Vallejo & Co. publica esta antología de poemas de Juan Larrea, seleccionada por Benito del Pliego y que fue publicada originalmente en la revista Tse Tse, bajo la edición de Reynaldo Jiménez.
Por Juan Larrea*
Selección de poemas por Benito del Pliego**
Crédito de la foto (Izq.) «Edipo», fotomontaje sobre la cabeza
de Charles Baudelaire por J. Larrea/
(Der.) Juan Larrea, 1932
Ardiendo estrella estrella entre mis cenizas.
7 +1 poemas de Juan Larrea
Evasión
Acabo de desorbitar
al cíclope solar
Filo en el vellón
de una nube de algodón
a lo rebelde a lo rumoroso
a lo luminoso y ultratenebroso
Los vientos contrarios sacuden las velas
de mis carabelas
¿Te quedas atrás Peer Gynt?
Las cuerdas de mi violín
se entrelazan como una cabellera
entre los dedos del viento norte
Se ha ahogado la primavera
mi belleza consorte
Finis terre la
soledad del abismo
Aún más allá
Aún tengo que huir de mí mismo
Paisaje involuntario
Poniente Estación del viento
Agitando las alas
un ave cambia el tiempo
En el camino
la lluvia en vano atrasa al sol
El día palidece a lo largo de mi tez
y he llorado apartándome
de las ventanas del tren
Enfrente
hombro del horizonte
la guitarra desnuda sostiene mi mansión
Hiladas de ladrillos enjarjan la canción
Ilumina la estancia
un ruido de hojas que cae de mi cara
La puerta duda El cielo baja
sólo tus ojos hijo mío se equivocan de piso
Cerrándose la tarde
te apresa la mirada
y el ápice del tiempo
se para en mi pañuelo
(Trad. de Luis Felipe Vivanco)
Belle Île 10 septiembre
De pie sobre el escabel de este pulso emigrante
de este pulso de pájaro influyente sobre el humor del mar
ligero ligero
al releer tus cartas para mantenerme a distancia
de un crepúsculo quemado por la impaciencia de las aguas
yo sirvo de transición entre la pluma y el ángel
Mi cazador furtivo a esta hora cruje como un camino que se bifurca
a bien como las lilas que brotan violentamente de los cerebros
al discutir la utilidad de una selva lejana
el acaba de perder la esperanza
como se pierde un collar a las siete
en vano es que diga
sonreir a pesar de todo no es asesinar la tarde
aunque algunas plumas caigan de ella
Lo mismo que cuando el mar estrangula a una paloma
por amor a la geografía
Las olas no ocultan el efecto que la espuma les produce
yo me acuerdo de tus senos en forma de ciudad
cuando mi corazón despliega sus banderas de actividad
hacia el horizonte que estalla
ingratuela
ingrata ingrata hasta dar forma a las rompientes
sin más distancia que algunos navíos de aliento
tú eres más deseable que la guerra de los cien años
En la cumbre del tiempo yo te amo como una aduana serena
te amo por transparencia en suma te enmohezco
Juan
(Trad. de Gerardo Diego)
Atienza
Si el camino que uno sigue se bifurca y en la opción toma el conducente a Atienza, contraviniendo a toda norma no saldrá júbilo ni terrenal ornato a recibiros. Ni un solo gesto que os invite a proseguir. Nada que os compense o cuando menos cicatrice el posible futuro que quedó amputado en la bifurcación. Más aún; seréis testigos de cómo lo mismo hacia adelante y hacia atrás que hacia los costados, espacio y tiempo pueden huir de cada hombre infinitamente. Cuanto en un espíritu viajero es apacible gozo y suave por ventura se os habrá desviado por el otro camino. Os sentiréis estilizado, reducido a taciturnidad, con la impresión de que a expensas de vuestra mirada se os agigantan los huesos y de que os sorben los pasos como por una bomba aspirante hacia el vacío. Hasta que al fin, custodiado por dos filas de árboles, comprimido entre lo que cielo y tierra tienen asoladoramente de absolutos, allá un campejo, más aquí un baldío, os detengáis al borde de esa secular tajadura donde acecha el vértigo histórico. Por lo menos así de cabizbajo llegué yo, como si todos los álamos del mundo hubieran ya pasado por mi frente, y con rodilleras de nube en lo poco que me quedaba de corazón.
