si contesta a mi pregunta
frente a la casa en que nació el poeta
en Vallehermoso,
la casa abandonada, sin techumbre,
herida de intemperie
como toda palabra
dicha para nadie,
fugada
transparencia.
LENGUA FRONTERIZA
de sí misma,
desuncida
de cualquier espejismo,
como el ave nocturna que atraviesa
el bosque de Garajonay
sin tropezar con uno solo
de los troncos que casi
parecen abrazarse contra el frío
o el espanto.
De Una ruta de junio [2006]
*Rafael-José Díaz. Santa Cruz de Tenerife en 1971. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de La Laguna. Fue lector de español en la Universidad de Jena y en la Universidad de Leipzig. Dirigió entre 1993 y 1994 la revista Paradiso. Como poeta ha publicado: El canto en el umbral (1997), Llamada en la primera nieve (2000), Los párpados cautivos (2003) ?Premio Tomás Morales de poesía 2002?, Moradas del insomne (2005), Antes del eclipse (2007) y Detrás de tu nombre (2009), Premio Pedro García Cabrera de poesía 2007. En 2012 reunió toda su poesía en un volumen titulado La crepitación. Poesía 1991-2006.
Ha publicado entregas de su diario, entre las que cabe destacar La nieve, los sepulcros (2005), y traducciones de Arthur Schopenhauer, Hermann Broch, Philippe Jaccottet, Gustave Roud, Pierre Klossowski, Jacques Ancet, Fabio Pusterla, Ramón Xirau y William Cliff. Como ensayista, ha reunido en Rutas y rituales una selección de sus ensayos escritos entre 1993 y 2003. Y, como narrador, ha publicado un primer libro de relatos, Algunas de mis tumbas, dos libros de prosas titulados, respectivamente, Insolaciones, nubes y Disolución; y, ya en 2014, su primera novela, El interior del párpado. Mantiene desde hace más de cuatro años el blog ‘Travesías’ (www.rafaeljosediaz.blogspot.com), en el que va publicando apuntes, relatos, poemas y textos misceláneos. Actualmente es profesor en el I.E.S. Pintor Antonio López de Madrid.