Arte poética en «El libro de Dios y de los húngaros» (1978), de Antonio Cisneros

 

 

Por Carla Vanessa*

Crédito de la foto (izq.) Ed. Libre1 /

(der.) www.trome.com

 

 

Arte poética en El libro de Dios y de los húngaros (1978),

de Antonio Cisneros

 

 

Contexto

La obra del poeta peruano Antonio Cisneros puede considerarse hoy en día como una de las más fructíferas y de más alta calidad que ha producido la poesía del Perú hasta el momento. La valoración y el significado de su registro poético han servido, asimismo, de influencia para la aparición de otras poéticas posteriores y contemporáneas a él. En ese contexto, la aparición de El libro de Dios y de los húngaros (1978), séptimo poemario del autor, vislumbra una madurez estética de la que su propio autor es consciente y está satisfecho, tal y como lo expresó en una entrevista realizada por Mario Montalbetti en 1978, para el diario La Prensa, cuando fue preguntado sobre su poesía anterior y la de entonces (con este libro): “Tú primero dices lo que puedes, y después dices lo que quieres” (Cisneros, 1978c, p. III). Dicha poesía también posee un brillo particular, en general una buena factura que no fue debidamente atendida por la crítica en su momento (Avalos, p. 4), quizá aún obnubilada con la poesía de corte social y de denuncia que él mismo había estado escribiendo anteriormente y que, a su vez, caracterizó a la de sus coetáneos Javier Heraud en Estación Reunida, o César Calvo en El cetro de los Jóvenes, para citar un par de ejemplos, quienes formaron parte, junto a nuestro autor, de la llamada generación del 60.

En efecto, la generación del 60, estuvo conformada por jóvenes y talentosos poetas que inundaron la palestra literaria de esa década del siglo XX para darle un gran frescor y novedad a la literatura peruana con una poesía cuyo registro se caracterizaba por ser de un estilo sencillo, dirigido a todo tipo de lector, —sin que esto implique que haya estado exenta del rigor y de las exigencias estéticas necesarias— y cuyas temáticas abarcaban la cotidianeidad, las preocupaciones sociales del momento y la reflexión y el cuestionamiento contra el status quo que se vivía en ese tiempo, cargado de estremecimientos históricos tanto dentro como fuera del Perú. En el país se suscitaba una constante convulsión política militarista en el que los presidentes de turno eran derrocados una y otra vez y los movimientos sindicales y sociales ejercían una constante presión reclamando sus derechos bajo un sistema de estado y de gobierno que había perpetuado por siglos la desigualdad y el clasismo. Fuera del Perú ocurriría la Revolución cubana encabezada por Fidel Castro, hecho que marcaría al fuego a estos jóvenes poetas. En el resto del mundo ocurriría la revolución juvenil del hipismo, la revolución feminista, mayo del 68, el auge de la música popular que se cristalizaría en 1969 con el festival de Woodstock, la Guerra de Vietnam y la Guerra Fría que polarizaría al mundo. Corría entonces un gran sentido del cuestionamiento, y a su vez, una sensación de renovación y esperanza a través de un cambio social que traería el verdadero desarrollo en las sociedades con la preponderancia de nuevas y más jóvenes voces.

 

Dibujo al carboncillo del Poeta Antonio Cisneros realizado por Márquez.
2022

 

Este contexto, que afectaría a nivel temático y formal la poesía de todos ellos, se alimentaría con referentes estéticos como el de la poesía contestataria de Bertolt Brecht, la poesía anglosajona como, por ejemplo, de Ezra Pound y T. S. Eliot o la de Dylan Thomas y los poetas Beatniks o de la Escuela de Nueva York, por mencionar algunos. Un hecho destacado en la vida de Cisneros y su interés por la poesía de habla inglesa es que, una vez que ganó la beca Javier Prado, eligió irse a estudiar a Londres, en lugar de elegir una universidad española, como era casi una tradición de sus predecesores. Este hecho definitivamente influyó directamente en el desarrollo de su poesía presente y posterior.