Atienza…
Por mi parte no tuve siquiera la suerte de encontrarle. Estaban allí aquel día centenares de casas, pero Atienza no. Supuse que debía hallarse afuera, no lejos, quizá en el campo, y aproveché su ausencia para revolverlo todo. Caminé cuestas y cuestas, soborné la anchura de las plazas, impacienté los templos, desperté las ruinas; agrupé en un estanque de mi luz, acaudillándolas, todas las ventanas, y sólo al comprender que cuanto me rodeaba no era sino esa superflua impedimenta que, como los hombres un par de botas, un vaso, una corbata inservible, dejan los pueblos al partir, bien armado de pulmón trepé al castillo.
En tan destronada altura íbanse las nubes haciendo llevaderas, sutiles, apenas infundadas. Del poblado menos anhelos subían que quietudes. Un azorado vientecillo descarnaba en torno mío el panorama donde, trabados tan íntimamente como peine y pelo silencio y claridad imponían al horizonte la más severa línea de conducta. Y comprendí o creí comprender muchas cosas ocultas para mí hasta entonces. Comprendí que ante mis ojos y consumando su acción por las llanuras de las llanuras, cielo y tierra se estaban suicidando lentamente. ¡Quién sabe desde cuánto tiempo hacía! Quise entonces empalmar en mis venas las azules del mundo y vi que era posible. ¡Ohé, oh, sí era posible! Y era posible retroceder hasta el borde del sonido pacerse dolor y hasta quedarse allí en el medianero punto vacilando. Ohé, oh. Yo también me dije, yo también, cuando me quede tiempo hacia el ocaso he de sufrir un monte.
Pero en esto comenzó a ser cruzado el cielo por un bando de aeroplanos. Como yo debieron contar hasta seis las numerosas cabecitas que, solicitadas por el zumbido, aparecieron airosamente abajo, en las ventanas de las casas. Y de este modo me fue dado presenciar la más gloriosa actitud, un dulce crecerse a volar a fuerza de ojos, de un poblado entero, por el mismo tácito y simultáneo acuerdo con que los surtidores de un jardín se estiran hacia algo que en la atmósfera es, más que azul, ternura. Yo mismo fui arrebatado por gracia de tantos ojos como incurrían en inocencia, inesperado pasajero de un vuelo urdido en el corazón de otro mundo. ¡Ohé, oh!
Más pronto el cielo recobró su paz y volvieron los ojos a sus puros y breves cauces. Y sólo entonces, al ser depositado en mi lugar de piedra, se me mostró la verdad totalmente desnuda. Sólo entonces me apercibí de que el horizonte nos tenía a mí y a los demás sitiados, no sé si por miseria o por angustia, pero sitiados. ¡ Y qué horizonte! Escueto, de tierras espaciadas, sin prisas ni apreturas, y tan seguro de sí mismo y de su triunfo que todos mis huesos se echaron a dolerme como se fueran astillas de silencio clavadas en mi carne y ya quisieran a crujidos arrancármelos. Una a manera de resignada filosofía flotaba en lo asediado, a favor de la cual, y sin más que la justa resistencia, tantas cosas se habían ya desmoronado y tantas más se hallaban en vías de desmoronarse. Es decir, me vi de pronto incluido en un destino ajeno, del todo extraño al intuitivo desarrollo de mi esencia.
