La entrevista que ahora reproducimos fue realizada por su autor, Víctor Vimos, en setiembre del año pasado en el diario ecuatoriano El Telégrafo, con motivo del homenaje que el poeta Carlos G. Belli recibió en Madrid-España por su obra literaria.
Por: Víctor Vimos*
Crédito de la foto: www.vueltaprohibida.com
Casus Belli: entrevista a Carlos Germán Belli
En un reciente homenaje recibido en Madrid, el poeta peruano Carlos Germán Belli (Lima, 1927), recordó su mala memoria. Lo hizo de un modo especial: “nuestro amigo Vargas Llosa recitó de memoria dos poemas míos, yo nunca he logrado recordar siquiera uno”. Me cuenta el episodio sentado en uno de los sillones de su sala. Cercano a los 90 años, Belli no necesita de la memoria para regresar la vista a lo que ha sido su trabajo poético y extraer, como quien despluma a un ave de oro, algunas de sus reflexiones. Se trata de uno de los poetas más notables del castellano, dueño de una poesía que hurga entre el Siglo de Oro y el constante reto de la novedad.
Su trabajo, sostenido en decenas de libros, evidencia que Belli es un hombre en constante cuestionamiento. Como parte de la Generación del 50 —en la que figuran, entre otros, Eielson, Varela, Sologuren—, él aparece como una figura referencial en la poesía escrita por peruanos, y una de sus voces más particulares.
Entrevista
Su primera publicación, Poemas (1958), aparece cuando usted superaba los 30 años de edad, tardío para un poeta de su generación. ¿Esperaba que algo le indicara que sus poemas estaban listos para aparecer o, como dice Valery, fue apenas una interrupción en medio de un trabajo ya iniciado?
La demora no fue por corregirlos, sino por mi duda de si seguir adelante en el quehacer literario. Mis padres tenían la preocupación de que yo asumiera la poesía de modo tan radical como la expresaba. Esa vacilación frente a mi destino, a mi destino como persona, marcó mi demora. Bueno, la demora se tradujo en un manojo de poemas. Claro, en esta vacilación existencial destruí muchos textos pero quedaron algunos y los reuní en el año 58 cuando murió mi madre. Mi padre ya había muerto diez años atrás. Así salió mi primer libro. Creo que ahí habían ya dos corrientes: la preocupación por las formas clásicas, algunos poemas de métrica clásica y, por otro lado, la vanguardia, el espíritu moderno. Me casé y comencé a llevar una vida ordenada. Cada dos o tres años publicaba nuevos cuadernillos. Y así me he mantenido.
¿Qué hay en la vanguardia poética que llama su atención desde entonces?
Lo que me impulsó a preocuparme por la vanguardia, por los ismos del siglo XX, ha sido mi preocupación por los movimientos literarios, antiguos o modernos. Vi en la vanguardia de nuestra época una renovación total del quehacer literario poético. Una búsqueda de nuevas formas que me interesó mucho. El surrealismo en particular, por su celebración del amor, de la vida, de la página en blanco, esa preocupación por el automatismo, y ahí me quedé anclado. No. No. Miento. No me quedé anclado en el surrealismo. Me preocupó otro ismo posterior: el letrismo. La exaltación de la forma, del aspecto fonético del poema. Ahí si me quedé en realidad, me pareció que era un callejón sin salida seguir buscando otras formas. Y desde ahí retrocedí al Siglo de Oro español para fortalecerme literariamente.
En el primer Manifiesto Surrealista, Breton apunta un énfasis especial a la imaginación como herramienta de búsqueda creativa. ¿Qué le aporta a un poema la imaginación?
Creo que lleva al poeta a un terreno insospechado. Son las imágenes, la fantasía desencadenante, todo un territorio inédito que el poeta asimila para su escritura. El sueño, más allá de las formas clásicas, es un nuevo camino, una nueva perspectiva.
¿Ese terreno insospechado puede ser iluminado, de alguna forma, por la intuición?
Creo que la intuición arranca del inconsciente del poeta. Lo lleva a terrenos inéditos. Creo que es un camino fundamental el de la intuición; tener los sentidos afinados en busca de lo insospechado.
¿Eso implica tener atención sobre la originalidad de la poesía?
Sí sí sí. En mi caso personal, he buscado las formas clásicas de la gran tradición poética nuestra, siglos XV, XVI y XVII, y pese a eso hay, inconscientemente, una búsqueda de lo original. De no hacerlo hubiera sido un poeta decimonónico por cultivar obsesivamente el endecasílabo, el heptasílabo o las formas estróficas antiguas. Felizmente tuve esa devoción por lo nuevo también.
