Por: Chiara De Luca
Crédito de la foto: Izq. Mondadori
der. www.poesiafestival.it
Cada detalle es objeto, es espejo.
Sobre Malaspina (2014) de Maurizio Cucchi
Malaspina, de Maurizio Cucchi, es un viaje sorprendente en la porosidad de la materia, a la manera de Lidenbrock en Viaje al centro de la tierra, y es una incursión en las quebradas barrosas de la memoria, que no excluye la voluntad de quedar con los pies sobre la superficie del presente, donde lo que somos se posa sobre los sedimentos de lo que fuimos y nos contiene.
En la tensión hacia la desnuda espontaneidad de la expresión, la lengua poética de Cucchi se desviste de todo lo no esencial, se vuelve luminosa y clara, en coherencia con el intento de “Expresar los humores / también los humores fuertes sin disfrazarlos. / Sin simulaciones”. Superando “la ansiedad inútil de la definición”, el poeta describe el mundo dejando que sean las cosas a mostrarse y a pronunciarse, sin pretensión de nominarlo todo, ni de explicar y catalogar, echándose a lado, librándose de cada máscara autoral, en la complacencia de expresarse “en primera persona / de modo directo y libre / como por fin aprendí”.
A la espontaneidad de la escritura corresponde una abertura sin filtros en la mirada, lista a acoger cada cosa “en la plenitud física de su naturaleza / como lenta conquista frugal”, no como una debida adquisición, sino como un regalo real largamente esperado. En esta, su abertura al real, el poeta busca una identidad con las cosas que le permita reconocerse en ellas: “Cada detalle es objeto, es espejo, / espejo de nosotros, del nuestro / ser, de nuestro tránsito desconocido, / alegre esfuerzo o lamento”. Hay en este poemario una tensión lacerante entre la voluntad de adherir al presente una materialidad de los objetos que la mirada logra tocar, abrazar y materializar sobre la página; es decir, entre el deseo ardiente de existir plenamente en el instante y la necesidad de remontarnos a las raíces, intensamente fijadas en la tierra, como en un viaje catártico que a través del hundimiento ?no en sí mismo, sino en el exterior? le permita al poeta remontar la superficie, liberada de las escorias y de los detritos del pasado, para volver a un “presente suspendido, la luz, / este bloque de tierra apretado”, a un presente en que el pasado se completa y no se pierde, pero que viene de algún modo neutralizado, escondido por los sedimentos de experiencia que se estratifican.
Me muevo hacia capas / cada vez más ocultos, como / un arqueólogo o un obrero / que maniobra, en la ignorancia / sin fin de las tinieblas”, escribe Maurizio Cucchi, cerrando en una imagen metapoética el sentido del andar de sus versos, que cavan en una “oscuridad sin memoria”, para conducir allí la luz de una conciencia reunificada.
El proceso de interiorización de lo que ya ha sido y nunca tiene el fondo acabado, y de superación de la memoria necesariamente pasa por una recuperación de los recuerdos cavados fuera, uno a uno, del “sótano de la memoria”, de sus muros podridos, donde “alojan setas, mucílagos e insectos, / ratones que se deslizan y agudos mohos”. Así la galería de retratos de la sección En el corral de las jóvenes mamás aparecen como el “trailer de una vieja película perdida”, se puede gozar o padecer sin dolor o excesiva participación, como fotografías desteñidas y arrugadas guardadas sin motivo en un álbum que se encuentra en un viejo cajón repleto de inútil trastos y se deshoja con objetiva distancia.
Las imágenes que vuelven a aflorar desde el barro de la memoria se recortan como “Restos mínimos, fragmentos / tal vez porque incididos en la memoria”, antes que como vívidas imágenes empapadas de nostalgia y añoranza de un pasado ideal, de aquella literaria edad áurea invadida por la inocencia y la despreocupación con que se identifica la infancia en nuestro imaginario. A la indulgencia y la ternura de la mirada que se posa sobre los rostros y las situaciones “Con una perezosa sonrisa y una emoción”, punteando los perfiles sobre la página de la memoria, se acompaña en efecto la sutil ironía dictada por la brillante conciencia de que el presente ya estuvo en el pasado como un inequívoco antecedente del futuro doloroso que sería sombreado en el “eco profundo” que ya replicaba en el íntimo de aquel niño a la apariencia sereno y descuidado. También Malaspina, el charco que da su nombre, misterioso, elocuente y evocador, a este poemario, no es revivido nostálgicamente como un lugar caliente y acogedor, sino que aparece como un territorio helado e inhospitalario “a la fantasía, que se complace / de una excursión que el tiempo ya ha hibernado”.
