Por: Emiliano Bustos*
Crédito de la foto: «Pan nuestro» de Octavio Ocampo
**Cortesía de Reynaldo Jiménez
Calaveras deformes que hacen señas.
6 poemas de Emiliano Bustos
56
A Isidoro Blaisten
Finalmente, si la palabra es el atuendo, caren-
te de otra mímica, tengo la mía por muy vista
en vasos de buen tono, en ochavas lánguidas,
desbaldosadas contagiosas; si la palabra es el
atuendo, la mía se tiñe de zonceras, que el hu-
mano lodo no se elige, aunque a riesgo de bu-
cear – que por desterrado me tienen- , navego
lejos de la costa (no ven mi cabecita, tontería
fosforescente, resto boqueador), y me hundo,
que una letra no es concordia si no estuvo muy
distante. Finalmente, en el halo elegido, lejos
ya de la primera juventud ?y acaso en la última?,
vox populi de sayos olvidados, botarate dispar,
fatigo mis semblanzas volando de la lira al
rebuzno, e igualo lo posible, instalo la puntada
sin hilo, el agujero que deja ver el abandono de
la casa. Si la palabra es el atuendo, que otros le
mortifiquen el clima con adversidades fragmen-
tarias, que otros, que ya son muchos, consigan
de la esclerótica porción el otariante canto; que
erradicada la rabia aletea en el murciélago. Y
mucho más que ojo, desde luego, que cuidado,
por supuesto. Que alguien puede decir (y no le
faltará justicia), guarda con el cerdo que te abani-
ca lírico, que te desprecia anacrónico, que su rum-
bo es el juguete rabioso, el chiche espumoso que
doblegado a tiempo tematiza lo estrambótico; siem-
pre es justo y necesario arrojar con sensata celeri-
dad al que mal huele, por limítrofe, por ciego, por
sordo; por lo que sea. Finalmente, si la palabra es
el atuendo, el mío es sal, rayón y gato; respecti-
vamente sediento, marcado y bueno para la noche.
de 56 poemas (La carta de Oliver, Buenos Aires, 2005)
Amarillas
Esas hojas están amarillas,
la luz las hace amarillas,
hace de ellas un espectro.
Pero es de estos abismos que quería hablar,
de estas calaveras deformes que hacen señas;
huyen como el ruido del tren,
pero cuando aún son escuchables,
pisan a alguien.
Matan de lleno.
de Trizas al cielo (Libros de Tierra Firma, Buenos Aires, 1997)
Música
Para Mateo
El edificio es alto. Muy alto.
Cualquiera debería ver lo alto y
largo y ancho que es. Tan alto y
sin embargo se sube. Hay formas
de rodear la altura. Simplemente hay
formas de subir. Pero todos suben
y todos bajan y estás solo. A nadie
le incumbe nada de nadie, no sos
la excepción. Pero es la marea,
la marea, y todos, en algún momento
en todos los momentos tenemos
que atravesar la marea. Por eso
es bueno empezar, subir un poco,
probar la altura. Subir es la mitad
del camino. La verdadera mitad
del camino. Podemos entonces
subir los escalones más lindos
de la tierra, azules de piedad
por un lado por el otro y dejar
ahí nuestros pies de barro a la
espera de un viento fuerte. Y el
edificio es tan alto, tan alto. Cuando
empezamos a subir no podemos
estirar la soga de la superficie,
encapsular la quebrada horizontalidad
de unas hormigas como nosotros;
ellos pasan, hay que subir. No le
encuentro otra salida al mundo y
es irresistible subir, subir. Los
pisos y los cuartos despejados o
quemados o empapelados de astucias,
demoran sus caldos y sus peceras
en las entradas, sobornarlos abiertos
de cuajo por flores de la calle
¿abrirían sus botas cerebros huecos
al paso del que sube? Todo puede
ser en el ascenso. Los bailes son
perfectos hasta que alguien agacha
la cabeza hacia el mundo suspendido.
Estás subiendo el edificio más alto
del mundo y nadie opera allá abajo
las cosas del presente. Pero qué es
lo que importa, para subir hay que
deshacerse de los compañeros de
viaje que olvidan el mundo en los
pisos pasajeros. En realidad, todos
absolutamente todos podemos
llevar algo. Algo trunco inconcluso.
Una mochila un puño cerrado
bastarán. Por aquí ya nadie
come sobre los vidrios rotos.