¿Cómo ha sorteado esa posibilidad, siempre abierta, de no detenerse en lo decimonónico?
He tenido la suerte de no haber practicado la rima. No sé. Tengo poemas rimados pero es la minoría. Este desapego por la rima me ha llevado a tener cierto aire moderno y a eso he unido los textos automáticos que he escrito de acuerdo con los postulados surrealistas. Han sido esos textos, me parece, fuente de nuevos poemas de corte moderno.
Si bien la rima ha estado ausente, como dice, no ha ocurrido lo mismo con la música, una presencia constante en sus trabajos. ¿Cuál ha sido su relación con ella?
Mi relación con la música como género artístico es curiosa. En mi casa ha estado presente más bien la pintura a través de mi padre. Él era un pintor de fines de semana. Pero la música no la hemos cultivado. Sin embargo, se me presenta a través de los juegos fonéticos. Mi preocupación por la forma fonética del poema ha sido constante. Creo que la poesía moderna, siglo XX, más parece prosa. Estoy dando un juicio. La preocupación por lo fonético, en mi caso, aleja la posibilidad de que mis poemas sean prosa como en muchos casos ocurre ahora. Poemas libres, sin métrica, sin preocupación por la forma. Da la impresión de que fueran textos en prosa.
Mucha poesía que se escribe actualmente no está ligada a ese cultivo de las formas clásicas. ¿Qué le aporta a su trabajo lo aprendido del Siglo de Oro?
A Dios gracias lo que me ha dado, creo yo, es el cultivo de la forma en la que se inserta mi devoción por lo nuevo. Sin darme cuenta, sin proponérmelo de un modo deliberado, he unido la tradición y la modernidad. Pero sin ningún programa específico, sino de modo espontáneo, intuitivo.
¿Por qué cree que exista este mayor apego a lo prosaico en la poesía actual?
Creo que después del simbolismo, la vanguardia, el dadá y el surrealismo, aparece un impulso que nos llevan a un callejón sin salida, a una demolición del arte y a una ruptura total con respecto al lector. Creo que hay que volver a la tradición. También cultivar lo moderno, lo último, pero sin olvidar el legado que nos han dejado los poetas anteriores a nosotros.
Usted también ha escrito prosa.
Curiosamente, fíjese. Yo me he descuidado de tener una consciencia respecto a la prosa. Sin embargo, toda mi vida he pasado ligado a ella, a través de mi quehacer periodístico, propanelucrando como pan de vida. No la tenía en cuenta pero es la mitad de mi ser. ¿Cómo he llegado a esa conclusión? Precisamente en estos días ha salido un libro, bastante grueso, de mi prosa periodística, crónicas de viaje, y me he dado cuenta de eso. Como si la prosa hubiera ido creciendo en secreto.
Martín Adán, uno de los poetas a los que usted se ha confesado cercano, proponía en una entrevista que el destino de poeta no se elige, sino que se padece. ¿Ha sido un padecimiento su camino de poeta?
De acuerdo con mi experiencia, me parece que la decisión de ser poeta ha sido espontánea, no una elección voluntaria, sino como una cosa que está ahí, enfrente y que surge de repente. La necesidad de expresar, de revelar el reino interior. Eso no es una elección evidentemente.
¿Pero sí implica una labor de resistencia?
De resistencia secreta, interna. Organizarse en el día a día. Una estrategia vital consciente. A la luz de lo que yo he vivido, me organicé, no sé cómo, pero he trabajado en dos lugares a la vez: El Senado, el periódico. Sin embargo, leía con mucha frecuencia y escribía dentro de lo posible. Seguramente eso de acuerdo con una estrategia deliberada, espontánea, natural.
Emilio Adolfo Westphalen, otro de sus poetas cercanos, recordaba que para escribir poesía se debe vivir en poesía. ¿Usted vive en poesía?
¿Vivo en poesía? Yo creo que sí. Me parece que sí. Ahora no con la intensidad que tenía en mi época juvenil, escribo menos evidentemente. Esa intensidad que había en la juventud estaba también porque uno se enamoraba con frecuencia, vivíamos en alas del amor y eso era un estímulo para la escritura. Ahora, a mi edad, ya no hay eso. Solamente el amor a secas, el de la familia.