Cisneros publicó, antes de 1978: Destierro (1961), David (1962), Comentarios reales de Antonio Cisneros (Premio Nacional de Poesía, 1964), Canto ceremonial contra un oso hormiguero (Premio Casa de las Américas, 1968), Agua que no has de beber (1971) y Como higuera en un campo de golf (1972). En todos ellos e vislumbra un desarrollo y maduración lenta y progresiva de su poesía que va trasmutando también sus temáticas y campos de interés, cambios progresivos que se ven fuertemente influidos por el desencanto político que había ocurrido luego, y principalmente, por la muerte de Javier Heraud, brillante poeta que se involucró con la guerrilla y que fue muerto en 1963 en la selva de Madre de Dios, golpe durísimo —emocional e ideológico— tanto para el autor, quien lo conoció y frecuentó, como para casi todos los jóvenes de su generación. Los posteriores conflictos bélicos mundiales como el de Vietnam, la muerte del Che Guevara, precedida por enfrentamientos entre los dirigentes del irrompible comunismo cubano, los virajes políticos de las viejos caudillos de otrora esperanzadores movimientos políticos y sociales de las que se sintieron representados, hasta hechos fuertemente emocionales como la muerte de otro de sus coetáneos, el poeta Luis Hernández (fallecido en 1977 en Buenos Aires aparentemente por suicidio), producen un viraje hacia la reflexión y reexamen del pasado y de su porvenir, de sus referentes y sus creencias (un “yo” que se torna, entonces, más biográfico, al decir del crítico Julio Ortega). En la poesía de Antonio Cisneros dicho cambio lo hace volcarse hacia una poesía más intimista, reflexiva y confesional; a nivel formal, desarrolla un estilo más elaborado, pausado y cuidado en el uso de técnicas poéticas para la construcción de sus imágenes, que descuellan bajo la máscara de una objetividad y un aparente sentido de lo prosaico, como forma de enganchar con más eficacia al lector. Es esto, precisamente, lo que encontramos en su séptimo poemario, motivo de este ensayo.

 

 

Entre Dios y entre los húngaros

Antonio Cisneros vivió en Hungría gracias a que, tal y como lo expresa Camilo Fernández (2020, p. 3), en 1974 consiguió una plaza de profesor en la Universidad Eotvos Lorand de Budapest. Esta experiencia migratoria, aunque temporal (de dos años, como lo contó el poeta en una entrevista hecha posteriormente para la revista Marka) significó un punto de inflexión en la vida del poeta, el cual decide plasmar en un libro de poemas a su vuelta en Lima. De modo que el arte poética principal de este libro se establece así, mediante el diseño de un hablante poético que va a “narrar” sus experiencias fuera y el impacto cultural y personal que significó su estancia en ese país, un diálogo que se realizará mediante un lenguaje objetivo, claro y a la vez profundo en la imaginería que irá entretejiendo a lo largo de los poemas. El hecho de ser un sujeto migrante que enfrenta en solitario dicho choque cultural que significó vivir en un país con costumbres e idioma completamente distintos al suyo, hace que la poética del libro se oriente, en ese sentido, a dos elementos clave que la configuran. El primero lleva un tinte claramente espiritual y religioso, que es la idea de Dios y la reconversión del poeta, y el segundo, su situación como sujeto migrante.

 

El Poeta Antonio Cisneros.
C. 1970

 

La idea de Dios y la reconversión del poeta

La imagen de Dios, como elemento clave dentro de la poesía de Antonio Cisneros no es una novedad. Desde sus primeros libros ya se hacía presente como parte de las preocupaciones existenciales de un poeta, casi adolescente entonces, que se hacía ya muchos cuestionamientos respecto de su realidad espaciotemporal. En sus primeros libros como David o Comentarios Reales de Antonio Cisneros ya asistíamos a esa fiereza contestataria, propia de su tiempo con que el poeta desacralizaba la imagen divina clásica del Dios bueno, creador y protector de todos los hombres. Podemos citar, por ejemplo estos versos de “Canto al Señor” del libro David que está dedicado en su integridad a narrar los episodios en torno al personaje bíblico del Antiguo Testamento: “Y al hallar tu corazón/ debo retornar, alegre y manso/ como todos los días” (…) “Los pobres pecaban en pobreza,/ cierto que no sabían/ tocar el arpa, beber/ en copa de oro,/ disecar salmos./ Solo David fue perdonado (Cisneros, 1996, p. 43). En este libro de versos breves y sencillos y evocativos de los salmos bíblicos, ya se insinúa un registro lleno de ironía al describir la imagen de Dios dentro del discurso histórico de los hechos en torno a David como el héroe y también el pecador.

