Blanca Varela o el animal que desnuda su humanidad

 

El presente texto fue publicado por su autor en Espéculo. Revista de estudios literarios, editada por la Universidad Complutense de Madrid, en 2009.

 

Por: Paolo Astorga*

Crédito de la foto: Izq. Ed. Pre Textos/

Der. Caretas

 

Blanca Varela o el animal que desnuda su humanidad

 

Introducción

La poesía desnuda la sensibilidad más sórdida y existente del ser humano que habita desde su interacción con los objetos que prontamente se resemantizan logrando una identidad en el hombre, creando no solo su visión del mundo, de lo creado, de lo actuado, sino también la invitación inminente a un viaje angustiado de dolor y de desconsuelo encumbrado más allá de una posición subjetiva del ser o de la interacción con lo que lo rodea, sino que nos enfrenta ante la vastedad oblicua y a la vez libre del destino incólume ante nuestra carne y alma sin determinar. La nulidad es un sitio contrario a nuestros deseos o quizás un lugar muy común como para anhelar otra cosa, algo que no solo nos redima la carne o el verbo por un instante, sino, que la poesía es en sí una estructura que está tan profunda en el ser que lo hace agotarse en sí mismo hasta obsesionarlo con la idea seductora de encontrarse o negarse frente al conocimiento.

El presente trabajo tratará de explicar los móviles poéticos a modo de interpretación de la poesía de Blanca Varela (Lima, 1926) inmersa en su libro Concierto Animal (Ediciones Peisa – Pre-Textos, 1999), partiendo de una aproximación a los bordes de la conciencia y desesperación ante el no poder poseer perpetuamente los objetos deseados, volviéndose grandiosamente contra el ser para demostrar su inmensa frustración, que sin embargo logra suplir con la mitificación de los objetos deseados y arqueotipados que esconderán acaso los motivos, para lograr el discurso y por ende la comunicación con el otro desde una postura confesional y a su vez íntima y apesadumbrada, desencantada, tan propia en esta poeta de gran prestigio.

 

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Blanca Varela y su amiga Pepa Benavides en Sta. Beatriz.
Lima. c. 1950
Crédito de la foto: Autor desconocido. Cortesía: Archivo-Blanca-Varela

Blanca Varela y el animal detrás de las palabras

Al ingresar al corpus del poemario la contraposición entre lo cognoscible y lo no-cognoscible se fusionan de manera tal que los canales simbólicos de representación se sensibilizan y profundizan logrando una alteración del discurso apelando a una esquiva respuesta ante la descarnalidad y la sordidez, algo que puede canalizarse hacia un potencial rasgo existencial, pero no desde los cánones ortodoxos de esta postura filosófica, sino más bien enraizada en una mirada interior del objeto proyectado en el sujeto imbuido en su contexto de desconsuelo e incoherencia para con el mundo y su posible posesión. Olga Muñoz Carrasco (2007) nos amplía la idea corporal de Varela y nos da una visión sobre los móviles posibles de su expresión:

Concierto animal (1999) retoma en cierto sentido esa línea y la hace avanzar. «El cuerpo se coloca de nuevo en un primer plano aunque de forma muy distinta en este libro. No abundan como antes estragos detallados, sino que mediante ciertos elementos corporales se detecta la huella de la experiencia vivida»[1].

Varela en un primer momento trata de poseer los objetos para que no solo se cree el discurso, sino también acepta el dolor como algo propio para lograr así una patente dualidad donde los juicios de valor se anulan y se funden para instituir un solo cuerpo angustiado e indefinido:

«niño come llorando
llora comiendo niño
en animal concierto
el placer y el dolor
hacen al ángel
a dos carrillos músicos» (p. 7)

 

Como vemos los elementos primordiales nos hacen contemplar la imagen infantil de un niño que no sólo tiene la necesidad de “comer», sino que hay un componente que lo devuelve a la naturaleza existencial y desgarradora del su ser que mira su desconsolado contexto y no intenta otra cosa más que el llanto «en animal concierto” idea de caos y equilibrio donde la fusión trascendente de lo placentero: el comer y lo doloroso: el llanto, se anulan creando una imagen única que tendrá la idea armónica, la aceptación de la realidad que ya no se resiste, sino que se afirma en su condición en su “música» de desolación.

