Por Roger Santiváñez
Crédito de la foto (izq.) Plectro Ed.
Bajo las olas de un mar tibio y eterno:
La poesía de Gabriel Gargurevich Pazos
Desde los días de Javier Heraud (a principios de los 1960s) quien introduce el británico modo en nuestra poesía y así comienza el desarrollo del conversacionalismo y el tono coloquial, esta tendencia ha cubierto un amplio espectro que llega hasta la actualidad: tenemos aquí el libro Serpiente undreground del poeta Gabriel Gargurevich Pazos que viene a mostrarnos una suerte de fresca renovación de dicho lenguaje. En efecto, los poemas de este autor se desenvuelven por los caminos de una abierta oralidad —lo que no es óbice para logradas líricas imágenes como “Un niño maestro rubí gema universo infinito en el pecho”— en la que se nos plantea la difícil experiencia de vivir; vida que es —para el poeta— sinónimo de derrota, aunque —a pesar de esto— merezca ser celebrada. En esta actitud, Gargurevich se acerca a la tradición de la poesía maldita.
Provisto de notable imaginación, el poeta se interroga implacablemente sobre su propia existencia y no tiene reparos en apoyarse en la cultura popular [Julio Iglesias] para escribir descarnadamente: “¡Entiéndelo ya!/ Estás muerto y todos a tu alrededor son fantasmas”. Sin duda y —como bien lo apuntó el gran Enrique Lihn— el poeta es alguien que trabaja con la muerte. Pero Gargurevich le pone su toque personal, incluso geográfico: “Todo gira en torno a él/ En medio de la niebla limeña”. Y su construcción poética se basa en lo doméstico y cotidiano, así podemos leer: “Pensé que no sabría de ti nunca más/ Que terminaría bajo el agua/ Dentro de una lata de atún”. Esta última imagen, digna del pop-art de Andy Warhol, nos sitúa muy bien en el universo gargurevicheano, donde también hay un espacio para la resonancia vallejiana (cómo no, con nuestro gran mito poético) como se trasluce en este verso: “Para eso vine el mundo: Para pedirle disculpas al mendigo mil veces”.
En este sentido, el poeta se autocuestiona a cada instante, sufre su ser, “Todo bien/ En el purgatorio” —nos dice—, incluso llega al extremo de la autopunición como ocurre en el poema titulado ‘Rompa el vidrio encaso de emergencia’, frase perfectamente tomada de un aviso de la realidad real, característica esencial del modo conversacional. La oralidad prima en sus escenas para expresar la angustia de una sensibilidad crispada y atenta al devenir de la historia de la humanidad: “Empieza la cuenta regresiva/ ¿O acaso la bomba ya explotó?”. En medio de esta debacle, Gargurevich es capaz de hermosa poesía como la inscrita en el poema ‘Río’ cuyo remate muestra su talento: “Sin ojos/ Ni boca/ Ni orejas/ Ni nada/ Nada de nada/ Solo espacio deshaciéndolo todo/ Me transformo en viento”. Otra muestra de su talento —a mi juicio— lo constituye el texto denominado ‘Ocaso en Suasi’.
El poeta viaja por distintos ámbitos geográficos o existenciales, pero en todos se plantea una situación límite, la experiencia humana siempre está en el borde de un precipicio y —a veces— se ubica muy limeñamente: “Las cenizas se pegarán a las hojas de los árboles/ De la Avenida Arequipa/ Y mis huesos se volverán a armar/ En la huaca”. Incluso nos encontramos con llamativas formas de transrealizar mitos de la antigüedad [Dafne] cuando dice sobre la pasión amorosa: “La promesa de una fiesta en el tronco de un árbol/ Entrelazándonos/ Volviéndonos hojas”. Todo esto rodeado de visiones urbanas y enfático coloquialismo: “Las risas se derriten en los vidrios de los departamentos/ (¿Qué pasa, hermano?)”. Este coloquialismo resuelve la indagación metafísica aun cuando la autopunición persista: “Solo te pido que me recibas con una carta de amor/ O que me jales de las patas mientras duermo”.