Hombre, pensé, hombre superficial y extraligero, hecho a la engañosa ciudad y a sus pretextos, cuán poco podrías durar aquí a esta solemne profundidad de miles de pies de años bajo el nivel del tiempo. A este lejano marchar sin rumbo por el puro placer de ir quebrantando como en lagar las cervices de los días. Con tan escasa y sencillas armas —enmohecidas calles, macetas de flores, pordioseras fuentes, plañir de campanas— ¿Cómo podrías defender tu impostura contra los ataques de la muerte? En la ciudad ya están hechos los reflejos de tu instinto a palidecer entre las estatuas, a acogerte al derecho de asilo de los museos, a escurrirte por teléfono, a ahuyentar, como ya una vez por súbita inspiración lo hiciste, algo terrible que se te venía encima desencadenando fragorosamente la bomba del excusado… Pero aquí con tus manos que no son nunca manos aunque nazcan en torno rosas y rosas, con pecho que únicamente será pecho cuando sufra el contagio de la tierra, qué vienes a desempeñar ciudadano enturbiado, sin reflejos de paz ni de templanza. Vete a buscar tu muerte convencional, a disfrazarte de olvidado en tu cuarto de hotel, con tu máquina de escribir, tu calefacción, tu ascensor y tu gramófono.
Lo hice así. Bajé del castillo y sin perder tiempo, antes de que Atienza volviera, me evadí con ánimo de nunca más volver.
Sin embargo, tumbos de viaje e instancias de amigos me han vuelto hoy a esta comarca. De nuevo he ido viendo crecer al poblado hacia el poniente como un caracol que subiese por mi vida con su castillo a cuestas. He vuelto a recorrer calles y plazas, a sostener esa enorme mirada perdida que vaga ciegamente en los pueblos y que a la gente de ciudad tanto nos turba e inmoviliza. Pero tampoco he logrado encontrar a Atienza. Y hoy ya creo haber descubierto que su ausencia no es asunto de horas ni de días. Casi me atrevo a asegurar que como tantos y tantos pueblos españoles, como Trujillo al Perú, Córdoba a la Argentina, Medellín a Colombia, Guadalajara a México, por solo citar algunos de los que ganaron mejor fortuna, emigró el en siglo español de las emigraciones. Si bien se le busca, en América se le encontrará; a no ser que fuera de aquellos otros más desdichados que antes de arribar a tierra firme zozobraron en los mares aún indómitos. Numerosos pueblos que hace tiempo están reclamando una estadística.
De todos modos en lo que hoy se designa en Castilla con el vocablo Atienza, Atienza no está. Hasta los que allí viven más que vivir lo que hacen es estar a todas luces esperándole. Posible es que regrese algún día y acaso en la opulencia. Y lo probable es que los que así le vean sin ruinas ni estrecheces no le reconozcan.
Pero para mí, casual testigo del asomarse de una celestial ansia de roca a sus miles de pupilas, lo cierto es que los que por esperarle llevan una foja vida de entresueño, han desaprovechado la ocasión de realizar uno de los mayores descubrimientos que registra la historia humana. Porque allí en Atienza, mucho antes que en ningún otro lugar del mundo, pudieron y debieron haber sido inventados los ojos azules.