En esta obra de excavación “hacia atrás”, de remontar hacia la oscuridad en el túnel del tiempo, el individuo se reconoce lleno de experiencias, en el cual la historia individual y colectiva se derriten sin equivocarse, originando la consistencia del “yo” como resultado de “una alquimia infinita e infinitas secuencias de informaciones seculares. Remontar a los orígenes de si, tal como “leer e indagar, eterna, / la humildad de los siglos”, hundir en el caos y en la podredumbre del sótano de la memoria, le permite al poeta dejarse herir más profundamente por la luz en la superficie, para poder sumergirse en ella, para sonsacar su energía y devolverla a los demás: “Es una hora tan bonita, esta hora de tarda mañana, que querría ser mejor en el mundo, ser allí dentro con más vida, con mayor espontaneidad simple…”. Quien se encierra en sí mismo, mirando en el fondo de sí como imantado, extrañado ante lo real, se sustrae a la espontaneidad del mundo y a la alegría de ser parte de ello, (ex)tendido hacia lo externo.
Contrariamente a quien se deja dominar y arrollar por un yo “extremo, enorme, divorante” y por sus instancias, “con los ojos revueltos al interior, inversados”, el poeta se redescubre, en cambio, cansado de buscar e indagar en su interior, ansioso de proyectarse al exterior para gozar “breves paradas felices / de suspensión y repentina / adhesión”, en el consentimiento pleno de una “atmósfera de quietud natural, de paz” que significa, sencillamente, existir.
Mientras muchos seres humanos, despersonalizados por un uniforme, son concentrados en mantener, o aumentar, los privilegios concedidos o adquiridos sobre la base de la “incansable jerarquía animal” que regula las relaciones interpersonales, disputándose el derecho “al primer lugar al hora del cuenco”, otros seres humanos aspiran a aquella natural capacidad de entregarse a la paz de la mirada, de estar aquí y ahora, sin ansiedades o premoniciones, cosa ante la cual los animales no humanos son filósofos y maestros: “Nosotros los animales queremos también / concedernos un descanso, gozar / momentos de recreo suspendido, / momentos de serenidad contemplativa, / así, en abandono negligente, / antes que vuelves a mascarnos la sombra / de una ya ocurrida separación”.
La excavación se vuelve deseo de adhesión a la realidad, a lo concreto de una tierra “sin confines desconocidos”, de una tierra en que poderse “rehogar”, en un abandono animal que permite al poeta hundirse en una soledad que no es aislamiento, sino total adhesión. Hacer experiencia del abandono a la porosidad de un mundo “afable”, concreto y visible, de “un mundo entero que oler, que palpar / y que lamer, como un perro”, significa también librarse de las necesidades inducidas y de las tensiones impuestas al “hombre reducido en sociedad”, prisionero de conflictos y jerarquías, condenado a la insatisfacción existencial, a la tenaz falta: “en abierta adhesión y armonía, / en el presente absoluto, animado / por la paz normal del ser / / sin conflictos y desafíos, sin / miserable cálculo, pero / en la paz y en la más normal / armonía discreta del ser..”.
9 poemas de Malaspina (2014),
de Maurizio Cucchi
Aprendí a expresar los humores –
también los humores fuertes – sin disfrazarlos.
Sin simulaciones.
Gozo breves paradas felices
de suspensión y repentina
adhesión. Me oriento
hacia un mundo más afable
y poroso.
*
Me muevo hacia capas
cada vez más ocultas como
un arqueólogo o un obrero
que maniobra, en la ignorancia
sin fin de las tinieblas,
hacia restos fósiles y riachuelos
escondidos, mientras que desborda
su realidad geográfica
de enredos colectivos, emblemas
o aproximaciones de otros
múltiples enredos desconocidos.
*
¿En esta incansable jerarquía animal
cuántos se pelean para el derecho
al primer lugar al hora del cuenco?
Antes que estos brillantes edificios
verticales sean por fin infestados por los ratones.
*
Querría nadar en el caldo de gallo,
querría tener un sombrero florido
y un chal, una máscara blanca.
Querría tener un paso ligero,
yo tambien bailar con los hocicos del burgo.