Es cierto, todo esto lleva a la
indisciplina. Pero hay que subir,
y subir cuesta. En algún piso te
puede salir al paso cierto borrachín,
algún olfateador y también un matón.
Es cuestión de andar con cuidado,
no sacar los brazos por las ventanillas
y ver la fecha de vencimiento de cada
matafuego, mientras se avanza. En cierto
momento nada va a impedir el fluir de
unos ratones, en los pisos superiores
hacia las ventanas y/ o puertas en busca
de oxígeno. En cierto momento, incluso,
te van a acorralar con el delirio del
descenso. Pero, ¿de qué te puede servir
un intento de fuga cuando las nubes
te atraviesan el cuerpo taquigráficamente?
Sos carne, hueso y agua, las piedras te
hacen tropezar, las puertas cerradas
dominan tu memoria. Por eso subir es
una recomendación del diablo de dios
y de todos los evangelios que pudiste
abrir. No hay nada mejor no hay nada
en el mundo. El edificio más alto del
mundo. Y llegan los pisos cerca del sol,
como endebles rostros de arena y
prisioneros de su evasión. Hay que decir
la verdad, y lejos de la verdad hay que
subir el edificio más alto del mundo.
Hay que subir y subir como si ardiera
el piso cada vez, todas las veces. Y
cuando los azulejos de los lavaderos
del piso del viento te reflejen, impersonal
como un zorro blandiendo polvo o
gallinas, seguramente engullirá la
marcha la música, la gran música del
edificio más alto del mundo. Notas sin
palabras aunque raramente imaginadas
por alguien mudo o sordo. Allí la música
en las piedras siempre iluminadas por el
día y la noche. Y el que puso esa canción
que te vio nacer ahora baja de dos en dos
de cuatro en seis si se lo permite el camino
descendente. Todo un espejo el edificio más
alto del mundo. Subir es un espejo únicamente
del alma, bajar es un espejo únicamente del
cuerpo. Nada es mejor en esta lluvia.
Todo el circuito lo sabe como un maldito
mensajero muerto en el edificio más
alto del mundo.
de Gotas de crítica común (Libros de la Talita Dorada, Buenos Aires, 2011)
Villa Real
Tal vez sea el mejor domingo de mi historia.
Mi hijo, mi mujer. Nada pido por fuera de nosotros,
salvo un domingo como ese. Mi hijo tiene
la energía de un roble. Para mí, que nunca tuve energía,
es una gran noticia. Mi hijo es un roble, me digo.
Y ese domingo me sirve para pensar en todo esto
porque, cortado del muro demasiado escurridizo de los días,
sale continuamente a la luz, como la verdad.
¿De qué se compone entonces?
De hilos y más hilos de nuestro amor, flotando
de la fría calle a nuestros ojos, de la fría calle
a nuestros ojos.
Como las luces que de verdad nos hacen ver.
Un domingo cualquiera, un barrio bajo,
una familia cruzando calles.
Tal vez el secreto es que estas calles parecen liberadas;
nadie nos espía, nadie nos vigila o señala.
Podemos correr, hablar fuerte, cantar.
El sol es y será pleno siempre, las casas
estarán cerradas o se abrirán, de tanto en tanto,
a otras familias, a caminantes que sonríen para nosotros.
Mi hijo, el roble, se gana esas sonrisas.
Heredó cosas del abuelo y recuperó una belleza familiar que yo,
a mi manera, discontinué. ¿De qué se compone entonces
este domingo? De mi hijo de roble, de mi mujer de tiempo,
de todas esas novelas que nacen y mueren bajo la arena.
de Gotas de crítica común (Libros de la Talita Dorada, Buenos Aires, 2011)
Los hijos de la montaña
Para Reynaldo Jiménez
La gran base de la montaña. Las casas, los templos, la gran base
de la montaña. Árboles, ríos, pisadas de animales, sombras y
pueblos. La base de la montaña. No es lo que parece, no es alta
y basta y concentrada en piedra. Seguramente no es como todas
las montañas. En sus laderas hombres y mujeres tirados al sol,
pero no son laderas verdaderas. Los hijos de la montaña charlando
entre primos como en los mares del sur. No olvidan los grandes
momentos de la historia no pueden olvidar la historia. Por eso
viven en una montaña que no es una montaña imaginan la montaña
en sus instrumentos, como la memoria. Como la memoria. Los hijos
de la montaña, la gran base de la montaña. Hombres y mujeres al
sol, la montaña intuida en toda su circunferencia, abarcando casas
templos bosques sombras comidas. La gran base de la montaña.