En traje de hojas secas
Suéñame suéñame aprisa estrella de tierra
cultivada por mis párpados cógeme por mis asas de sombra
alócame de alas de mármol ardiendo estrella estrella entre mis cenizas
Poder poder al fin hallar en mi vértigo la estatua
de un héroe de sol los pies a flor de agua
los ojos a flor de invierno
Adiós el mundo entre mis sueños de adiós
los hombres
adios los hombres y los pueblecitos de sus manos
Por todas partes hay espadas que me cortan
en pedazos
oh
cataratas de espadas
Cataratas de espadas es el orden en marcha
soy yo quien ando sobre cavernas
que crujen como cráneos
Nadie se había ahogado aún
Nadie estaba antaño en la sombra
Ahora soy yo pero yo no me per-
tenezco al modo como
pájaros que duermen en mis
ojos no les pertenecen
(Trad. de Luis Felipe Vivanco)
Luna de alas en el corazón de la justicia
Hará un frío de estatuas visibles
en mis manos el silencio desgreñado
cielo de multitud encogimientos de hombros
y yo estaré a la puerta sentado
En su lengua materna cuántos árboles
buscarán salvación en la elocuencia del número
cuántos cuartos vacíos gastarán sus espejos
en luchar contra un pueblo desgarrador de nieblas
Los látigos del corazón cercado de pájaros lúcidos
domarán el poniente y sus lavas de estupor
un cetro escondido será la medida única
pues yo estaré a la puerta sentado
La piedra tragará de nuevo todas las formas esenciales
el peso muerto de un niño caerá rodando como un dado
y los errores alojados en la cabeza que se desploma
harán deprisa un yo de su palidez intensa
Descalzando sus guijarros para mejor atravesar el hombre
las diademas las rutas los ojos del esplendor
impulsarán la apariencia de saber a cometer crímenes
mas yo estaré a la puerta sentado
Cuando un ser de plata saliendo de mi imagen de sombra
en previsisón de una duda de un quizás de un quién sabe
pensará sin mirarla mi más hermosa tarde de otoño
en los corazones deslumbrados de dos hermanas gemelas
Al crecer una de ellas me pondrá de pie
(La otra se desplomará a la puerta)
(Trad. de Gerardo Diego)
Hacedora de ángeles
Ante un bello suplicio enorme y puro
gota a gota la losa del amor te regatea
hasta hacer vacilar la firme balanza de sus senos
sobre el resultado previsto de un combate
El trágico contraste del alba y del granito
tritura en sus mandíbulas una claridad viva
la transparencia toma la forma ingenua del paraje
dejando a los ojos cerrados su certeza
El horizonte de hermosuras que espacian tus suspiros
bosqueja allá a lo lejos tu vaga semejanza
dócil encadenamiento de un niño y de la lluvia
en la misma delgadez esquelética del cuerpo
(Trad. de Juan Larrea)
Sin límites
Mis pies están fuera de la noche
como el hueso que está fuera de la médula
infatigables se encuentran por todas partes
los miramientos que el error rinde a las maravillas
El límite de los sacrificios ha sido alcanzado
la frente pone un dique al otoño un cepo inagotable
reabsorbe los caminos donde la sombre rarifica
cada vez más sus caricias
se techa de pizarra el embarazo de abozala el vacío
sin dedarle nada al olvido la llama incuba sus azares
la lluvia se queda a la puerta rechazada por los suyos
ya no puede uno perderse lo imposible
se torna muy paso a paso inevitable
(Trad. de Luis Felipe Vivanco)
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(poemas escritos originalmente en francés)
En feu étoile étoile parmi mes cendres.
5 + 1 poémes du Juan Larrea
Paisaje involontaire
Couchant Gare à vent
Battant des ailes
un oiseau change le temps
Dans le chemin
la pluie en vain retarde le soleil
Le jour pâlit le long de mon visage
et j’ai pleuré à l’écart
des fenêtres du train
En face
épaule d’horizon
un air de guitare nue entrave ma maison
Des couches de briques entre le sons
En éclairant la chambre
un bruit de feuilles tombe de mom visage
La porte hésite Le ciel descend
Seuls tes yeux mon enfant se sont trompés d’étage
Le soir en se fermant
t’a pris par ton regard
et la pointe du temps
s’arrête sur mon mouchoir
Belle Île 10 septembre
Debout sur l’escabeau de ce pouls migrateur
de ce pouls d’oiseau influant sur l’humeur de la mer