Querría invitar a las ancianas asomadas,
cantar y reír entre los rostros arrugados
y encarnizados que veo en los vidrios
pintados por el estro violento,
de la mano del artista que canta,
opaco y potente, la tierra.
Querría llevar un gorro
de cascabeles
*
Los ases de la puerta crujían
al extremo hundido de la barandilla
y hubo ella, todavía, vieja bruja,
Angiolina acurrucada sobre la turca
a hacerme escapar, en su asco,
con un gesto y una mueca
de neurastenia.
*
La canica de vidrio irisado hilaba
rasante en el rincón y bajo la ventana
oscura que dio sobre el cavedio –
y otro de aquella habitación no recuerdo –
hilaba sobre aquellos lastrones rojos roídos,
hacia el blanco, en mi tiro
impecable de pistolero.
En virtud quizás del público partícipe,
el toque se hacía preciso, diligente,
el toque que no desperdicia y que
repica exacto, doblado
por una sonrisa de certeza esbozado.
*
Por eso adoro el presente
porque sólo el presente contiene
todo lo que ha sido
pero el presente suspendido, la luz,
este bloque de tierra apretado.
*
No sé por qué quedo inmóvil,
atraído por estas plácidas imágenes
múltiples de micros mundos en abandono,
sin presencia humana, donde cada cosa,
cada detalle es objeto, es espejo,
espejo de nosotros, del nuestro
ser aquí, de nuestro tránsito desconocido,
alegre lujo o lamento. Mientras tanto
memorizo entre armonía y malestar
estas palabras del cosmólogo brillante
entre oscuridad y espacio: “nosotros sólo somos
una variedad desarrollada de monas
sobre un planeta secundario de una estrella
insignificante. Pero estamos capaz
de entender el universo, y esto
nos devuelve muy, muy especiales.»
*
El ánimo solitario que precipita
implume en el abismo cavado …
Y pues me imagino de ser él,
cónsul o capitán en aquella
su uniforme repugnante, en aquellos
zapatos de barniz sin medias,
y dentro de una materia que está
inexorablemente desmoronando,
desmigajando
bajo el gran espectáculo
del cielo gris sobre los talleres
vaciados, o sobre las ruinas,
mientras que camina incierto
en su vacua ruina arropado.
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(versión original en italiano)
Ogni dettaglio è oggetto, è specchio (2014)[1].
Su Malaspina di Maurizio Cucchi
Malaspina di Maurizio Cucchi è un viaggio sorprendente nella porosità della materia, sulla scia del “folle” Lidenbrock di Viaggio al centro della terra, ed è un’incursione negli anfratti fangosi della memoria, pur nella volontà di restare tenacemente ancorati alla superficie del presente, dove ciò che siamo si posa sui sedimenti di ciò che siamo stati e ci contiene. Nella tensione alla nuda naturalezza dell’espressione, la lingua poetica di Cucchi si spoglia dell’inessenziale, si fa luminosa e chiara, rispondendo all’intento di “Esprimere gli umori – / anche gli umori forti – senza camuffarli. / Senza infingimenti.” Superando “l’ansia inutile di definizione”, il poeta de-scrive il mondo lasciando che siano le cose a pronunciarsi, senza pretesa di apporre un nome, di spiegare, catalogare, facendosi da parte, liberandosi da ogni maschera autoriale, nel compiacimento di esprimersi “in prima persona / in modo diretto e libero / come ho finalmente imparato.” Alla naturalezza della scrittura corrisponde un’apertura senza filtri dello sguardo, pronto ad accogliere ogni cosa “nella pienezza fisica della sua natura / come lenta conquista frugale”, non dunque come una dovuta acquisizione, ma come un dono – a lungo domandato – del reale. In questa sua apertura al reale, il poeta cerca una identità con le cose che gli consenta di riconoscersi in esse: “Ogni dettaglio è oggetto, è specchio, / specchio di noi, del nostro / esserci, del nostro transito ignoto, / gioioso sforzo o lamento.”
C’è in questa raccolta una tensione lacerante tra la volontà di aderire al presente, a una materialità degli oggetti che lo sguardo arriva a toccare, abbracciare e materializzare sulla pagina, tra il desiderio ardente, cioè, di esistere nell’istante pienamente, e la necessità di risalire alle radici, profondamente infisse nella terra, come in un viaggio catartico che attraverso lo sprofondamento – non in sé, ma nell’esterno – consenta al poeta di risalire in superficie, liberato dalle scorie e dai detriti del passato, per tornare a un “presente sospeso, la luce, / questo blocco di terra pressato”, a un presente in cui il passato si integra e non si perde, ma viene in qualche modo neutralizzato, nascosto dai sedimenti successivi d’esperienza.