En su siguiente libro, Comentarios Reales de Antonio Cisneros, este registro cuestionador es mucho más manifiesto. Este poemario que pretendió, como el mismo autor lo señaló, una osada aproximación poética a la historia del Perú, encuentra al yo poético con el pie en alto cuestionando el discurso edificante de Dios a lo largo de la historia. Podemos notar este rasgo en versos como estos del poema “Oraciones de un señor arrepentido”: “En otros tiempos/ hinchaste tus baúles/ con la granja de Abel/ También sospecho que a sabiendas/ a Jesús lo mandaste/ al matadero” (Cisneros 1996, p. 58) o este otro denominado “Oferta” en que se satirizan las instituciones religiosas cristianas y sus representantes: “En tu silla de madera,/ señor cura,/ dices que cuando bien muera/ veré a Dios./ ¡Quiero cambiarte mi cielo/ por tu silla de madera!” (Cisneros 1996, p. 60).

Dicha visión cargada de agresividad e ironía va cayendo en franca retirada a lo largo del tiempo poético de la obra de Cisneros puesto que su poesía va adquiriendo mayor poder de análisis y un sentido del desapasionamiento. A esto hay que sumarle que el autor está ahora fuertemente influido por la Teoría de la Liberación, que de algún modo reconcilia la religión con la sociedad ya que tiene como una de sus propuestas principales su posición de compromiso activo con las búsquedas colectivas de justicia social e igualdad de condiciones para una vida digna entre los pueblos; así pues, la religión toma ahora, con dichas propuestas, un papel más protagónico y comprometido con el quehacer político y social en América Latina. Había fracasado la revolución mediante las armas, ahora se presentaba esta otra nueva forma de alcanzar una transformación de la realidad.

En el caso del Libro de Dios… si bien el autor nos advierte desde el título mismo de su libro, su temática y problematización base, el Dios como entidad fundamental en el universo poético que se plantea en este poemario es, no solo un tema clave, sino un elemento que moldeará al sujeto poético. Cisneros mismo nos explica la situación:

“(…) en ese periodo es que, justamente, se agudizan mis preocupaciones religiosas. Son las experiencias cotidianas en una república popular, cosa que nunca había tenido (…) Son también las relaciones que se dan entre lo divino y lo humano, planteadas como una de las preocupaciones esenciales del libro” (Cisneros, 1978a, p. 32).

 

De este modo, podemos apreciar como el autor Cisneros vuelca sus experiencias personales a través de este sujeto poético quien será ahora el que se dirija a nosotros, sus lectores y el que nos describa sus vivencias y su transformación. El primero de los poemas de este libro, titulado “Domingo en Santa Cristina de Budapest y frutería al lado” ya nos presenta una construcción de Dios a través de una experiencia religiosa directa que vive el sujeto lírico al asistir a un templo en la localidad a la que hace mención el título del poema:

(…) el sacerdote

lleva el verde del Adviento y un micrófono.

Ignoro su lenguaje como ignoro

el siglo en que fundaron este templo.

Pero sé que el Señor está en su boca.

(Cisneros, 1978b, p. 15)

 

En este poema asistimos también a una característica importante dentro de lo que vive el yo poético, y que hace más fuerte su proximidad a Dios: el sentimiento de descolocación respecto del lugar en que reside. El yo poético se sitúa en un país extraño cuyo idioma y cultura en general no entiende, así pues no comprende en absoluto lo que sale de la boca del sacerdote, aunque esta experiencia religiosa per se lo hace sentir confortado: “para mí las vihuelas, el más gordo becerro/ la túnica más rica/ las sandalias (…) porque estuve perdido/ más que un grano de arena en Punta Negra (…) Porque fui muerto y soy resucitado” (Cisneros, 1978b, p. 15). En otras palabras, Dios es su elemento soporte en medio de su soledad e incomprensión de lo que experimenta en ese universo extraño, como más adelante, en el desarrollo del poema, le sucede al contemplar al vendedor de frutas y sus productos luego de la iglesia: “frutas de estación cuyos nombres ignoro (…) Ignoro las costumbres y el nombre del frutero (Cisneros, 1978b, p. 15). El remate de este poema refuerza esta idea de asidero divino frente a lo desconocido: “loado sea el nombre del Señor,/ sea el nombre que sea bajo esta lluvia buena”.