Lo marcado en la poesía de Varela «se adentra hasta los exánimes rescoldos de la personalidad alienada, se reconcilia con su ser-culpable, acepta sin rubor la carga que se le ha encomendado ―su ‘su tacho de basura’―, siempre deudora, frágil y necesitada, pero, a la vez, orgullosa y firme en su declinar». (Navarros, 2000:141). Es quizás esta postura la que increpa una aceptación de los elementos contradictorios que fatigan al cuerpo, lo duelen, pero no desaparecen (ni definen) su esencia, su horizonte.

Varela intentará un acercamiento con la realidad a través de la contemplación que llevará a una catastrófica conclusión. El estrato poético con que la poeta logra esa intimidad sesgada y frustrante, no solo atisba lo percibido de una atmósfera desencantada, es más, la soledad, la tristeza o lo absurdo, son elementos necesarios para lograr la aprehensión emotiva de lo real (lo descarnado) para que así el acercamiento contemplativo, no se agote simplemente en la acción, sino que trascienda sus límites enfrentando intensamente al ser ante su destino, agreste y profundamente violento.

Octavio Paz explica en el prólogo al primer libro de Varela, que la intención de su poesía va más allá de toda explicación, de toda definición para consigo misma, es «…un signo, un conjuro frente, contra y hacia el mundo…» (1996:10).

El silencio vareliano, se circunscribe dentro de un espacio que está estrechamente cercano a la muerte. La muerte es silencio y el silencio un extraño dolor que sin más, causa cierto placer perverso en la poeta al verla «obsesiva y desencantada» ante los objetos próximos o lejanos. La realidad con la que Varela expresa sus emociones nos desborda a la idea dual del dolor: primero como un acto intenso e inevitable «la muerte se escribe sola» (p.9) así como el acto de llegar a la marca imborrable, el no poder retroceder a lo pasado para volver a disfrutar aquello que se anheló donde quizás la mayor imagen que Varela intenta es la de llegar a la idea infantil del deseo. El niño o niña, son dentro del corpus poético una estructura expresiva de inocencia, pero a la vez sufren una limitación con respecto a la postura de sus castos sentimientos y por ende quedan marcados esos infortunios que no solo materializarán al dolor, sino que lo transportarán a un nivel perpetuo y funesto:

«la pobre niña sigue
encerrada en la torre de granizo
el oro el violeta el azul
enrejados
no se borran…» (p.10)

 

La poesía de Varela no es un simple minimalismo de las estructuras formales para hacer efectiva la expresión para con la realidad[2], es también «una sugestiva manera de abordar esa experiencia liminar que constituye el hambre, como vivencia que colinda con la agonía, en sus alcances biológicos, existenciales y expresivos». (Cárcamo-Huechante, 2005). El acercamiento a la idea moral dentro los poemas toma una actitud dual y a la vez se enfrenta ante todos los elementos contradictorios posibles para lindar con la definición de seres indefinibles:

«trepo como la araña que soy
frágil y rencorosa
deseando tocar alguna luz
que endurezca mi corazón» (p. 13)

 

Como apreciamos en los versos anteriores la idea moral (lo bueno y lo malo) es degenerada por la poeta para lograr un alcance mayor y acrecentar la contradicción de los elementos a poetizar. La araña como ser «frágil y rencorosa» no solo desea tocar esa luz que tarde o temprano la destruirá, sino que a través de su deseo podemos contemplar el espíritu trágico y existencial con el que la poeta transita su lírica por los túneles más hondos de la esencia humana paradójicamente absurda: el morir («endurecer el corazón») al tocar la luz (signo de perpetuidad, vida).

