Vallejo & Co. reproduce la misiva que el escritor Eduardo González Viaña escribiera a su amigo, el poeta Javier Heraud, muerto trágicamente en un incidente en la selva peruana, allá por el lejano 1963. Al cumplirse un año más del sensible fallecimiento del poeta Heraud, publicamos a modo de homenaje la presente carta, que fuera publicada por su autor en el blog www.elcorreodesalem.com, el 13 de mayo de 2013.
Por: Eduardo González Viaña
Crédito de la foto: www.blog.pucp.edu.pe
Carta a Javier Heraud, por Eduardo González Viaña
Hermano: de todos nuestros compañeros de generación, eres el que mejor se conserva.
Conservas los mismos ojos asombrados del chico que estaba recibiendo el primer premio de aprovechamiento en el colegio “Markham”.
Tienes la misma cara del muchacho de 18 años que viaja al norte para recibir el premio al mejor poeta joven del Perú.
Recuerdo que a través de los aires antiguos y dulces de Trujillo te abrías paso para leernos poemas del libro que ya a esa edad habías publicado.
Recuerdo que eras un muchacho grandote y de pies enormes, y que tenías pronunciadas ojeras de niño sabio.
En nosotros, las ojeras se instalaron por la edad y también por algunas experiencias tristes. El pelo se les puso blanco a algunos. A otros, se nos fue cayendo. En ti, nada de eso ocurrió porque sobre ti no pasaron los años.
No pasaron por que los años no pasan sobre el río, y tú eras y eres un río. Además de que tu poema lo proclama, te acribillaron cuando te ibas flotando sobre una canoa por el río Madre de Dios. Y por eso sigues siendo “el río que viaja en las orillas, puerta o corazón abierto; el río que viaja por los pastos, dolor o rosa cortada; el río que viaja dentro de los hombres, el río que canta al mediodía, el río eterno de la dicha.”
Eso ocurrió hace 50 años. Como lo ha contado tu padre, saliste de Puerto Maldonado inerme, sobre el tronco de un árbol, a la deriva, y pudiste haber sido detenido sin necesidad de disparos. Tu compañero había enarbolado un trapo blanco. No obstante, los policías y los civiles a quienes se había azuzado te disparaban desde las orillas, durante una hora y media.
Eso ocurrió el 15 mayo de 1963. El “valiente” capitán que comandaba a los sicarios gritaba: “Fuego, fuego, hay que rematarlos.” Ya estabas muerto cuando continuaban zumbando las balas dum dum. La autopsia encontró diecinueve forados en tu cuerpo.
¿Por qué tanto odio, Javier?
Eran los años en que todo el mundo estaba pendiente de la revolución cubana. En el Perú, teníamos que levantarnos a las cuatro o cinco de la mañana para escuchar secretamente “Radio Habana, Cuba”
Estaba prohibido captar esa emisora, ver la película “Morir en Madrid”, cantar “Natalie”, dejarse crecer la barba, viajar a los países socialistas. Los gobiernos temían que fuéramos contaminados por las ideas de libertad y de justicia.
Los dueños del país querían hacer creer que representaban las ideas cristianas. Sin embargo, día tras día, los monopolistas del campo, los contaminadores de las minas, los agiotistas de las finanzas y algunos insaciables e inflados presidentes han demostrado que no hay materialismo más perverso que el suyo.
Ser socialista como lo fuiste y lo eres, querido Javier, equivale ayer y ahora a aceptar la cruz de los mártires, y a seguir las ideas del dulce y humilde rabí de Galilea.
Lo que hicieron contigo se ha continuado haciendo. Exterminar a los hombres que piensan diferente es una abominación, pero es la única arma que conoce la derecha. El odio se amortigua para todos, menos para ellos. Ahora, llaman “antisistema” a lo que pensamos quienes nos oponemos al neoliberalismo. Mañana, terminarán de elaborar las leyes que clausuren la libertad de expresión. La derecha no ha terminado de mostrar su perversidad, y ahora lo va a hacer.
Ser poeta es ser dueño de una voz que denuncia la bestialidad de los tiempos y clama por la solidaridad y la justicia. Sólo la unidad de los justos hará que perduremos como tú, querido Javier Heraud, que sigues escribiendo para el futuro, para los niños y niñas que a los 18 años escriban poesía, para los compañeros que vengan mañana.