 

El Poeta Antonio Cisneros junto al Escritor José María Arguedas en un acto de la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga (Ayacucho-Perú). 1965

 

Este primer poema presenta el libro y abre también la primera de las tres secciones de la que se compone el libro a saber: I. “El libro de Dios y de los húngaros, II. “En Román Paladino” y III. “Dedicatoria”.

La primera sección aborda con más nitidez su experiencia de extranjero migrante en Hungría. A lo largo de ella asistimos de la mano de la narración del yo poético al conocimiento de hechos de su vida personal que refuerzan este estado de felicidad que aparecen diseminadamente al amparo de la imagen de Dios al que ha regresado y con la que se siente nuevo. Acontecimientos personales claves como el nacimiento de su hija Soledad expresan para el poeta también un nuevo comienzo en su vida personal. El Arca de la Alianza bíblica, esa caja que guarda los diez mandamientos, el tesoro más preciado de todo el Antiguo Testamento, aparece en el poema “Nacimiento de Soledad Cisneros” como metáfora de ese taxi que llevará consigo lo más preciado en la vida el poeta: su mujer en estado de parto y su hija por nacer: “Corrí, caballo rojo, bajo el blanquísimo cielo/ del invierno,/ aterrado y alegre entre los cuervos,/ hasta hallar ese taxi brillante como hoja de/ afeitar./ El Arca de la Alianza” (Cisneros, 1978b, p. 19). He aquí un poderoso referente de la presencia de Dios en su vida y el agradecimiento que el poeta siente ante este acontecimiento para el que se vuelve “guardián de las hogueras/ en un corredor del/ hospital [en pleno invierno boreal y de] todo el fuego robado a Budapest” (Cisneros, 1978b, p. 19), nace una hija, pero nace él también. El poema que le sigue, “El puercoespín” es el colofón de este hecho familiar sobre su hija en que la tristeza de verla partir al Perú se expresa con una extraordinaria ternura que, como lo señaló Javier Sologuren en su revisión sobre los aspectos formales de este libro, no cae en patetismos ni ampulosidades. Citamos, a continuación, los versos que Sologuren citó para fundamentar su postulado:

“Su hociquito dulce y remojado/ era el rostro final de Soledad./ Nos miraba con los ojos de boliche que miraban/ las nubes del océano en un avión holandés./ Y fue todo./ Después huyó entre las altas yerbas./ Asustado” (Cisneros, 1978b, p. 23).

 

Las invocaciones bíblicas también están presentes en este libro como uno de los ramajes de esta idea de Dios en el libro. Holofernes, por ejemplo, quien fue un militar asirio enviado por Nabucodonosor, para tomar la ciudad hebrea de Betulia como venganza. Su destrucción fue evitada por Judith quien lo sedujo hasta introducirse en su tienda, embriagarlo, y luego asesinarlo, así revirtiendo la suerte de los hebreos, el pueblo elegido. Esta parte de la historia aparece en el poema “Holofernes complaint” de la sección II del texto. En este poema, en que el la voz poética del  “yo” es transferida a este personaje  histórico, y en que el “tú” no es el lector, sino Judith, su victimaria, es interesante el recurso estético que emplea Cisneros, de combinar en el poema referentes propios del tiempo de lo narrado con elementos del presente, como para establecer una ruptura con su tiempo histórico y una continuidad permanente: “Y en el día convenido –las alianzas secretas:/ teléfonos aterrados como liebres en tu li-/ breta negra (…) fuiste pródiga en cervezas al Polo y ensaladas”. Esta ruptura del tiempo de la narración poética es, también, una alusión a la idea de un Dios intemporal, que a través de sus personajes repite, como en un espiral sin inicio y sin final, sus roles en la historia de los vencedores y los vencidos por la gracia divina.

Pero la imagen de Dios no solo se refleja en un sujeto lírico totalmente influido por ella; las dudas terrenales, las angustias de su día a día se manifiestan, acaso con mucha más fuerza y a la vez belleza poética, como podemos percibirlo en su poema “Oración”:

Qué duro es, Padre mío, escribir del lado de los

vientos,

tan presto como estoy a maldecir y ronco para

el canto.