léger léger
en relisant tes lettres pour me tenir à distance
d’un crépuscule brûlé par l’impatience des eaux
je sers de transition entre le plume et l’ange
Mon braconnier craque ici comme un chemin qui se fourche
ou bien comme les lilas qui poussent violemment des cerveaux
en discutant l’utilité d’une forêt foraine
il vient de perdre son espoir
comme on perd un collier à sept heures
c’est en vain qu’il se dise
sourire malgré tout n’est pas tuer le soir
quoique des plumes en tombent
De même que lorsque la mer étouffe un colombe
par amour à la géographie
les vagues ne cachent pas l’effet que l’écume leur produit
je me souviens de tes seins en forme de cité
lorsque mon cœur déploie ses drapeaux d’activité
vers l’horizon qui éclate
petite ingrate
ingrate ingrate à faire ombrage aux brisants
sans autre distance que quelques vaisseaux d’haleine
tu es plus désirable que la guerre de cent ans
Au faîtes du temps je t’aime comme une douane sereine
je t’aime par transparence bref je te rouille
Juan
En costume de feuilles mortes
Rêve-moi rêve-moi en hâte étoile de terre
cultivée par mes paupières prends-moi par mes anses d’ombre
affole-moi d’ailes de marbre en feu étoile étoile parmi mes cendres
Pouvoir pouvoir enfin trouver dans mon vertige la statue
d’un héros de soleil les pieds à fleur d’eau
les yeux à fleur d’hiver
Adieu le monde entre mes rêves d’adieu
les hommes
adieu les hommes et les petits villages de leurs mains
Il y a partout des épées qui me coupent
en morceaux
oh
cataractes d’épées
Catararactes d’épées c’est l’ordre en marche
c’est moi qui marche sur des cavernes
craquantes comme des crânes
Personne ne s’était encore noyé
Personne n’était jadis dans l’ombre
Aujourd’hui c’est moi mais moi ne m’ap-
partiens pas plus que les oi-
seaux qui dorment dans mes
yeux ne leur appartiennent
Lunes d’ailes au cœur de la justice
Il fera un froid de statues visibles
dans mes mains le silence échevelé
ciel de foule haussements d’épaules
et je serai à la porte assis
Dans sa langue maternelle combien d’arbres
chercheront leur salut dans l’éloquence du nombre
combien de chambres vides useront leurs miroirs
à lutter contre un peuple déchirant de brouillards
La lanières du cœur serré d’oiseaux lucides
dompteront le couchant et ses laves de stupeur
un sceptre à peine caché sera la seule mesure
car je serai à la porte assis
La pierre ravalera toutes les formes essentialles
le poids mort d’un enfant roulera partout comme un dé
et les erreurs logées dans la tête qui s’effondre
feront en hâte un moi de leur pâleur intense
Déchaussant leurs cailloux pour mieux traverser l’homme
les diadèmes les routes les yeux de la splendeur
pousseront l’air de savoir à commettre des crimes
mais je serai à la porte assis
Lorsqu’un être en argent tiré de mon image d’ombre
en prévision d’un doute d’un peut-être d’un qui sait
pèsera ingénument mon plus bel après-midi d’automne
dans les cœurs éblouis de deux sœurs jumelles
En croissant l’une d’elles me mettra debout
(L’autre s’écroulera à la porte)
Faiseuse d’anges
Devant un beau supplice énorme et pur
goutte à goutte la dalle de l’amour te marchande
à faire h’esiter la ferme balance de ses seins
sur l’issue prévisible d’un combat
La tragique contraste de l’aube et du granit
broie dans ses mâchoires un clarté vivante
la transparence prend la forme ingénue de l’endroit
laissant aux yeux fermés leur certitude
L’horizon de beautés qu’espacent tes soupirs
ébauche tout au loin ta vague ressemblance
docile enchaînement d’un enfant et de la pluie
à même la maigreur squeletique du corps
Sans limites
Mes pieds sont au dehors de la nuit
comme l’os est au dehors de la mœlle
infatigables on trouve partout
les égards que l’erreur porte aux merveilles
La limite des sacrifices a été atteinte
le front endigue l’automne un piège inepuisable
résorbe les chemins où l’ombre raréfie
de plus en plus ses caresses
on ardoise l’embarras on muselle le vide
sans rien laisser à l’oubli la flamme couve ses hasards
la pluie reste à la porte rejetée par les siens
On ne peut plus s’égarer l’imposible
devient tout doucement inévitable