El sujeto poético lentamente aprehende la oscuridad como una identidad más que un símbolo de desconsuelo e incertidumbre. Varela intenta crear un ser que cargue con toda su existencia dolorida y frustrada no simplemente para dolerse o quedarse en el llanto, sino que atraviesa los límites expresivos y nos presenta al hombre mismo como una entidad absorbida por sus inconsecuencias, su exacerbado anhelo de acariciar lo funesto con ironía y desencanto:

«bombilla de azufre
sol miserable
flotando en el cielo encalado
planeta parpadea
encandila
a quien yace bocarriba
fulminado» (p.15)

 

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El sujeto como mitificador

En Concierto animal, la predilección por la veneración interior e individual se da de manera obsesiva por la poeta, no solo como un medio para la comunicación, para el decir, sino también como una forma de identificación emocional y simbólica con el objeto que atrae sus deseos. Las interacciones de la voz lírica con la subjetividad que encierran las palabras logran una abstracción del mundo y una ambición por alcanzar que lo más intenso, radique en unas pocas líneas que, siendo algo típico en Varela, su poesía se autodefine como un «…partir de una visión global de la crítica: crudeza, desgarramiento, sequedad y austeridad, parquedad en las palabras, laconismo, estilo entrecortado, pausas, en definitiva, la paradoja del silencio poético, del silencio llenando la poesía»[3].

José Miguel Oviedo (2001) en un artículo publicado en el Mercurio afirma que la poética de Varela no sólo contiene rasgos existenciales, sino que su voz que siempre está ligada a la voz misma es en sí un caso de poesía que trasciende sus límites para lograr «…una fidelidad a sí misma y una percepción existencial de lo que pasa tanto fuera como dentro de ella».

El objeto con el que Varela intima realmente es la misma frustración que parte del poeta y su mundo miserable. El animal como el mito que encierra una visión crítica y desgarradora de la condición trágica del ser humano se antropomorfisa para acercarse a la vaguedad, a lo oscuro, que prontamente se insertará en el discurso no como una identificación con el objeto (el animal) sino con el sentimiento que se comparte (dolor, infortunio, desencanto, etc.):

«la sangre ennegreciendo
aprende a brillar como un dios
después se hace la luz
rueda la araña» (p.33)

 

Roland Forgues (2008) nos acerca a las visiones «míticas» de Blanca Varela, no solamente desde la posición de su objeto poético que es el animal, sino también desde la trascendencia de este objeto como ente de representación del mundo tanto interior como exterior del sentir, una mirada desde el desasosiego, desde la violencia, pero más allá:

«La recurrencia de lo animal participa ciertamente de dicha utopía como interrogación de la creadora frente a la supervivencia de la barbarie primitiva, a las manifestaciones de la violencia arcaica, como tentativa de distinguir lo humano de lo animal, y la necesidad absoluta para el ser humano de alcanzar una dimensión que supere definitivamente todas las remanencias violentistas de su animalidad latente y acceda a lo sagrado”[4].

Varela es el ser que se atreve a soportar una dualidad que tiende a tener la misma valencia entre sí, pero a su vez nos muestra las imágenes con las que adquiere la potestad para comunicarnos su oscuridad en plena luz, a un ser con sombra, con dolor, con una perversidad que solamente lo deja hablar, mas no salvarse:

“la muerte
como una mala madre
me tocó bajo los ojos

entonces dividida
dando tumbos
de lo oscuro a lo oscuro
giré recién llegada
a la luz de esta línea

en pleno abismo
abriéndose
y cerrándose
la línea”. (p.29)

 

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Una conciencia constante

Un acercamiento directo a la conciencia, una pretensión por ejercer una acción interior en el cuerpo más allá de su trascendencia espiritual, es lo que tratará Varela a lo largo de su libro, un encuentro total con su ser y el otro que es ella misma.