Ahora que los ha mencionado, Westphalen y Adán son los poetas que yo admiro, después de Vallejo y Eguren. Y recién me he dado cuenta que he recogido el legado de ellos y lo he reunido en mi expresión poética personal. Tengo la tradición antigua de Martín Adán y la devoción por lo moderno de Westphalen. Me siento orgulloso de unir algunas voces en la mía.
El recuerdo de su vida nombra a un hombre en relativo orden: trabajos estables, familia amplia, como si la búsqueda no hubiera sido de extremos exteriores, sino de abismos interiores. ¿Qué relación traza entre ese orden vital y su poesía?
En mi respuesta, no pensando en el reino interior que para mí era fundamental, pienso en otro ámbito: la presencia de mi hermano Alfonso, mi hermano paralítico de nacimiento. Su presencia para mí ha sido un factor decisivo en la vida, en esa vida ordenada, porque por un lado yo quería escribir, quería abrirme campo en la lucha por la vida, y tenía también mi preocupación por velar por mi hermano. O sea que a Alfonso le debo yo una suerte como poeta. Él me ha ayudado a ordenar mi vida. La presencia de mi hermano enfermo, paradójicamente.
Mi relación con la música como género artístico es curiosa. Se me presenta a través de los juegos fonéticos. Mi preocupación por la forma fonética ha alejado la posibilidad de que mis poemas sean prosa como en muchos casos ocurre ahora: poemas libres, sin métrica, sin preocupación por la forma. Da la impresión de que fueran textos en prosa.
Ha mencionado la relación más cercana que tendría la poesía con la religión antes que con la literatura. ¿Cuál sería su función espiritual, entonces?
Pensar en nuestro reino interior, en nuestra alma personal, luego también orientarnos, creo yo, preocuparnos por el más allá, alimentarnos para fortalecer nuestra fe religiosa. Es un camino también hacia la religión, me parece.
Algunos lectores han visto en su obra la presencia del humor como elemento fundante. Recuerdo a Rilke anunciando el peligro que hay en que el humor se convierta en un recurso fácil dentro del poema. ¿Cómo lo ha asimilado usted?
Lo he asimilado a través de los surrealistas, de las vanguardias, del humor negro. No me he preocupado de ser dominado por el humor. Ha estado ahí como una especie de catarsis, una liberación de las angustias.
Esta suerte de catarsis vuelca en el poema la experiencia personal en pleno. ¿Cómo la ha acompañado de su mirada estética?
Con una preocupación por la forma, un interés por experimentar en búsqueda de una forma nueva. Un poema emblemático para mí se titula ‘Amanuense’, y la fuente de inspiración fue mi experiencia como funcionario pequeño del Senado. Esa experiencia como burócrata y mi preocupación por la forma se unen y resulta lo que yo escribo.
Oh Hada Cibernética, otro de sus poemas recordados, vaticina la presencia, desde lo literal y lo subjetivo, de un mundo dominado por la tecnología. Algo común ahora.
Se me presentó este pensamiento, esta idea de la cibernética, cuando estaba yo sumido en estos dos trabajos al mismo tiempo. Una cosa prosaica, simple, me lleva a soñar lo que iba a venir después.
Veo que tengo cierta capacidad para avizorar el futuro, seguramente es una claridad que deben tener muchísimos creadores.
¿Había puesto en su labor como poeta una idea de futuro?
De ninguna manera. Nunca pensé que iba a llegar a una edad tan avanzada como la que tengo ahora. Solamente pensaba en escribir buscando las formas literarias, esa era mi preocupación. Y en el día a día afinar mi estrategia vital.
Ha recibido una serie de homenajes este último año. ¿Aparece en ellos la idea de que la poesía lo ha llevado a algún lugar?
El lugar de la página en blanco. No me he puesto a pensar en el logro, en la realización de algo. Si así fuera dejaría automáticamente de lado la pluma. Siempre aspiro, eso sí, a la búsqueda. Ayer era juvenil, hoy otoñal. Pero siempre tras algo nuevo.
¿Cuál cree que debería ser la labor del poeta ahora, en la sociedad en que vivimos?
Tratar de revelar su propio reino interior. Manifestarlo. Creo que ese es el camino a seguir. Solo que es un quehacer espiritual, evidentemente. Y por otro lado, estético. No descuidar la forma. Conjugar ambas cosas: lo interior y lo que se presenta delante de uno, la escritura.
¿Qué utilidad tiene revelar el reino interior en un mundo como este?
El mundo atribulado, caótico, existió siempre. Ayer, hoy, mañana. Ya que tenemos esta vida humana, hay que seguir adelante.