Sus hijos atraviesan el espacio, brillan como estrellas en los puntos
cardinales. Este es un poema de esperanza sobre las montañas
que no existen sobre los que no existen y escalan indómitos,
desacelerados del mundo en sus convenciones geográficas.
La gran base de la montaña es un sueño, el sueño de una geografía
nueva. La geografía de la montaña que no existe. La gran base de
la montaña conformada por hijos de la montaña que mueven las
piedras debajo del sol a la espera de la nueva geografía, surgida
como el Fuji de Hokusei. Los hijos de la montaña se miran
hombres y mujeres a través de las casas de los templos. Montaña
de cristal todas sus habitaciones transparentes. Como himnos de
montañas más altas de cornisas del planeta sus habitaciones para
soñar despierto. La gran base de la montaña. Los copos de nieve
y la lluvia llegan directamente a su corazón y al corazón de los
hombres del pueblo. Los ojos directos de la montaña, la historia
los hombres y mujeres hablando entre árboles uvas; la montaña
que es todo eso sin ser todo eso, nadie ve la montaña, la montaña
no existe. En cada ladrillo del pueblo se dibuja, en cada pareja
en laderas fértiles, nadie grita todos hablan en voz baja. La gran
base de la montaña, las casas, los templos, las raciones. Una
promesa de transparencia, como las montañas del corazón. Los
hijos de un lugar que no existe, mujeres y hombres tapando el
sol con la mano mientras la historia es la montaña unida al tiempo
unida como ilusión la gran base de la montaña. La historia es la
gran base de la montaña que no existe para que exista hay una
historia que es contada que debe ascender y tomar forma de
montaña de algo entre esos hombres y mujeres que no recuerdan.
Los hijos de la montaña de la memoria como existencia.
(inédito)
La legión perdida de Craso, sus hijos perdidos
A la memoria amiga de Rodolfo Mattarollo
Los imperios suceden también en el silencio en las
extensiones que por silencio se pierden caen resbalan
del atisbo de todo. El atisbo de todo es el poder creemos
que es el poder. Las legiones se suceden, algunas triunfan
muchas todas, y son el imperio, el pueblo. Pero alguna
tiene que perderse. En alguna dimensión el imperio es
poder perdido, fuga; una ínfima parte del pueblo camina
al olvido. La legión perdida de Craso, sus hijos perdidos.
Los imperios suceden también en el silencio. Nadie sabe
quién es la legión perdida, su parte espectral comiéndose
al imperio, como si el silencio orientara a los que se van
a perder. Los que se van a perder no salen por las puertas
de siempre, son puertas de piedra en la piedra, hilos del
pueblo cuando el río deja de ser sangre. La legión perdida
de Craso, sus hijos perdidos. Una parte del pueblo
desaparece enviada al silencio. Como enviada al silencio
sin lugar en el ruido de la época. Los imperios suceden
también en el silencio. En bosques fraguas ideas, detrás
del muro del emperador. Miles de legiones construyen
la historia los límites, pero una se pierde, en una se expande
para siempre la historia contemporánea de los que se están
yendo, sin límites. La legión perdida de Craso. El tiempo
que se lleva el silencio a la tumba. ¿Nadie recuerda ese
tiempo? Las ilusiones de los que se pierden, de las legiones
perdidas, como arena que no construye, que nadie
construye; la legión perdida de Craso. La fuente de un
silencio de una derrota. Los imperios suceden también
del silencio, en las extensiones en las que el silencio
baja un poco pez un poco sol que evapora. La legión
perdida de Craso, sus hijos perdidos creciendo fuera
del imperio, en el silencio. Las legiones las miles de
legiones que construyen la historia la intensidad los
límites. La legión que construye el silencio. Qué hacer
con los que construyen el silencio, sus voces son
igualmente poderosas, de alguna forma escuchan
y son escuchados. Escuchan y son escuchados.
Cómo entender que luego de miles de legiones la
historia es también la legión perdida. La legión perdida
de Craso, sus hijos perdidos soplando humanidad sin
palabras, sin memoria.
(inédito)