Cómo hablar del amor, de las colinas blandas

de tu Reino,

si habito como un gato en una estaca rodeado

por las aguas.

Cómo decirle pelo al pelo

diente al diente

rabo al rabo

     y no nombrar la rata.

(Cisneros, 1978b, p. 97)

 

Este poema, formalmente es muy interesante desde el plano visual en que el poeta busca que los encabalgamientos sean mucho más notorios al ojo del lector, al aplicar en los versos afectados por sus predecesores la sangría francesa. Los cortes que realiza para construir dichos encabalgamientos crean ese efecto de refuerzo de lo que quiere comunicar o señalar (… del lado de los/ vientos (…) ronco para el/ canto (…) las colinas blandas/ de tu reino. El remate incide aún más en este efecto para subrayar la frustración del poeta por la situación en que vive o se siente al utilizar el elemento rata como comparativa. Esta estructura visual base, (que utiliza en casi todos los poemas de este libro) aunada a la composición del poema con versos espacialmente bien situados, cargados de tensión poética, confieren al poema una fuerza verdaderamente relevante y conmovedora.

Con estos ejemplos hemos querido fundamentar, como conclusión preliminar en este ensayo, que Dios es un elemento de su arte poética que subyace como una columna vertebral que articula el texto. Dios no solo como invocación a lo largo del libro, sino como presencia constante, bajo la forma de una entidad discursiva implícita que encamina, cura y transforma al yo poético y que se proyecta en un sujeto lírico que se muestra ante el lector como un ser reconciliado y transformado que narra y canta, como en las rapsodias, los acontecimientos que experimenta y que como, colofón de la expresión de su armonía interior, le canta al amor que ahora es capaz de sentir y prodigar, y que desemboca en la “Dedicatoria” del libro, la tercera sección, a través de un poema dirigido a su esposa: “(…) Te amo. Y no te amo/ por el vino,/ el libro sobre China,/ la torre roja/ Ni te dejo de amar/ si el vino es agrio,/ el libro es aburrido/ y me sepultan/ bajo esa torre roja” (Cisneros, 1996, p. 229), siempre con esa aparente  objetividad y mesura, pero que esconde, tras ese juego de opuestos y contradicciones que le es característico, (como lo veremos más adelante también en el poema “Café en Martirok Utja”) pero en el que subyace una poderosa emotividad.

 

El Poeta Antonio Cisneros.
C. 1962

 

El exilio del yo y su soledad

El segundo de los elementos clave en la constitución del arte poética del libro es la sensación de extrañamiento, de descolocación frente a ese nuevo lugar absolutamente extraño. Dicho momento de su vida se materializa en una suerte de estado de confusión que le impide denominar las cosas o recordarlas como lo hace notar Camilo Fernández en un ensayo sobre este libro:

Nuestra hipótesis es que el sujeto migrante, en El libro de Dios y de los húngaros, manifiesta la imposibilidad de nombrar con precisión, la memoria fragmentada y las fronteras geográficas difusas. (Fernández, 2020, p. 3)

 

Esto lo podemos corroborar, por ejemplo, en el poema “Ocupado en guardar cabras”: “Ocupado en guardar cabras,/ en pagar agua y luz/ perdí tu rostro/ y este mío, no puedo distinguir/ un álamo temblón de una malagua/ ni sombra cuál me da/ ni dardo cuál” (Cisneros, 1978b, p. 61), en “Muchacha húngara en Hungría otra vez” cuando dice: “Aquí no soy Sofía y mi memoria confunde algu-/ na vez aquel sabor con un sabor de trucha/ o de ternera” (Cisneros, 1978b, p. 65) o en “Ave negra en el invierno de Moscú: “No sé el nombre/ sea cuervo este pájaro que nombro” (Cisneros, 1978b, p. 77).