“Mi muovo verso strati / sempre più occulti, come / un archeologo, o un operaio / che manovra, nell’ignoranza / senza fine delle tenebre”, scrive Maurizio Cucchi, chiudendo in un’immagine meta poetica il senso dell’incedere del suo verso, che scava in un “buio senza memoria” per riportarvi la luce di una coscienza ricongiunta.
Il processo di interiorizzazione del già stato ( e in fondo mai finito) e di superamento della memoria passa necessariamente per un recupero dei ricordi, scavati fuori a uno a uno dalla “cantina” della memoria, dai suoi muri marci, dove “albergano funghi, mucillagini e insetti, / topi che guizzano e acute muffe.” Così la galleria di ritratti della sezione Nel cortile delle giovani mamme appaiono come il “trailer di un vecchio film perduto”, da godersi o subirsi senza dolore o eccessiva partecipazione, come sbiadire foto stropicciate conservate senza motivo in un album sfogliato con oggettivo distacco, rivenuto in un vecchio cassetto zeppo d’inutile ciarpame. Le immagini che riaffiorano dal fango della memoria si stagliano come “Residui minimali, frammenti / chissà perché incisi nella memoria”, piuttosto che come vivide immagini intrise di nostalgia e rimpianto di un passato ideale, di quella letteraria età aurea pervasa da innocenza e spensieratezza con cui convenzionalmente s’identifica l’infanzia nel nostro immaginario. All’indulgenza e alla tenerezza dello sguardo che si posa su volti e situazioni “Con un pigro sorriso e un’emozione”, tratteggiando i profili sulla pagina della memoria, si accompagna infatti la sottile ironia dettata dalla lucida consapevolezza che il presente era già nel passato come premessa inequivocabile del futuro doloroso che sarebbe stato, adombrato nell’“eco profonda” che già risuonava nell’intimo di quel bimbo all’apparenza sereno e spensierato. “Anche Malaspina, il laghetto che dà il suo nome, misterioso, eloquente ed evocativo, all’intera raccolta, non è rievocato nostalgicamente come un luogo caldo e accogliente, bensì appare come un territorio ormai gelido e inospitale “alla fantasia, che si compiace / di un’escursione che il tempo ha già ibernato.”
In quest’opera di scavo “a ritroso”, di risalita al buio nel tunnel del tempo, l’individuo stesso si riconosce somma d’esperienze, in cui storia individuale e storia collettiva si fondono senza confondersi, originando la consistenza dell’io quale esito di “un’alchimia infinita e di infinite sequenze di informazioni secolari.” Risalire alle origini di sé, così come “leggere e indagare, eterna, / l’umiltà dei secoli”, sprofondare nel caos e nel marciume della cantina della memoria, consente al poeta di lasciarsi più profondamente ferire dalla luce in superficie, per potersi immergere in essa, per carpirne l’energia e restituirla: “È un’ora così bella, quest’ora di tarda mattinata, che vorrei essere meglio nel mondo, esserci dentro con più vita, con maggiore naturalezza semplice…” Chi si ripiega in se stesso, guardando nel fondo di sé, calamitato, estraniato dal reale, si sottrae alla naturalezza del mondo e alla gioia dell’esserci nell’attorno, nel fuori, tesi e protesi verso l’altro. Contrariamente a chi si lascia dominare e sopraffare da un io “estremo, enorme, divorante” e dalle sue istanze, “con gli occhi rivolti all’interno, rovesciati”, il poeta si riscopre invece stanco di cercare e indagare nel dentro, ansioso di proiettarsi all’esterno, per godersi “brevi soste felici / di sospensione e improvvisa / adesione”, nel pieno assenso a un’“atmosfera di quiete naturale, di pace”, che significa esistere, semplicemente.