Roberto Paoli nos explica que la poesía de Varela «a pesar de las apariencias, es y quiere ser una poesía comunicativa» (1996:15). A través de esta definición logramos acercarnos más a la intención del ente poético para acuñar su mensaje sobre las conciencias, pero también nos muestra (de un modo casi mesiánico) a través de su discurso nuestra esencia y la aceptación de una desgarradora realidad a tal punto de soportarla sin dolor, sin tanto drama:

«dame tu tacho de basura
[…]
la aceptaré
sin más azotes la aceptaré
te lo prometo» (p.25)

 

A través de la imagen consciente, Varela comunica un mensaje perpetuo y sincero: la manifestación de un estado contemplativo, pero a la vez activo ante la realidad que es observada y sentida irremediablemente, sin dejar de lado la palabra y su potestad para dar a conocer su mensaje de desesperación y abandono existencial que se adhiere al ser humano de forma tal que la supresión de todos los mecanismos por los cuales se puede llegar al mensaje son subordinados a uno solo que es en sí la intensión de la poeta por darse a sí misma; encontrar al otro en el vacío más profundo:

«sin música
pero llamando
sin voz
pero llamando
sin palabras
llamando» (p.30)

 

La conciencia en blanca Varela «…va a acudir a unos forzamientos de un lenguaje que, moviéndose entre la nebulosidad del inconsciente y una perturbadora lucidez, le permitan una expresividad honda, reveladora» (Bonnett, 2007:265). La realización de todo acto retentivo, de toda salvación en la poesía de Varela, partirá de una identificación con su ser negado, el vacío que carga como una cruz que más allá de ser dolorosa le permite desenmascarar conciencias desde una voz que nos engaña con su ironía, con su «…invitación estoica, dirigida al tú de todos como a sí misma, a no alimentarse de pueriles quimeras» (Paoli, 1996:22).

La poeta tratará «…en cada poema un sobresalto y una reconciliación, una carga y un alivio…» (Castañón, 1996:29), es así que con una dualidad, una dialéctica que colinda con el infinito y la nada, Blanca Varela, acopla a su lenguaje una intensión autodestructiva que parte desde el conocimiento de las cosas y su desprotección ante lo agreste y turbio que se torna la realidad, para luego adentrar su conciencia a una crítica intensiva, una catalogación de su ser contra su ser al «filo de la navaja, entre el silencio y la palabra… la poesía de blanca Varela se da como una guerra secreta o una cirugía desesperada… sacrificio donde lo que se salva y juega es el sentido» (Ibíd., 29-30):

«Felizmente no tengo nada en la cabeza
sino unas pocas ideas equivocadas por cierto
[…]
nada para poner
nada para dejar
sino huesos cáscaras vacías
[…]
innominada nada
en lo que fue mi cabeza» (p.31)

 

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En la poesía de Varela, el sujeto jamás se define de manera concreta, sino que trata de esconderse detrás de otros simbólicos. La intensión de la poeta por llegar a una explicación de su mundo interior nos deja con la sensación de desencanto y pesadumbre, pero también nos muestra sus desdoblamientos, su “orden” detrás de todo orden; el ser como un ser inexplicable, solitario: «manchado como un animal que huye / en el cielo / espantado por mí» (p.35).

En una entrevista por Alfredo Matilla (2001) y publicada en El País, Blanca Varela nos explica el por qué de su poética y su acercamiento a la contemplación dialéctica del hombre acosado por sus deseos, por su frustración ante el poder, ante el conocimiento:

«Sí, para mí la poesía no debe utilizarse para contar lo que a uno le sucede. Yo prefiero pensar y dejar que esas vivencias se transformen en reflexiones, en palabras. En Ternera acosada por los tábanos la imagen es muy fuerte, la de una situación de angustia».

Varela acaba su discurso cerrando violentamente la herida, sin calmarla, sin dejar en sosiego las almas, sino que termina su canto desgarrado en forma que el silencio, la desesperación, el ser sin identidad, sin definición apenas puede tocar su realidad:

«engastado en la mugre
diamante singular astro en penumbra
encuentra y pierde a dios
en su pelambre
connubio de atragantada melodía
y agonía gozosa
se necesita el don
para entrar en la charca» (pp.47-48)

 

El desencanto no se trasluce como una imposibilidad, una derrota, es para la poeta una verdad y una herramienta de reconstrucción, de acercamiento a la esencia humana, desde las inconsecuencias de ese «animal humano» que no simplemente nos termina por consumir, sino que se hace reflejo nuestro, una sola carne, un extraño concierto en «agonía gozosa».