Aunque el yo poético es consciente e invoca la situación geográfica en que ahora vive, con su carga histórica y cultural, expresadas, por ejemplo en sus referencias a la Revolución húngara de 1956 o a Antón Denikin, uno de los generales del Movimiento Blanco ruso antivolchevique, en el hermoso poema de cuatro segmentos “Tu cabeza de arcángel italiano”, o al socialismo que es el movimiento político que domina y gobierna todo el país, esto se expresa de manera disgregada, como en retazos a lo largo del libro, ya que el poeta se siente convertido en “(…) el gorgojo tuerto del/ Danubio: pimientos y vigilias sin rumbo/ y sin respuesta (poema “Tranvía nocturno”, [Cisneros 1978b, p. 57]). En este largo poema cabe resaltar la condición del yo poético que, subsiste frente a la paradoja de vivir en un país políticamente comunista, ideología que tiene como uno de sus dogmas el ateísmo. Sin embargo, su fe y su reconversión le permiten, una vez más, pervivir bajo este argumento ideológico que lo vincula con su pasado. Ante ello, el poeta entreteje, bajo la forma de un manto protector, un nuevo concepto de socialismo que puede convivir en su corazón, a la par que su fe tradicional, rescatada del olvido voluntario al que la había sometido su pasada juventud contestataria. “(…) El tío Miska —ya muerto en la Cua-/ resma grita en mal ruso: al diablo con la guerra, caballeros, la guerra terminó” (Cisneros 1978b, p. 41, las cursivas son del original).

A la par de ello, su condición de migrante lo convierte en un sujeto ubicado en las fronteras permanentes que no solo la establecen la geografía y el idioma, sino su propia interioridad, como lo expresa en el poema “Tierra de ángeles”: “(…) El tranvía ha llegado a la frontera./ Ni un alma entre las torres./ Ni una torre./ (Chilla un gato en la niebla como un niño/ peruano)”. Esos titubeos en la pronunciación del discurso por parte del yo poético, y también esa desmemoria, ya citada líneas arriba, es lo que Camilo Fernández llamó “inestabilidad enunciativa” (Fernández, 2020, p. 2) el cual fragmenta dicho discurso en dos vertientes que parten desde de un solo tránsito vital.

Este elemento de la soledad, producto de su otredad enfrenta dos instancias claras presentes en el universo del yo poético: Hungría y el Perú. Hungría es no solo el lugar geográfico en donde se encuentra el poeta, sino ese lugar “otro” en el presente de la ficción poética del libro, pero las imágenes y elementos pertenecientes a su lugar de origen, el “este”, también lo están, como trazos, esbozos claros de un universo del que el poeta no se desapega, sino que confronta con el otro que se establece como un opuesto.

En el poema “Muchacha húngara en Hungría otra vez”, por ejemplo, el poeta describe una gran langosta y su carne generosa que contrasta con la memoria de una trucha o una ternera que ha consumido en su lugar de origen. En este poema se confrontan esos dos universos que paralelos en el interior del yo poético son los caminos por los que transita. Espaciotemporalmente está allá, pero el discurso es pronunciado desde acá, desde la otra orilla: “Aquí no soy Sofía y mi memoria confunde algu-/ na vez aquel sabor con un sabor de trucha/ o de ternera”. Aquí la descripción que hace del cangrejo (su peso, la textura de su carne, como lo abren para obtener dicha carne etc.) es una muestra de la técnica del poeta como descriptor objetivo de un suceso de la cotidianeidad (preparar una comida), pero al que enseguida, le confiere riqueza semántica y profundidad con la aplicación de la metáfora “Más la blanquísima carne de las pinzas es perfec-/ ta como el viento del verano” (…) “Y sin embargo son carnes tan distintas como el fuego y el hielo”.

El poema “Café en Martirok Utja”, en su primera estrofa, aplica la misma técnica la del poema descriptivo-objetiva sobre un lugar de la ciudad, el café: “(…) Bebes el vino junto a la única ventana:/ un autobús azul y plata cada cinco minutos./ pides el cenicero a la muchacha (…) la luz de otoño es en tu vaso/ un reino de pájaros dorados” (Cisneros 1978b, p.27). Pero en la segunda estrofa hace una contraposición con los mismos elementos utilizados para su narración, lo cual le confiere una tensión y profundidad mayores a los que nos hubiera dado una enumeración objetiva de los elementos de un recinto: “(…) los autobuses no son azul y plata/ el cenicero es una rata muerta,/ el vaso está vacío/ La muchacha partió cuando encendieron/ la lámpara floreada (Cisneros 1978b, p.27). Con esta técnica, la narración regular de las cosas adquiere una nueva y poderosa dimensión que da cuenta de la carga emocional y vital que a los ojos del yo poético se convierten estas vivencias del día a día, esa sensación de otredad a través del opuesto y de disonancia en un universo en el que su papel es tan solo el de atestiguar y decir, pero sin integrarse. Y el remate de este poema así lo confirma: “Puedes pedir otra jarra de vino,/ pero esta noche/ no esperes a los dioses en tu mesa”.