Mentre molti esseri umani, uniformati da una divisa, sono concentrati nel mantenere (o accrescere) i privilegi concessi o acquisiti sulla base della “strenua gerarchia animale” che regola i rapporti interpersonali, contendendosi il diritto “al primo posto all’ora della ciotola”, altri esseri umani aspirano a quella naturale capacità di abbandonarsi alla pace dello sguardo, di esserci nel qui e ora, senza ansie o premonizioni, di cui gli animali – quelli non umani – sono filosofi e maestri: “Noi animali amiamo poi / concederci un riposo, godere / momenti di ricreazione sospesa, / momenti di serenità contemplativa, / così, in abbandono negligente, / prima che torni a masticarci l’ombra / di un già avvenuto distacco.” Lo scavo diviene dunque desiderio di adesione alla realtà, alla concretezza di una terra “senza confini ignoti”. Di una terra in cui potersi “crogiolare”, in un abbandono animale, che rende possibile sprofondare in una solitudine che non è isolamento, ma totale adesione. Esperire l’abbandono alla porosità di un mondo “affabile”, concreto e visibile, “un mondo intero da annusare, da tastare / e da leccare, come un cane”, significa anche liberarsi dalle necessità indotte e dalle tensioni imposte all’“uomo ridotto in società”, prigioniero di conflitti e gerarchie, condannato all’insoddisfazione esistenziale, alla tenace mancanza: “in aperta adesione e armonia, / nel presente assoluto, animato / della pace normale dell’esserci // senza conflitti e sfide, senza / miserabile calcolo, ma / nella pace e nella più normale / armonia discreta dell’esserci.”
9 Poesíe da Malaspina (2014),
di Maurizio Cucchi
Ho imparato a esprimere gli umori –
anche gli umori forti – senza camuffarli.
Senza infingimenti.
Mi godo brevi soste felici
di sospensione e improvvisa
adesione. Mi oriento
verso un mondo più affabile
e poroso.
*
Mi muovo verso strati
sempre più occulti, come
un archeologo, o un operaio
che manovra, nell’ignoranza
senza fine delle tenebre,
verso residui fossili, e rivoli
nascosti, mentre trabocca
la sua realtà geografica
di intrecci collettivi, emblemi
o approssimazioni di altri
molteplici intrecci sconosciuti.
*
In questa strenua gerarchia animale
quanti si azzuffano per il diritto
al primo posto all’ora della ciotola?
Prima che questi lucenti palazzi
verticali siano infine infestati dai topi.
*
Vorrei nuotare nel brodo di gallo,
vorrei avere un cappello fiorito
e uno scialle, una maschera bianca.
Vorrei avere un passo leggero,
ballare anch’io con i ceffi del borgo.
Vorrei invitare le vecchie affacciate,
cantare e ridere tra i volti grinzosi
e arrossati che vedo nei vetri
dipinti dall’estro violento,
dalla mano dell’artista che canta,
opaco e potente, la terra.
Vorrei portare un berretto
a sonagli…
*
Le assi dell’uscio scricchiolavano
all’estremo infossato della ringhiera
e c’era lei, ancora, vecchia strega,
l’Angiolina accucciata sulla turca
a farmi scappare, nel suo schifo,
con un gesto e un ghigno
di nevrastenia.
*
La biglia di vetro iridato filava
radente nell’angolo e sotto la finestra
buia che dava sul cavedio –
e altro
di quella stanza non ricordo – filava
su quei lastroni rossi smangiati,
verso il bersaglio, nel mio tiro
impeccabile da pistolero.
In virtù forse del pubblico partecipe,
il tocco si faceva preciso, diligente,
il tocco che non spreca e che
risuona esatto, doppiato
da un sorriso di certezza accennato.
*
Perciò io adoro il presente
perché solo il presente contiene
tutto quello che è stato
ma il presente sospeso, la luce,
questo blocco di terra pressato.
*
Non so perché rimango fermo,
attratto da queste placide immagini
multiple di micro mondi in abbandono,
senza presenza umana, dove ogni cosa,
ogni dettaglio è oggetto, è specchio,
specchio di noi, del nostro
esserci, del nostro transito ignoto,
gioioso sfarzo o lamento. Intanto
mando a memoria tra armonia e disagio
queste parole del cosmologo lucente
tra buio e spazio: «noi siamo solo
una varietà evoluta di scimmie
su un pianeta secondario di una stella
insignificante. Ma siamo in grado
di capire l’universo, e questo
ci rende molto, molto speciali».
*
L’animo solitario che precipita
implume nell’abisso scavato…
E dunque mi figuro di essere lui,
console o capitano in quella
sua divisa ripugnante, in quelle
scarpe di vernice senza calze,
e dentro una materia che si sta
inesorabilmente sgretolando,
sbriciolando
sotto il grande spettacolo
del cielo grigio sulle officine
svuotate, o sulle rovine,
mentre cammina incerto
nel suo vacuo sfacelo infagottato.