 

 

 

 

Bibliografía

 

BARRIENTOS SILVA, Violeta «Física y metafísica en la poesía de Blanca Varela», en Ajos y zafiros, nº 3/4, Lima 2002, pp. 52-53

BONNETT, Piedad. «Palabras de mujer Poesía femenina latinoamericana» Poligramas 28, diciembre 2007.

CÁRCAMO-HUECHANTE. Luis E. «Una poética del descenso: mezcla y conversación en Blanca Varela». Hispanic Review (2005).

CASTAÑÓN, Adolfo. «Blanca Varela: la piedad incandescente», en Canto villano. Poesía reunida, 1949-1994, Fondo de Cultura Económica, México 1996, pp. 25-40.

ELMORE, Peter. «Blanca Varela: El filo de la voz: Apuntes sobre nuestra poeta mayor», El Dominical, lima, 7 de octubre del 2007.

FERRARI, Américo. «Varela: explorando los “bordes espeluznantes», Hueso Húmero, No. 21, Lima, diciembre de 1986, pp. 134-143.

FORGUES, Roland. «Blanca Varela, fundadora de una utopía poética que ignora, asume y trasciende el género». Ciberayllu, 10 de octubre del 2008.

JARQUE, Fietta. «Odio todo lo que tenga que ver con el éxito y con el poder». Entrevista a Blanca Varela. Babelia. Suplemento del diario El País, sábado 21 de julio de 2001. En la Red: http://www.elpais.es/suplementos/babelia/20010721/b10.html

MUÑOZ CARRASCO, Olga. «Apariciones y desapariciones del cuerpo en la poesía de Blanca Varela (1993-2001) », Revista Ómnibus, Nº 13 Año III febrero 2007. http://www.omni-bus.com/n13/munoz.html

NAVARROS SANTOS, Mariela. «La palabra-ligadura de Blanca Varela», Cuadernos Hispanoamericanos, No. 598, Abril 2000.

OVIEDO, José Miguel. «Poesía como legítima defensa», en El Mercurio. 3 de marzo de 2001.

PAOLI, Roberto. «Una visión lúcida y desencantada», en Canto villano…, pp.15-23.

PAZ, Octavio. «‘Destiempos’ de Blanca Varela», en Canto villano…, pp. 7-13.

—————–. (1967) El arco y la lira, Fondo de Cultura Económica: México.

VALERO JUAN, Eva María. «‘El mundo iluminado y yo despierta’: la poética material de Blanca Varela desde los años 80», Revista Ómnibus Nº 12, 2006

VARELA, Blanca. (1986) Camino a Babel, Municipalidad Metropolitana de Lima.

———————-. (1999) Concierto animal, ed. Peisa – Pre-Textos, Valencia.

———————-. (1996) Canto villano. Poesía reunida, 1949-1994, Fondo de cultura económica, 2da edición, México.

 

 

 

 

 

*(Lima-Perú, 1987).  Educador con especialidad en Literatura y Lengua Española por la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle – «La Cantuta». Es director y editor de la revista digital de creación literaria Remolinos. Ha publicado en poesía: Anatomía de un vacío (2006).


[1] Muñoz Carrasco, Olga «Apariciones y desapariciones del cuerpo en la poesía de Blanca Varela (1993-2001)”, Revista Ómnibus Nº 13, Año III, febrero 2007.

[2] Roberto Paoli nos dice: «en la crisis del lenguaje poético contemporáneo observamos que hay poetas que rompen los diques de contención de la verbalidad; otros que, en cambio, tratan de reducir la expansión física del discurso verbal. A esta segunda categoría pertenece por derecho la expresividad de Blanca Varela». (1996:19)

[3] Valero Juan, Eva María; «El mundo iluminado y yo despierta»: la poética material de Blanca Varela desde los años 80, Revista Ómnibus, Nº 12, 2006.

[4] Este texto es la conferencia inaugural que abrió la jornada de estudios dedicados a Blanca Varela, ganadora del XVI Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, organizada por la Universidad de Salamanca (España) el día 6 de mayo de 2008.

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