La sección II, “En Román Paladino” es interesante dentro de este contexto del yo poético como otro dentro de su contexto, ya que agrupa poemas que tienen como referentes a su lugar de origen, volviendo a afirmar con ello esta intención de la confrontación de dos mundos siempre desde la visión de la otredad. Una fábrica del Callao, el malecón Cisneros y su faro, Limatambo, así como advocaciones a personajes de ese universo: Luis La Hoz, Nicolás Yerovi, E. A. Westphalen y su revista Amaru. Solo Li Po y Holofernes aparecen como dos figuras disonantes, histórica y geográficamente lejanos, pero que, una vez más el poeta contrapone rompiendo el orden espaciotemporal trazado en este segmento del libro: Holofernes es el hereje que muere a manos de la judía (el pueblo elegido) Judith, Li Po es el poeta clásico admirado por todos por su riqueza lírica descriptiva y su afición al vino, a la celebración que es también la del poeta que celebra su vuelta a casa, su reencuentro con el Señor en medio de sus dudas y tribulaciones, y sus interrogantes sobre la vida y la muerte, como el que subyace en el poema-homenaje a Luis Hernández que aparece en la sección precedente, cuando describe un inmenso jardín del Edén, del que se asusta: “Perdóname señor, me aterra esa pradera inaca-/ bable. Sigo a la vida/ como el zorro silente/ tras los rastros de un topo/ a medianoche” (Cisneros 1978b, p.93).

“En Román Paladino es una locución que significa enunciar algo claramente, sin artificios, pero también “lengua romance” o lengua del vulgo, de la gente de a pie, en oposición al latín, la lengua culta, de solo unos cuantos, lo que clarifica más esta intencionalidad del poeta de querer enunciar y ser comprendido totalmente, cabalmente, esfuerzo lírico que ejecuta, desde su lugar de origen desde donde puede enunciar con las herramientas lingüísticas que conoce y domina, y que él trae a colación a través de la añoranza (los poemas homenaje o in memoriam). Aquí se diluye su incapacidad para nombrar o su memoria fragmentada, aquí el yo poético habla con claridad, canta y celebra, como el Li Po invocado en su poema.

 

El Poeta Antonio Cisneros.
Balcón el Centro Cultural Inca Garcilaso de RR.EE.
Lima-Perú, 2012

 

Arte poética del arte poética

En esta parte de nuestro ensayo, quisiéramos hacer mención al poema “Ars poeticae 4” incluido en la sección II del libro, ya que condensa precisamente lo que hemos descrito en la introducción de este trabajo acerca de la maduración estética y la trayectoria de vida de su autor. No es antojadiza la numeración que lleva su título. Este se corresponde con otras tres artes poéticas suyas aparecidas en Como higuera en un campo del golf: “Arte poética I”, “Londres vuelto a visitar (arte poética 2)” y “Homenaje a Armando Manzanero (arte poética 3)”. Este poemario, precedente al que examinamos en este ensayo retrata también otra experiencia migratoria (la estancia del poeta en el Reino Unido), pero que denota otros saberes y sabores que tienen al sujeto lírico viviendo la experiencia de la otredad, pero desde una perspectiva más explosiva, cargada de satirismo e ironía más asociados con el ludismo y la desfachatez, al hartazgo y a la decepción. Es en ese contexto en que su cuarta arte poética se engarza temáticamente con sus precedentes, pero a la vez se desmarca: mientras el arte poética 3, por ejemplo, pretende, expresar su ironía bajo la invocación al bolerista Armando Manzanero, el número 4 de nuestro libro comienza dedicada —bajo el rótulo de “in memoriam” — a uno de sus admirados referentes de la poesía confesional estadounidense: John Berryman (el otro es Robert Lowell, de quien se ocupa, directamente, en un poema más adelante en el libro).

