La presente nota, fue publicada originalmente por Xavier Abril en la revista Oráculo N°2, Lima, junio de 1981, p. 73-74.
Por: Xavier Abril
Crédito de la foto: Archivo MP
Breve glosa a un poema intenso:
«Pedro de Acero»
Pica, picala metálica peña
Pedro de Acero.
En la sima De la obscurosa guerra Del mundo ciego.
Pesarosas. Como trenos y llantos Se sienten voces:
|
De bora en boraLos primitivos salmos
Y maldiciones.
Blondo el día Y el compás de la guzla Lejos, muy lejos.
Que en la mina Más ponderoso, lucha Pedro de Acero. |
(Simbólicas)
A Emilie Noulet, eximia exégeta,
a quien le debemos las más sutiles claves mallarmeanas.
Es éste un poema esencial, realizado con arte superior, casi arcaico. No ofrece concesión a la anécdota: es un rechazo al naturalismo y a toda consigna tendenciosa y fugaz. El poeta ha captado al trabajador de la mina y nos ha dado, con maestría sin igual, la naturaleza del minero. Pedro de Acero libra batalla, que su creador no califica, sino sugiere, en lo más alto y lo más bajo de la injusticia del mundo ciego, insensible y sordo a las quejas. El tiempo transcurre, en el socavón, acentuado ―hora tras hora― las maldiciones de la jornada. Fuera, como prolongación paradójica y antagónica del horror subterráneo, el día es de oro. La música se percibe lejana. Sólo persiste, en la mina, tenazmente, la agonía de Pedro de Acero. La ruina del minero contribuye, se puede decir, al esplendor áureo. ¡Trágica moraleja!
Eguren va más lejos que Vallejo, al haber descubierto la verdadera índole de la alienación del trabajo y del trabajador. No otra cosa significa su definición de uno y otro como guerra y lucha. El poeta simbolista tenía reservada esta sorpresa reveladora, profundamente ideológica y revolucionaria, a todos cuantos confunden la creación poética con la crónica de un suceso anecdótico.
Del hecho de que Vallejo titulara Los mineros el maravilloso poema sinfónico en el que trata similar asunto, aunque de diverso modo, al que enfoca Eguren en el suyo, se puede establecer, por lo mismo, la diferencia que existe entre ambos. Mientras el de Vallejo es realista, a pesar de su grandeza, el de Eguren es, además, quimérico; funde el ámbito con la abstracción; se mueve, al mismo tiempo, en dos planos antagónicos. Eguren, el poeta simbolista, tuvo necesidad de crear el mito. De los atributos del mineral de hierro, transformado en acero, creó el nombre absoluto de su héroe.
El poema está concebido en dos tiempos, en dos dimensiones: lo cerca y lo lejos; lo de arriba y lo de abajo, aunque esta consideración divisoria ya no la respalda la ciencia física cosmogónica moderna. Dos son también los sentimientos contrapuestos que definen la naturaleza de la composición. De un lado, se perciben las voces quejumbrosas, próximas: Pesarosas, trenos, llantos, salmos y maldiciones, en tanto que la posible delicia del compás de la guzia, de otro, está limitada a lo lejos, muy lejos, para que no quepa duda acerca de la distancia considerable que media entre el escenario próximo de la desgracia, y el lejano de la ilusión. Los términos antagónicos definen el proceso compósito de Pedro de Acero. El pica reiterativo de la primera estrofa se corresponde con la lucha de la última, así como, igualmente, la metálica peña concuerda con la mina. Por último, obscurosa guerra determina, en su contraste, que sea blondo el día; irónica alusión metonímica al oro que, en cada jornada, del alba al ocaso, se extrae de lo profundo de la tierra. Esta última imagen consagra el arte de Eguren como la proeza dialéctica del don creador del poeta, mágico animador subconsciente de la secreta, obscura belleza escondida, y fulgurante arquitecto de un mundo mítico monumental que, en las proporciones, armoniza con la medida miniaturesca.