Por Carla Chinski*
Nota por Sonia Scarabelli
Crédito de las fotos (izq.) Sebastián Gutcovsky /
(der.) Ed. Llánten
Sobre Canciones de cuna para mi madre (2019),
de Carla Chinski
En estos extraños poemas del estrago canta una voz difícil. Nana del maldolor y la tristeza —que, se diría, a su modo buscan conjurar—, los versos de Carla Chinski engarzan el equívoco de un cuerpo hecho jardín para la muerte, un cuerpo físico hasta la aflicción, abierto por demás a las fuerzas que transforman y destruyen. Hablan estos poemas, entonces, un idioma salvaje y herido —su herida es de amor—, que deja, sin embargo, también lugar para el silencio, esa otra forma suntuosa del duelo. Brillante como una pequeña espada forjada en filigrana por “el hilo de la palabra / que hace de este mundo / más de lo que es”, este libro, en su gesto severo y a la vez vulnerable, trae su luz rara para recordarnos, como en sueños, que “todo bosque que arde, toda vida / que se quema / encuentra su límite en el caudal del río”.
Sonia Scarabelli
3+1 poemas de Canciones de cuna para mi madre (2019),
de Carla Chinski
MI MADRE NO ESTÁ MUERTA pero
su muerte me lleva
a un estado poético,
como si tuviera
espadas en vez de brazos
con los que luchar por ella.
Estoy maravillada
por el espectáculo de su cuerpo.
Me hace entrar en un ensueño:
estoy atenta a todas las cosas,
cada acción parece encadenarse
a la siguiente con la paciencia
de la línea en un verso nuevo.
Tengo la tentación
de verla con otros ojos,
no son los de una hija
sino de aquel que ama,
completamente desolados
y a la vez innecesarios.
Me asombro
por lo que puede hacer,
sabiendo que ella
florecida de vendas,
pronto acabará.
Caerán las bombas
sobre su bosque
construido de familia.
Mi compasión por ella
está atada a la sangre,
y eso es demasiado poco.
Pero si me acerco
puedo oír que a través suyo
murmura la muerte
en su propio estado poético:
solo entonces
escribiremos juntas.
MI MADRE NO ESTÁ MUERTA pero
ya no puede caminar.
Pronto le sacarán
la otra cadera también
y en su lugar vendrá
una bola de metal
inserta en el hueso.
Quiero mantener el espacio
que su cuerpo ocupe,
cultivar el pie de su cama
como un jardín budista,
rastrillando las piedras
para calmar el vacío.
Los mecanismos
siguen funcionando,
es una vieja historia:
algo entra, algo se va, y algo queda.
Caminar no es para tontos,
es el acto más delicado
que pueda existir.
En ese acto está la historia
de una persona
o al menos la vida de mi madre:
el cuerpo no quiere levantarse
pero ella no ha terminado,
y en esa paradoja
se encuentra esta noche.
MI MADRE PIDE QUE ABRAN la ventana.
Ella, que siempre promete
decir toda la verdad,
hoy está sometida
a la crueldad del tiempo.
Lo deja entrar con el viento
y circular en torno a su cabeza,
la empuja de la infancia a la vejez,
los dientes caen amarillos
como pétalos de una flor silvestre,
mientras un río de saliva
se le acumula en la boca.
Un cuerpo sabe siempre
a dónde va, como lo sabe
el pájaro, la nube, el sol.
No necesita de horas ni minutos.
Yo las mido con la vida
de mi madre.
Me bastarán sus días
para contar la historia
de la naturaleza entera.
MI MADRE NO ESTÁ MUERTA pero
dejaré alhajas en su umbral,
sonajeros de oro
para que se los cuelgue de los oídos
y acudan los pájaros
a su llamado presuntuoso.
Comerán sus lóbulos
como pedacitos de pan.
Momia embarazada
con una trenza larga en el pelo
que necesita ser llenada de ungüentos
y que levanten
una pirámide en su nombre.
Habrá que recorrer un laberinto
para llegar a ella.
Esfinge, cuerpo de leona
que habla con adivinanzas:
¿Qué cosa camina en tres patas?
Mi madre con su bastón.
Las alhajas se oxidarán,
su cara se hará irreconocible
pero mirará siempre hacia adelante
mientras yo viva
mi pequeña vida.