Igualmente sucede con el poema ‘Donde hubo fuego cenizas quedan’ que recoge el dicho popular, donde el prosaísmo invade el texto: “Tiene cincuenta años, el muchacho de la Avenida Arequipa./ En el pasado: camisas hawaianas, ropa OP, pelo quemado por el sol, clases de surf en Makaha, cuerpos, y estrellas en el cielo, jadeando en la playa, oliendo a petróleo, los vivió, los años, caminando por la cuerda floja con alimañas mordiéndole los dedos gordos del pie”. Testimonio generacional que se convierte en un réquiem por las vivencias de la primera juventud. Y una fuerte autoconciencia lo impele a intentar —como sea— escapar del hoyo existencial: “Camino hasta la sala/ Saco la cabeza por la ventana/ Como pidiendo auxilio”. Pero al final, el poeta se impone. Es decir, una conseguida dicción lo libera del tráfago muchas veces insoportable de existir: “No eres más que una invención de mis uñas a las que les gusta hurgar en los poros de las dunas salvajes que crecen en el cielo presumiendo formas de cáliz sagrado”, aunque un acendrado nihilismo parezca surgir con fuerza: “No existes/ No existe nada”.
En esta línea, el cuestionamiento de todo lo establecido campea en el poemario, usualmente con el apropiado uso de un coloquialismo eficaz: “¿Esto es poesía?/ ¿O lo escribí muy rápido?/ ¿Es conforme señor notario?/ Hola ¿Estás ahí?”. Ahora bien, como todo poeta auténtico Gargurevich está transido de preocupación metafísica, como cuando nos dice con retruecano conceptual: “Los seres que habitan los seres que habitan mi ser” para continuar después: “Respiran en las paredes lisérgicamente/ Me desarman: como Túpac Amaru” apuntando a la memoria generacional psicodélica no exenta de conciencia histórica; porque el devenir histórico es también una constante en esta poesía, sino leamos el remate del poema que venimos comentando: “Con espacio suficiente para planificar un nuevo Big Bang”, es decir, un renovado estallido que recomenzara la vida universal. Y su capacidad de observación de la realidad es fidedigna cuando expresa: “Donde rosarios cuelgan de todas las paredes”. La religión católica —sin duda— como configuración cultural que nos rodea.
La herencia literaria y musical igualmente se asoma entre sus versos (Rimbaud, Sid Vicious, Los Prisioneros) redondeando la frescura que —por momentos— lo acerca al mejor Antonio Cisneros: “Cantaré una canción en un karaoke:/ Ahí me desenroscaré y batiré alas” para tornar a la angustia metafísica: “Lo más cerca que estoy de la nada” cerrando con una brillante imagen de prosapia expresionista: “Y vuelo entre la gente como un escupitajo”. Esta malditez —diríamos— no le impide al poeta el dibujo de bellos poemas como el dedicado a su hijo, a la amistad, o al amor. Pero su tendencia es dark: “Un muerto más/ En la calle/ Mirando escaparates”. Y siempre callejero, super-urbano. Su proclividad a lo oscuro queda clara en este verso que va como una letanía: “¿Cuánto dura la felicidad si se muere cada día?”. Sin embargo, hay esperanza. Un poeta verdadero jamás la pierde. Así leemos con brillante lirismo: “Bellas son las fisuras de las paredes/ Porque de ahí brota el amor”; y también esta consigna que semeja un Arte Poética: “Para cantar hay que volver a nacer”. Y se atreve a enmendarle la plana a Martín Adán: “¿Quieres saber de mí?/ No vayas a mirar al mar”. Porque el poeta se auto percibe un milagro: “Me siento puro/ Ah/ Como un ángel”. Condición sine qua non de la poesía —sin duda— línea que se adscribe a Los ángeles tranquilos de Eguren, heraldos del amanecer. Ya que —como reza el imaginario popular— cuanto más negra es la noche, más brillante será la alborada; lucero del alba de la poesía, en cualquier caso, de eso estamos seguros con esta Serpiente underground de Gabriel Gargurevich Pazos.
[Orillas del río Cooper, sur de New Jersey,
enero 2020]
*(Lima-Perú, 1975). Periodista y escritor. Bachiller en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Lima (Perú). Fue compositor, guitarrista y vocalista de la banda nacional El Ghetto. Se desempeñó como coeditor de la sección “Política” del diario La República y periodista de la sección “Sociedad” de ese diario, así como editor de la revista de modas Para Ti Perú; periodista y subeditor de la revista Cosas Perú por siete años, y guionista, generador de contenidos y coach en el programa “Oh! Diosas”, de Plus TV. En la actualidad, colabora con el suplemento “El Cultural” del diario El País (Uruguay). Ha publicado 8 Mujeres. Retratos de peruanas que encontraron el éxito (y el poder) (2015) y en poesía Serpiente underground (2020).