Este arte poética, escrito todo en inglés, es fundamental dentro del poemario, pues revela la propia transformación generalizada del poeta respecto de su propio oficio y retórica, como puede verse en el primer segmento de este poema clave: “A man wants  to publish a book/ to be loved by his friends (…) A man wants to win a prize/ to be loved by his friends” (Cisneros 1978b, p. 137). En el segundo segmento ya aparece la transformación, como parte de su maduración: sus prioridades son otras y aparece la autocrítica: “A man wants to lose the prize (…) A man wants to shut his mouth/ to be loved by his friends” (Cisneros 1978b, p. 137). El remate revela el desasosiego, las cosas que no se pueden cambiar y con las que el poeta deberá seguir haciendo frente a su destino: “The prize os no forgotten,/ the book’s still on sale” (Cisneros 1978b, p. 137). Lo que no se puede borrar, como el pecado original y tampoco se debe olvidar. Este desencanto tiene un sarcasmo, pero que, a diferencia de sus poeticaes predecesoras, termina deslizándose hacia la tristeza y la resignación (acción humana que recibe los beneplácitos de la cristiandad).

Cabe resaltar, a estas alturas de nuestro análisis y en referencia a los confesionalistas que acabamos de citar, que ambos poetas, Berryman y Lowell murieron trágica y repentinamente, uno por suicidio y otro por un sorpresivo infarto mientras viajaba a bordo de un taxi, un detalle que no es para nada gratuito para los propósitos de este libro y su propia intencionalidad que pretende ser también, dentro de este conjunto de reflexiones, un testimonio del encuentro con lo divino desde su propia autoconciencia respecto de su finitud.

 

Estatua del Poeta de Antonio Cisneros, en el malecón de Miraflores (Lima-Perú)

 

Conclusión

El libro de Dios y de los húngaros fue creado con el propósito de expresar las vivencias del sujeto poético desde la perspectiva de su otredad como sujeto migrante y la transformación que experimenta gracias a su aproximación hacia la divinidad. Esto le provee de un nuevo registro lirico: ya no es el enunciador que se burla, satiriza, ironiza, desacraliza y denuncia, sino que se reconcilia con Dios, agradece y celebra sus dones. Cree otra vez en él como instrumento de la verdad y la justicia. Y del amor. El yo poético ha alcanzado una maduración que le permite el desapasionamiento y la reflexión acerca de sí mismo y de su lugar en el mundo. El de aquí y el de allá. La representación, (ese concepto desarrollado hace miles de años por Aristóteles, y que se reinventa cada vez a lo largo del tiempo y de las teorías literarias) se ha logrado con mucha originalidad y con la sabiduría adquirida por la larga experiencia poética de su autor. El producto logrado nos presenta un universo cargado de símbolos entretejidos entre narraciones cotidianas y prosaicas sobre calles, plazas comidas y bebidas, personajes que se cruzan y cruzan ante los ojos del poeta que ve y registra, atestigua, reescribe y transforma. Su tradición está presente, a la manera de las artes poéticas de Horacio y Longinos, una tradición expresada mediante las alusiones a sus referentes poéticos (Li Po, los confesionalistas, Westphalen), históricos y bíblicos (Holofernes, Denikin) y personales (su hija Soledad, su ahijada, su esposa). Tradición y ruptura, desde la otredad y desde el aquí del yo poético que sólidamente fabricó su autor para nosotros.

 

 

Bibliografía

Avalos, E. (1996). La configuración de la memoria en El libro de Dios y de los húngaros (1978), cambio interlocutivo e interrelación campofigurativa. Metáfora. Revista de Literatura y Análisis del Discurso, 5(9). DOI: https://doi.org/10.36286/mrlad.v3i6.132

Cisneros, A. (3 de marzo de 1978a). Toño Cisneros: poeta cristiano y político. “Con el pueblo o contra el pueblo”. Marka, 4(63), pp. 32-33.

—————. (1978b). El libro de Dios y de los húngaros. Libre:1 Editores.

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*(Lima-Perú, 1975). Poeta y crítica literaria. Literata y egresada de la maestría en Escritura creativa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Perú). Ha publicado en poesía Sueños de Carla (2020).

 

 

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